sábado, 11 de abril de 2020

NOVENA AL SEPULTADO DE SANTA CATALINA






NOVENA AL SEÑOR DE SANTA CATALINA

ACTO DE CONTRICIÓN
Dulce Jesús de mi vida y querido dueño de mi alma, postrado ante vuestro sepulcro adoro ese sagrado cuerpo, que, aunque descoyuntado y llagado por los golpes y tirones de los verdugos, pero siempre unido a la divinidad: lo alabo con el más encendido afecto, y espero, que, usando de tu clemencia con este ingrato pecador, que arrepentido de ofenderte suplica le concedas el perdón de sus culpas y le deis la calidad sobrenatural de tu divina gracia. Amén.

DÍA PRIMERO
Señor mío Jesucristo, que después de haber expirado, estando tu Santísima Madre con la nueva angustia de como daría honorífica sepultura a tu adorable cuerpo, vió venir hacia el calvario una multitud de gente, que dio otro cuidado a su lastimado corazón, recelando fuesen a hacer o acrecentar los ultrajes a tu divina persona, lo que, observado por tu discípulo amado, la consoló diciendo: “no temas que es José de Arimatea y Nicodemus, con otros criados suyos y todos son amigos y siervos de vuestro hijo y mi Señor”. Siendo efectivo, pues, Arimatea habiendo entrado a pedir a Pilatos tu divino cuerpo, para darle honrosa sepultura, lo consiguió su piadoso afecto. ¡Oh Señor! Así como estos hombres tuvieron la dicha de prestaros sus obsequios, así nosotros te suplicamos nos concedas auxilios eficaces para servirte siempre guardando tu santísima ley. Amén.
Padre nuestro, Ave Marí y Gloria.


ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Amado Redentor del mundo, que terminando los tormentos de tu pasión, descendió tu bienaventurada alma al seno de los Santos Padres, que llenos de alegría y de complacencia con la compañía de su libertador, comenzaron a gozar de inefables delicias y a disfrutar de la perdurable dicha, para donde habían sido creados, entre tanto tu cuerpo quedando en la solitaria mansión del sepulcro, toda la noche del viernes permaneció hasta el domingo por la mañana, y resucitando glorioso, se cambió la tempestad de azotes y de sangre, en galas de victoria, las blasfemias de los judíos en aplausos de los Ángeles y agradecimiento de todas las almas, que habiendo esperado tanto tiempo, vieron llegado el día de su rescate y libertad. Suplicámoste, Señor, que como glorificaste a los Santos Padres, nos regocijes también a nosotros, pues somos como ellos, hijos y hechura vuestra, formados a vuestra imagen y semejanza, destinados a la bienaventuranza del Cielo y que libres de los males que pueden extraviarnos de las sendas de la gracia, nos asegures el consuelo que necesitemos en este destierro y nos libres de las pestes, rayos, temblores, necesidades, discordias y de todo aquello que aflige en la vida humana, según nos convenga en el orden de tu adorable providencia y principalmente rogamos por nuestra Religión Santa y que el huerto de vuestra Iglesia mantenga siempre verde y florido, a pesar de las borrascas de nuestro siglo y que después de unos días tranquilos y sosegados descansemos por algún tiempo en el seno del sepulcro; y resucitando adornados de la hermosura de la juventud y revestidos de los cuatro dotes de gloria, cantemos vuestras alabanzas y bendigamos tus misericordias en la Jerusalén celestial, gozando el torrente de delicias que inunda la santa ciudad. Amén.
Se reza un Padrenuestro y un Avemaría.


