DÍA SEIS DE CADA MES CONSAGRADO AL CULTO DEL SEÑOR DE LA PAZ, QUE SE VENERA EN SU TEMPLO DE ESTA CIUDAD DE LEÓN, MÉXICO
Dispuesto por Cruz Orozco, a devoción de
José María Segovia. Imprenta de J. Villalpando, Escuela de Artes, León, México,
1887.
ACTO DE
Señor
y Dios mío, a Ti vengo agobiado del peso enorme de mis muchas iniquidades a
humillarme lloroso en tu presencia: a Ti vengo atraído por el irresistible
impulso de tu gracia, a derramar ante tus plantas, como la Magdalena al pie de
la Cruz, torrentes de lágrimas arrancadas a mi corazón: a Ti vengo movido por
el amargo recuerdo de mi negra ingratitud, y por la poderosa fuerza del
arrepentimiento, a pedirte el perdón de mis yerros y las indulgencias de todos
los extravíos, y aberraciones de mi pasada vida. Yo vengo, Señor, con el
espíritu compungido a ofrecer lleno de fe y alentado de la más viva confianza,
el sacrificio más grato para Ti. Espero, por tanto, adorado Jesús, que,
siéndote acepto este sacrificio voluntario de mi corazón, no me negarás el
perdón que solicito. Perdón, pues, Dios mío, ¡piedad…! Inclina bondadoso a mis
súplicas tu oído, y haz que, experimentando por tu amor, los efectos dulcísimos
de tu infinita misericordia, logre por tu inmensa caridad, y por los méritos de
tu vida, pasión y muerte la gracia de no ofenderte más, y de perseverar en la
práctica del bien hasta el fin de mi vida, para que mereciendo morir en tu
ósculo de Paz, pueda verte y gozarte allá en el cielo por una interminable
eternidad. Amén
ORACIÓN
¡Oh dulce amor de los corazones, Jesús, fuente viva de piedad y misericordia infinita! ¡Oh único y supremo bien mío! Yo te adoro desde el abismo de mi nada en ese árbol sagrado de la Cruz, trono de paz y de piedad divinas, cuyos preciosos frutos causan la vida del alma y la dicha inefable de nuestro corazón Allí, Señor, los que cruzamos el desierto del mundo, encontramos el oasis venturoso de nuestro refrigerio, el consuelo a nuestros pesares, el bálsamo a nuestras heridas, el alivio a nuestros dolores, el auxilio en nuestras adversidades, el asedo en nuestros peligros, y en una palabra, todos los bienes del alma y del cuerpo, y el remedio eficaz de todos nuestros males. Allí en ese leño sacrosanto, encuentra luz nuestro entendimiento, tranquilidad nuestra conciencia, pureza y virtud nuestro espíritu y paz nuestro corazón. ¿Y cómo pudiera ser de otra manera, ¡oh Salvador mío! cuando en él consumas el sacrificio expiatorio por los pecados del mundo, y no te desdeñaste trocar el trono brillante de tu gloria, por este trono, donde pendiente con duros clavos de pies y manos, verificaste la grande obra de la reconciliación del hombre con Dios, y estableciste, inflamado en las ardorosas llamas de tu caridad, la paz entre el cielo y la tierra? ¿Cómo no fuera así cuando es el signo sacrosanto de nuestra redención, y el estandarte insigne de tu victoria, Jesús glorioso triunfador de la muerte y del pecado? ¿Cómo no, cuando sufriendo en él el cruento martirio de tu dolorosa muerte, cambiaste el majestuoso e imponente título de León de Judá, por el de mansísimo Cordero y Príncipe de la Paz? Allí encontraré mi refugio, mi defensa y protección. Allí lloraré bajo su sombra protectora mis pecados; y alabaré, Señor, la grandeza de tu liberalidad y las maravillas de tu misericordiosa compasión para con nosotros. Tú en ese madero, apiadado de nuestras miserias y viéndonos con ojos de misericordia, en medio de las tribulaciones y horrores de esa guerra implacable, de los sentidos contra la razón, de las más violentas y desordenadas pasiones contra el amor de tu santa e inmaculada Ley, restituiste con tu muerte, Autor de la Paz, la tranquilidad a los corazones, y recuperaron los hombres la paz de sus conciencias. Agradecido, ¡oh Jesús mío!, por las finezas de tanto amor ¿qué pudiera ofrecerte que fuera digno de Ti? ¿Con qué podría recompensar tan grandes beneficios? Yo nada valgo ni tengo cosa alguna que ofrecerte. Empero, Señor, en prueba de mi agradecimiento y sincera gratitud, aunque sin mérito alguno de mi parte, y sí confiado en tu inmensa liberalidad, en vista de los méritos de tu sagrada vida, pasión y muerte, de los de tu Inmaculada Madre y de los de todos los santos del cielo y justos de la tierra, te hago el ofrecimiento de mi alma y cuerpo, mis sentidos y potencias, de mi corazón y todo mi ser.
