NOVENA AL SEÑOR DE SANTA CATALINA
ACTO DE CONTRICIÓN
Dulce
Jesús de mi vida y querido dueño de mi alma, postrado ante vuestro sepulcro
adoro ese sagrado cuerpo, que, aunque descoyuntado y llagado por los golpes y
tirones de los verdugos, pero siempre unido a la divinidad: lo alabo con el más
encendido afecto, y espero, que, usando de tu clemencia con este ingrato
pecador, que arrepentido de ofenderte suplica le concedas el perdón de sus
culpas y le deis la calidad sobrenatural de tu divina gracia. Amén.
DÍA PRIMERO
Señor
mío Jesucristo, que después de haber expirado, estando tu Santísima Madre con
la nueva angustia de como daría honorífica sepultura a tu adorable cuerpo, vió
venir hacia el calvario una multitud de gente, que dio otro cuidado a su
lastimado corazón, recelando fuesen a hacer o acrecentar los ultrajes a tu
divina persona, lo que, observado por tu discípulo amado, la consoló diciendo:
“no temas que es José de Arimatea y Nicodemus, con otros criados suyos y todos
son amigos y siervos de vuestro hijo y mi Señor”. Siendo efectivo, pues,
Arimatea habiendo entrado a pedir a Pilatos tu divino cuerpo, para darle
honrosa sepultura, lo consiguió su piadoso afecto. ¡Oh Señor! Así como estos
hombres tuvieron la dicha de prestaros sus obsequios, así nosotros te
suplicamos nos concedas auxilios eficaces para servirte siempre guardando tu
santísima ley. Amén.
Padre
nuestro, Ave Marí y Gloria.
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Amado
Redentor del mundo, que terminando los tormentos de tu pasión, descendió tu
bienaventurada alma al seno de los Santos Padres, que llenos de alegría y de
complacencia con la compañía de su libertador, comenzaron a gozar de inefables
delicias y a disfrutar de la perdurable dicha, para donde habían sido creados,
entre tanto tu cuerpo quedando en la solitaria mansión del sepulcro, toda la
noche del viernes permaneció hasta el domingo por la mañana, y resucitando
glorioso, se cambió la tempestad de azotes y de sangre, en galas de victoria,
las blasfemias de los judíos en aplausos de los Ángeles y agradecimiento de
todas las almas, que habiendo esperado tanto tiempo, vieron llegado el día de
su rescate y libertad. Suplicámoste, Señor, que como glorificaste a los Santos
Padres, nos regocijes también a nosotros, pues somos como ellos, hijos y
hechura vuestra, formados a vuestra imagen y semejanza, destinados a la
bienaventuranza del Cielo y que libres de los males que pueden extraviarnos de
las sendas de la gracia, nos asegures el consuelo que necesitemos en este
destierro y nos libres de las pestes, rayos, temblores, necesidades, discordias
y de todo aquello que aflige en la vida humana, según nos convenga en el orden
de tu adorable providencia y principalmente rogamos por nuestra Religión Santa
y que el huerto de vuestra Iglesia mantenga siempre verde y florido, a pesar de
las borrascas de nuestro siglo y que después de unos días tranquilos y
sosegados descansemos por algún tiempo en el seno del sepulcro; y resucitando
adornados de la hermosura de la juventud y revestidos de los cuatro dotes de
gloria, cantemos vuestras alabanzas y bendigamos tus misericordias en la
Jerusalén celestial, gozando el torrente de delicias que inunda la santa
ciudad. Amén.
Se
reza un Padrenuestro y un Avemaría.
