DÍA II.
Santísimo Patriarca San Ignacio: Mucho necesito de vuestra especial ayuda y socorro. Se me representa a los ojos del alma lo desarreglado de mi vida manchada con tan tos pecados, como en tiempo pasado cometí: y no sé cómo entonces la tierra no se abrió para tragarme, o como el cielo no me abraso con algún rayo, para quitar del mundo un traidor, cual fui yo, reo de lesa majestad y de la majestad de un Dios infinito. ¡Oh que locura ha sido la mía! Me valide la magnanimidad de Dios para negarle lo que le era debido, y de su misericordia para ofenderle más. Vos, Padre mío benignísimo, que recibisteis de Dios el don singularísimo de lágrimas, con tal dominio sobre ellas, que estaba en vuestra mano el reprimirlas o derramarlas; ahora que estáis en el cielo, no necesitáis ya de ellas: concedédmelas a mí, gran pecador, para lavar las manchas con que esta afeada mi alma. Sedme hoy testigo de la firme resolución que hago de la reforma de mi vida. Detesto millares de veces cuanto he pensado, dicho, hecho y dejado de hacer en ofensa vuestra, ¡oh Dios mío!, y me arrepiento de todo mi corazón, porque en vez de amar un Bien infinitamente amable, como sois Vos, os he menospreciado, os he ofendido, y hecho traición. Conozco ahora mi necio error, y espero enmendarlo con vuestra gracia. Propongo con la mayor firmeza, no amar en adelante otro Bien que, a Vos, que sois la fuente de todos los bienes; ni tener otro mal que el pecado, que es la fuente de todos los males.
Padre
nuestro, Ave María, Gloria.
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