MES EN HONOR A
SANTA ANA
Recopilado por el Cura Párroco de Santa Ana de Villa del Parque. Bs. As., Mayo 12 de 1944
PRÓLOGO
Con razón escribe el Damasceno que todas las criaturas están obligadas a los santos padres de María, Joaquín y Ana, porque gracias a ellos puede el universo ofrecer a Dios el preclarísimo entre sus dones, la Madre Purísima, la sola digna de Dios.
En efecto; a Ana, esposa de Joaquín, mil veces más venturosa y bendita que Ana, madre de Samuel, vemos que se tornan las miradas de los Patriarcas, pues que su hija María – lo dice San Efrén – es la esperanza de los Padres y el objeto de sus suspiros, como la Madre del Deseado de los siglos, prometido a su descendencia.
A ella, se dirigen los Profetas, dado que la Madre de Dios, en sentir de San Andrés Cretense es el compendio de todas las profecías, la gloria y la belleza de los que la contemplan.
Por esto tan claramente exclama Isaías Saldrá una vara de la raíz de Jessé, y de su raíz una flor. La flor es Cristo; lo explica San Ambrosio; la vara, María, y la raíz bienaventurada, Santa Ana.
En Ana se fijan los Apostóles, porque de ella tuvieron a su Maestra, su Consejera y Reina; en ella los Mártires como en la mujer de invicta paciencia, madre de aquella torre de David, reluciente de escudos de toda fuerza; en ella los Confesores, que en ella ven, por su limpísima vida, iluminado el sendero del ejemplo admirable; en ellas las vírgenes como a madre y modelo de la perpetua pureza, en ella las casadas y las santas matronas, como en el ornamento y más grande gloria de su estado. ¿Qué más? Las mismas inteligencias angélicas la hacen objeto de sus contemplaciones y le miran reconocidas, no sólo por el deleite que les causa su vida floreciente de todas las virtudes, sino que en ella ven a la madre de su Reina.
¡Y cuál será su alegría al notar admirable prodigio realizado en ella con la concepción purísima de María, que quebrantó la cabeza de su antiguo enemigo, que llevó consigo la ruina de la tercera parte del Cielo y sedujo a nuestros padre en el Paraíso terrenal.
La enemistad nacida el día del desastre entre Eva y la serpiente, cayó sobre su cabeza y la quebrantó.
Y como desde aquel día de tanta desventura todas las generaciones tuvieron fija la mirada en la perínclita conculcadora del astuto engañador, así por una relación necesaria de maternidad y filiación pusieron sus ojos en su dignísima madre. ¡Oh Qué voces de alegría resonaron en los ámbitos celestiales cuando después de tantos siglos de expectación se vio la aurora de esta estrella de Jacob!
El cielo viste de gala. Hosanna, gritaron cuantos se hallaban en el seno de Abraham, y la humanidad caída sintió aflojarse sus cadenas.
Así vemos a Santa Ana encomiada unánimemente por los Santos Padres; y desde los tiempos más antiguos notamos a la Iglesia griega y latina ocupándose de venerarla y rendirle culto. Esta veneración, por divino impulso fue confirmada y aumentada por el Sumo Pontífice Gregorio en sus Letras apostólicas de 1º de Mayo de 1584, ordenando que en lo sucesivo se celebrara la fiesta de Santa Ana en toda la Iglesia el día 26 de julio con rito doble, diciendo: “Que no hay honor que no merezca, tanto por su santidad cuanto por ser madre de la Madre de Dios”.
De aquí es que, el que sabe conquistarse la protección de Santa Ana, puede estar seguro de obtener por su medio toda clase de bienes espirituales y temporales “Son tantos los beneficios – dice Tritemio – que ella consigue para sus devotos cuantas son las miserias de la vida humana. Y si los muchos favores alcanzados por la intercesión de los Santos aumentan su veneración y culto, ¿de qué obsequios tan especiales no será digna la gloriosa Santa Ana, la cual alcanza todos los días para sus devotos tantos y tales beneficios, que es imposible contarlos?
Oh fiel!, dilata tu corazón a la presencia del inmenso tesoro de gracia, de misericordia, y de favores que se te brindan en la devoción a Santa Ana. Y si quieres experimentar por ti mismo esa abundancia, haz que ella vea en ti la imitación de sus virtudes; así será tu intercesora cerca del Altísimo. Como delante de un reluciente espejo modela tu vida a la suya, y copia en ti aquellas virtudes por las cuales fue tan agradable al Señor. Sé perseverante en esta limitación y conseguirás dulces frutos de gracia y gloria en esta vida y en la otra.
Con este solo objeto se te ofrece este breve ejercicio mensual de piadosos obsequios en el que hallarán compendiadas la vida, las virtudes y cuanto hay que admirar e imitar en tan gloriosa Patrona. Encontrarás las prácticas con que la honran sus devotos, y los prodigios y gracias que ella, a manos llenas, les obtiene. Hallarás también como la Santísima Virgen, que fue la primera en honrarla es la promotora de esta saludable devoción. En fin; aquí van las cinco alegrías de la gloriosa madre y el responsorio.
Ella cuide desde el Cielo de ti y de los tuyos, y tú no te olvides de rogar por mí.
Debo también declarar que no pretendo dar a los hechos que narro otra autoridad más que la humana, conformándose en todo con el decreto de su Santidad Urbano VIII.
EJERCICIO DEL MES
ORACIÓN INICIAL PARA TODOS LOS DÍAS
Dios os salve, ¡oh gloriosa Santa Ana, cuyo nombre significa la gracia de la que fuiste por Dios llena, gracia que distribuís a vuestros devotos. Nosotros, postrados a vuestros pies, os rogamos que aceptéis estos humildes obsequios con los cuales pretendemos honraros, como a madre de nuestra amantísima Madre y Reina y como abuela de nuestro dulcísimo Redentor Jesús. Y Vos, en señal de que os agradan nuestros homenajes, libradnos del maldito pecado alcanzándonos la gracia de modelar nuestra vida conforme a vuestros ejemplos, y obtenednos luz, fervor y constancia para que con la meditación que vamos a hacer, crezcamos en virtud y seamos más y más gratos al Señor. Amén.