Ofrezco
a tu divino servicio todos los días de mi vida, y en especial este que he
consagrado a la mayor gloria, culto, honor y reverencia de tus cinco
preciosísimas llagas, por las cuales te pido la paz para tu Iglesia Santa,
salud y acierto en su gobierno para el Romano Pontífice y demás Prelados de
ella, por la exaltación de la fe cristiana, y extirpación de las herejías, por
la unión de los Príncipes católicos, por la paz y prosperidad de nuestra
Patria, de nuestras familias y de todos nuestros prójimos; suplicándote también
por esa llaga abierta de tu costado divino, y por la efusión de sangre de tu
dulcísimo Corazón, foco inmenso de amor y de dolor, te dignes conceder la
perpetua luz y paz eterna a las almas de todos los fieles difuntos que
alcanzaron por tu misericordia, morir en tu ósculo amoroso, en el cual, Dios
mío, esperamos también acabar dulcemente la vida, para verte en el Edén de la
gloria y cantar tus misericordias por una infinita eternidad. Amén.
Padre
Nuestro.
Jesús,
Dios vivo y verdadero, por la efusión de sangre de tus divinas manos,
concédenos la paz y el triunfo de tu Santa Iglesia.
Padre
Nuestro.
Jesús,
Cordero mansísimo, por la efusión de sangre de tu sacratísimo costado,
concédenos la paz y convierte a los pecadores.
Padre
Nuestro.
Jesús,
Juez de vivos y muertos, por la efusión de sangre de tus santísimos pies,
concédenos la paz y una muerte dichosa.
ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA
¡Oh Reina del cielo y de la tierra Madre de Dios y corredentora de los hombres, en cuyas manos están depositados todos los tesoros de la gracia y la misericordia!, dígnate por tu amantísimo y maternal corazón, atender a las humildes súplicas que te dirigimos. No desoigas, Señora, los clamores de los que en Ti confiamos, pues eres Tú, después de tu Hijo Santísimo, el único Refugio nuestro y la única esperanza de nuestra eterna felicidad. Madre y Refugio de los pecadores, si con los crímenes de que me reconozco culpado, he abierto más la profunda herida del más amante de los corazones, cual es el Corazón de tu divino Jesús, aquí me tienes, Madre mía, a tus pies arrodillado, exhalando gemidos dolorosos y vertiendo amargo llanto, de verdadero arrepentimiento y contrición. Alcánzame, Madre amada, por los siete acerbísimos dolores que traspasaron tu santísima alma, por tu Concepción sin mancha y por el gozo que recibiste al ver a tu Hijo en la mañana feliz de su gloriosa resurrección, la gracia de no ofenderle más, de cumplir siempre su adorable voluntad, la de morir en su divino amor y en el tuyo y de alcanzar mi eterna salvación. Yo espero, dulcísima María, que te dignarás bendecir estos mis buenos propósitos, que hoy formo en tu presencia y que esta fecunda bendición la derramarás sobre mi casa, sobre mis hermanos y amigos, y sobre los seres más queridos de mi corazón. Confío también, ¡oh Madre del Príncipe de la Paz!, que, por tu poderosa mediación, gocen en breve aquellas esposas queridas de tu piadosísimo Hijo que están en el Purgatorio, el eterno reposo y la perpetua luz en la morada de los escogidos, a donde esperamos ir a cantar eternas alabanzas a la Trinidad Santísima, y a Ti, amantísima María, por siglos eternos. Amén.
Una Salve.
JACULATORIA
En el trance duro y fuerte
De mi postrera agonía
Ampárame, Madre mía,
Para alcanzar buena muerte.
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