DÍA DOCE DE CADA MES CONSAGRADO A MARIA
SANTISIMA DE GUADALUPE EN MEMORIA DE SU MARAVILLOSA APARICIÓN
Hecha
la señal de la cruz y puesto de rodillas ante una imagen de Nuestra Santísima
Madre y Señora de Guadalupe dirás el siguiente:
ACTO DE CONTRICIÓN
Oh
Dios trino y uno, en quien creo como única inefable verdad, en quien espero
como bondad infinita, a quien amo como único verdadero bien mío: ante vuestro
divino acatamiento me postro humilde y rendido, y os doy las más sinceras
gracias, porque, a más de los grandes e innumerables beneficios que he recibido
de vuestras manos, os habéis dignado darme por madre a vuestra Hija, Madre y
Esposa, María Santísima. Jamás podré yo significar mi reconocimiento a favor
tan desmedido; pero ya que no puedo de otra manera corresponder lo, lo haré
procurando con toda fidelidad desempeñar el nombre de hijo de esta santísima
Señora, dedicándome con particularidad a hacer memoria de este beneficio todos
los días doce de cada mes, empleándolo en el culto, obsequio y veneración de
tan amorosa y benigna Madre. Admitid, Señor, estos mis deseos, y dadme gracia
para que arrepentido, como me arrepiento, de mis pasadas ingratitudes, acierte
a daros gusto y hacer vuestra voluntad en todas mis obras, y en todos los días
de mi vida, para hacerme digno de la protección de una Madre que no desea de mi
otra cosa que llevarme, por la observancia de los mandamientos, a gozar la
felicidad, eterna de la gloria. Amén.
ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA Y MADRE DE
GUADALUPE
Santísima Virgen de Guadalupe, si me hubiera
sido posible elegir yo mismo una madre que me concibiese en su seno y que
después me diese a luz, ¡qué noble, ¡qué rica qué hermosa hubiera sido la mujer
que habría escogido para madre! ¡Cómo habría elegido tal que, uniendo a la
hermosura todas las prendas más brillantes, se hubiera hecho un muy distinguido
lugar en la estimación aun de los príncipes!
¡Cómo habría buscándola de atractivo tan poderoso que, teniendo con el
monarca el más eficaz valimiento, hubiese podido proporcionarme la vida más
feliz y más exenta de miserias! Pero he
aquí, gran Señora, que, ya que me ha sido imposible el hacer tal elección, he
tenido la incomparable gloria y la indecible felicidad de que una Madre la más
excelsa, la más prendada y la más augusta, se haya dignado, aun antes de que
naciese, de ofrecérseme por mi madre y de adoptarme por hijo suyo. Sí, vos, ¡oh
Reina augustísima!, la más grande de todas las madres, vos misma cuando
vinisteis desde el cielo a felicitar este país y santificarlo con vuestra
gloriosa presencia, no os desdeñasteis de ofreceros y declararos por Madre mía.
No sois capaz, Señora, de desdeciros de lo que una vez pronunciasteis: no cabe
en vos arrepentimiento de lo que una vez prometisteis: vos le dijisteis al
felicísimo indio Juan Diego, que os mostraríais Madre amorosa y tierna con
cuantos os invocasen, con cuantos solicitasen vuestra protección y patrocinio.
Así como creo, así como venero, así como admiro en vos una belleza celestial,
una virtud sin mancha, sin imperfección, una nobleza é hidalguía sin semejante,
así también admiro un valimiento sin límites, sin término para con el Príncipe
de las eternidades; y lo que es más, Señora, yo venero en vos un poder infinito
con una misericordia inmensa; yo creo, yo confieso que sois, como se lo
dijisteis a Juan Diego, Madre mía; pues mostrad que sois mi Madre disculpando
mis yerros, y alcanzándome el perdón de vuestro santísimo Hijo, mientras yo
protesto de mi parte, y os doy palabra de no volver a ejecutar cosa que os
desagrade y que sea ofensa de mi Señor. No tengo de hijo vuestro otra seña que
la confianza de recurrir a vos, aun en medio de conocer mi indignidad; pero
válgame esta confianza y no sean parte mis culpas para dejarla frustrada, y
espero que obréis vos como madre, aunque yo no haya sabido obrar como hijo;
presentando mis suplicas ante el tribunal de aquel Señor, que por salvarme a mí
se hizo Hijo vuestro y os eligió a vos para Madre, para que lo fueseis también
mía. Alcanzadme la gracia que necesito para saber aprovecharme de tan grande
beneficio, y vivir de manera que merezca ir a daros las gracias por una
eternidad en la gloria. Amén.