DÍA PRIMERO
MEDITACIÓN
De la Devoción a Santa Ana
La devoción a Santa Ana recomendada de un modo especial por la Iglesia por ser Ella elegida por Dios para Madre de la Madre de Jesús, es uno de los elementos más grandes y necesarios de la Economía divina en la Redención. Desde su nacimiento fue enriquecida de singulares prerrogativas y de tales gracias que atrajo a sí todas las divinas complacencias, tanto que Dios quiso fuere conocido por los hombres el gran poder que nuestra Santa tiene en el Corazón tiernísimo de Él. Quien se acerca a su altar con sentimientos de tierna devoción, siente los benéficos efectos de su amorosa y maternal asistencia. Nuestra devoción será del todo cristiana y provechosa, si a más de elevarnos a Dios ofreciéndole entero nuestro corazón, proponemos con firmísima voluntad practicar las virtudes de que nuestra Santa nos da ejemplo.
Es inútil la devoción que se conforma con pocas y frías oraciones
Proponte, pues, ¡Oh cristiano! El honrar todos los días con especiales obsequios a la gloriosa Santa Ana y lo que más importa, resuélvete a imitar los ejemplos de su vida. Si tú la llevas siempre en los labios y en el corazón, ten seguridad que ella también te llevará y sostenido por ella no caerás en la tentación; se desvanecerán tus dudas, tendrás consuelo en tus angustias, socorro en tus necesidades y auxilio en los peligros. Tantos serán, dice el piadoso Tritemio, los beneficios que te vendrán por su intercesión cuantas sean las miserias de tu vida, y en el mayor desamparo, a la hora de tu muerte, ella no te abandonará. Ea, pues, haz la prueba; y por más que tengas muchos protectores, elige a Santa Ana por patrona especialísima
EJEMPLO. Escribe un alma piadosa que, si todas las devociones a los Santos son eficaces, la de Santa Ana es eficacísima. Así le sucedió a un Religioso. Cada día obsequiaba con los más tiernos y filiales sentimientos a esta gran Santa y de Ella recibió suaves consuelos en sus grandes dolores. Asaltado de una tentación que le turbaba el alma profundamente fue colmado de santa alegría visitándole, María Santísima que le prometió la perseverancia final si era constante en la devoción a su querida madre, Santa Ana. Así lo hizo el buen Religioso invocando con más fe, si cabe, a la gran Santa y procuró, por cuantos medios estaban en sus manos, propagar su culto. Se le apareció de nuevo la Santísima Virgen y le aseguró que en la gloria eterna gozaría los frutos de su filial servidumbre al lado de su gloriosa Protectora Santa Ana.
OBSEQUIO – Propongamos practicar todos los días una devoción en honor de Santa Ana.
JACULATORIA – Bendita Santa Ana, dadme fuerzas para que continúe siendo devoto vuestro.
ORACIÓN. ¡Oh gloriosa Santa Ana! Por agradar a mi dulce Madre María, en presencia de la Corte Celestial, os elijo por mi protectora y patrona. A vuestro maternal cuidado y guarda confío tomo mi ser, propongo honraros siempre y amaros más y más. Aceptadme Vos por hijo vuestro, estando siempre cerca de mí y adornándome con los nobles ejemplos de vuestras hermosas virtudes. Así, al terminar mis días, invocando vuestro nombre, que significa gracia, obtendré gracia, misericordia y perdón.
Padre Nuestro, Ave María y Gloria
DÍA SEGUNDO
MEDITACIÓN
El alto oficio a que la divina Providencia destinó a Santa Ana, nos da a conocer cuán grande y eficaz sea su patrocinio para aquellos que a Ella recurren.
El Señor que premia al que da un vaso de agua en su nombre que no hace el sordo a quien con fe le invoca, podrá negar a Santa Ana las gracias que pida por nosotros, cuando Ella ha dado mucho más a Aquella que Él ha elegido por Hija, Madre y Esposa?
Si los Santos obtienen beneficios y gracias para sus protegidos, cuánto más podrá obtener Santa Ana cuya intimidad con Dios es resultado del ligamen que tiene, a través de María Santísima, con Jesús, del cual viene a ser Abuela?
Si pues fue tan grande delante del Señor que mereció este señalado favor estemos ciertos, que Él nada sabrá negar a las súplicas de esta gran Santa.
Por lo tanto justificada es la fe que tenemos en Santa Ana; mas para obtener su maternal asistencia debemos recurrir a Ella con humildad y constancia. Recorriendo las sagradas escrituras encontramos muchas cosas misteriosas aplicadas por los padres y doctores de la iglesia a Jesús y María en parte se relacionan también con Santa Ana.
Si la Virgen es el arca de la alianza que en sí contiene a Jesús, Santa Ana es el inaccesible santuario en el que esa arca está colocada. Si María es la espléndida aurora que tiene luz del divino Sol, Santa Ana, dice el Damasceno, es el nuevo cielo donde resplandece. Si María es la madre perla que produce la incomparable margarita oriental, Santa Ana, es el océano que la contiene y la educa. Si Jesús es el fuego y María la zarza incombustible, Ana es la tierra santa en que brota. Si Jesús es el nuevo Adán y María el nuevo paraíso, Ana es el querubín que vela sobre ellos. Si María es el iris y Jesús el sol que lo dora y embellece, Ana es la afortunada nube en la cual se forma ese arco tan admirado del Cielo y de la tierra. Si María es la Jerusalén celestial y Jesús el Cordero y el Rey que allí ejercita su imperio, Santa Ana es la guardiana que posee la llave del oro para abrir a su voluntad la entrada. ¡Oh admirable grandeza la de estar unida a la Madre de Dios, hasta tomar parte de sus preeminencias! ¡Oh inconmensurable riqueza la de ser colmada de tantas gracias y dones para ser la madre de la purísima Madre de Dios! A la vista de santidad tan sublime, de dignidad tan elevada y de poder y gloria correspondiente, reflexiona cuán bien puesta se halla tu confianza en Santa Ana y cuán seguro estás bajo el manto de su patrocinio, tanto en vida como en la hora de la muerte.
