martes, 28 de abril de 2020

DÍA DOCE DE MES A LA VIRGEN DE GUADALUPE





DÍA DOCE DE CADA MES CONSAGRADO A MARIA SANTISIMA DE GUADALUPE EN MEMORIA DE SU MARAVILLOSA APARICIÓN


Hecha la señal de la cruz y puesto de rodillas ante una imagen de Nuestra Santísima Madre y Señora de Guadalupe dirás el siguiente:


ACTO DE CONTRICIÓN
Oh Dios trino y uno, en quien creo como única inefable verdad, en quien espero como bondad infinita, a quien amo como único verdadero bien mío: ante vuestro divino acatamiento me postro humilde y rendido, y os doy las más sinceras gracias, porque, a más de los grandes e innumerables beneficios que he recibido de vuestras manos, os habéis dignado darme por madre a vuestra Hija, Madre y Esposa, María Santísima. Jamás podré yo significar mi reconocimiento a favor tan desmedido; pero ya que no puedo de otra manera corresponder lo, lo haré procurando con toda fidelidad desempeñar el nombre de hijo de esta santísima Señora, dedicándome con particularidad a hacer memoria de este beneficio todos los días doce de cada mes, empleándolo en el culto, obsequio y veneración de tan amorosa y benigna Madre. Admitid, Señor, estos mis deseos, y dadme gracia para que arrepentido, como me arrepiento, de mis pasadas ingratitudes, acierte a daros gusto y hacer vuestra voluntad en todas mis obras, y en todos los días de mi vida, para hacerme digno de la protección de una Madre que no desea de mi otra cosa que llevarme, por la observancia de los mandamientos, a gozar la felicidad, eterna de la gloria. Amén.


ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA Y MADRE DE GUADALUPE
 Santísima Virgen de Guadalupe, si me hubiera sido posible elegir yo mismo una madre que me concibiese en su seno y que después me diese a luz, ¡qué noble, ¡qué rica qué hermosa hubiera sido la mujer que habría escogido para madre! ¡Cómo habría elegido tal que, uniendo a la hermosura todas las prendas más brillantes, se hubiera hecho un muy distinguido lugar en la estimación aun de los príncipes!  ¡Cómo habría buscándola de atractivo tan poderoso que, teniendo con el monarca el más eficaz valimiento, hubiese podido proporcionarme la vida más feliz y más exenta de miserias!  Pero he aquí, gran Señora, que, ya que me ha sido imposible el hacer tal elección, he tenido la incomparable gloria y la indecible felicidad de que una Madre la más excelsa, la más prendada y la más augusta, se haya dignado, aun antes de que naciese, de ofrecérseme por mi madre y de adoptarme por hijo suyo. Sí, vos, ¡oh Reina augustísima!, la más grande de todas las madres, vos misma cuando vinisteis desde el cielo a felicitar este país y santificarlo con vuestra gloriosa presencia, no os desdeñasteis de ofreceros y declararos por Madre mía. No sois capaz, Señora, de desdeciros de lo que una vez pronunciasteis: no cabe en vos arrepentimiento de lo que una vez prometisteis: vos le dijisteis al felicísimo indio Juan Diego, que os mostraríais Madre amorosa y tierna con cuantos os invocasen, con cuantos solicitasen vuestra protección y patrocinio. Así como creo, así como venero, así como admiro en vos una belleza celestial, una virtud sin mancha, sin imperfección, una nobleza é hidalguía sin semejante, así también admiro un valimiento sin límites, sin término para con el Príncipe de las eternidades; y lo que es más, Señora, yo venero en vos un poder infinito con una misericordia inmensa; yo creo, yo confieso que sois, como se lo dijisteis a Juan Diego, Madre mía; pues mostrad que sois mi Madre disculpando mis yerros, y alcanzándome el perdón de vuestro santísimo Hijo, mientras yo protesto de mi parte, y os doy palabra de no volver a ejecutar cosa que os desagrade y que sea ofensa de mi Señor. No tengo de hijo vuestro otra seña que la confianza de recurrir a vos, aun en medio de conocer mi indignidad; pero válgame esta confianza y no sean parte mis culpas para dejarla frustrada, y espero que obréis vos como madre, aunque yo no haya sabido obrar como hijo; presentando mis suplicas ante el tribunal de aquel Señor, que por salvarme a mí se hizo Hijo vuestro y os eligió a vos para Madre, para que lo fueseis también mía. Alcanzadme la gracia que necesito para saber aprovecharme de tan grande beneficio, y vivir de manera que merezca ir a daros las gracias por una eternidad en la gloria. Amén.

