SÚPLICA A LA VIRGEN DE LA MEDALLA
MILAGROSA
PARA EL DÍA 27 DE CADA MES
Oh
Virgen Inmaculada, sabemos que siempre y en todas partes estás dispuesta a
escuchar las oraciones de tus hijos desterrados en este valle de lágrimas, pero
sabemos también, que tienes días y horas en los que te complaces en esparcir
más abundantemente los tesoros de tus gracias. Y bien, oh María, henos aquí
postrados delante de Ti, justamente en este día y hora bendita, por Ti elegida
para la manifestación de tu Medalla. Venimos a Ti, llenos de inmensa gratitud y
de ilimitada confianza en esta hora por Ti tan querida, para agradecerte el
gran don que nos has hecho dándonos tu imagen, a fin que sea para nosotros
testimonio de afecto y prenda de protección. Te prometemos, que, según tu
deseo, la santa Medalla será el signo de tu presencia junto a nosotros, será
nuestro libro en el cual aprenderemos a conocer, según tu consejo, cuánto nos
has amado, y lo que debemos hacer para que no sean inútiles tantos sacrificios
tuyos y de Tu Divino Hijo. Sí, Tu Corazón traspasado, representado en la
Medalla, se apoyará siempre sobre el nuestro y lo hará palpitar al unísono con
el tuyo. Lo encenderá de amor a Jesús y lo fortificará para llevar cada día la
cruz detrás de Él. Ésta es tu hora, oh María, la hora de tu bondad inagotable,
de tu misericordia triunfante, la hora en la cual hiciste brotar, por medio de
tu Medalla, aquel torrente de gracias y de prodigios que inundó la tierra. Haz,
oh Madre, que esta hora que te recuerda la dulce conmoción de Tu Corazón, que
te movió a venirnos a visitar y a traernos el remedio de tantos males, haz que
esta hora sea también nuestra hora, la hora de nuestra sincera conversión, y la
hora en que sean escuchados plenamente nuestros votos. Tú, que has prometido
justamente en esta hora afortunada, que grandes serían las gracias para quienes
las pidiesen con confianza: vuelve benigna tu mirada a nuestras súplicas.
Nosotros te confesamos no merecer tus gracias, pero, a quién recurriremos oh
María, sino a Ti, que eres nuestra Madre, en cuyas manos Dios ha puesto todas
sus gracias? Ten entonces piedad de nosotros. Te lo pedimos por tu Inmaculada
Concepción, y por el amor que te movió a darnos tu preciosa Medalla. Oh
Consoladora de los afligidos, que ya te enterneciste por nuestras miserias,
mira los males que nos oprimen. Haz que tu Medalla derrame sobre nosotros y
sobre todos nuestros seres queridos tus benéficos rayos: cure a nuestros
enfermos, dé la paz a nuestras familias, nos libre de todo peligro. Lleve tu
Medalla alivio al que sufre, consuelo al que llora, luz y fuerza a todos.
Especialmente te pedimos por la conversión de los pecadores, particularmente de
aquéllos que nos son más queridos. Recuerda que por ellos has sufrido, has
rogado y has llorado. Sálvanos, oh Refugio de los pecadores, a fin de que
después de haberte todos amado, invocado y servido en la tierra, podamos ir a
agradecerte y alabarte eternamente en el Cielo. Amén.
Salve, o Reina...
Oh María sin pecado concebida, rogad por nosotros que
recurrimos a Ti! Oh María sin pecado concebida, rogad por nosotros que
recurrimos a Ti! Oh María sin pecado concebida, rogad por nosotros que
recurrimos a Ti!
(Extraido del
"Il libro delle novene", Editorial Ancilla.)
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