ORACIÓN A LA LLAGA DE LA ESPALDA DE
NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
Señor
mío Jesucristo, amantísimo Cordero de Dios, yo, pobre pecador humildemente
reverencio y adoro la Llaga que la crueldad de los azotes hizo en tu Santísima
Espalda, la que se dilató tanto con el grave peso de la cruz hasta descubrir
los huesos, por lo que fuera más dolorosa y sensible de todas las que tuviste
en todo el discurso de tu pasión; te adoro, pacientísimo Jesús mío, lleno de
dolores, te reverencio y glorifico en lo íntimo de mi corazón y te pido por esa
Santísima Llaga y por los Huesos Sacrosantos que por ella se descubrieron, me
perdones todos mis pecados, me concedas la purificación de mi alma y me
acompañes en el camino de la cruz, en los trabajos que me mandes en esta vida,
para que siguiendo tus pasos muera en tu gracia y te goce por toda la eternidad
en tu gloria. Amén.
DÍA SEGUNDO
¡Señor
mío Jesucristo! Que habiendo salido Arimatea con el permiso de Pilatos para
bajarte de la cruz y dar sepultura a tu cuerpo, llamó a Nicodemus que también era
justo y con valeroso esfuerzo resolvieron darte sepultura, para cuyo fin
Arimatea previno la Sábana en que envolverte y Nicodemus compró cien libras de
los aromas con que los judíos acostumbraban ungir a los difuntos de la mayor
nobleza: con esta provisión y de otros instrumentos, caminaron al calvario
acompañados de sus criados y de otras personas pías. Suplicámoste Señor, que,
imitando la piedad y virtudes de estos santos varones, usemos la vida temporal únicamente
para serviros, para gozarte en la vida eterna. Amén.
DÍA TERCERO
¡Señor
mío Jesucristo! Que teniendo Arimatea un sepulcro nuevo, en el que nadie se había
depositado, con generoso ánimo determinó que tu Santísimo Cuerpo fuese llevado
a él. ¡Oh Señor! Que, aunque sea para recibir tan infinito tesoro, no es
bastante digno el palacio más brillante de rubíes, ni la luz admirable de los
cielos, quisiste, no obstante, admitir el monumento, que el amor de este hombre
os previno. Suplicámoste Señor, que, así como él, te tributemos nosotros el
afecto más tierno y amoroso de todo cuanto valgamos. Amén.
DÍA CUARTO
¡Señor
mío Jesucristo! Que después de bajado tu cuerpo y ungido con los aromas, fue
puesto en el féretro levantado para llevarlo al sepulcro, San José de Arimatea,
Nicodemo y el Centurión, que, con devoción y afecto, te condujeron, seguidos de
tu Santísima Madre, Santa María Magdalena y otras piadosas mujeres, hasta
llegar al lugar de tu sepultura, donde dejaron el regalado bien de su corazón. Suplicámoste
Señor, que, así como los que te sepultaron, seamos siempre piadosos y
obedientes a tu santo servicio. Amén.
DÍA QUINTO
¡Señor
mío Jesucristo! Que estando ya sepultado tu divino cuerpo, antes de cubrirle
con la lápida, le adoraron todos los que habían venido al Calvario, movidos de
luz divina, después de la lanzada y que acompañaron tu lastimoso entierro,
tuvieron la dicha de verte conducir y ponerte en el sepulcro donde pusieron la
lápida, quedando así cerrado el monumento, volviéndose toda, como lo hizo tu
bendita Madre, que regresando para la casa del cenáculo iba viendo con dolor
las calles de Jerusalén, regadas con tu inocente sangre. Suplicámoste Señor, que,
así como estas personas te acompañaron, lo hagamos nosotros sin apartarnos de
tu santa gracia. Amén.
DÍA SEXTO
¡Señor
mío Jesucristo! Que impulsados del amor salieron las Marías el sábado por la
tarde de la casa del cenáculo a la ciudad, acompañadas de otras santas mujeres
a comprar ungüentos aromáticos, para madrugar al día siguiente a adorar y ungir
de nuevo tu sagrado cuerpo. Con este devoto intento, se encaminaron el domingo
muy de mañana al lugar del monumento y habiendo venido de noche, cuando
llegaron al sepulcro, ya había salido el sol, porque ese día se anticipó tres
horas por la oscuridad de tu muerte. Suplicámoste Señor, que, imitando
continuamente el amor de estas santas mujeres, nos conservemos en tu gracia hasta
la muerte. Amén.
