NOVENA EFICASÍSIMA DEL ACORDAOS
A
NUESTRA SEÑORA DEL SAGRADO CORAZÓN
Traducida de la décima cuarta edición
francesa por el Rev. P. Vicente Casas, Misionero del Sagrado Corazón
Barcelona, 1892
MODO DE HACER ESTA NOVENA
Postrados
de rodillas ante la imagen de Nuestra Señora del Sagrado Corazón y hecha la
señal de la cruz, se dice primeramente el Acto de Contrición. Después se rezará la siguiente:
ORACIÓN
Dios
omnipotente, ante cuya soberana presencia dedicamos a María esta Novena bajo el
excelso título de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, derramad sobre nuestras
almas vuestras más abundantes misericordias, y abrasadlas en el fuego santo de
la caridad, para que nuestra devoción a la Purísima Madre del Verbo hecho
carne, al paso que redunde en obsequio de Aquella que es todopoderosa en sus
súplicas al Corazón de Jesús, y fomente en los de los fieles el más tierno amor
hacia la Reina de los cielos, nos alcance su maternal protección, y sea
poderoso auxilio que nos conserve en el camino del bien en esta vida, fuerte
escudo que nos defienda de los ataques de los enemigos de nuestra salvación y
segura esperanza de la gloria que nos está prometida. Amén.
DÍA PRIMERO
Aquí
nos tenéis postrados ante Vos, ¡oh Nuestra Señora del Sagrado Corazón! y bien
sabéis el motivo que nos hace dar hoy principio á esta Novena de preces. Somos
flacos y venimos extenuados de fatiga a haceros presente el enorme peso de
nuestras penas, la dificultad de nuestras empresas, la gravedad de nuestras
luchas. Vos sois poderosa y ¡oh María! y podéis venir en nuestra ayuda. Sí, lo
confesamos, ¡oh Nuestra Señora del Sagrado Corazón! Grande fue el poder de
Josué cuando detuvo al sol, maravilloso el de Moisés cuando hizo salir agua de
la roca, sorprendente el de Elías haciéndose obedecer de los elementos; pero
mayor aún, más admirable y más sublime es el poder que os ha concedido a Vos el
Corazón sagrado de vuestro Hijo, Jesús. Más noble que el de los profetas, más
duradero que el de los reyes, más sublime que el de los ángeles, más ilimitado
que el de todos los espíritus celestiales, vuestro poder se extiende sobre todo
el mundo; una sola súplica salida de vuestros benditos labios, una sola mirada
vuestra adquiere sobre el Corazón de vuestro divino Hijo una influencia
inenarrable. A la voz de su Madre
Inmaculada, nuestro Soberano Juez detiene los rayos vengadores, prontos para
castigar nuestros crímenes; cierra el abismo de los infiernos, abierto bajo
nuestros pies; nos abre las puertas del cielo; hace bajar sobre nosotros
gracias saludables, y nos alcanza todos los medios necesarios para llegar a la
patria bienaventurada de los elegidos. He
aquí lo que me mueve ¡oh Nuestra Señora del Sagrado Corazón! a acudir a Vos. El
solo pensamiento de que podéis hacerme bien, me consuela y me fortalece. Tengo
motivos para esperarlo todo de una madre que es al mismo tiempo tan poderosa y
tan buena.
ACORDAOS
Acordaos,
¡oh Nuestra Señora del Sagrado Corazón! del inefable poder que vuestro Hijo
divino os ha dado sobre su Corazón adorable. Llenos de confianza en vuestros
merecimientos, acudimos a implorar vuestra protección. ¡Oh celeste Tesorera del
Corazón de Jesús de ese Corazón que es el manantial inagotable de todas las
gracias, y el que podéis abrir a vuestro gusto para derramar sobre los hombres
todos los tesoros de amor y de misericordia, de luz y de salvación que
encierra! Concedednos, os lo suplicamos, los favores que solicitamos (expóngase
aquí la gracia que se desea). No, no podemos recibir de Vos desaire
alguno, y puesto que sois nuestra Madre, ¡oh Nuestra Señora del Sagrado
Corazón! Acoged favorablemente nuestros humildes ruegos y dignaos atenderlos.
Así sea.
