EL HIMO DE SAN CASIMIRO, REY
DE POLONIA A LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA
Integro, traducido al castellano, imitando
el ritmo original
Gabino Chávez, Pbro.
Con Licencia Eclesiástica
Puebla de los Ángeles. 1894
PRIMERA PARTE
Cada día, lengua mía,
Di a la bendita María
De alabanza cánticos;
Sus virtudes admirables
Y sus fiestas saludables
Guarda devotísima.
Siempre atenta mira,
Siempre contempla y admira
Su excelencia altísima.
Llama feliz y dichosa
A la Madre generosa
A la Virgen cándida
Dale culto señalado
Que del peso del pecado
Te liberte próvida;
Llámala y con ella cuenta,
Que no te hunda la tormenta
De tus muchos crímenes.
De sus manos virginales
Muchos dones celestiales
Al mortal proviénenle,
Y esta Reina peregrina
Nuestros ojos, ilumina
Con su dulce gracia.
Lengua mía, pues te encanta,
Los trofeos nobles, canta
De esta Reina angélica,
Que en bendición ha trocado
El decreto pronunciado
Contra Eva la mísera.
Con amor y afán profundo,
Canta á la Reina del mundo
Mil himnos dulcísimos;
Siempre predica y pregona
Los bienes que ella nos dona,
Siempre lengua ensálzalos.
Todos mis cinco sentidos
Seánle muy agradecidos
Y cuenten sus glorias;
Y que nunca sea olvidada
De la Bienaventurada
Virgen la memoria.
No hay ninguno, ciertamente
De lengua tan elocuente,
De tanta retórica,
Que sepa a Virgen tan casta,
Alabarla cuanto basta
Con pomposas sílabas:
Que es henchirse de alegría
¡El alabar a María,
Es latir de júbilo,
Y por más que quiera y pueda,
No hay miedo que uno se exceda
En su panegírico.
Mas siempre decir debemos
De ella cuanto bien podemos,
Para ejemplo público;
Por lo cual, en cierto modo
Debe uno entregarse todo
A obra tan magnífica.
Y así, pues, aunque es sabido
Que hasta María no ha subido
El humano ingenio,
También se mira y se toca
Que quien la ensalza y la invoca
Tiene premio altísimo.
¡Es su vida tan preciosa,
Tan santa y tan fervorosa,
Mas que humana, célica,
¡Que aniquila las ficciones,
Argumentos y objeciones
De la gente herética.
Sus virtudes son primores
¡Que cual bellísimas flores
Ornan a la Iglesia,
Y respiran sus acciones,
Sus santas conversaciones,
Perfume suavísimo.
De Eva el infausto pecado
La puerta habíamos cerrado
Del Edén purísimo;
Mas la obediencia admirable
De María, su fe inefable
De par en par ábrenosla.
Por nuestra primera madre
Oyó nuestro primer padre
Sentencia durísima;
Mas el hombre, por María
Recobró la recta vía
Que lleva a la Patria.
Por esto amarla es debido,
Y darle culto rendido
Público y espléndido,
Y por siempre venerarla,
Y ensalzarla, y aclamarla
Con pecho gratísimo.
Ella misma nos conceda
Que por no cumplirse pueda
Lo que su Hijo mándanos;
Para que, cuando esta vida
En su amor sea fenecida,
Veamos el Empíreo.
SEGUNDA PARTE
Pues bendita de Dios eres,
Oh entre todas las mujeres
¡Virgen benditísima!
A quien vemos escogida,
Y por Dios engrandecida
Con gracia deífica.
Vuelve tu o ido clemente,
A quien miras reverente
Y fiel alabándote:
De culpas limpia nuestra alma,
Y puestos en quieta calma,
Benigna socórrenos.
Vara de Jesé sagrada,
De la mente atribulada
Saludable bálsamo:
Del universo hermosura,
Luz de la celeste altura,
Del Eterno, tálamo.
De la vida, recta norma,
Y de las virtudes forma,
Plenitud de gracia;
Del Dios Trino y Uno, Templo,
De toda virtud ejemplo,
De justicia espéculo.
Salve Virgen y consuelo
Por quien las puertas del cielo
Se abren a los míseros;
Seducirte ni doblarte
No pudo á ti todo el arte
De la sierpe antigua.
Tu eres Niña generosa,
De David la hija graciosa,
Noble y regio vástago:
Tu eres del Rey la escogida,
A quien está sometida
La creación vastísima.
Tu eres la perla preciosa,
La recién abierta rosa,
El lirio purísimo:
Tu eres el júbilo y gozo
Del coro, que presuroso
Te sigue, de vírgenes.
Permíteme tú, oh María!
Que la lengua y mente mía,
Mis manos y labios,
Tus virtudes virginales
Y tus obras Celestiales
Veneren y aclámenlas.
Deseo me des este día,
Gran memoria, Madre mía,
Retentiva y rápida,
Porque tus hechos retengan,
Y mi voz no se detenga
En loar tus glorias.
Y aunque sucios sean mis labios
Y mudos y nada Sabios,
Siempre o Madre, Alábente,
Porque callar nunca debe
Aquel que á alabar se atreve
Tus proezas ínclitas.
Gózate, oh Virgen sagrada!
Que de ser Siempre alabada
Eres tú dignísima;
Pues los que eran reprobados.
Por ti han sido libertados
¡Oh poderosísima!
Tú que siempre limpia fuiste,
Y fecunda concebiste
A tu Hijo Unigénito.
Oh Madre dulce y sagrada,
Que cual palma levantada,
Floreces fructífera:
Con tus flores olorosas,
Nuestras almas temerosas
Recreamos plácidos,
Y con tu fruto de vida
Que a comerla nos convida
Nuestro duelo olvidase.
