DÍA IX.
Santísimo
Patriarca San Ignacio: Mi detestable vida, llena de tan abominables excesos, mucho
tiempo (Vos lo sabéis) me ha tenido por desgracia debajo de la bandera del
soberbio Lucifer. Lloro el tiempo que miserablemente he perdido en seguimiento de
un tirano tan insufrible, y de cuyo servicio no he sacado otra paga que humo en
los ojos, vanidad en los oídos, murmuraciones en la lengua, veneno en el
corazón, inquietud y desesperación en la conciencia, tormento y dolores en el
cuerpo, y un infierno anticipado en el alma. ¡Ahí! y era amo este digno de
servirle? ¿Era caudillo que se hubiese de seguir? ¿Y cuándo ha si do fiel en
sus promesas el padre de la mentira? ¿Cuándo ha procurado hacer algún bien a
los hombres el enemigo del linaje humano? A vos acudo, oh santo Padre mío, para
poner algún conveniente remedio a mis desvaríos. Sedme Vos testigo, y recibid
esta declaración, que voy a hacer con la gracia divina: Yo N., declaro hoy, que
la mayor locura que he hecho, ha sido el haber en aquel tiempo infeliz dado
gusto al demonio, el cual después del pecado es el mayor enemigo que puedo
tener y el que puede y quiere hacerme mayor mal. Abomino cuanto mal entonces
pensé, propuse y ejecuté para contentarlo, y protesto delante del tribunal de
la Santísima Trinidad, querer desde ahora hasta mi muerte, todo aquello que
desagrada al demonio y aborrecer todo aquello que le da gusto. Por más que se
levante contra mi todo el infierno, no lo he de temer, estando cierto, que todos
los demonios no pueden hacerme daño alguno, sin que Dios lo permita: y
permitiéndolo Dios, no dejareis de defenderme vos, santo Padre mío, que, como
confesaron los mismos demonios en Trapana, después de vuestra muerte, sois el
mayor enemigo que tienen y tan temido de ellos, mientras vivisteis, que solo
con levantar vuestro báculo, cobardemente se ponían en fuga.
Padre nuestro, Ave María, Gloria.
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