Aquí se rezan nueve Avemarías en honra y gloria de los nueve meses que trajo en su vientre María Santísima a su purísimo Hijo, y en memoria de los nueve coros de los ángeles, que- tanto se alegran cuando la saludamos con el título de Reina suya, y repetimos la salutación que le hizo el arcángel San Gabriel y la siguiente:


ORACIÓN
Oh purísima Reina de los Ángeles María Santísima de Guadalupe, qué campo, tan hermoso ofrece a nuestra consideración ese retrato vuestro que pintó la mano del Altísimo en la tilma de Juan Diego! No le sirvió de embarazo, para sacarlo tan bello y agraciado, la tosquedad y grosería del ayate: esto me llena de esperanzas de que no ha de ser embarazo el ningún aparejo y la tosquedad de mi corazón, para que Dios forme en él tu hermosísima imagen. Yo sé que los colores de que se valió el brazo omnipotente para retrataros fueron unas rosas frescas, producidas maravillosamente fuera de tiempo en un terreno estéril é infecundo, y esto me llena de confianza, persuadido de que la piedad infinita producirá. en el terreno árido y estéril de mi espíritu fragantes olores de virtudes para formar en él vuestra copia divina. ¡Qué felicidad fuera la mía si de las telas de mi corazón formara lienzo la divina omnipotencia para pintarla! ¡Con cuánta razón me llamaría yo dichoso si, teniendo a los ojos vuestra imagen hermosísima, me alentara a imitar las virtudes que estáis allí manifestando! ¡Qué lecciones de humildad y de pureza me dan esos vuestros ojos bajos, ese vuestro rostro modesto y apacible, ese ademán humilde y recatado! ¡Qué desprecio de la inconstancia de los bienes de este mundo me enseña este despego generoso con que pisáis la luna! ¡Qué ejemplo de amor de Dios viéndoos cercada de los rayos del sol, y como anegada en los incendios de la divina caridad, y sumergida en el océano de la misma divinidad! ¡Qué aprecio a las cosas celestiales, al ver que no admitís otro adorno que el que ofrecen las estrellas del cielo, los astros del firmamento y los ángeles del empíreo!  Bendita mil veces l~ mano de aquel Señor que os hizo tan hermosa, tan agraciada y tan piadosa. Toda sois hermosa, toda agraciada: ¡qué, mal empleado ha estado mi amor mientras no ha estado puesto en vos! ¡Qué engañado ha estado mi corazón cuando se ha ido tras de las criaturas, no habiendo otra, que sea más digna y acreedora de todos mis afectos amorosos! Ya no seré así: desde aquí adelante me ofrezco Señora, a vuestro servicio; todo yo me dedico a amaros y á obsequiaros como hijo tierno y reconocido. Haced vos como madre, y alcanzadme de Dios nuestro Señor 'que sepa ejecutar lo que propongo; encaminad mis pasos para que no extravíe el camino que debo andar como hijo vuestro. Dirigid mis acciones, para que no obre cosa que desagrade á EI que como hijo vuestro se dignó de ser mi hermano; principalmente os pido, Señora, hagáis los oficios de madre en aquella terrible hora en que, desamparado de los míos, abandonado de mis parientes, de mis deudos, de mis amigos, no habrá quien de mí se compadezca, sino la que ha querido hacer conmigo todos los oficios de madre verdadera: para esta hora os llamo, para ésta os invoco, para ésta os solicito, confiado en que no habéis de dejar que sea presa del demonio una alma bañada con la Sangre de vuestro Santísimo Hijo. Amén.



ORACIÓN Á LA SANTÍSIMA VIRGEN DE GUADALUPE, CON QUE PEDIMOS NOS LIBRE DE LOS TEMBLORES Y DEMÁS CALAMIDADES
SOBERANA
Virgen María, Madre de Dios, Señora nuestra, que, no satisfecha vuestra ardiente caridad con haber ejecutado los más inefables prodigios a favor de los americanos, dispensando desde el cielo beneficios con que santificar este reino, adoptándolo por vuestro pueblo, y dejándonos en él, como testimonio irrefragable de vuestras misericordias, una piadosa copia de vuestra hermosura en esa sagrada imagen de Guadalupe, queréis con todo cada día manifestarnos más vuestra ternura, amparando a los miserables que os invocan, socorriendo sus necesidades, protegiéndolos en sus peligros, y siendo todo su consuelo en sus angustias: confiado, Señora, en que jamás se ha apartado de vos sin el remedio quien os busca de corazón, y en que nunca faltáis á vuestras promesas, nos atrevemos a parecer a vuestra presencia a pedir que nos alcancéis el perdón de las muchas culpas con que hemos ofendido a vuestro santísimo Hijo, y de las innumerables ingratitudes que hemos usado con vos, su purísima Madre, para que, cesando estas causas de las calamidades que padecemos, cesen también los rigores con que la divina justicia nos castiga: interesaos, Señora, por vuestros hijos, que, aunque indignos de tal nombre, lo somos por vuestra elección, para que seamos ya libres de las presentes calamidades y miserias con que el Todopoderoso está manifestando nos mira airado; haced que, también cesen las enfermedades, y que los tiempos, tomando su curso regular, faciliten la abundancia da los frutos de la tierra. Alcanzándonos la gracia, que con ella sin duda nos vendrán todos los bienes, lograremos vuestras saludables influencias en esta vida, y mereceremos, ver el original de vuestra sagrada imagen, cara a cara en la gloria; a vuestro divino Padre, Esposo e Hijo.