¡Toda, oh Reina! eres hermosa
Toda tú suave y graciosa
Y pura, sin mácula,
Haz que puros también seamos
Y que gozosos, podamos
Alabar tus méritos.
Virgen bienaventurada,
Por quien al mundo fue dada
Paz y dicha insólita,
Y por quien tan felizmente
Se abrió y nos quedó patente
El celeste pórtico.
Por ti el mundo se ve henchido
De gozo antes no sentido,
Y se ostenta espléndido;
Pues que huyeron las tinieblas,
Desluciéronse sus nieblas
Ante sol tan plácido:
Los soberbios poderosos
Hoy se ven menesterosos,
Como en tu Magníficat,
Y los más necesitados
De bienes están colmados
Según tus anuncios.
Por ti son ya los pecados
Y los vicios, desterrados
Con su gran malicia:
Por ti, las falsas doctrinas
Y las sectas peregrinas
Lejos retiráronse.
Tu ejemplo, a dejar indujo
Del mundo la pompa y lujo,
Vanidad falsísima:
Y a buscar a Dios en todo
Y a la carne en todo modo
Resistir con ánimo.
Y a la mente alzar el vuelo
Dando el suelo por el cielo
Con trueque utilísimo,
Y al cuerpo ruin combatirlo,
Y al fómite resistirlo
Con denuedo heroico.
Tú en tu vientre puro y casto
Llevaste, del mundo vasto
Al criador magnífico:
Al que su obra, deformada,
Quiso verla reparada
Con su sacrificio.
Tú intacta permaneciste
Cuando, Madre, a luz tu diste
Sin lesión ni aun mínima,
Al Señor que es Rey de Reyes,
Por quien dan los hombres leyes,
Al supremo Arbitro.
¡Bendita tú, mujer fuerte,
Que alcanzaste, de la muerte
Gloriosa Victoria!
Y a los que desesperados
Se miran y desconfiados,
La esperanza vuélveles.
¡Bendito el Rey invencible
De una Madre tan sensible
Para con los míseros!
El que de ti fue engendrado
Y ha sido a nosotros dado.
Hermano Dulcísimo.
TERCERA PARTE
Tú eres la reparadora,
La dulce consoladora
De mi triste espíritu,
De la terrible apretura
Que el pecado nos augura
Ese día redímenos.
Ruega por mí, Madre mía,
Para que, en paz y alegría,
Llegue a feliz término,
Y no vaya al fuego eterno.
Al estanque del infierno
A ser triste réprobo.
Lo que yo de ti requiero,
Lo que yo suspiro y quiero
Que seas tú mi médico:
Y a mi alma que pide tanto
Socórrela en su quebranto
Con rostro propicio.
Y pues ser casto procuro,
Haz que sea modesto y puro,
Dulce, blando y sobrio;
Que sea yo piadoso y recto,
Que sea yo circunspecto,
Nunca falso y pérfido.
Que en Santas Letras instruido
Con ellas marche aguerrido
Al combate, intrépido;
Y que sea yo timorato
Y sea mi gloria y ornato
El sacro ejercicio.
Que sea yo constante y grave
Y en el trato, afable, suave
Y sin artificio:
Que sea yo sencillo y puro,
En el consejo, maduro,
Paciente, humildísimo:
Que sea de juicio prudente,
En el hablar reverente
Y siempre verídico;
Al mal siempre aborreciendo,
Constante, al Señor sirviendo
Con piadosas prácticas.
Sé tú, oh Madre, la tutora,
La potente ayudadora
Del pueblo católico,
Danos la paz suspirada,
Porque no sea perturbada
Del siglo, nuestra ánima.
Tú del mar fulgente estrella,
Eres digna, Virgen bella
Del eterno júbilo,
Entre los astros descuellas
Y tú eclipsas las estrellas
Con tu luz vivísima:
Con tu dulce ruego alienta
Al que en deshecha tormenta
En el cielo búscate.
Virgen santa, cuanto grava
La conciencia y la deprava,
De mi pecho arráncalo:
Gózate; pues de los daños
Del demonio y sus engaños
A tus hijos líbralos,
Cuando al Verbo revestiste
Con la carne que le diste,
Al anuncio angélico.
Tú, blanca y pura azucena,
Del santo Espíritu llena
Diste a luz tu Vástago,
Y en tu seno le llevaste
Y nunca jamás ajaste
Tu pureza Cándida.
Que siempre permaneciste
; Siendo lo que siempre fuiste,
Virgen candidísima,
Y gozosa tú trataste
Vestiste y alimentaste
A tu Criador propio.
A cuyo Hijo, tú, María,
Pues eres la Madre mía,
Por siempre encomiéndame.
Para que no sea arrastrado
En naufragio desgraciado
En mundano piélago.
Hazme casto y nunca riña,
Y tú, dulce y santa niña,
Hazme siempre púdico
Contra el vicio y el pecado
Hazme baluarte cerrado
Que resista intrépido.
Que no me sea lazo y liga
El cansancio y la fatiga
Del mundo maléfico;
Que siempre mucho oscurece
Y el corazón endurece
De su esclavo sórdido.
Nunca la ira me dominé
Ni la soberbia me incline
A humillar al prójimo,
Pues así hace muchos males
Desuniendo a los mortales
Del fraterno vínculo.
Ruega tú a Dios, Madre mía,
Sea su gracia al alma mía
Remedio y antídoto,
Para que el hombre enemigo
No sobresiembre entre el trigo
Cizaña mortífera.
Danos siempre fortaleza
Pues se halla nuestra flaqueza
En lucha gravísima,
Y a los que tus glorias cuentan
Y tus santuarios frecuentan
Da la eterna gloria. Amén.
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