EJEMPLO. Que nuestra querida Santa Ana esté siempre pronta a socorrer a quien invoca con fervor su patrocinio, nos lo atestigua el siguiente ejemplo.
Un ilustre caballero llamado Emerico, se encontraba con otros viajeros navegando, cuando he aquí que levantóse una furiosa tempestad que presagiaba el hundimiento de la nave. Desolados, angustiados, todos hacían votos y promesas a fin de que el buen Dios les librara de tan apurado trance.
Gritos desesperados subían al cielo. La nave, juguete de las olas, estaba próxima a hundirse, cuando el ilustre caballero lleno de fe en el poder de Santa Ana, de la cual era gran devoto, con las manos juntas y los ojos fijos en el cielo, exclamó: “Gloriosa y bendita Madre Santa Ana, salvadnos”.
Al punto se serenó el cielo, cesó el viento, se calmaron las olas y todos sanos y salvos llegaron a tierra.
Imposible describir la alegría y el reconocimiento de todos a Emerico, quien redobló su amor y devoción a su Protectora Santa Ana
OBSEQUIO – Procurémonos una imagen o medalla de Santa Ana y tengámosla siempre con nosotros.
JACULATORIA – GLORIOSÍSIMA SANTA ANA NO ME NEGUÉIS VUESTRO PATROCINIO
ORACIÓN. ¡Oh, bienaventurada Santa Ana, que destinada en los designios eternos para digna madre de aquella que debía surgir como aurora creciente del divino Sol, Jesucristo, fuiste prevenida con bendiciones de dulzura para buscar siempre la gloria de Dios! ¡Ah! por amor del que hizo en Vos prodigios tan grandes, tened compasión de mí. haced que mi mente toda esté ocupada en Dios, y que mi corazón se abrase todo en su amor, a fin de que no buscando otra cosa, ni queriendo más que a Él y su gloria, muerto para mí mismo, sea todo de Dios ahora y siempre. Así sea.
Padre Nuestro, Ave María y Gloria
DÍA TERCERO
MEDITACIÓN
Dios desde la eternidad había escogido para su divino Hijo encarnado una Madre digna de Él y por lo tanto destinó para Esta una Madre que, refulgente de preclaras virtudes y de santidad eminente, respondiera al supremo oficio a que era llamada. Imposible imaginar con que caudal de gracias especiales llenó Dios el corazón de nuestra querida Santa Ana al ensalzarla a ser Madre de la Inmaculada María.
Así como la aurora anuncia la belleza del día, así Ana debía anunciar la espléndida belleza de María, fruto de sus entrañas. Demos gracias al Señor que ha glorificado a nuestra bondadosa Madre Santa Ana y congratulándonos por el grande honor conferido, le repitamos lo que un piadoso autor escribió: “Grande sois Vos, gloriosa Santa Ana, porque grande es el oficio a Vos confiado e inmenso el cúmulo de favores que el buen Dios ha escondido y sembrado en vuestro corazón”.
Aquí reflexiona, ¡oh cristiano!, que los Evangelistas, callando el nombre de la gloriosa santa Ana, le hicieron gran elogio insinuando que fue digna madre de la Madre de Dios. ¿Quién es el que no sabe que por la calidad del fruto se conoce el mérito de la planta? ¿Quién es el que ignora que las alabanzas y glorias de María son las alabanzas y glorias de Santa Ana? Sin que los Evangelistas pongan el nombre, tú sabes que ella es la madre de la Madre de Dios. ¿Qué elogio más breve y grande quieres que éste? El silencio te enseña también la singular modestia de Ana, que buscó una gloria escondida y cerrada en su interior. Aprende entonces de ella a juntar tesoros escondidos para la otra vida. Las riquezas manifestadas están en continuo peligro de ser robadas. ¡Oh dichoso tú si puedes decir con Santa Ana: mi Dios y mi todo!
EJEMPLO. Un mahometano hallábase en grave enfermedad; las personas que le asistían, pusieron en práctica todo cuanto sabían para persuadirle a que abrazase la santa religión cristiana, pero todo parecía inútil. Las oraciones más fervorosas alternaban con los argumentos y razones más persuasivas; no obstante continuaba obstinado en su secta saliendo de sus labios horribles blasfemias.
Pensaron entonces en recurrir a Santa Ana con incesantes súplicas para obtener la suspirada gracia. He aquí que una noche el infiel vio en sueños a Santa Ana, que con imperio mezclado con suave dulzura, le dice: “Hazte cristiano”. Este mandato y la divina belleza de Santa Ana le despertó y quiso, sin pérdida de tiempo, cumplir el querer de Ella, aplicándose al estudio de la religión cristiana. Se le administró el Bautismo, la Confirmación, y la Santísima Eucaristía estando de rodillas aunque bastante enfermo. Vivió después de este hecho diecisiete días, al fin de los cuales, confortado con Jesús Eucaristía, expiró tranquilamente.
Admirable ejemplo de cuanto vale la intercesión de Santa Ana para alcanzar la conversión de los pecadores y para obtenerles una santa muerte
OBSEQUIO – Recitar tres Gloria a la Santísima Trinidad, dándole gracias por los privilegios concedidos a Santa Ana.
