DÍA CUATRO DE MES CONSAGRADO A LA SANTÍSIMA VIRGEN REFUGIO DE PECADORES
ACTO DE
Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, criador y redentor mío, que deseoso de mi salud eterna, te dignaste hacerte hombre para padecer y morir en una cruz por librarme de la muerte eterna, más yo, ingrata creatura, despreciando tu amor, me aparte de ti por la culpa, quebrantando tus santos mandamientos. Así Señor, lo conozco, y arrepentido de mi ingratitud, me pesa de todo corazón de mis grandes pecados, y solo por ser, Dios mío, la suma bondad , digno de ser amado sobre cuanto aprecia el mundo, me pesa de haberte ofendido: yo propongo firmemente no volver a ofender a tu Majestad en cuanto tuviere de vida, confío en que por los méritos de tus dolores y de tu sagrada pasión, y por los de tu Santísima Madre la Virgen maría, me has de perdonar y dar tu gracia, para servirte y amarte en esta vida, y después gozarte en la gloria. Amén.
ORACIÓN
¡Dulcísima
María, consuelo, abogada y Refugio de los pobres pecadores! Muéstrame, Madre mía,
serlo de este indignísimo pecador hijo tuyo que confía y se vale de ti para
verse libre del pecado y del demonio, mi cruel enemigo; no permitas, Virgen del
Refugio, que tienda sus lazos para cogerme maliciosamente, que no tengo otro
refugio ni otro amparo que el de vuestra piedad: no desmerezca, Señora, este
favor con mis pecados é ingratitudes, con mis olvidos, con mis tibiezas en
amarte como debo; muévete a compasión, amorosísima reina, al ver las llagas de mis
pecados, que son infinitos, para que las sanes con el bálsamo de tu caridad.
Mira, Virgen del Refugio, los monstruos y sombras de la muerte que me rodean y
provocan á desesperación: atiende a que las fieras que despedazan el interior de
mi alma, y la tienen tan envenenada, son tantas, que cualquiera de ellas era
bastante para destruidla y arruinarla enteramente, si la esperanza en tu
benignísima piedad no. alentara mis enflaquecidas fuerzas. No permitas, Bien
mío, que sea tanta mi desgracia, que, desatendiendo a mis gemidos, mis
ingratitudes me liaban indigno de merecer, por tu intercesión, el perdón de mis
pecados, cuando muchos subieron por tu mano a ver a Dios en su celestial
Paraíso, que sin ti hubieran sido pasto de las voraces llamas del infierno.
¿Pues cómo será posible, Señora y Madre mía, el que sea tanta mi desdicha, que yo
merezca la suerte buena de aquellos que hubieran sido crueles despojos de los
demonios, ¿o haberlos librado tu indecible piedad? ¿Cómo he de ser yo solo, Señora,
el desgraciado entretantos felices pecadores, ¿que por ti son y serán siempre
astros lucidísimos en la gloria? ¿Cabe esto dulcísima María, en tu imponderable
clemencia? ¿Sufrirá tu grande caridad y amor que se condene un pecador que a ti
clama y en ti pone todas sus esperanzas de su salvación eterna? Ya se ve, Madre
mía, que no, porque tú eres la ciudad de Refugio, dentro de cuyos muros y a la sombra
de sus almenas, se aseguran y se ven libres de la espada de la Justicia divina,
los más perdidos y delincuentes pecadores. ¿Pues qué no he de esperar yo por
más que mis culpas excedan a las arenas del mar, y aunque mis pecados sean
tantos, que por su multitud no se puedan numerar? ¿Cómo he de desconfiar de mi
remedio teniendo en vos, Virgen del Refugio, una caritativa Madre, que no
porque vea los pecados de sus ingratos hijos, los desampara; una abogada tan
poderosa que a tus eficaces ruegos nada se niega, ¿y un Refugio que me defienda
de las iras divinas? Pues, Madre, Abogada y Refugio, séame mérito esta
confianza que en vos tengo, para que jamás ceses de rogar por mí a Dios, para
que cesen sus enojos. Ejercita, Virgen del Refugio, continuamente este piadoso
oficio, alcanzándome de tu santísimo Hijo eficaces auxilios, para que llorando
con lágrimas verdaderas de una perfecta contrición mis pecados, me hagas
participante de tus admirables virtudes, con las que merezca por tu
intercesión, una sentencia favorable cuando me vea en su severo Tribunal, que siendo
anuncio feliz de mi bienaventuranza, ésta la continúe por toda la eternidad,
gozando de su vista, en tu apreciable compañía en la gloria. Amén.