DÍA SEGUNDO
¡Oh
María! para alcanzar una gracia nos valen poco nuestros méritos, porque son
débiles, escasos y con frecuencia ¡ay! están envueltos en nuestras faltas
cotidianas. Es, pues, necesario que elijamos una Abogada que pueda interceder
por nosotros delante de Nuestro Señor Jesucristo. Esta Abogada sois Vos, ¡oh
Nuestra Señora del Sagrado Corazón! Hijos de Eva, desterrados, desgraciados,
elevamos nuestros clamores hacia Vos. Suspiramos
á Vos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas. Oh Abogada nuestra,
vuelve a nosotros esos tus ojos llenos de misericordia. Vos sola tenéis más méritos que todos los
Santos juntos; vuestro amor por nosotros es inmenso; vuestra súplica es todo¬
poderosa; vuestra petición sin repulsa. Ánimo,
pues, ¡oh alma mía! La gracia que solicitas es preciosa, pero más preciosa es
todavía la protección que te concede María. Échate en sus maternales brazos, y
dile: «¡Oh Madre mía, dignaos venir en nuestra ayuda!» A nadie veo más digno
que á Vos de hablar al Corazón de Jesús. No conozco misericordia superior a la
vuestra, después de la de Jesús, para que se encargue de nuestros intereses y
haga triunfar nuestra causa. Imploramos, pues, vuestra generosa asistencia ¡oh
nuestra muy amada Soberana! Echad un
velo sobre nuestras indignidades; cubridnos, os lo suplicamos, con el manto de
vuestras virtudes; vestidnos con vuestros innumerables merecimientos. Os lo pedimos en nombre del amor ardiente que
habéis profesado siempre a vuestro divino Hijo, en nombre de la devoción sin
límites que continuamente le habéis manifestado y sobre todo en nombre de la
mucha parte que habéis tenido en las congojas y crueles amarguras de su
Corazón.
DÍA TERCERO
¡Qué
reino es nuestro corazón! La naturaleza y la gracia le cercan a su vez; el espíritu
del bien y el espíritu del mal se le disputan a porfía, pero nosotros somos únicos
dueños de darle a quien nos plazca... Sin embargo, infinitamente más apetecible
es el Corazón de Jesús, ese vasto reino en donde habita el amor divino con sus
infinitas misericordias. En Él se encuentran la justicia y la paz, las riquezas
de la eternidad en El abundan, en Él florecen todas las virtudes, en Él se
encuentran el cielo y la tierra, en Él se dan el ósculo de paz Dios y el
hombre, y María es la única que pue¬ de introducirnos en ese asilo de la verdadera
dicha. Vos tenéis siempre un libre acceso a Él. ¡Oh Nuestra Señora del Sagrado
Corazón! Vos podéis alcanzar de El la entrada en Él para los que vuestro amor
protege. ¡Oh Madre muy amada! acordaos de que somos vuestros hijos; que estamos
bajo vuestra protección, que queremos permanecer con Vos en ese reino del
eterno amor; y vednos hoy humildemente prosternados a vuestros pies, ¡para
pediros una nueva prueba de vuestra maternal y augusta liberalidad! ¡Oh celeste
Tesorera del Corazón de Jesús! Vos sois rica y nosotros somos pobres; Vos todo
lo tenéis y nosotros no tenemos nada. Viéndonos prosternados ante Vos,
¿permaneceréis insensible a nuestros gemidos? ¿Será inútil que permanezcamos
cerca de Vos y que llamemos a la puerta del Corazón de vuestro divino Hijo?
¿Por ventura no sois Vos la Madre de Misericordia? No tengáis a menos el socorrer a hijos que
gimen bajo el peso de tantas tribulaciones; el librarlos de tantos males como
los afligen, y el apartar de ellos los ataques de su infernal enemigo. ¡Oh
Nuestra Señora del Sagrado Corazón! Que vuestro virginal manto cubra siempre a
vuestros hijos, guardadlos, son vuestros para siempre.
