viernes, 22 de mayo de 2020

HIMNO DE SAN CASIMIRO A LA VIRGEN



EL HIMO DE SAN CASIMIRO, REY DE POLONIA A LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA 

Integro, traducido al castellano, imitando el ritmo original 

Gabino Chávez, Pbro.

Con Licencia Eclesiástica

Puebla de los Ángeles. 1894

 

 

PRIMERA PARTE 

Cada día, lengua mía,

Di a la bendita María

De alabanza cánticos;

Sus virtudes admirables

Y sus fiestas saludables

Guarda devotísima.

 

Siempre atenta mira,

Siempre contempla y admira

Su excelencia altísima.

Llama feliz y dichosa

A la Madre generosa

A la Virgen cándida

 

Dale culto señalado

Que del peso del pecado

Te liberte próvida;

Llámala y con ella cuenta,

Que no te hunda la tormenta

De tus muchos crímenes.

 

De sus manos virginales

Muchos dones celestiales

Al mortal proviénenle,

Y esta Reina peregrina

Nuestros ojos, ilumina

Con su dulce gracia.

 

Lengua mía, pues te encanta,

Los trofeos nobles, canta

De esta Reina angélica,

Que en bendición ha trocado

El decreto pronunciado

Contra Eva la mísera.

 

Con amor y afán profundo,

Canta á la Reina del mundo

Mil himnos dulcísimos;

Siempre predica y pregona

Los bienes que ella nos dona,

Siempre lengua ensálzalos.

 

Todos mis cinco sentidos

Seánle muy agradecidos

Y cuenten sus glorias;

Y que nunca sea olvidada

De la Bienaventurada

Virgen la memoria.

 

No hay ninguno, ciertamente

De lengua tan elocuente,

De tanta retórica,

Que sepa a Virgen tan casta,

Alabarla cuanto basta

Con pomposas sílabas:

 

Que es henchirse de alegría

¡El alabar a María,

Es latir de júbilo,

Y por más que quiera y pueda,

No hay miedo que uno se exceda

En su panegírico.

 

Mas siempre decir debemos

De ella cuanto bien podemos,

Para ejemplo público;

Por lo cual, en cierto modo

Debe uno entregarse todo

A obra tan magnífica.

 

Y así, pues, aunque es sabido

Que hasta María no ha subido

El humano ingenio,

También se mira y se toca

Que quien la ensalza y la invoca

Tiene premio altísimo.

 

¡Es su vida tan preciosa,

Tan santa y tan fervorosa,

Mas que humana, célica,

¡Que aniquila las ficciones,

Argumentos y objeciones

De la gente herética.

 

Sus virtudes son primores

¡Que cual bellísimas flores

Ornan a la Iglesia,

Y respiran sus acciones,

Sus santas conversaciones,

Perfume suavísimo.

 

De Eva el infausto pecado

La puerta habíamos cerrado

Del Edén purísimo;

Mas la obediencia admirable

De María, su fe inefable

De par en par ábrenosla.

 

Por nuestra primera madre

Oyó nuestro primer padre

Sentencia durísima;

Mas el hombre, por María

Recobró la recta vía

Que lleva a la Patria.

 

Por esto amarla es debido,

Y darle culto rendido

Público y espléndido,

Y por siempre venerarla,

Y ensalzarla, y aclamarla

Con pecho gratísimo.

 

Ella misma nos conceda

Que por no cumplirse pueda

Lo que su Hijo mándanos;

Para que, cuando esta vida

En su amor sea fenecida,

Veamos el Empíreo.

 

 

 

SEGUNDA PARTE 

Pues bendita de Dios eres,

Oh entre todas las mujeres

¡Virgen benditísima!

A quien vemos escogida,

Y por Dios engrandecida

Con gracia deífica.

 

Vuelve tu o ido clemente,

A quien miras reverente

Y fiel alabándote:

De culpas limpia nuestra alma,

Y puestos en quieta calma,

Benigna socórrenos.

