OBSEQUIO PARA EL DÍA 22 DE CADA MES EN HONOR DE LA BIENAVENTURADA SANTA RITA DE CASIA
Dispuesto por el Br. D. José Manuel Sartorio, Presbítero de este
Arzobispado de México.
México: 1840. En la oficina de Luis Abadiano y Valdés. Calle de las Escalerillas Núm. 13.
ACTO DE CONTRICIÓN
¡Gran Dios, todo bueno en vos mismo, y todo bueno para mí! Verdaderamente debiera ser un imposible dejar de amaros, y mucho más el ofenderos, cuando por vuestras perfecciones y vuestros beneficios sois amable infinitamente. No obstante, es punto de hecho. A pesar de vuestra bondad, yo he dejado de amaros, y a despecho de cuantos bienes os he debido, he tenido mil ocasiones la osadía de ofenderos. ¡Ay!, lo conozco, y humildemente lo confieso, pidiéndoos perdón de mi injurioso atrevimiento y de mi ingratitud. Vos sois muy bueno y bienhechor, y no despreciareis un corazón contrito, que detesta sus culpas, y ayudado de vuestra gracia, os da, para lo porvenir, una palabra firme de estar pronto a morir, antes que volver a pecar.
Tres Ave Marías en memoria de las tres disciplinas que hacía la Santa todos los días, y de las tres cuaresmas que ayunaba cada año.
ORACIÓN
¡Oh Dios verdaderamente admirable! ¿Quién no alabará a vista de Rita las maravillas de tu poder? Su concepción de estériles y ancianos padres: su nacimiento sin dolor de quien la dio a luz; su niñez prevenida con bendiciones de dulzura; su estado conyugal santificado con una invicta mansedumbre, y una inalterable paciencia; y todas las virtudes propias de aquella mujer fuerte recomendada por Salomón. Su entrada al monasterio enteramente milagrosa; su religiosa vida empleada en la observancia de sus santas obligaciones, resplandeciente con todo género de virtudes heroicas, distinguida con singularísimas gracias, coronada con una muerte la más preciosa y la más dulce, seguida en fin de los más ruidosos prodigios obrados para dar testimonio de su mérito y santidad: todo, Señor, todo anuncia tu gloria, y todo excita nuestros ánimos a ensalzar tu nombre y a dar gracias a tu bondad. Sí, Dios grande y maravilloso, yo te alabo y bendigo, y con toda aquella ternura de que es capaz mi corazón, te doy rendidas gracias por todos los favores, de que colmaste la vida, y con que ilustraste la muerte de esta tu muy querida esposa: pidiéndote por su intercesión el que te dignes de concederme en el discurso de mi vida, cuanto es menester para que ella te sea agradable, y en la hora crítica de mi muerte, cuanto es necesario, a fin de que ella sea preciosa ante tu divino acatamiento.
Se rezarán veinte y dos Ave Marías, y luego esta:
ORACIÓN
¡Oh amada Esposa de Jesús, dulcísima abogada mía Santa Rita de Casia! Déjame, te ruego, transportar por un instante a alabar esa espina que atravesó tu feliz frente. El dolor que produjo en tu alma la consideración de los que tu esposo divino padeció en su augusta cabeza con la corona de cambrones te hizo desear el ser partícipe de sus penas. El, pues, condescendiendo con tus suspiros, hace un arco de su misma corona, y flecha de una de sus espinas, y disparándola con fuerte impulso, te la deja fija en la frente: te causa un dolor ingentísimo: te abre una llaga muy dolorosa, y te pone en ella para el resto todo de tu vida un seminario de paciencia. ¡Oh espina más preciosa que los rayos del sol! ¡Oh llaga más amable que las púrpuras de los emperadores! ¡Oh frente más dichosa que las coronadas con diamantes y con rubíes! ¡Qué bien brillas Rita gloriosa con esa espina que te distingue y te señala como a esposa muy escogida y muy privilegiada del Rey coronado de espinas! Yo te doy los plácemes de este tan singular favor, y te pido por él, me impetres de tu mismo esposo, el que clave en mi corazón una espina de compasión hacia tus dolores, otra espina de dolor por mis culpas, otra espina de temor por sus juicios, para que penetrado profundamente de estas espinas, viva de modo en este mundo, que ella se me cambien en rosas de inmortalidad y de gloria en la dichosa eternidad. Amén.
Una salve por las Almas del Purgatorio.
El Exmo. E Ilmo. Sr. arzobispo de México, por su decreto de 21 de mayo de 1796 concede ochenta días de indulgencia para cada día de los que se practique esta devoción, rogando a Dios por la exaltación de nuestra santa fe católica, paz y concordia entre los príncipes cristianos, extirpación de las herejías y demás necesidades de la santa Iglesia.
Colaboración
de Carlos Villaman
No hay comentarios:
Publicar un comentario