DÍA XVIII.
Santísimo
Patriarca San Ignacio: Ya no es solo el precepto de la caridad con mis hermanos
el que me intima nuestro buen Jesús, sino otro más alto y difícil al corazón humano;
quiere que yo ejercite también la caridad con los enemigos, amándolos y
haciéndoles bien por su amor. ¡Oh! y cuan repugnante a la naturaleza es este
amor de los enemigos! Mas es preciso practicarla en reverencia de Cristo
nuestro Señor, que lo ha mandado expresamente, y el mismo nos ha dado de ello
el primer ejemplo. Y para decir la verdad, que caudal de virtud mostrare yo,
¿si amo solo a quien me quiere bien o a lo menos a quien no me quiere mal? ¿No
es esto lo que hacen los gentiles, y aun los mismos brutos? Para imitar, pues,
a mi capitán, y para señalarme en su amor, quiero yo también amar a quien me
aborrece, y hacer bien a quien me ha hecho mal. Si yo deseo llegar en pocos
días a la cumbre de la perfección cristiana, este es el camino: si yo pretendo
alcanzar del Señor la remisión de mis pecados y todas las finezas de amor, que
sabe usar con sus amigos, este es el medio. ¡Oh que necio he sido hasta aquí!
Vos, santo Padre mío, fuisteis más cuerdo: por aquí creo, que en tan corto
tiempo llegasteis a ser tan grande santo; porque desde el principio de vuestra conversión,
empezasteis a volver bien por mal a vuestros calumniadores y perseguidores: y
por esto mismo mandasteis a vuestros hijos, que rogasen frecuentemente a Dios
por los poco afectos a esta vuestra Compañía de Jesús, para que ella se ganara de
esta suerte el corazón de Dios. Yo, pues, protesto que quiero perdonar y amar
hasta con ternura a todos mis enemigos; de tal suerte, que para hacerles cuanto
mayor bien pueda, aun después de mi muerte, me ofrezco a padecer por ellos en
el purgatorio todo el tiempo que pareciere necesario a la divina justicia para
la satisfacción de sus pecados.
Padre
nuestro, Ave María, Gloria.
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