 

Vara de Jesé sagrada,

De la mente atribulada

Saludable bálsamo:

Del universo hermosura,

Luz de la celeste altura,

Del Eterno, tálamo.

 

De la vida, recta norma,

Y de las virtudes forma,

Plenitud de gracia;

Del Dios Trino y Uno, Templo,

De toda virtud ejemplo,

De justicia espéculo.

 

Salve Virgen y consuelo

Por quien las puertas del cielo

Se abren a los míseros;

Seducirte ni doblarte

No pudo á ti todo el arte

De la sierpe antigua.

 

Tu eres Niña generosa,

De David la hija graciosa,

Noble y regio vástago:

Tu eres del Rey la escogida,

A quien está sometida

La creación vastísima.

 

Tu eres la perla preciosa,

La recién abierta rosa,

El lirio purísimo:

Tu eres el júbilo y gozo

Del coro, que presuroso

Te sigue, de vírgenes.

 

Permíteme tú, oh María!

Que la lengua y mente mía,

Mis manos y labios,

Tus virtudes virginales

Y tus obras Celestiales

Veneren y aclámenlas.

 

Deseo me des este día,

Gran memoria, Madre mía,

Retentiva y rápida,

Porque tus hechos retengan,

Y mi voz no se detenga

En loar tus glorias.

 

Y aunque sucios sean mis labios

Y mudos y nada Sabios,

Siempre o Madre, Alábente,

Porque callar nunca debe

Aquel que á alabar se atreve

Tus proezas ínclitas.

 

Gózate, oh Virgen sagrada!

Que de ser Siempre alabada

Eres tú dignísima;

Pues los que eran reprobados.

Por ti han sido libertados

¡Oh poderosísima!

 

Tú que siempre limpia fuiste,

Y fecunda concebiste

A tu Hijo Unigénito.

Oh Madre dulce y sagrada,

Que cual palma levantada,

Floreces fructífera:

 

Con tus flores olorosas,

Nuestras almas temerosas

Recreamos plácidos,

Y con tu fruto de vida

Que a comerla nos convida

Nuestro duelo olvidase.

 

¡Toda, oh Reina! eres hermosa

Toda tú suave y graciosa

Y pura, sin mácula,

Haz que puros también seamos

Y que gozosos, podamos

Alabar tus méritos.

 

Virgen bienaventurada,

Por quien al mundo fue dada

Paz y dicha insólita,

Y por quien tan felizmente

Se abrió y nos quedó patente

El celeste pórtico.

 

Por ti el mundo se ve henchido

De gozo antes no sentido,

Y se ostenta espléndido;

Pues que huyeron las tinieblas,

Desluciéronse sus nieblas

Ante sol tan plácido:

 

Los soberbios poderosos

Hoy se ven menesterosos,

Como en tu Magníficat,

Y los más necesitados

De bienes están colmados

Según tus anuncios.

 

Por ti son ya los pecados

Y los vicios, desterrados

Con su gran malicia:

Por ti, las falsas doctrinas

Y las sectas peregrinas

Lejos retiráronse.

 

Tu ejemplo, a dejar indujo

Del mundo la pompa y lujo,

Vanidad falsísima:

Y a buscar a Dios en todo

Y a la carne en todo modo

Resistir con ánimo.

 

Y a la mente alzar el vuelo

Dando el suelo por el cielo

Con trueque utilísimo,

Y al cuerpo ruin combatirlo,

Y al fómite resistirlo

Con denuedo heroico.

 

Tú en tu vientre puro y casto

Llevaste, del mundo vasto

Al criador magnífico:

Al que su obra, deformada,

Quiso verla reparada

Con su sacrificio.

 

Tú intacta permaneciste

Cuando, Madre, a luz tu diste

Sin lesión ni aun mínima,

Al Señor que es Rey de Reyes,

Por quien dan los hombres leyes,

Al supremo Arbitro.

 

¡Bendita tú, mujer fuerte,

Que alcanzaste, de la muerte

Gloriosa Victoria!