ORACIÓN A LA LLAGA DE LA ESPALDA DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
Señor mío Jesucristo, amantísimo Cordero de Dios, yo, pobre pecador humildemente reverencio y adoro la Llaga que la crueldad de los azotes hizo en tu Santísima Espalda, la que se dilató tanto con el grave peso de la cruz hasta descubrir los huesos, por lo que fuera más dolorosa y sensible de todas las que tuviste en todo el discurso de tu pasión; te adoro, pacientísimo Jesús mío, lleno de dolores, te reverencio y glorifico en lo íntimo de mi corazón y te pido por esa Santísima Llaga y por los Huesos Sacrosantos que por ella se descubrieron, me perdones todos mis pecados, me concedas la purificación de mi alma y me acompañes en el camino de la cruz, en los trabajos que me mandes en esta vida, para que siguiendo tus pasos muera en tu gracia y te goce por toda la eternidad en tu gloria. Amén.


DÍA SEGUNDO
¡Señor mío Jesucristo! Que habiendo salido Arimatea con el permiso de Pilatos para bajarte de la cruz y dar sepultura a tu cuerpo, llamó a Nicodemus que también era justo y con valeroso esfuerzo resolvieron darte sepultura, para cuyo fin Arimatea previno la Sábana en que envolverte y Nicodemus compró cien libras de los aromas con que los judíos acostumbraban ungir a los difuntos de la mayor nobleza: con esta provisión y de otros instrumentos, caminaron al calvario acompañados de sus criados y de otras personas pías. Suplicámoste Señor, que, imitando la piedad y virtudes de estos santos varones, usemos la vida temporal únicamente para serviros, para gozarte en la vida eterna. Amén.


DÍA TERCERO
¡Señor mío Jesucristo! Que teniendo Arimatea un sepulcro nuevo, en el que nadie se había depositado, con generoso ánimo determinó que tu Santísimo Cuerpo fuese llevado a él. ¡Oh Señor! Que, aunque sea para recibir tan infinito tesoro, no es bastante digno el palacio más brillante de rubíes, ni la luz admirable de los cielos, quisiste, no obstante, admitir el monumento, que el amor de este hombre os previno. Suplicámoste Señor, que, así como él, te tributemos nosotros el afecto más tierno y amoroso de todo cuanto valgamos. Amén.


DÍA CUARTO
¡Señor mío Jesucristo! Que después de bajado tu cuerpo y ungido con los aromas, fue puesto en el féretro levantado para llevarlo al sepulcro, San José de Arimatea, Nicodemo y el Centurión, que, con devoción y afecto, te condujeron, seguidos de tu Santísima Madre, Santa María Magdalena y otras piadosas mujeres, hasta llegar al lugar de tu sepultura, donde dejaron el regalado bien de su corazón. Suplicámoste Señor, que, así como los que te sepultaron, seamos siempre piadosos y obedientes a tu santo servicio. Amén.


DÍA QUINTO
¡Señor mío Jesucristo! Que estando ya sepultado tu divino cuerpo, antes de cubrirle con la lápida, le adoraron todos los que habían venido al Calvario, movidos de luz divina, después de la lanzada y que acompañaron tu lastimoso entierro, tuvieron la dicha de verte conducir y ponerte en el sepulcro donde pusieron la lápida, quedando así cerrado el monumento, volviéndose toda, como lo hizo tu bendita Madre, que regresando para la casa del cenáculo iba viendo con dolor las calles de Jerusalén, regadas con tu inocente sangre. Suplicámoste Señor, que, así como estas personas te acompañaron, lo hagamos nosotros sin apartarnos de tu santa gracia. Amén.


DÍA SEXTO
¡Señor mío Jesucristo! Que impulsados del amor salieron las Marías el sábado por la tarde de la casa del cenáculo a la ciudad, acompañadas de otras santas mujeres a comprar ungüentos aromáticos, para madrugar al día siguiente a adorar y ungir de nuevo tu sagrado cuerpo. Con este devoto intento, se encaminaron el domingo muy de mañana al lugar del monumento y habiendo venido de noche, cuando llegaron al sepulcro, ya había salido el sol, porque ese día se anticipó tres horas por la oscuridad de tu muerte. Suplicámoste Señor, que, imitando continuamente el amor de estas santas mujeres, nos conservemos en tu gracia hasta la muerte. Amén.