JACULATORIA – Dulcísima Madre Santa Ana, hacednos devotos de vuestra querida Hija María.
ORACIÓN. ¡Oh bendita Santa Ana, jardín florido de gracia y virtud! yo me alegro con Vos y con el más tierno afecto de amor y gratitud alabo y rindo gracias a la Santísima Trinidad porque os dio por hija al refugio de los pecadores y causa de nuestra alegría. Bendita Vos y el fruto purísimo, que es el renuevo de vida, alabado y encomiado por la tierra y el Cielo. ¡Oh gloriosa madre de tan grande Virgen! Por su amor y honor, hacedme cada día más agradable a tan excelsa Señora; así viviendo y muriendo en su servicio y el vuestro, tendré la suerte de alabaros por siempre en el Cielo. Así sea.
Padre Nuestro, Ave María y Gloria
DÍA CUARTO
MEDITACIÓN
La Sagrada Escritura nada dice de la vida de nuestra Santa y esto no debe maravillarnos, ya que las obras portentosas de Dios no tienen necesidad de ser escritas muchísimas veces saltan a primera vista de quienes las contemplan.
Fácil es demostrar cómo Santa Ana nació de piadosos y excelentes padres de la real estirpe de David, observantísimos de la Ley y estimadores profundos de las misericordias divinas. Apareció como aurora que anuncia la próxima venida del Sol de justicia, del candor de eterna luz hecho carne, del esperado Mesías.
La Iglesia Católica tiene por tradición indudable que la madre de la Madre de Dios se llamó Ana, y el padre Joaquín, ambos de la raza de David y descendientes de aquellos renombrados personajes, patriarcas, pontífices y reyes descriptos por los santos evangelistas Mateo y Lucas, Joaquín de Nazaret era descendiente de David, por la rama de Leví y Ana, de Belén por la rama de Mathan.
Esplendido fue, ¡oh cristiano! el nacimiento de tu protectora Santa Ana. Ilustre en verdad, por los títulos gloriosos de sus antepasados, es incomparablemente más esclarecida por la prole que debía dar a luz, que es, no sólo hija del Rey, sino madre del Rey de los reyes.
Por tales motivos hay razón para que el culto singular y la profunda veneración que la Iglesia profesa a la Madre de Dios se extienda de un modo especial a Santa Ana. ¿Quieres tú participar de esas gracias? Hazte verdadero hijo de María, copiando en tí la virtud, la reverencia y el honor que Ella rinde a su madre. De este modo, si por María se difunde la gracia en sus ascendientes, vendrá un día en que Ella también pasará a sus descendientes, es decir, a todos aquellos que se portan como verdaderos hijos suyos.
EJEMPLO. En el año 1513 un voraz incendio amenazaba destruir un convento de Franciscanas en Alemania. ya el fuego había destruido los edificios vecinos y se carecía de medios para atajarlo.
Las pobres monjas atemorizadas por el inminente peligro se encontraban en la más grande desesperación, cuando he aquí que algunas de ellas, recurrieron a la protección de Santa Ana pidiéndole su auxilio.
Tomaron una imagen de la Santa con devoción, la pusieron delante las llamas e hicieron votos. Al instante el fuego se apagó y dejó ilesas a aquellas buenas monjas que desde aquel día aumentaron más y más su devoción a la que fue por ellas invocada.
OBSEQUIO – Pongámonos por espacio de algunos instantes, delante de la Imagen de Santa Ana y examinemos cuáles son los sentimientos de devoción que nos ligan a Ella.
JACULATORIA – Amadísima Santa Ana, Madre de la excelsa Madre de Dios, rogad por nosotros.
ORACIÓN. ¡Oh, mi dulcísima abogada Santa Ana, cuánto gozo al considerar las glorias de tu nacimiento, como brillante estrella en el cielo tempestuoso; cuanto me regocijo de las caricias con que fuiste enriquecida! Querría que todas las criaturas se uniesen conmigo para agradecer y bendecir al Altísimo. ¡Oh mi amoroso Señor! yo os ofrezco todas las incesantes alabanzas que os tributan los coros celestiales en acción de gracias por los privilegios y dones que vuestra bondad derramó a manos llenas sobre Santa Ana, os pido la merced de venerarla y amarla cual conviene.
Padre Nuestro, Ave María y Gloria
DÍA QUINTO
MEDITACIÓN
En la infancia de Santa Ana crecía la gracia al mismo tiempo que la edad.
Esto pedía el alto encargo que Ana debía desempeñar en lo que atañe al divino Redentor del mundo, no pudiendo ser de otro modo por el enlace que debía armonizar la acción de la gracia y las angélicas disposiciones de Ella. En efecto, dícese que Ella a una atrayente venerabilidad de aspecto, unía un trato señoril y afable, corazón ardiente y generoso, sencillez y candor que cautivaban, sagacidad y prudencia superior a la edad; por esto en Ella nada de vano, nada de impulsivo, sino todo sabiamente ordenado, tanto que su modestia hacía resaltar su belleza y su correcto comportamiento en todas las cosas manifestaba una belleza de alma que extasiaba.
Mientras que en Ella florecían la infancia y la juventud, su alma se abría sucesivamente a la acción de los espirituales carismas los cuales perfeccionándola, la encendían más y más de celestial amor hacia su Dios.
¡Qué contraste entre nuestra conducta y este sublime modelo!
He aquí el modo, ¡oh cristiano! de hacerse aceptable al Señor, quien aunque no a todos destina para grandes cosas, sin embargo, da a todos la gracia para santificarse en su estado. Toca, pues, a cada uno el corresponder a este beneficio pasando sus años en el santo temor de Dios, absteniéndose del mal y obrando el bien.
