viernes, 26 de junio de 2020

SIETE VIERNES A LA PASIÓN DE CRISTO


PIADOSA DEVOCIÓN DE LOS SIETE VIERNES EN HONOR A LA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO.

Dispuesta para los Siete Viernes de la Cuaresma. 

Tomado del libro “La Via del Paradiso, acresciuta di vari esercizi divoti”.

Tipografía G.B. Messagi. Treviglio, Italia, 1873

 

PRIMER VIERNES

ECCE HOMO

Helo aquí: si tienes el corazón puro puedes mirarlo, alma mía ingrata e infiel, tú que lo has maltratado tanto, aquel Hijo del Hombre, que en el Monte Tabor estaba más luminoso que el Sol, aquél tan bello, tan bueno y más hermoso que todos los hijos de los hombres: ECCE HOMO. ¿Reconoces tú la belleza de los ángeles, el esplendor del cielo, la gracia de toda la tierra? Si no lo conoces, debes reprocharte, oh alma miserable y pecadora, por haberle así maltratado con tu ingratitud, con tu infidelidad. “Non este i species, neque decor”.  Y la luz amable de sus ojos más divinos ya ha desaparecido, esa mirada que podría calmar la aflicción más oscura; está desfigurada aquella frente donde residían el amor y la majestad, para aterrorizar al pecado y para conducir a la penitencia; está contraído aquel rostro que era el consuelo de los justos y la alegría del paraíso. Y he sido yo, mi buen Jesús, quien te ha reducido a esta apariencia tan fea y tan deforme a causa de mis pecados, que para poderte reconocer como hombre necesito que alguien me confirme: ¿Ecce Homo? Por lo tanto, póstrate, alma mía, ante los pies de este hombre tu Salvador, ya no para burlarte de él y escarnecerlo como los judíos pérfidos (¡ay, hasta ahora lo has hecho!), sino para inclinarte con humildes adoraciones, y pedirle perdón y la enmienda de tu vida pasada. Tú bien lo ves, cómo su sangre fluye a ríos e inunda toda su santísima carne; piensa en cuántas lágrimas tendrías que derramar por tanta sangre. Tú lo ves, cómo está inmóvil ante esas burlas impías, ante esas escupidas sacrílegas con las cuales es maltratado: ¡oh!, qué ejemplo es esto para ti de paciencia y de tolerancia ante las burlas y errores en los cuales Dios permite que tú sucumbas. Ruégale por esta constancia silenciosa e inquebrantable en el sufrimiento, que dignamente lo imites al resignarte al Padre Eterno, para que él te ayude con su gracia y con amor te bendiga y te corone en la Gloria.

 

 

SEGUNDO VIERNES

ADORACIÓN A LA SAGRADA CABEZA

Te adoro, Cabeza Santísima de mi Jesús, y aunque veo en ella resumida y compendiada una entera y dolorosa Pasión, soy muy consciente de que un miembro tan delicado como la cabeza ha sido desagarrada por los tormentos; ojos míos, si no tienen lágrimas que sean de sangre, ciérrense para siempre ante un espectáculo tan horrendo. ¿Tendré más corazón para mirar con cariño y alegría las pompas y fiestas de esta tierra, después de haber visto la cabeza de mi Señor en una escena tan trágica? Ese rostro muy divino está goteando sangre, bajo el tormento de una corona de espinas crueles que perforan impíamente sus sienes y lo convierten en un verdadero Rey de los dolores. Vengan, hijas de Jerusalén, vengan y vean a su Rey coronado: “Filia Jerusalem venite, et videte Regem Salomonem in diademate, quo coronavi eum Mater sua”. Y después de una visión tan atroz, ¿te punzarán la cabeza esos pensamientos de vanidad, de ambición? Baja tu mirada y observa aquellos ojos que ahora están cerrados, no sólo por la modestia que te enseña a huir de toda ociosa curiosidad, mas ahora porque ya no pueden ver tantas traiciones de las almas tan amadas por él que buscan pastar lejos de su vida, no en aquel Lirio del Paraíso, si no en las flores fangosas de los placeres terrenales. ¡Oh ojos santísimos!, ilumínenme, esparzan sobre mí un poco de esa sangre que gotea por la frente, para que así esta alma ciega pueda verte y no quiere ver a nadie más que a Ti. Así mismo de aquella hiel que amargó tu boca, infunde en la mía una gota, para que no me sepa más que amargo todo gusto por las cosas del mundo, y sólo me sea dulce todo lo que pertenece al Cielo. Extingue en mí ahora esta hiel de cada palabra que pueda desagradar a tus oídos, y enciende en mí todas aquellas palabras que elogian tu beneficencia y que agradecen tu misericordia. ¡Oh si el Cielo permitiera que mi cabeza fuese en todo similar a la Vuestra! Yo bien lo deseo y rezo para que así sea. ¿Qué más puedo desear como beneficio, si no ser vuestro retrato? Plasma tu Pasión en mí, y así como sufriste porque me amaste, déjame sufrir porque te amo. ¡Oh dulcísimo amor!, Oh deja que yo abrace estrechamente aquella cabeza, para que me atraviesen tus espinas. Heridas tan queridas porque provienen de ese abrazo. Oh déjame besar aquella amabilísima boca, aunque me amargue con su hiel. Dulce amargura que viene acompañada con tales besos. Estos siempre quiero que sean mis sentimientos y quiero que sean siempre mis mayores consuelos.