Se rezan cinco Ave Marías gloriadas.
OFRECIMIENTO
Dulcísima María, que en querer ser Refugio de pecadores muestras con imponderable misericordia propia de tu bondad, que eres el hermoso arcoíris a cuya vista se serenan los cielos, y los nublados de las divinas iras se convierten en lucidas nubes de piedades y apacibles misericordias; porque mirándote el Altísimo Dios y Señor de las virtudes con nobilísimas atenciones, con tu aspecto se conmutan sus justos enojos, merecidos de la humana ingratitud, en lluvias de piedades, para que alegres puedan respirar los miserables pecadores. Para experimentar yo, Señora, estos efectos que anuncian la paz entre Dios y el hombre, te ofrezco estas Ave Marías, en reverencia de las virtudes con que venciste al infernal dragón, hasta quebrantar su altiva cabeza con tu victoriosa planta, pidiendo con cuanta humildad puedo, que hagas las paces que rompió mi loca temeridad entre tu Santísimo Hijo Jesús y mi alma. No ignoras, Bien mío, que he atesorado en el seno del supremo Juez tantas iras cuantas culpas he cometido, correspondiendo con ingratitudes a tantas misericordias, a tantos beneficios, cuantos su liberalidad y piedad derramó sobre mí. Mira, Señora, que ya tiene levantado el brazo para herirme, y sólo tu mano puede detener y suspender el golpe. Por ti, Virgen del Refugio, entró la misericordia en el mundo para los miserables pecadores; sólo tú puedes abrirme esa puerta que cerró mi malicia. Atiende, benignísima Señora, a los suspiros de mi profundo llanto y a los continuos clamores de mi afligido corazón, con que te ruego mitigues las justas iras del divino Juez, a quien ciego ofendí, y a quien atrevidamente agravié. ¡Ea, abogada mía, Madre del Supremo Juez! muestra ser Refugio de este arrepentido pecador, para que sobresalga más tu soberano poder y agigantada caridad en mi remedio. Asísteme, piadosísima Señora, en aquel día de ira, día de la mayor calamidad y miseria, cuando me vea delante del severo y justo Juez, tan rodeado de calamidades, cuantos fueron los yerros de mis culpas que las fabricaron; cuando en el tribunal de tu Hijo acriminen mis delitos con ambiciosas acusaciones mis enemigos; cuando clamen los injustos testigos por la justicia más severa; cuando para sepultarme hagan patentes las puertas del infierno; cuando a la vista de todo esto mi pobrecita alma fluctuando en sus mismos pensamientos, confusa con el tropel de sus innumerables culpas, y temerosa de la sentencia de un Dios justamente airado. Para este terrible trance, dulcísima Señora, necesito mucho el que pongas tus benignísimos ojos en mi conflicto, y desde ahora te pido encarecidamente por tus sagrados méritos y por la preciosa sangre de tu Hijo Jesús, que me concedas y muestres con este vilísimo pecador las entrañas de tu piedad, defendiéndome de los rayos del Sol de justicia con la sombra de tu patrocinio, para que tu clemencia y nombre sean más celebrados eternamente, á vista de tan singular beneficio con el mayor de los pecadores. No permitas, Señora, que mis enemigos se gloríen ufanos con la perdición de este tu pobre siervo que en ti confía y por ti espera salvarse: queden ellos confusos y avergonzados; y yo, Señora, Consuelo de afligidos y Refugio de desamparados, sea participante de los gozos inefables de la gloría, si no como uno de tus amados hijos, a lo menos como cualquiera de aquellos grandes pecadores a quienes tu inexplicable bondad sacó de los infinitos lazos de sus culpas, y librándolos de la crueldad de sus enemigos, introdujo con estupenda dignación de tu piedad y misericordia en el cielo, para cantar, alabar y celebrar eternamente las misericordias de Dios y las tuyas en la gloria. Amén.