DIA VII.
Santísimo Patriarca San Ignacio: Mucho tiempo he vivido en un grande error. Pensaba que para salvadme, bastaba el guardarme de cometer las culpas graves que nos privan de la gracia divina, y nos hacen enemigos de Dios, y por lo demás no he hecho caso alguno de las veniales, teniéndolas por de poca monta. Así me he visto muchas veces en peligro de caer en pecados graves, por haber despreciado los leves: porque como dice el Espíritu Santo (Ecle. 19.) Qui spernit modica, paulatina decidet. El que desprecia las cosas pequeñas, poco a poco vendrá a caer en las graves. De aquí es que me he visto privado de la verdadera consolación espiritual y dulce conversación de Dios, porque no da el Señor a gustar estas delicias celestiales sino a quien le da gusto aun en las cosas más pequeñas. Solo Dios sabe cuáles y cuantos son los bienes que he perdido y habría recibido de su liberalidad, si me hubiera vencido en no decir aquella palabra, ligera sí, pero injuriosa; en no vengarme con aquella acción, ligera sí, pero sensible a quien me había agraviado... Santo Padre mío, Vos, que, para conocer los más leves defectos de vuestra alma, os examinabale por lo menos veinticuatro veces al día, dadme luz bastante para conocer estas mis leves culpas, que por más que parezcan de poca consideración, son muy dañosas a mi espíritu: y alcanzadme nuevas fuerzas para que me aplique con todo cuida do a los ejercicios espirituales, especialmente al examen de mi conciencia, para que no caiga sobre mí la maldición fulminada de Dios por Jeremías: Maledictus, qui facit opus Domini fraudulenter. (Jer. 48.) Maldito es el que hace las obras del Señor engañosamente, esto es, sin la debida diligencia.
Padre
nuestro, Ave María, Gloria.
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