lunes, 27 de julio de 2020

MES DE JULIO A SAN IGNACIO - DÍA VEINTISIETE


DÍA XXVII.

Santísimo Patriarca San Ignacio: La devoción a la Madre de Dios no puede estar sin la devoción a Jesucristo su amantísimo Hijo, a quien Vos amasteis entrañablemente. Y bien lo manifestasteis con las obras, promoviendo altamente las glorias del nombre santísimo de Jesús de muchos modos. Quisisteis que este dulcísimo nombre fuese la divisa de vuestra Compañía; os esmerasteis en extender la devoción al Santísimo Sacramento, objeto predilecto de vuestro corazón. No perdonasteis fatiga para introducir entre los fieles la Comunión frecuente, que es la vida de las almas. ¡Oh, que dichoso fuisteis en amar tanto a Jesús! ¡Y que delicias experimentasteis cuando lo visteis con vuestros propios ojos en la Sagrada Hostia, y entendisteis el modo inefable con que esta debajo aquellas especies sacramentales! Cuando al celebrar la Misa os deshacíais en lágrimas de ternura, levantado de la tierra, ¡y con la cabeza rodeada de resplandores! De aquí es que para mostrar Dios cuan agradable le fue esta vuestra devoción, quiso que os viese como ya bienaventurado en el cielo Dona Marina de Escobar, vestido con un riquísimo manto, en que estaba bordado de oro el nombre santísimo de Jesús, y con el Divino Sacramento en la mano, en el cual se descubría el Nino Jesús, repitiendo con grande gusto estas palabras: Ignacio mientras vivió fue singularmente devoto del nombre de Jesús. Ahora, pues, santo Padre mío, si Vos deseáis todavía que una devoción tan santa se propague en el mundo, empezad por mí. Yo os presento este mi corazón, para que de él hagáis lo que más fuere de vuestro agrado. Imprimid en el con letras de oro el nombre santísimo de Jesús, del mismo modo que fue visto impreso en el vuestro; inflamadlo en divinas llamas para que viva ardiendo en amor a Jesús Sacramentado, que es el centro de nuestros corazones. No es justo que mi corazón sea sino de aquel Dios, que, para obligarme más a amarle, me dio en este admirable misterio todo su corazón, todo su cuerpo, toda su sangre, toda su alma y toda su divinidad, para divinizarme todo; esto es, para hacer que yo viva en adelante del todo semejante a él, llevando una vida divina.

Padre nuestro, Ave María, Gloria.


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