Lo que más importa es unir la vida activa a la contemplativa, teniendo la mente dirigida a Dios y a su gloria en el acto mismo en que con diligencia se cumplen los deberes domésticos ¡Oh! si todos lo hicieran así, ¡cuántas inquietudes menos habría en la familia, donde sus miembros, por lo común, tocan los extremos! Los extremos son vicios, y la filosofía enseña que sólo en el justo medio está la virtud. Esto sólo lo comprende aquél que viviendo, en familia, procura ser semejante a Santa Ana: todo de Dios y todo de la familia.
EJEMPLO. La asistencia de Santa Ana a aquellos que en su poder confían, lo demuestra lo que sigue.
Navegaba de Sicilia a Roma el Venerable Inocencio de Chiusi: improvistamente la nave fue perseguida por los piratas turcos y todos los viajeros fueron presos del temor de ser asaltados y saqueados.
Fray Inocencio, devotísimo de nuestra Santa, les dijo: “Invoquemos a una el auxilio de la poderosísima Santa Ana, Ella es benigna y no tardará en socorrernos” Y todos a coro gritaron llenos de fe: “Santa Ana socorrednos, Santa Ana, salvadnos”.
Al instante vieron las naves enemigas volcarse y desaparecer bajo las aguas. Con gran reconocimiento todos ensalzaron con júbilo el poder y clemencia de la excelsa Santa Ana.
OBSEQUIO – Examinemos si en nuestra alma hay algo que pueda desagradar a Santa Ana.
JACULATORIA – Amabilísima Santa Ana, aumentad en nuestro corazón el amor y la fe hacia Vos.
ORACIÓN. ¡Oh, afortunada Santa Ana, que habiendo conocido a Dios desde los primeros albores de la vida, en Él creíste, en Él esperaste y a Él solo amaste con todo el corazón, buscando siempre su honor y su gloria, aun en medio de las ocupaciones civiles y domésticas! ¿y cuándo será que nosotros, imitando tu ejemplo, realmente recorramos el camino de la salvación? ¡Ah poderosa abogada!, por aquel amor constante con que serviste y honraste al Señor, haced que le amemos sobre todas las cosas, y que todos nuestros actos pensamientos y afectos sean dirigidos a Él y a su gloria, estando dispuesto a perder la vida antes que la gracia.
Padre Nuestro, Ave María y Gloria
DÍA SEXTO
MEDITACIÓN
De cómo Santa Ana se preparó para la elección de estado
La preparación para elegir el estado a que nos llama la Divina Providencia es considerada por todos los Doctores de la Iglesia, como una de las mejores disposiciones para obtener del Señor las gracias necesarias para salvarnos.
El Señor había elegido a Ana esposa de Joaquín, por Madre de su santísima Madre y Ella se preparaba con asiduas oraciones, meditaciones, obras piadosas y con la práctica de todas las virtudes que ejercía en grado heroico.
¡Qué humildad, fervor y fe, en sus cotidianas oraciones!
¡Cuánta modestia, candor y sencillez en sus palabras y en sus obras!
El Señor la enriquecía con todos sus singulares favores y le manifestaba toda su divina complacencia.
Profunda lección que nos invita a pedir al Señor luz para conocer su santísima voluntad, de la cual depende nuestra salvación eterna.
He aquí el modo ¡oh cristiano!, de conocer el estado al cual te llama el Señor, estado del que depende tu salvación. Pedir con suma instancia la luz necesaria al dador de todo bien. Santa Ana tenía la ley, y además los parientes instaban a casarse; pero ella no se mueve antes de conocer la divina voluntad. Y ved cómo su matrimonio es fecundado con la concepción de la bendita entre todas las mujeres, de la esperanza de los siglos.
¡Oh si los casados imitaran el ejemplo de Ana y Joaquín, cuántos frutos de gracia y honor darían los matrimonios bendecidos por Dios, y la familia y la sociedad no marcharían a su ruina! De las espinas no nacen uvas, ni los árboles buenos dan malos frutos.
EJEMPLO. Dos jóvenes de Verona estaban angustiados y llenos de preocupaciones temiendo no acertar en la elección de estado; cotidianamente pedían al buen Dios les mostrase claramente cual fuese su Santísima Voluntad.
Tuvieron la divina inspiración de dirigirse con fervorosas súplicas a Santa Ana a las que unieron votos , velas y flores, a fin de que les concediera la gracia de conocer la voluntad del Señor.
No tardó la celestial Patrona Santa Ana en aparecérseles acompañada de su Santísima Hija y con amorosas palabras les aseguró ser voluntad de Dios que entrasen en la Orden de San Agustín y llevaran vida devota. Lo que ambos hicieron, dejando en aquella ilustre Institución ricos perfumes de virtud y santidad.
OBSEQUIO –A ejemplo de Santa Ana no dejemos pasar día sin pedir que seamos iluminados a fin de conocer en nosotros la divina Voluntad
JACULATORIA – Poderosísima Santa Ana, obtenédnos del buen Dios que conozcamos y practiquemos su Santísima Voluntad.
ORACIÓN. ¡Oh, misericordiosa Santa Ana!, que como, madre de la verdadera luz, tenéis el don de iluminar la mente a cuantos piadosamente invocan vuestro auxilio. ¡Ah! enviad luces a la juventud, a fin de que, al elegir el estado del que depende la felicidad eterna, conozca su peso y tenga la gracia de cumplirlo fielmente, y dadnos a todos la gracia de santificarnos en el estado elegido, cumpliendo siempre la voluntad del Eterno. Así, por vuestra intercesión, unánimes en el servicio de Dios, veremos cesar los ejemplos funestos, aumentar el número de los buenos y florecer la paz y el buen orden en la familia y en la sociedad.