 

 

TERCER VIERNES

ADORACIÓN DE LAS MANOS

Os adoro, manos santísimas de mi Jesús, tesoreras de la divina misericordia, dispensadoras de gracia, siempre dispuestas a beneficiar, siempre abiertas para hacer una dulce invitación a los pecadores a recuperarse en el amorosísimo seno de Jesucristo. Os adoro y os glorifico manos divinas, fuisteis una noche entera atadas indignamente, con espasmos infinitos tiradas, vuestros nervios desgarrados y excesivo dolor perforadas con clavos, y finalmente clavadas en una cruz. ¡Oh Redentor mío!, por aquellas manos sacrosantas que tanto obraron y padecieron, perdóname mi larga ociosidad con la cual he vivido estos años pésimamente habiéndome dado vos un don tan precioso y aun así he llegado hasta aquí con las manos vacías, sin mérito de buenas acciones, como aquellos ricos que mantienen sus talentos muertos y sin movimiento, finalmente: “Nihil invenerunt in manibus suis”. Yo debo reflexionar sobre esas promesas que tantas veces he hecho sin fruto, atender con más vigilancia la obligación de esa institución que he abrazado; pero atada esta alma a una ociosidad perezosa, desaproveché todas las buenas oportunidades para merecer dignamente tu gracia. Sí, por lo tanto, sí Manos del Omnipotente Jesús mío, desatadme de todos los lazos que me mantiene fuertemente atado a una infructuosa pereza. Tú, mi Señor, que me inspiraste a caminar por un camino de sufrimiento y que con vuestra mano me mostraste aquellos pasos que diste vos mismo, para que pueda yo también caminar sobre ellos alegremente y con seguridad, sed Vos mi guía, para que yo nunca caiga ni tropiece en uno de tantos obstáculos que se atraviesan en este camino de perfección; Sostenedme Vos y tomadme de la mano, para que yo dándote gracias te diga: “Tenuiste dexteram meam”. Amadísimas manos, que también son las manos de mi Padre e incluso de mi Esposo, oh dadme un abrazo dulce y tierno; como prende de vuestro amor, abrazadme cerca de vuestro pecho, para que mi corazón pueda siempre permanecer unido a Vos, y ningún compromiso del mundo pueda separarme de estos santos e inocentes abrazos del paraíso. Santísimas manos, como mi alma ahora no sienten mayor satisfacción que postrarse devotamente humillada y arrepentida para adorarte, entonces no te pido otro beneficio más querido que ser, como espero, por Vos bendecido. Sí, que me bendigan esas manos que me pueden convertir en verdadero penitente, que me pueden dar la salvación, y me enseñan al bendecirme a ser humilde y perpetuamente agradecido por la misericordiosa beneficencia del Señor.

 

 

