DÍA XXVII.
Santísimo
Patriarca San Ignacio: La devoción a la Madre de Dios no puede estar sin la
devoción a Jesucristo su amantísimo Hijo, a quien Vos amasteis entrañablemente.
Y bien lo manifestasteis con las obras, promoviendo altamente las glorias del
nombre santísimo de Jesús de muchos modos. Quisisteis que este dulcísimo nombre
fuese la divisa de vuestra Compañía; os esmerasteis en extender la devoción al
Santísimo Sacramento, objeto predilecto de vuestro corazón. No perdonasteis
fatiga para introducir entre los fieles la Comunión frecuente, que es la vida
de las almas. ¡Oh, que dichoso fuisteis en amar tanto a Jesús! ¡Y que delicias
experimentasteis cuando lo visteis con vuestros propios ojos en la Sagrada Hostia,
y entendisteis el modo inefable con que esta debajo aquellas especies sacramentales!
Cuando al celebrar la Misa os deshacíais en lágrimas de ternura, levantado de la
tierra, ¡y con la cabeza rodeada de resplandores! De aquí es que para mostrar Dios
cuan agradable le fue esta vuestra devoción, quiso que os viese como ya
bienaventurado en el cielo Dona Marina de Escobar, vestido con un riquísimo
manto, en que estaba bordado de oro el nombre santísimo de Jesús, y con el
Divino Sacramento en la mano, en el cual se descubría el Nino Jesús, repitiendo
con grande gusto estas palabras: Ignacio mientras vivió fue singularmente
devoto del nombre de Jesús. Ahora, pues, santo Padre mío, si Vos deseáis todavía
que una devoción tan santa se propague en el mundo, empezad por mí. Yo os
presento este mi corazón, para que de él hagáis lo que más fuere de vuestro agrado.
Imprimid en el con letras de oro el nombre santísimo de Jesús, del mismo modo que
fue visto impreso en el vuestro; inflamadlo en divinas llamas para que viva
ardiendo en amor a Jesús Sacramentado, que es el centro de nuestros corazones.
No es justo que mi corazón sea sino de aquel Dios, que, para obligarme más a
amarle, me dio en este admirable misterio todo su corazón, todo su cuerpo, toda
su sangre, toda su alma y toda su divinidad, para divinizarme todo; esto es, para
hacer que yo viva en adelante del todo semejante a él, llevando una vida
divina.
Padre
nuestro, Ave María, Gloria.
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