Padre Nuestro, Ave María y Gloria
DÍA SÉPTIMO
MEDITACIÓN
Desposorios de Santa Ana y San Joaquín
El motivo principal que inducía a las mujeres hebreas a unirse en matrimonio, era el deseo de ver la propia descendencia glorificada con el nacimiento del Mesías. Esta misma razón determinó a los padres de Santa Ana a privarse de su querida hija y darla por esposa a Joaquín.
Varios escritores afirman que tal unión se hizo por una revelación especial que tuvo Santa Ana, la cual sin titubear puso prontamente en práctica uniéndose con el elegido del Señor.
Los Santos Padre cantan alabanzas a las especiales virtudes que nuestra Santa debía revelar a su esposo Joaquín. Este a su vez atraído por las incomparables dotes de Ana, no podía dejar de corresponder con otras tantas celestiales prerrogativas. Así estas dos almas privilegiadas fueron las únicas aptas para preparar del modo más digno la venida de Aquella que debía robar el Corazón de Dios.
A la escuela de tales virtudes aprendamos aquella pronta obediencia a la voluntad de Dios en todo aquello que mira a nuestro provecho espiritual.
Admirad el bello ejemplo de unión y de paz que Santa Ana ofrece a los casados cristianos y a todos los miembros de la familia. ¡Portento celestial! Dios es caridad; y el que vive en caridad, vive en Dios y Dios en él. La caridad es la paz y la señal segura de que Dios habita en el alma del que la posee; ¿y qué tesoro más rico puede juntar el insaciable corazón del hombre? ¿qué podrá dar en cambio, o qué sacrificio podrá serle pesado para adquirirlo y guardarlo? El que tiene a Dios, lo tiene todo, y nada tiene quien de Él está privado. Las familias donde imperan estos principios representan la felicidad del paraíso; mientras que en aquellas donde faltan se descubre el desorden y confusión propia del infierno. Haz, pues, cristiano, cuanto puedas por vivir en caridad y ruega a Santa Ana que es la abogada de la paz doméstica.
EJEMPLO. Un noble español pedía fervorosamente a María Santísima le alcanzara la gracia de poderse decidir a la elección de estado, a cuya realización se oponían infinidad de obstáculos.
La Reina de los cielos apareciéndosele, le invitó a dirigir sus súplicas a su poderosísima Madre Santa Ana, lo que hizo con singular fe y devoción.
Nuestra querida Santa Ana no desoyó las fervientes súplicas de aquel su devoto y le obtuvo sin tardanza una suave calma de espíritu, que le indujo a seguir el camino a que era divinamente llamado.
Agradecido conservó constante devoción a su Protectora, a la cual tuvo siempre propicia en vida y en muerte.
OBSEQUIO –Si debemos elegir estado, invoquemos a Santa Ana para que nos obtenga la luz; si lo hemos elegido bien, supliquémosle nos ayude a perseverar en él.
JACULATORIA –Piadosísima Santa Ana, iluminadnos a fin de que conozcamos la divina Voluntad.
ORACIÓN. ¡Oh bendita Santa Ana!, por amor de aquel Dios que habitó constantemente en vuestro corazón, haced que la santa caridad, alma y vida del cristiano reine siempre entre nosotros. Vos disteis a luz a la madre de Aquel que vino a traerla del cielo a la tierra; una palabra vuestra dirigida a El es un mandato; ¡Ah! hablad, rogad por los casados cristianos, por las cristianas familias, por todos nosotros, a fin de que formando un solo corazón y una sola alma, se vea reinar en todos la paz de Jesucristo. Así sea.
Padre Nuestro, Ave María y Gloria
DÍA OCTAVO
MEDITACIÓN
Vida de perfecta armonía de Santa Ana y de San Joaquín
Ana y Joaquín ligados con vínculo indisoluble, admirablemente unidos con total uniformidad de parecer, con perfecta identidad de aspiraciones, transcurrían su vida dulce y serenamente, llena de alegría y amor, avisándose mutuamente, confortándose recíprocamente, animándose con cariño al cumplimiento de sus deberes. Así de día en día hacíanse más agradables a Dios, el cual les elevó a la dignidad de padres de su Santísima madre.
Lo que más agrada al Señor, es nuestra conformidad con sus divinos designios y esto es lo que convierte este valle de lágrimas en un oasis del cielo y destruye en nosotros el egoísmo, pasión que en todo más o menos predomina, que es la causa principal de las discordias en las familias y en las naciones.
La paz angelical que reinó entre Joaquín y Ana nos sea estímulo de caridad fraterna, porque el Señor no reinará con su báculo de bondad y misericordia entre nosotros, si nosotros no renunciamos a nosotros mismos.
Cristiano ¿qué aprecio haces de la santa castidad y la continencia, a las que no hay cosa tan valiosa que pueda compararse? Basta decirte que sólo los que aman la limpieza del corazón tendrán por amigo al Rey de la gloria. Esta no es virtud de sólo los claustros, sino de todos los cristianos que desean ser gratos a Jesús. El Redentor dice a todos: El reino de los cielos reconquista por la fuerza y es prenda de los que se hacen violencia. Vela, pues, continuamente sobre ti mismo, conculca generosamente las comodidades y placeres de la vida presente que muy pronto se desvanecen; y la expectación de la eterna felicidad, que Dios te ha prometido, sea tu fuerza en medio del ineludible combate. Ruega a Santa Ana, para que por su Inmaculada Hija haga tu corazón casto, puro y siempre triunfante.
EJEMPLO. Cuéntase que entre dos esposos había desaparecido la paz y, a pesar de las fervorosas súplicas, y ejemplar vida de la consorte, no lograron sacar al esposo del mal camino y así alcanzar la paz perdida. Angustiada la piadosa señora se dirigió con fe a Santa Ana, a fin de que les hiciera conseguir la paz perdida y sus ruegos fueron atendidos.