Pues en Guadalupe se halla
remedio en las aflicciones,
líbranos, ¡oh dulce Madre!
de peste, guerra y temblores.

(El Excelentísimo e Ilustrísimo Dr. Alonso Núñez de Haro y Peralta, Arzobispo que fue de México, por su decreto de 23 de Abril de 1787, concedió ochenta días de indulgencia por cada vez que rezaren la oración que antecede, pidiendo en la forma acostumbrada por las necesidades de la Santa Iglesia.)

Venid, venid todos
venid y adoremos
la Guadalupana,
que vino a este reino.

Este es el milagro
que allá vió en el cielo
el Evangelista,
y ahora todos vemos.

Un prodigio grande,
Un retrato bello
á quien visten todos
los astros del cielo.

¿Quién á esta América
Le dio todo en lleno?
La excelsa María
bajando a su suelo.

Quien aparecida
con semblante tierno,
por hijos nos toma
con crecido afecto.

Quien tanto se humilla
por nuestro remedio,
siendo de Dios Madre,
al indio Juan Diego.

Quien en un ayate
tan tosco y grosero,
quiso retratarse
con tan fino esmero.

El sol con sus rayos
siempre niño tierno,
gigantes de luces
manto le está haciendo

Su cabeza hermosa
coronada vemos
de estrellas, que adornan
su dorado pelo.

Á sus pies la luna
ufana da besos
y está más lucida.
por ser peana de ellos.

La mujer más linda,
el raro portento,
la Madre de Dios
y nuestro consuelo.

Cumple la palabra
que diste á Juan Diego,
de ser nuestra madre
y el amparo nuestro.

¡Oh divina Madre!
mira a tus hijuelos,
que finos te invocan
en este destierro.

¡Qué madre tan dulce
y amante tenemos!
pues quiso venir
a favorecernos

¡Cuándo nuestras culpas
y nuestros excesos
merecen, Señora,
tan finos extremos!

Bien podemos todos
los del universo
rendirnos a ti,
Reina de los cielos.

En flores quisiste
Venir a este reino
como que eres rosa
del jardín ameno.

Haz, pues, Madre nuestra,
que todos logremos
ser rosas fragantes
de tu hijo dilecto.

Así lo esperamos
del amor inmenso
con que solicitas
el remedio nuestro.

Y si tanta dicha
lograr merecemos,
rendidos las gracias
siempre te daremos.

Adiós, Madre mía;
adiós mi consuelo;
adiós, mi esperanza
adiós, mi recreo.

Adiós, nuestra Madre,
hasta que en el cielo
gocemos tu vista
por siglos eternos.

Venid, venido todos,
y amantes le demos
á María alabanzas
pues vino a este reino.


En la vida de la venerable Sor María de Villani prometieron nuestro Señor Jesucristo y su Santísima Madre a los que todos los días rezaren devotamente tres Avemarías con los afectos siguientes, su divino favor en la vida y en la hora de la muerte.

Bendito sea y alabado el Corazón dulcísimo de Jesús, fruto bendito de purísimo vientre de mi Señora la Virgen María. Yo te ofrezco el corazón castísimo de tu amantísima Madre, y juntamente todas las asistencias y servicios que hizo contigo en esta vida. Y a ti, potentísimo Señor, te doy cuantas gracias puedo y debo por las infinitas y especiales prerrogativas con que enriqueciste y llenaste el corazón amplísimo de tu Santísima Madre. Amén.
Ave María...

Dios te salve, ardentísimo corazón de la que siendo, como eres,  Madre de Dios, eres Reina del cielo: yo te ofrezco el divino y piadosísimo Corazón de tu unigénito Hijo y mi Señor Jesús: .te doy humildes gracias por los mismos beneficios y obsequios amoroso con que viviendo le asististe; y a ti, Hijo del Eterno Padre y Redentor mío, por los innumerables privilegios con que  llenaste y adornaste el corazón martirísimo de tu  Santísima Madre María.,  a quien invoco abogada ahora y en la hora de mi muerte. Amén.
Ave María...

Oh dulcísimo Jesús!  ¡Oh piadosísima Virgen María!  En unión dulce y amorosa de entre ambos corazones, humildemente ofrezco este mísero, pobre, frío y helado corazón. Válgame, Señor, tu misericordia, que yo, en tan grande miseria, me acojo á los méritos de tu Pasión, y a los ruegos de tu Santísima Madre.  Dadme de limosna, ¡oh amor divino! tu ardentísimo amor, para que no tenga ni posea otro mi corazón, que tú, luz increada, luz divina; que con el Padre y el Espíritu Santo vives y reinas por las eternidades. Amén.
Ave María...

(TOMADO DEL DEVOCIONARIO GUADALUPANO, MEXICO, 1892. Digitalizado por Secretaria de Cultura, Biblioteca de México)

Colaboración de Carlos Villama






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