DÍA SÉPTIMO
¡Señor mío Jesucristo! Que aconteciendo un gran temblor o terremoto muy espantoso y al mismo tiempo un ángel abrió el sepulcro y arrojó la losa que le cubría y cerraba la puerta, con cuyo estrépito, cayeron en tierra desmayados los guardias, que el día anterior había puesto Pilatos a petición de los judíos, quedando como muertos. Las Marías entraron al monumento, no viéndote en él, por haber resucitado antes de dicho terremoto y observando que el ángel estaba sentado sobe la piedra, con un refulgente rostro les dijo: “No temáis, que se que buscáis a Jesús Nazareno, no está aquí, pues ya ha resucitado”. Luego vieron a otros dos sentados a los lados del sepulcro que entre otras cosas les dijeron: “Id luego y dad noticia a los discípulos y a Pedro, que vayan a Galilea, donde le verán” ¡Oh Señor! Que buscándote estas santa mujeres sepultado, merecieron la dicha de que los paraninfos del cielo, te anuncian resucitado. Por estos misterios sacrosantos, rendidamente pedimos, nos concedas auxilios abundantes, para que siendo fieles en servirte y visitando tu sepulcro, te encontremos resucitado, participando de tu gloria. Amén.


DÍA OCTAVO
¡Señor mío Jesucristo! Que habiendo contado las María a los Apóstoles lo que habían visto, San Pedro y San Juan, deseando convencerse por sus ojos, partieron a toda prisa al monumento y vieron los sudarios apartados del sepulcro y que tu sagrado cuerpo no estaba en él, volviéndose a dar cuenta a los demás, de lo que admirados habían visto. Los guardias del monumento que, con el resplandor del ángel y el temblor de tierra, estaban sin sentido, volvieron en sí, y reconociendo el sepulcro vacío y sin lápida, fueron a dar cuenta a los príncipes de los sacerdotes, quienes reunieron concilio para desmentir la maravilla y acordaron ofrecer a los guardias mucho dinero con que sobornados dijesen: “que mientras dormían, vinieron sus discípulos y robaron el cuerpo del sepulcro”. Suplicámoste Redentor amabilísimo, que como aterraste a los viles gusanos de los guardias, que presumían guarnecer a una majestad infinita y poder incomparable, intimides también a todos nuestros enemigos, haciéndonos vencedores con la gracia. Amén.


DÍA NOVENO
¡Señor mío Jesucristo! Que, volviendo las Marías al lugar del monumento, compelidas de su amoroso afecto, se distinguió la Magdalena, que con mayor fervor y lágrimas entró a reconocer el sepulcro y como no viese tu adorable cuerpo, salió fuera del huerto donde estaba el sepulcro y apareciéndote sin ser conocido de ella, le dijiste ¿Mujer, porque lloras? ¿A quien buscas? Y ella juzgándote por hortelano respondió: Señor, si vos le habéis tomado, decidme donde le tenéis, que yo le traeré. Entonces, llamándole por su nombre te conoció por la voz, prorrumpiendo: ¡Maestro mío! Y arrojándose a tus pies fue a quererlos tocar, pero tu le previniste que no los tocara porque no habías subido a tu Padre, donde estabas de camino y que volviera y avisase de ello a los Apóstoles. Partiendo con esto, llena de consolación y júbilo a unirse a con las Marías y regalándolas con tus beneficios, apareciste de nuevo a todas. Poderoso Rey del Empíreo y Príncipe de las Eternidades, humildemente solicitamos que si estas mujeres, vuestras siervas, alcanzaron tan elevados favores, imprimas en nosotros la memoria vía de tu sepultura santa y maravillosa resurrección y que, considerándonos como peregrinos en la tierra, no nos dejemos deslumbrar de sus engañosos bienes, sino que sepultándonos a los bullicios y desordenes de la secular babilonia, consigamos algún día resucitar contigo glorioso. Amén.




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