DÍA XXIII.
Santísimo Patriarca San Ignacio: Ya que fuisteis designado por la Reina del cielo, para dar lecciones altísimas de humildad a Santa María Magdalena de Pazzis, como maestro consumado de esta virtud: ensenadme hoy a sentir bajamente de mí mismo. Que buen soldado podre yo ser jamás, sí habiendo sido humildísimo mi capitán Jesús, ¿me quedo tan soberbio como he sido hasta ahora? ¿Como podre ser levantado por Dios a lo alto de la perfección que deseo si no echo antes los cimientos de esta fábrica espiritual sobre mi propia bajeza? Vos, desde el primer año que volvisteis las espaldas al mundo para abatiros y humillaros más, quisisteis ser tenido por descortés y mentecato: vivisteis en los hospitales y pedíais limosna entre los mendigos: os declarasteis enemigo de las honras y alabanzas, y os gozabais en veros calumniado y vituperado. Y como si todo esto fuera poco, no contento con haber resistido tanto a aceptar el generalato de vuestra Compañía, procurasteis muchas veces renunciar este cargo, teniéndoos por indigno de el: quisisteis ser corregido de un joven novicio: hicisteis voto de no aceptar jamás dignidades ni prelacías; deseasteis que después de muerto, fuese echado vuestro cuerpo a los perros. Aun de los mismos favores extraordinarios que Dios os hacía, tomabais ocasión de humillaros más, arguyendo de aquí cuan grande era vuestra miseria, pues tenía necesidad de tan singulares reparos. Usasteis algún tiempo firmaros en las cartas: Pobre de todo bien, Ignacio. Y yo, que soy en verdad un cumulo de males, ¿qué deberé decir de mí mismo? ¿Mas de que me servirá decir cualquiera mal de mí, si al mismo tiempo estoy fomentando en mi corazón pensamientos altivos y llenos de execrable soberbia? Podre, si, decir con verdad, lo que dijo forzado una vez el demonio por la boca de un energúmeno: Que tan grande es vuestra humildad, como mi soberbia. No me dejéis entregado a esta, santo mío humildísimo: infundid en mi alma tan profundos sentimientos de humildad, que pueda yo imitar los nobles ejemplos que me dejasteis de tan excelsa virtud.
Padre
nuestro, Ave María, Gloria.
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