El esposo cayó en grave enfermedad obligándose a guardar cama mucho tiempo y así pudo apreciar los diligentes cuidados y amorosas atenciones de su fiel esposa, la cual olvidando de todo cuanto había por el sufrido, no conoció sacrificios con tal que estuviese lo mejor socorrido y asistido posible.
Un día vio a su esposa en oración y quiso saber lo que pedía al Señor: “Pido, le contestó, que por la intercesión de Santa Ana nos sea devuelta con tu salud la primitiva concordia”. Al oir respuesta tan cariñosa, le pidió perdón, le protestó el antiguo afecto, le prometió absoluta fidelidad y como lo dijo, lo cumplió.
OBSEQUIO – Propongámonos estar en paz con todos, especialmente con aquellos con quienes convivimos.
JACULATORIA –Amabilísima Santa Ana, dadnos vuestro espíritu de humildad y de paz.
ORACIÓN. ¡Oh! amabilísima Santa Ana, que, santificada desde el seno materno, fuiste siempre brillantísimo espejo de pureza y honestidad!; ¿cuándo será que yo, imitando esta preciosa virtud, haga de mi corazón y de mi cuerpo un templo amado del Espíritu Santo, que habite en los que la poseen? Yo no lo merezco, pero espero que vuestra inclinación piadosa no se dejará vencer por mi indignación. Ea, madre de la Virgen de las vírgenes, tened compasión de mí, y sed en mí la perpetua custodia de tan rico tesoro. Yo me consagro todo a Vos y Vos aceptadme por vuestro, por amor a Jesús y María, como a vuestro siervo dadme la gracia de no ser tentado y el valor para no ser vencido.
Padre Nuestro, Ave María y Gloria
DÍA NOVENO
MEDITACIÓN
Elevación de Santa Ana hacia el Señor
El Damasceno dice: que Santa Ana de las rentas y frutos del haber doméstico formaba, con el consentimiento de su marido tres partes: la primera la ofrecía al templo de Jerusalén para el culto del Señor; la segunda la distribuía entre los pobres, y la tercera la empleaba en el sostenimiento honesto de la familia. Así es verdaderamente; cuando Dios es el tesoro del corazón no hay apego a los bienes terrenales, que hoy son y mañana desaparecen; por el contrario, dándole gracias a El que los da, cómo y cuándo quiere, se le vuelven donándolos a su culto y a sus pobres. He aquí como la casa de Santa Ana llega a ser un asilo de ángeles, un paraíso floreciente de virtudes. Los afligidos, atribulados y enfermos son llevados allí, y Ana los recibe por amor a Dios y los fortalece. En verdad ¿qué maravilla no es que el mismo Dios se alojase en esa casa y hallase en los brazos misericordiosos de Ana el reposo que después tuvo en el seno de su hija?
Cosa óptima es, ¡oh cristiano!, mirar con reconocimiento los dones que Dios nos ha dado y devolvérselos a Él mismo, para atesorar centuplicadamente en el Cielo. Contribuyendo al lustre y decoro de la casa de Dios, tú lo reconoces por absoluto dueño de cuanto posees; y con aliviar la indigencia haces tu deudor a Dios mismo, que dices: Lo que hicieres con mis pobres, conmigo lo hicisteis. Dad y se os dará. Es verdad que no todos podrán ser espléndidos con la Iglesia y con los pobres; pero como Dios mira más el afecto del donante que la suma donada, acepta la pequeña moneda de la viuda con más agrado que la ofrenda de los ricos. El no te exige que te prives de cuanto necesitas; y está dispuesto a hacerte merced por un vaso de agua dado por su amor, y tu caridad será encomiada el día del juicio, en presencia del universo. ¡Oh!, bienaventurados, los misericordiosos; el que mucho siembra, abundantemente recoge.
Favorecida de gracias especiales, Santa Ana sentía en grado sumo la necesidad de acercarse en todo momento a su Dios, vivir en El, reposar en Él, y todo a Él lo encaminaba aún su misma esterilidad, que parecía, según la opinión hebraica, indicio de maldición y cólera divina.
Con invicta paciencia y admirable resignación a su pesar y a su llanto unía humildes y fervorosas súplicas, ayunos prolongados y rigurosos, frecuentes y generosas limosnas.
Suplicaba al Señor tuviera de Ella piedad y misericordia, y sus oraciones subían al trono de Dios omnipotente como blanquecina nube de oloroso incienso. Ella debía soportar y soportaba muy santamente el desprecio de las personas que la conocían, la frialdad de los Sacerdotes y todas las impertinencias de las personas que en su esterilidad querían ver una prueba de desagrado del Señor.
Y Santa Ana no hacía más que suplicar al Señor con todo el amor de su corazón para que la librara de aquellas amarguras.
Tomemos ejemplo del modo cómo debemos suplicar para obtener: primero la gracia del Señor; después aquello de que tengamos más necesidad.
EJEMPLO. En Bruselas en el año 1864 una pobre mujer cuyo marido se había dado a todos los vicios, oyó hablar de los continuos prodigios obrados por Santa Ana y sin más, emprendió, como peregrina el camino hacia su Santuario para demandar y obtener la deseada conversión. No la arredró los 500 km. de camino, al contrario, abrazó voluntariamente los terribles trabajos del tal viaje persuadida de obtener la gracia. Llegó a la Iglesia de la Santa desfallecida y con los pies ensangrentados; se postró ante su trono y tanto lloró, tanto suplicó que por fin se sintió el alma inundada de alegría, preludio cierto de la gracia obtenida. Levantóse con fe y de regreso a su patria encontró al esposo completamente mudado de vida. Respetuoso y bueno, emprendió de nuevo sus prácticas religiosas y en todos sus días llevó vida cristiana y edificante.