DÍA CUARTO
¡Oh
celeste Tesorera del Corazón de Jesús, de ese Corazón que es el manantial
inagotable de todas las gracias y el que podéis abrir a vuestro gusto! Cada día, ¡oh Nuestra Señora del Sagrado
Corazón! torrentes de gracias se derraman por vuestras manos en todo el mundo. Gracias
de conversiones, de perseverancia, de martirio, de Apostolado, de resistencia a
las tentaciones, de generosidad en el servicio de Dios. Gracias de oración, de virtudes, de consuelos,
de socorros, de arrepentimiento, de fervor. Gracias para cada instante de la vida, para
cada circunstancia dichosa o desgraciada, para cada dificultad... y todas estas
gracias espirituales o temporales salen juntas del Corazón de Jesús, del
Corazón de vuestro divino Hijo. Muchos
siglos a que esta fuente perenne no cesa de manar esas maravillosas aguas que
refrescan y apagan la sed de las almas, que fortalecen toda flaqueza, curan
toda languidez, quitan el gusto de los falsos placeres de aquí bajo y dan la
sed de los verdaderos bienes del cielo. Hasta el fin de los siglos esta fuente
que nadie puede agotar, y que parece hacerse cada día más caudalosa, derramará
por todas partes con profusión las riquezas de la vida... Los fieles oirán
siempre a Jesús que les dice mostrándoles su corazón: Si alguno tiene sed que
venga a mí y beba. Mas, ¿dónde está el acueducto admirable que pone a las almas
sedientas en comunicación con esta fuente de delicias? ¿Qué mano ha recibido la
dulce misión de dirigir esas aguas bienhechoras, y velar con preferencia para
que las tierras más incultas, las almas más atribuladas, los corazones más
enfermos las reciban y encuentren la paz? Sois Vos, oh Nuestra Señora del
Sagrado Corazón, la que podéis abrirá vuestro gusto el Corazón de Jesús;
dispensar sus gracias y colmar a vuestros hijos de sus más preciosos favores. ¡Cómo
me alienta y regocija este pensamiento!
DÍA QUINTO
Amaros
¡oh Dios mío! y ser amado de Vos, tal es en verdad la única cosa necesaria;
amaros ¡oh Dios mío! es daros, con alegría, enteramente y para siempre, todo lo
que somos y cuanto poseemos, nuestro cuerpo, nuestra alma, nuestra voluntad,
nuestro porvenir. Ser amado de Vos, es ser prevenido por vuestras gracias; ser
enriquecido con vuestros beneficios; ser llamado a vuestra eterna herencia; ser
consumado en la unión con Vos, y ser transformado en Vos para no formar más que
un solo corazón. Superando todos los obstáculos, traspasando todos los límites,
sustrayéndose a toda medida, esos dos amores más fuertes que la muerte, han
llenado el mundo de los más estupendos prodigios. El amor que nos tenéis ha
inventado el pesebre, la cruz, el altar. El amor que nos inspiráis ha inventado la
virginidad, el apostolado, el martirio. Los dos han llegado ya hasta los
últimos sacrificios; ambos prosiguen, no obstante, su generosa lucha, siendo la
admiración de los hombres y de los ángeles. Por nueva prueba de vuestra infinita caridad
¡oh Jesús! nos mostráis ahora mejor que nunca vuestro Corazón con todos los
tesoros de amor que encierra, pero queréis transmitírnoslos por las manos de
María. Vos sois, pues, oh Nuestra Señora del Sagrado Corazón, la que nos
comunicaréis este brillante testimonio de las bondades divinas. En vuestras manos
iremos también nosotros á depositar nuestro corazón para que le ofrezcáis de
parte nuestra a vuestro divino Hijo. Mas,
para que alcance la gracia de amar a Dios un pecador como yo, necesita, sobre
todo, los tesoros de la divina Misericordia. Tengo grandes deudas que pagar, mis faltas son
muchas, estoy medio muerto en el camino de la vida, desnudo de méritos,
debilitado por el mal, soy con frecuencia ¡ay! víctima del demonio. Ante todo,
¡oh Madre mía! alcanzadme Ja clemencia del Corazón de Jesús y derramad sobre
las llagas de mi alma el bálsamo que Él os ofrezca. ¡Ay! me ha perdonado ya tantas veces, de
suerte que el temor y la vergüenza me impiden el que le pida un nuevo perdón.
Vos disponéis de ese Corazón en el que se encierran los tesoros de la
misericordia; espero por vuestra intercesión alcanzar para mí y para los
pecadores, por quienes me intereso, la gracia de una sincera y duradera
conversión.