Aquí
se rezan nueve Avemarías en honra y gloria de los nueve meses que trajo en su
vientre María Santísima a su purísimo Hijo, y en memoria de los nueve coros de
los ángeles, que- tanto se alegran cuando la saludamos con el título de Reina
suya, y repetimos la salutación que le hizo el arcángel San Gabriel y la
siguiente:
ORACIÓN
Oh
purísima Reina de los Ángeles María Santísima de Guadalupe, qué campo, tan
hermoso ofrece a nuestra consideración ese retrato vuestro que pintó la mano
del Altísimo en la tilma de Juan Diego! No le sirvió de embarazo, para sacarlo
tan bello y agraciado, la tosquedad y grosería del ayate: esto me llena de
esperanzas de que no ha de ser embarazo el ningún aparejo y la tosquedad de mi
corazón, para que Dios forme en él tu hermosísima imagen. Yo sé que los colores
de que se valió el brazo omnipotente para retrataros fueron unas rosas frescas,
producidas maravillosamente fuera de tiempo en un terreno estéril é infecundo,
y esto me llena de confianza, persuadido de que la piedad infinita producirá.
en el terreno árido y estéril de mi espíritu fragantes olores de virtudes para
formar en él vuestra copia divina. ¡Qué felicidad fuera la mía si de las telas
de mi corazón formara lienzo la divina omnipotencia para pintarla! ¡Con cuánta
razón me llamaría yo dichoso si, teniendo a los ojos vuestra imagen
hermosísima, me alentara a imitar las virtudes que estáis allí manifestando!
¡Qué lecciones de humildad y de pureza me dan esos vuestros ojos bajos, ese
vuestro rostro modesto y apacible, ese ademán humilde y recatado! ¡Qué
desprecio de la inconstancia de los bienes de este mundo me enseña este despego
generoso con que pisáis la luna! ¡Qué ejemplo de amor de Dios viéndoos cercada
de los rayos del sol, y como anegada en los incendios de la divina caridad, y
sumergida en el océano de la misma divinidad! ¡Qué aprecio a las cosas
celestiales, al ver que no admitís otro adorno que el que ofrecen las estrellas
del cielo, los astros del firmamento y los ángeles del empíreo! Bendita mil veces l~ mano de aquel Señor que
os hizo tan hermosa, tan agraciada y tan piadosa. Toda sois hermosa, toda
agraciada: ¡qué, mal empleado ha estado mi amor mientras no ha estado puesto en
vos! ¡Qué engañado ha estado mi corazón cuando se ha ido tras de las criaturas,
no habiendo otra, que sea más digna y acreedora de todos mis afectos amorosos!
Ya no seré así: desde aquí adelante me ofrezco Señora, a vuestro servicio; todo
yo me dedico a amaros y á obsequiaros como hijo tierno y reconocido. Haced vos
como madre, y alcanzadme de Dios nuestro Señor 'que sepa ejecutar lo que
propongo; encaminad mis pasos para que no extravíe el camino que debo andar
como hijo vuestro. Dirigid mis acciones, para que no obre cosa que desagrade á
EI que como hijo vuestro se dignó de ser mi hermano; principalmente os pido,
Señora, hagáis los oficios de madre en aquella terrible hora en que,
desamparado de los míos, abandonado de mis parientes, de mis deudos, de mis
amigos, no habrá quien de mí se compadezca, sino la que ha querido hacer
conmigo todos los oficios de madre verdadera: para esta hora os llamo, para
ésta os invoco, para ésta os solicito, confiado en que no habéis de dejar que
sea presa del demonio una alma bañada con la Sangre de vuestro Santísimo Hijo.
Amén.
ORACIÓN Á LA SANTÍSIMA VIRGEN DE
GUADALUPE, CON QUE PEDIMOS NOS LIBRE DE LOS TEMBLORES Y DEMÁS CALAMIDADES
SOBERANA
Virgen
María, Madre de Dios, Señora nuestra, que, no satisfecha vuestra ardiente
caridad con haber ejecutado los más inefables prodigios a favor de los
americanos, dispensando desde el cielo beneficios con que santificar este
reino, adoptándolo por vuestro pueblo, y dejándonos en él, como testimonio
irrefragable de vuestras misericordias, una piadosa copia de vuestra hermosura
en esa sagrada imagen de Guadalupe, queréis con todo cada día manifestarnos más
vuestra ternura, amparando a los miserables que os invocan, socorriendo sus
necesidades, protegiéndolos en sus peligros, y siendo todo su consuelo en sus
angustias: confiado, Señora, en que jamás se ha apartado de vos sin el remedio
quien os busca de corazón, y en que nunca faltáis á vuestras promesas, nos
atrevemos a parecer a vuestra presencia a pedir que nos alcancéis el perdón de
las muchas culpas con que hemos ofendido a vuestro santísimo Hijo, y de las
innumerables ingratitudes que hemos usado con vos, su purísima Madre, para que,
cesando estas causas de las calamidades que padecemos, cesen también los
rigores con que la divina justicia nos castiga: interesaos, Señora, por
vuestros hijos, que, aunque indignos de tal nombre, lo somos por vuestra
elección, para que seamos ya libres de las presentes calamidades y miserias con
que el Todopoderoso está manifestando nos mira airado; haced que, también cesen
las enfermedades, y que los tiempos, tomando su curso regular, faciliten la
abundancia da los frutos de la tierra. Alcanzándonos la gracia, que con ella
sin duda nos vendrán todos los bienes, lograremos vuestras saludables influencias
en esta vida, y mereceremos, ver el original de vuestra sagrada imagen, cara a
cara en la gloria; a vuestro divino Padre, Esposo e Hijo.