CUARTO VIERNES

ADORACIÓN A LOS PIES

Os adoro y os glorifico, Pies Sacrosantos e inocentísimos de mi Jesús. ¿Y cuándo podré agradecerte dignamente por los muchos pasos que has dado por mí y con los que te has cansado tanto durante treinta y tres años en la búsqueda de las ovejas perdidas, de tantas almas miserablemente extraviadas para reducirlas al rebaño de vida eterna? ¡Oh, si pudiera entonces, y oh, incluso ahora, pudiera besar con reverente afecto aquella huella santa impresa por tus divinísimo pies, oh mi querido Señor, y recoger con tierna devoción en mis labios una parte de ese polvo santificado por tus pisadas! ¡Oh, si te hubiera visto correr tras las almas para encontrarlas y guiarlas por el camino correcto! Te hubiera seguido feliz y de buena voluntad. Mas, oh Dios, que todavía ahora me estás buscando y no te estoy siguiendo; y en lugar de permanecer cerca de ti, mi camino de verdadera salvación, y de nunca apartarme de vuestros pies, te he abandonado y me he perdido en un camino, ay, demasiado mundano y demasiado lejano del cielo. Depende de mí después de veros, Oh Pies Sagrados, clavados en la cruz, saber y aprender, que solo el sufrimiento conduce a Jesús, y que mi alma siempre debe estar unida al sufrimiento. Y sin embargo, apenas tengo un poco de compasión por Vos; ¿no te das cuenta, alma mía obstinada, que tú eres la causante de aquellas penas, de aquellas heridas, de esas rasgaduras, de esos dolores, por culpa de tus pecados de los cuales provinieron? Miserable, ¿y qué hiciste con tus pecados? Clavaste los pies de tu pastor, de tu guía, en una cruz. Hasta ahora Él se ha movido para buscarte, pero ha afirmado sus pies en la Cruz, para que seas tú que te muevas para ir a buscarlo y nunca te apartes de Él. Sí, sí, mi Señor, contempla esta alma, como la de la arrepentida Magdalena, que estrechamente se abrazó a tus pies. Ya te he prendido y me abrazo con tanta fuerza a Ti, que nunca más te dejaré:  “Tenui nec dimittam”. Lloraré, mezclaré lágrimas con besos, compunción con oraciones, proposiciones con dolor, hasta que escuche esa querida voz tuya: “Remittuntur tibi peccata tua”, Te perdono todos tus pecados. Oh mi buen Redentor, así como me postro ante vuestros pies doliente, te pido perdón con la Magdalena, para que me hagas feliz junto con ella, y le digas a mi corazón con la dulce voz de tu misericordia: Sonet vos tua in auribus meis. Tú, Señor de los buenos deseos, fecunda, te lo suplico, los míos, y después de haberme hecho desear mi salvación, haz ahora que yo la consiga con la perseverancia en el bien obrar.

 

 

QUINTO VIERNES

ADORACIÓN AL COSTADO

Os adoro, Oh Costado Santísimo de mi Jesús, por mí abierto y destrozado con una cruel lanza que fue clavada contra ti, mi Señor, aún después de muerto. Poco parecía para ti, mi Redentor, haber sufrido en vida, si ya estando muerto no venía a desangrarte la crueldad. ¡Oh amor, oh pasión, oh ceguera de quien te hirió!, Oh, mayor ceguera y perfidia de quien te mira así herido y no se mueve a amarte. Avanza alma mía con tu mirada dentro de aquél Costado y mira ese corazón que tanto te amo, que sufre tanto por ti. Entra por esta llaga en el seno de tu Jesús y nunca te apartes de ese lugar de amor, salvación y redención. ¿A qué temes? ¿De qué te asustas? ¿Tienes enemigos que te persiguen? Huye a esconderte en aquella dulce herida, que será para ti un asilo de seguridad. ¿Tienes afanes que te molestan? Ve y sumérgete en aquel Costado del cual surge, con la virtud de los Sacramentos, todo bálsamo de consuelo celestial. Alma mía, tu Redentor ha abierto su pecho, corre para que coloques el tuyo ahí dentro, para vivir en el corazón de tu Jesús, corre a llevartelo y colocarlo dentro de tu seno, para así vivir con el corazón de tu Jesús. Ya que El está cruelmente herido en el corazón, pídele que el tuyo quede herido por su amor, por la compasión de sus penas, por el dolor de la penitencia, para que así amorosamente le puedas decir: “Vulneraste cor meum”; Pero, oh Dios, cuántas y cuántas veces lo has herido con tantas inspiraciones saludables y con tantos recordatorios beneficiosos, que ya debería estar muerto para el mundo, pero insensible por tantos pecados, aún no se ha conmovido. Por esto te ruego, mi querido y dulce Redentor, que por esa llaga acerbísima de tu Costado, no se agoten en Vos las venas de tu celestial misericordia. Como mi corazón hasta ahora no ha querido escucharte, ceder y sentir cariño por tus voces paternas, tómalo de mi pecho y dame otro que quiera ser tuyo. “Aufer a me cor lapidum”: quita de mi este corazón de piedra, este corazón inmerso en las pasiones mundanas y en los deseos inútiles, lleno de afectos vanos y dañinos. “Et praebe mihi cor carneam”; dame un corazón tierno y fácil de manejar por Ti, dócil a tus divinos mandatos, llenos de gratitud a tu amor, de condolencia por tu Pasión, y de arrepentimiento por sus pecados. Dame un corazón que ame y llore: ame todo lo que has hecho, llore todo lo que he hecho contra Vos, y no halle otro consuelo que no se llorar por su pecados, que fueron causa de vuestra Pasión y de mi ruina, y que ame siempre Vuestra Sagrada Pasión por la cual has redimido al mundo de todos sus pecados.