DÍA SEXTO
El
camino del cielo es estrecho, está cubierto de abrojos y de espinas, sembrado
de rocas, rodeado de precipicios sin fondo, infestado de ladrones que detienen
y despojan a las almas. Es difícil conocerle, y costoso el subir por él. ¡Desgraciado del que le emprende solo, sin
defensa, en medio de las tinieblas del pecado! ¡Desgraciado del que por hacer
esta gloriosa, pero difícil peregrinación, no se provee de un buen guía, de una
luz segura, de un arma poderosa! Camina indefectiblemente a su perdición, y es
incapaz de arrebatar el reino de los cielos. Para evitar tal desventura, ¡oh mi muy amada
Soberana! yo busco y encuentro en Vos todos los medios que me son necesarios;
la luz os rodea como un vestido, el Sagrado Corazón de Jesús es el resplandeciente
foco de esa luz, y a vuestro maternal poder pertenecer hacer llegar hasta
nosotros sus más suaves rayos. Iluminadnos, ¡oh María! dadnos a conocer el
camino que debemos seguir, las súplicas que debemos hacer, los peligros que
debemos evitar. Haced que conozcamos nuestras miserias para que las lloremos;
las grandezas de Dios para que las adoremos; las bondades del Corazón de Jesús
para que las amemos; vuestra solicitud tan llena de ternura para con nosotros,
para excitarnos a una justa y perseverante confianza. No os contentéis, ¡oh
Nuestra Señora del Sagrado Corazón! con mostrarnos el camino; sed también
nuestra guía, Jesús irá con Vos; en su Corazón, que Vos nos tendréis siempre
abierto, encontraremos armas para pelear victoriosamente contra los más crueles
enemigos de nuestra salvación. Nuestra
salvación, ¡oh Madre mía! Cuando pienso que podéis alcanzar para mí y para
todos los que me son caros, esta gracia de gracias, olvido todas las demás. En
efecto, ¿de qué nos servirían la ciencia, la salud, el feliz éxito en nuestras
empresas, el término de nuestras pruebas y hasta los mismos consuelos de la
piedad, si no hemos de morir por fin con la muerte de los justos, y si nuestros
últimos instantes no habían de ser semejantes a los de los Santos?
DÍA SÉPTIMO
Aunque
fuese yo el único que os dirigiese mi súplica, ¡oh Nuestra Señora del Sagrado
Corazón! la vista de mi fragilidad, de mis faltas, de mis ingratitudes, no
sería suficiente para destruir la filial confianza que tengo en Vos. Cerraría
los ojos sobre mi indignidad, y el clamor de mi alma llegaría hasta los pies de
vuestro trono. Mas estoy muy lejos de
encontrarme solo suplicándoos. Dichoso miembro de esta piadosa y amada
Asociación que os invoca bajo el hermoso título de Nuestra Señora del Sagrado
Corazón, tengo millones de hermanos y hermanas que ruegan conmigo y por mí.
Militan en este nuevo ejército de cristianos, consagrados a vuestra gloria,
muchos y santos obispos, llevando a su cabeza al Pontífice supremo; legiones de
misioneros y de sacerdotes, numerosos coros de vírgenes, Congregaciones enteras
de religiosos, una multitud de fieles de todas las edades y de todo mérito; y
esta grande familia, extendida por toda la superficie de la tierra, no forma
más que un solo corazón y una sola alma, todas las intenciones están unidas, y
cada uno ruega por las intenciones de todos. Os ofrezco, pues, ¡oh Nuestra
Señora! todas las oraciones de tantas almas fervorosas, y en consideración de
sus virtudes, os suplico me concedáis el favor que solicito... Si nunca
hubierais atendido a los pecadores ¡oh mi buena Madre! sería grande mi
temeridad en presentarme el primero hay sin embargo algo que me movería a
hacerlo sin temor!... Pero más fácil sería contar las arenas de una playa que
calcular el número de pecadores favorecidos con vuestra protección y atendidos
en sus ruegos, ¿Y por ventura no vemos, ¡oh Nuestra Señora del Sagrado Corazón!
la prontitud con que nos colmáis de bienes en vuestra amada Asociación? ¡Cuántos miles de acciones de gracias suben
diariamente hacia Vos de entre nuestros hermanos! ¡Cuántas curaciones
consideradas imposibles! ¡Cuántas conversiones notables que parecían
desesperadas!... ¡Cuántas pruebas auténticas de estas maravillas en vuestra
insigne Basílica de Issoudun! ¡Cuántos exvotos, cuántas inscripciones sobre el
mármol publican vuestros favores! ¡Cuántas lámparas y cirios encendidos en
vuestro altar como testimonio de reconocimiento! ¿Queréis acaso, ¡oh María! que
sea yo el único que os invoque en vano? ¿No queréis, antes bien, obligarme a
daros gracias y darme a conocer una vez más que sois verdaderamente Nuestra
Señora del Sagrado Corazón?