Pues en Guadalupe se halla
remedio en las aflicciones,
líbranos, ¡oh dulce Madre!
de peste, guerra y temblores.
(El
Excelentísimo e Ilustrísimo Dr. Alonso Núñez de Haro y Peralta, Arzobispo que
fue de México, por su decreto de 23 de Abril de 1787, concedió ochenta días de
indulgencia por cada vez que rezaren la oración que antecede, pidiendo en la
forma acostumbrada por las necesidades de la Santa Iglesia.)
Venid, venid todos
venid y adoremos
la Guadalupana,
que vino a este reino.
Este es el milagro
que allá vió en el cielo
el Evangelista,
y ahora todos vemos.
Un prodigio grande,
Un retrato bello
á quien visten todos
los astros del cielo.
¿Quién á esta América
Le dio todo en lleno?
La excelsa María
bajando a su suelo.
Quien aparecida
con semblante tierno,
por hijos nos toma
con crecido afecto.
Quien tanto se humilla
por nuestro remedio,
siendo de Dios Madre,
al indio Juan Diego.
Quien en un ayate
tan tosco y grosero,
quiso retratarse
con tan fino esmero.
El sol con sus rayos
siempre niño tierno,
gigantes de luces
manto le está haciendo
Su cabeza hermosa
coronada vemos
de estrellas, que adornan
su dorado pelo.
Á sus pies la luna
ufana da besos
y está más lucida.
por ser peana de ellos.
La mujer más linda,
el raro portento,
la Madre de Dios
y nuestro consuelo.
Cumple la palabra
que diste á Juan Diego,
de ser nuestra madre
y el amparo nuestro.
¡Oh divina Madre!
mira a tus hijuelos,
que finos te invocan
en este destierro.
¡Qué madre tan dulce
y amante tenemos!
pues quiso venir
a favorecernos
¡Cuándo nuestras culpas
y nuestros excesos
merecen, Señora,
tan finos extremos!
Bien podemos todos
los del universo
rendirnos a ti,
Reina de los cielos.
En flores quisiste
Venir a este reino
como que eres rosa
del jardín ameno.
Haz, pues, Madre nuestra,
que todos logremos
ser rosas fragantes
de tu hijo dilecto.
Así lo esperamos
del amor inmenso
con que solicitas
el remedio nuestro.
Y si tanta dicha
lograr merecemos,
rendidos las gracias
siempre te daremos.
Adiós, Madre mía;
adiós mi consuelo;
adiós, mi esperanza
adiós, mi recreo.
Adiós, nuestra Madre,
hasta que en el cielo
gocemos tu vista
por siglos eternos.
Venid, venido todos,
y amantes le demos
á María alabanzas
pues vino a este reino.
En
la vida de la venerable Sor María de Villani prometieron nuestro Señor
Jesucristo y su Santísima Madre a los que todos los días rezaren devotamente
tres Avemarías con los afectos siguientes, su divino favor en la vida y en la
hora de la muerte.
Bendito
sea y alabado el Corazón dulcísimo de Jesús, fruto bendito de purísimo vientre
de mi Señora la Virgen María. Yo te ofrezco el corazón castísimo de tu
amantísima Madre, y juntamente todas las asistencias y servicios que hizo
contigo en esta vida. Y a ti, potentísimo Señor, te doy cuantas gracias puedo y
debo por las infinitas y especiales prerrogativas con que enriqueciste y
llenaste el corazón amplísimo de tu Santísima Madre. Amén.
Ave
María...
Dios
te salve, ardentísimo corazón de la que siendo, como eres, Madre de Dios, eres Reina del cielo: yo te
ofrezco el divino y piadosísimo Corazón de tu unigénito Hijo y mi Señor Jesús:
.te doy humildes gracias por los mismos beneficios y obsequios amoroso con que
viviendo le asististe; y a ti, Hijo del Eterno Padre y Redentor mío, por los
innumerables privilegios con que
llenaste y adornaste el corazón martirísimo de tu Santísima Madre María., a quien invoco abogada ahora y en la hora de
mi muerte. Amén.
Ave
María...
Oh
dulcísimo Jesús! ¡Oh piadosísima Virgen María! En unión dulce y amorosa de entre ambos
corazones, humildemente ofrezco este mísero, pobre, frío y helado corazón.
Válgame, Señor, tu misericordia, que yo, en tan grande miseria, me acojo á los
méritos de tu Pasión, y a los ruegos de tu Santísima Madre. Dadme de limosna, ¡oh amor divino! tu
ardentísimo amor, para que no tenga ni posea otro mi corazón, que tú, luz
increada, luz divina; que con el Padre y el Espíritu Santo vives y reinas por
las eternidades. Amén.
Ave
María...
(TOMADO
DEL DEVOCIONARIO GUADALUPANO, MEXICO, 1892. Digitalizado por Secretaria de
Cultura, Biblioteca de México)
Colaboración
de Carlos Villama
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