 


SEXTO VIERNES

A LA SANTÍSIMA VIRGEN DOLOROSA

No, no basta que yo llore y sufra por la sola Pasión del Redentor, debo también llorar y deshacerme en lágrimas por la Pasión de la Virgen Santísima. ¡Oh espectáculo de dolor y de compasión! Una madre junto a un hijo que muere, y muere de una muerte tan dolorosa y tan infame, ¡y muere siendo inocente! ¿a quién no le brotarían lágrimas de sangre de sus ojos y a quién no se le agitaría el corazón con violencia de pasión y agonía? Corazón mío, más duro que una piedra, solo tú puedes mirar con los ojos secos a esta Santísima Virgen, Dolorosísima Madre, al pie de la Cruz, quien, vencida por la fuerza y el ímpetu del dolor se abandona sobre el duro tronco, y pálida y semiviva, inmóvil y casi sin respirar, nada más espera excepto morir con su Divino Hijo. Y este es tu mayor dolor, la pena más dura, oh Virgen de la Pasión, el ver y conocer la ingratitud de mi corazón, mientras dignándote en ser mi Madre, como lo eres de todos los hombres pecadores, aunque yo no te trato como madre, y no me comporto como tu hijo. Oh Madre Dolorosa, permite que me atraviese el corazón una de aquellas espadas que traspasan tu alma, para así poder formar yo también parte de vuestra pasión, porque quien no lo intenta no puede comprobarlo. ¡Oh qué mar de amargura te inunda sin límites! “Magna est velut mare contritio tua”. Oh, cómo se ha oscurecido la belleza serena de tu rostro, y el excelente color de tu rostro ha cambiado a una palidez de muerte: “Mutar est color optimus”. Fría, inamovible y silenciosa, sin sollozos, sin lágrimas y sin consuelo, señal todo de un dolor muy vehemente, con los ojos fijos en el Hijo que muere. ¡Oh qué sobresalto de tus entrañas, qué pálpito del corazón que invita a tus entrañas y tu corazón a morir: al ver derramarse la sangre de sus venas con tanta impiedad, ¡esa Sangre preciosa de su Hijo!  ¡Oh dolor atroz! ¡Espectáculo horrendo!, el Sacratísimo Cuerpo de Jesús es bajado de la Cruz y puesto en los brazos de su desconsoladísima Madre; ¡Ay qué distinto es de cuando sostenía al niño en su pecho, y lo acariciaba y besaba con tanto amor! ¡Ah este no es, diría ella, el rostro que inspiraba majestad y temor, y ahora sólo compasión y tristeza; no son esos los ojos que brillaron con miradas del paraíso, y ahora están cerrados y oscurecidos en una ciega noche mortal! Oh cabeza divina, ¿quién ha perforado tu sien y tu cerebro con espinas penetrantes? Oh manos y pies santísimos, ¿quién los ha perforado con agudísimos clavos? Oh miembros sacrosantos, ¿quién los ha destrozado tan cruelmente, que gotean sangre por todos lados, que atraen las lágrimas de todos los ojos y la lástima de todos los corazones? ¡Por un mísero pecador ha muerto mi Jesús, y de manera tan bárbara! Déjame que bese todas y cada una de las heridas santas de tu sagrado cuerpo, y en medio de estos besos de amargura y de amor yo muera también contigo, Jesús mío. Oh Santísima Virgen, nosotros y nadie más que nosotros somos los causantes de una muerte tan bárbara y cruel! Mas ya que no podemos morir con Jesús, obtennos de El mismo, que por El podamos sufrir y por El podamos morir. Tú que eres la Madre de la misericordia usa con nosotros la piedad de pedir a tu Hijo la gracia de que lo amemos en verdad de corazón, y que vivamos arrepentidos y acongojados en expiación por nuestros pecados.