DÍA OCTAVO
Es
muy poderosa María sobre el Corazón de su divino Hijo para que no pueda alcanzarme
la gracia que le pido. Oigo exclamar a uno de sus devotos siervos: Roguémosla,
pues, con san Bernardo, que hable por nosotros al Corazón de su Hijo; Loquatur
ad Cor Domini nostri Iesu Christi. «Sí,
ciertamente, ¡oh María! a Vos toca hablar a ese Corazón, á Vos que tenéis en Él
un freí corresponsal, quiero decir, el amor filial que se adelantará a recibir
el amor materno y prevendrá sus deseos.» ¿Podréis Vos temer recibir desaire
alguno cuando habláis al Salvador? Su amor intercede en favor nuestro, su misma
naturaleza le solicita por nosotros; se accede fácilmente a los ruegos cuando
se está ya vencido por el amor. «Por esta razón, María habla siempre con
eficacia, porque habla a un Corazón ya ganado enteramente, porque habla a un
Corazón de Hijo…» «Interceded por nosotros, ¡oh Bienaventurada María! Vos
tenéis en vuestras manos, si me atrevo a decirlo, la llave de las bendiciones
divinas. Vuestro Hijo es esta misteriosa llave con la que se abren los te¬
soros del Padre eterno.» No, no puedo recibir desaire... porque el negocio por
el que acudo a Vos es importante, difícil, desesperado, no tiene otro recurso
sino vuestro poder, ¡oh María! ¡oh mi soberana! Os lo suplico por lo que más
améis, alcanzadme la gracia que solicito del Corazón de Jesús.
DÍA NOVENO
Me
postro a vuestros pies, ¡oh Nuestra Señora del Sagrado Corazón! para dar fin a
mi novena de preces, y siento la necesidad de daros las gracias aun antes de conocer
el resultado de mis súplicas. La paz que experimento, la esperanza que va
aumentando en mi alma, el amor más ardiente que por Vos siente mi corazón, me
hacen creer con razón que no he solicitado en vano vuestro auxilio. Habéis
querido darme una nueva prueba de vuestro amor; seáis por ello mil veces
bendita, ¡oh la mejor de todas las Madres! ¡oh la más poderosa de todas las
reinas! Si, como lo espero, mi súplica
es hoy atendida, nada será capaz de detener el transporte de mi reconocimiento
y el sentimiento de un vivo gozo; publicaré vuestras alabanzas y diré muy alto
que el medio más seguro para alcanzar la gracia es dirigirse a Nuestra Señora
del Sagrado Corazón, y que es preciso acudir con toda confianza a ese trono de
la eterna misericordia. Si el favor que imploro es diferido por algún tiempo,
le esperaré con paciencia, sin cesar de pedírosle; lejos de desalentarme,
renovaré cada día con más ardor mis súplicas, porque espero siempre en vuestra
bondad y porque Vos sabéis mejor que yo la hora y el momento en que me será más
útil recibir el objeto de mis deseos. En fin, lo que Dios no permita, la gracia
que pido me fuese cambiada con alguna terrible prueba o con algún sacrificio no
esperado, entonces, sobre todo, ¡oh Nuestra Señora del Sagrado Corazón! tendría
yo más necesidad de vuestra ayuda, para que renovarais en mí el espíritu de fe
y de resignación cristiana, y me hicierais comprender que este misterioso
proceder de la Providencia se dirige a un bien mayor. ¡Oh mi celestial Protectora! he obrado con Vos
como un niño con su muy amada madre; os he dado a conocer mis padecimientos y
mis temores, mis penas, mis tentaciones, mi fragilidad, mis riesgos; me echo en
vuestros brazos, me entrego á Vos: sé muy bien que no me dejaréis perecer... ¡Oh Nuestra Señora del Sagrado Corazón! Os
suplico de nuevo oigáis mi plegaria y me concedáis todas las gracias que he
solicitado durante esta novena: extended vuestra protección sobre mí y sobre
todas las personas que tantas veces os he recomendado; alcanzadnos del Corazón
de Jesús la dicha de amarle aquí en la tierra y de reinar con El en el cielo.
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