Y a los que desesperados

Se miran y desconfiados,

La esperanza vuélveles.

 

¡Bendito el Rey invencible

De una Madre tan sensible

Para con los míseros!

El que de ti fue engendrado

Y ha sido a nosotros dado.

Hermano Dulcísimo.

 

 

 

TERCERA PARTE 

Tú eres la reparadora,

La dulce consoladora

De mi triste espíritu,

De la terrible apretura

Que el pecado nos augura

Ese día redímenos.

 

Ruega por mí, Madre mía,

Para que, en paz y alegría,

Llegue a feliz término,

Y no vaya al fuego eterno.

Al estanque del infierno

A ser triste réprobo.

 

Lo que yo de ti requiero,

Lo que yo suspiro y quiero

Que seas tú mi médico:

Y a mi alma que pide tanto

Socórrela en su quebranto

Con rostro propicio.

 

Y pues ser casto procuro,

Haz que sea modesto y puro,

Dulce, blando y sobrio;

Que sea yo piadoso y recto,

Que sea yo circunspecto,

Nunca falso y pérfido.

 

Que en Santas Letras instruido

Con ellas marche aguerrido

Al combate, intrépido;

Y que sea yo timorato

Y sea mi gloria y ornato

El sacro ejercicio.

 

Que sea yo constante y grave

Y en el trato, afable, suave

Y sin artificio:

Que sea yo sencillo y puro,

En el consejo, maduro,

Paciente, humildísimo:

 

Que sea de juicio prudente,

En el hablar reverente

Y siempre verídico;

Al mal siempre aborreciendo,

Constante, al Señor sirviendo

Con piadosas prácticas.

 

Sé tú, oh Madre, la tutora,

La potente ayudadora

Del pueblo católico,

Danos la paz suspirada,

Porque no sea perturbada

Del siglo, nuestra ánima.

 

Tú del mar fulgente estrella,

Eres digna, Virgen bella

Del eterno júbilo,

Entre los astros descuellas

Y tú eclipsas las estrellas

Con tu luz vivísima:

 

Con tu dulce ruego alienta

Al que en deshecha tormenta

En el cielo búscate.

Virgen santa, cuanto grava

La conciencia y la deprava,

De mi pecho arráncalo:

 

Gózate; pues de los daños

Del demonio y sus engaños

A tus hijos líbralos,

Cuando al Verbo revestiste

Con la carne que le diste,

Al anuncio angélico.

 

Tú, blanca y pura azucena,

Del santo Espíritu llena

Diste a luz tu Vástago,

Y en tu seno le llevaste

Y nunca jamás ajaste

Tu pureza Cándida.

 

Que siempre permaneciste

; Siendo lo que siempre fuiste,

Virgen candidísima,

Y gozosa tú trataste

Vestiste y alimentaste

A tu Criador propio.

 

A cuyo Hijo, tú, María,

Pues eres la Madre mía,

Por siempre encomiéndame.

Para que no sea arrastrado

En naufragio desgraciado

En mundano piélago.

 

Hazme casto y nunca riña,

Y tú, dulce y santa niña,

Hazme siempre púdico

Contra el vicio y el pecado

Hazme baluarte cerrado

Que resista intrépido.

 

Que no me sea lazo y liga

El cansancio y la fatiga

Del mundo maléfico;

Que siempre mucho oscurece

Y el corazón endurece

De su esclavo sórdido.

 

Nunca la ira me dominé

Ni la soberbia me incline

A humillar al prójimo,

Pues así hace muchos males

Desuniendo a los mortales

Del fraterno vínculo.

 

Ruega tú a Dios, Madre mía,

Sea su gracia al alma mía

Remedio y antídoto,

Para que el hombre enemigo

No sobresiembre entre el trigo

Cizaña mortífera.

 

Danos siempre fortaleza

Pues se halla nuestra flaqueza

En lucha gravísima,

Y a los que tus glorias cuentan

Y tus santuarios frecuentan

Da la eterna gloria. Amén.

 


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