DÍA SÉPTIMO
¡Señor
mío Jesucristo! Que aconteciendo un gran temblor o terremoto muy espantoso y al
mismo tiempo un ángel abrió el sepulcro y arrojó la losa que le cubría y
cerraba la puerta, con cuyo estrépito, cayeron en tierra desmayados los
guardias, que el día anterior había puesto Pilatos a petición de los judíos,
quedando como muertos. Las Marías entraron al monumento, no viéndote en él, por
haber resucitado antes de dicho terremoto y observando que el ángel estaba
sentado sobe la piedra, con un refulgente rostro les dijo: “No temáis, que se que
buscáis a Jesús Nazareno, no está aquí, pues ya ha resucitado”. Luego vieron a
otros dos sentados a los lados del sepulcro que entre otras cosas les dijeron: “Id
luego y dad noticia a los discípulos y a Pedro, que vayan a Galilea, donde le
verán” ¡Oh Señor! Que buscándote estas santa mujeres sepultado, merecieron la
dicha de que los paraninfos del cielo, te anuncian resucitado. Por estos
misterios sacrosantos, rendidamente pedimos, nos concedas auxilios abundantes,
para que siendo fieles en servirte y visitando tu sepulcro, te encontremos
resucitado, participando de tu gloria. Amén.
DÍA OCTAVO
¡Señor
mío Jesucristo! Que habiendo contado las María a los Apóstoles lo que habían
visto, San Pedro y San Juan, deseando convencerse por sus ojos, partieron a
toda prisa al monumento y vieron los sudarios apartados del sepulcro y que tu
sagrado cuerpo no estaba en él, volviéndose a dar cuenta a los demás, de lo que
admirados habían visto. Los guardias del monumento que, con el resplandor del
ángel y el temblor de tierra, estaban sin sentido, volvieron en sí, y
reconociendo el sepulcro vacío y sin lápida, fueron a dar cuenta a los
príncipes de los sacerdotes, quienes reunieron concilio para desmentir la
maravilla y acordaron ofrecer a los guardias mucho dinero con que sobornados
dijesen: “que mientras dormían, vinieron sus discípulos y robaron el cuerpo del
sepulcro”. Suplicámoste Redentor amabilísimo, que como aterraste a los viles
gusanos de los guardias, que presumían guarnecer a una majestad infinita y
poder incomparable, intimides también a todos nuestros enemigos, haciéndonos
vencedores con la gracia. Amén.
DÍA NOVENO
¡Señor
mío Jesucristo! Que, volviendo las Marías al lugar del monumento, compelidas de
su amoroso afecto, se distinguió la Magdalena, que con mayor fervor y lágrimas
entró a reconocer el sepulcro y como no viese tu adorable cuerpo, salió fuera
del huerto donde estaba el sepulcro y apareciéndote sin ser conocido de ella,
le dijiste ¿Mujer, porque lloras? ¿A quien buscas? Y ella juzgándote por
hortelano respondió: Señor, si vos le habéis tomado, decidme donde le tenéis,
que yo le traeré. Entonces, llamándole por su nombre te conoció por la voz,
prorrumpiendo: ¡Maestro mío! Y arrojándose a tus pies fue a quererlos tocar,
pero tu le previniste que no los tocara porque no habías subido a tu Padre,
donde estabas de camino y que volviera y avisase de ello a los Apóstoles. Partiendo
con esto, llena de consolación y júbilo a unirse a con las Marías y regalándolas
con tus beneficios, apareciste de nuevo a todas. Poderoso Rey del Empíreo y
Príncipe de las Eternidades, humildemente solicitamos que si estas mujeres,
vuestras siervas, alcanzaron tan elevados favores, imprimas en nosotros la
memoria vía de tu sepultura santa y maravillosa resurrección y que, considerándonos
como peregrinos en la tierra, no nos dejemos deslumbrar de sus engañosos
bienes, sino que sepultándonos a los bullicios y desordenes de la secular babilonia,
consigamos algún día resucitar contigo glorioso. Amén.
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