DÍA VEINTISÉIS DE CADA MES DEDICADO A LA
GLORIOSÍSIMA SEÑORA SANTA ANA
EN MEMORIA Y REVERENCIA DE SU FELICÍSIMA
MUERTE
Delante de alguna estampa o hechura de la Señora Santa Ana, se hará el ejercicio que sigue:
¡Oh
Trinidad Beatísima, en quien creo, en quien espero, a quien adoro, amo y deseo servir
con todas mis fuerzas! Infinitas gracias te den todas tus criaturas, porque
después de haber elegido entre millares a mi Señora Santa Ana para teatro y
paraíso de tus mayores deleites, dispuso tu misericordia que, con el caudal de
su continuo llanto, nos negociase un tesoro de tanta monta, como María, y en
ella la vida y el consuelo a los que gemimos en este valle de lágrimas.
Suplícote humildemente, que, para no desmerecer su patrocinio al tiempo de
morir, no cesen nuestros ojos de llorar nuestras culpas.
Aquí se rezan tres Padre nuestros y tres Ave Marías con Gloria Patri.
ORACIÓN:
¡Poderosísima Señora Santa Ana, madre de María, abuela dignísima del Redentor
del mundo! Desde esta hora para la de mi muerte; te elijo por mi especial
abogada, y te ruego por aquel respeto y admiración, con que los serafines
cerraron tu castísimo vientre al dar a luz a la verdadera Madre del sol de
justicia; por aquellos sagrados éxtasis que padeció tu espíritu cuando te
hallaste con ella entre los brazos; por aquellos dulces ojos con que te
embelesaba al ministrarle tú la leche de tus pechos: que pues estás mirando en
la gloria lo mucho que pierde quien pierde a Dios, empeñes todo lo que vales
para que nuestra alma salga en paz de esta vida, y el favor que ahora te pido, si
ha de ser para gloria de Dios, honra tuya y provecho mío. Amén.
Aquí
alentando la confianza cuanto se pueda, hace cada uno su petición especial a
Santa Ana.
ORACIÓN:
Amabilísima Virgen María, Reina y Señora de los ángeles, para comparecer en tu
presencia no tengo más mérito que ser un pobre de los muchos que pedían limosna
a las puertas de la casa santa de Nazaret. Tú, Señora, muchísimas veces por tus
manos las repartiste. A ti, por el siglo de tus padres te la pidieron. Ea, pues, niña de mis ojos, una limosna por
el Señor San Joaquín, que te dio el ser que tienes, después de Dios: un socorro
por las entrañas y pechos de Señora Santa Ana, una gota de miel que me haga la
muerte dulce, y antes de ella una migaja de aquel Pan que Tú misma amasaste en
tu purísimo vientre y así Dios te conceda que todos se derritan en la devoción
de tu madre. Por último, te ruego, que como a ella le cerraste los ojos en su
felicísimo tránsito, a todos los que la amemos nos los cierres desde ahora para
disponernos así a gozar eternamente de tu hermosura. Amén
Colaboración de Carlos Villaman
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