 

SÉPTIMO VIERNES

ADORACIÓN A LA SANTA CRUZ

Os adoro, os glorifico, oh Santísima Cruz, mi esperanza, mi salvación, mi vida. Madero Santo, bañado con la sangre de mi Señor, y que fuiste digno de sostener el amable peso de su divinísimo cuerpo, yo te adoro. Tú fuiste aquél duro lecho de muerte, sobre el cual expiró el alma inocentísima de mi dulcísimo Salvador. Y un lecho tan duro para un cuerpo tan atormentado, ¿quién lo ha preparado, sino esta alma mía con sus pecados? Cuánta crueldad la mía y cuánta piedad la vuestra, oh mi buen Jesús! No conforme con aquella Dolorosa Pasión que sufriste en la cruz, también sudor de sangre, latigazos y espinas, poco le parecieron a vuestro amor; agregaste la cruz para tener una muerte llena de dolor y de ignominia. Ah, ¿qué corazón puede ser tan duro como piedra para no quebrarse al verte abandonado, desnudo, despojado, escarnecido, llagado y sangrante, clavado sobre el duro tronco, estirando tus pies y manos, extendiendo tus nervios y tus huesos, lo cual con sólo pensarlo produce horror y repulsión? ¿Quién será tan descarado que no se llene de confusión al ver a su Juez, su Maestro, su Dios condenada al más infame patíbulo de los ladrones más malvados e indignos, convertido en la burla y el oprobio de los hombres Aquél que era el decoro, ¿el honor y la gloria de la tierra y el cielo? ¿Qué piensas de ti ahora, alma mía, tan tierna y delicada, que cada pequeño sufrimiento te perturba, cada pequeña molestia te altera, y mereciendo sufrir tanto, huyes del sufrimiento, como si fuera injusto para ti? Una mirada al cielo y otra a la cruz, a la gloria de aquél no se puede llegar sin el sufrimiento de ésta. Esta es la obligación que tu Redentor te dejó, y este es el ejemplo que él mismo te propuso imitar: detrás de esta guía no puedes fallar; y con una compañía como la de tu Jesús, ¡oh cuán dulces y adorables serán los sufrimientos para ti! Sí, alma mí, sí, tus pecados fueron la causa de su muerte, por ellos fue puesto en esa Cruz, y en esa Cruz debes tú también crucificar esas pasiones rebeldes que aún te hacen la guerra después de la muerte de tus pecados. Esa voluntad renuente que aún se resiste a los preceptos de tu Señor, que debes crucificarla con una resignación semejante a aquella de Jesucristo Crucificado, que hizo no solo de su propio cuerpo sino también de su voluntad un sacrificio perfecto a la voluntad de su Divino Padre. Si después, Jesús no quiere ponerte en la cruz con él, eres muy desagradecido; si te quejas de que no tienes la fuerza suficiente para cargarlo, eres demasiado cobarde; Si el peso parece indigno de tus hombros, eres demasiado arrogante. Oh, alma mía, toma pensamientos más apropiados para tu salvación; abraza esa cruz con la que Cristo te salvó y con la que debes salvarte a ti misma. Póstrate ante Él con verdaderos y vivísimos sentimientos de adoración, pídele perdón por esa pereza que te hace temer al sufrimiento, dile sinceramente que quieres vivir desde ahora en adelante con la cruz y morir en la cruz con tu Dios. ¡Oh, si supieras cuánto tiempo espera el Señor esta profesión de fe y esta resolución tuya!, Ten valor, que el Dios que inspira tu pensamiento te ayudará a mantener tu propósito. ¡Oh, qué día tan feliz será para ti! Si la cruz es tuya, también el Paraíso será tuyo.

 

 

ORACIÓN AL MIRAR A JESUS CRUCIFICADO

Oh Santas Llagas de mi Jesús, hermosas hogueras de amor, recibidme dentro de Vos e inflamadme de amor. Oh Costado abierto de mi Redentor, oh habitación bendita de las almas amantes, no desprecien el recibir ahora mi alma pecadora, para que se queme  y se consuma siempre en el fuego de tu santo amor. “Dominus meus, et Deus meus. Fasciculus myrrae, Dilectus meus mihi; interengera mea commorabitur. Fulcite me floribus stipate me malis, quia amore langueo”

 

 Colaboración de Carlos Villaman

No hay comentarios:

Publicar un comentario

ANOTACIONES

Al hablar sobre la piedad popular, es referirnos a aquellas devociones que antaño se hacían en nuestros pueblos y nuestras casas, cuando se...