OBSEQUIO – Prometamos al Señor alejar de nosotros la indolencia en el divino servicio.
JACULATORIA – Misericordiosísima Santa Ana, estimuladnos a continuas aspiraciones hacia el Señor.
ORACIÓN. ¡Oh!, piadosísima Santa Ana, que imitando los encomios de la mujer fuerte y teniendo siempre a Dios en la mente y el corazón, fuisteis generosa con el templo, larga con los pobres y multiplicasteis riquezas para el Cielo con el esplendor de vuestras acciones virtuosas; por esto el honor de la mujer que de Vos recibió la vida os llama bienaventurada, y bienaventurada, os repiten cuantos son sus hijos. ¡Oh!, ¡gloriosísima madre!; tended una mirada también hacia mí, que, aunque pobre y miserable, fui engendrado por vuestra hija al pie de la cruz y pertenezco al número de vuestros devotos. Extendedme vuestra mano, proveedme de la doble vestidura de vuestros devotos domésticos; llenadme de fortaleza y decoro, a fin de que pueda ser reconocido por vuestro en mi último día. Amén
Padre Nuestro, Ave María y Gloria
DÍA DÉCIMO
MEDITACIÓN
De la Humildad y Esperanza de Santa Ana
La profunda humildad de Santa Ana aparece más bella y luminosa en la larga y dura prueba de su esterilidad, que en aquel tiempo era como un signo de maldición. Señalada con el dedo y despreciaba por sus conciudadanos, jamás exhaló una queja ni guardó el menor resentimiento. Venerando la Providencia divina, que todo lo dispone para nuestro bien, se reconocía merecedora de tal confusión, y agradecía al Señor que la trataba como merecía. Mas, creciendo con los años las burlas y los desprecios, Ana, con verdadera alegría del corazón, invocaba al Señor, diciendo: Sed eternamente bendito, ¡Oh mi Dios! Que mortificáis y vivificáis. Si mi confusión aumenta, vuestra gloria crezca para mí cada día, siéndome más agradable que el más brillante trono. Otros os alaban porque los habéis enriquecido con una prole numerosa; y yo no cesaré de bendeciros porque me habéis privado de ella. Más en medio de tanta humillación esperaba y tenía como cosa segura que al fin llegaría para ella el día del contento.
Llegaron hasta el trono de la beatísima Trinidad los suspiros, súplicas, lágrimas y votos que Ana elevaba continuamente con fe y amor y del cielo volvieron aceptados y satisfechos.
Fue entonces cuando el Altísimo se dignó manifestar a los Ángeles que había llegado el tiempo por El determinado de realizar el misterio de la Encarnación, que había llegado el momento de la Concepción de María, la afortunadísima elegida entre millares, la cual recibiría en su purísimo seno al Verbo divino, al Mesías prometido esperado e invocado desde tantos siglos.
Les manifestó que Ana y Joaquín habían hallado gracia antes sus ojos, que los había guiado con predilección y que por su fidelidad, santidad y pureza había elegido a Ana para Madre de María.
Las humildes asiduas oraciones de las almas justas son aptas para mover el corazón de Dios y para que desciendan sobre nosotros sus divinas misericordias. Imploremos pues el don de la oración y hagamos un especial estudio para agradar al Señor por medio del cumplimiento de nuestros deberes.
Ahora, ¿Qué dices, cristiano, de este ejemplo? ¿Cómo acostumbres humillarte bajo la mano potente de Dios, que te exaltará en el día de su visitación? Para tu bien, El te prueba como el oro en el fuego. No llegues, pues, a perder la humildad, que es camino constante por el cual el Señor conduce a la exaltación y a la gloria. ¿No es justo que El, tu Dios, tenga toda la gloria, y que tú, polvo y nada, seas hollado por la planta de todas las criaturas? Espera siempre y confía; ninguno que en Él esperó fue jamás confundido. Llegará la hora de tu muerte y Él recompensará con infinitos tesoros de gloria tu voluntaria humildad y constante confianza, y del polvo en que yacías será elevado a los primeros puestos del Cielo.
EJEMPLO. Las Hermanitas de los pobres tenían a su fundador gravemente enfermo, sin esperanza de vida. Toda la ciencia era inútil; empero la Superiora pensó invocar a Santa Ana haciendo una novena y un voto solemne de elegirla por la Protectora de todas sus casas cuando hubiere obtenido la suspirada gracia.
La fe puesta en nuestra Santa no fue vana. Desde aquel momento el Padre Le Paillem empezó la mejoría y al terminar la novena quedó completamente curado. Es más fácil imaginar que describir la alegría de aquellas buenas Hermanitas. Fue cumplido el voto y la Santa dispensó nuevas gracias y bendiciones sobre el Instituto.
OBSEQUIO – Examinemos si cumplimos o dejamos de cumplir los votos hechos.
JACULATORIA –Fervorosísima Santa Ana, alcanzadnos constancia en cumplir lo prometido.
ORACIÓN. Admiro vuestra alta fortuna, ¡oh mi gran abogada Santa Ana! Vuestra hija, porque es la más próxima a Cristo, según la humanidad que tomó de ella, participa más de la plenitud de su gracia y Vos, porque fuisteis más próxima a la humildísima sierva, participáis más de su santidad. ¿Y cuándo comenzaré yo a aprender de Vos la santa humildad, que es el principio y base de todas las virtudes? ¿Cuándo, fijando la mirada en mi Redentor, que puso su trono en la paja de un vil establo, estableceré yo mi mansión entre el polvo del que fui formado? ¡Ah! Vos, que de la humillación fuisteis exaltada tanto, moveos a compasión de mí, y dadme un corazón verdaderamente humilde y lleno de confianza en mi Señor.
Padre Nuestro, Ave María y Gloria
DÍA UNDÉCIMO
MEDITACIÓN
Disposición de Santa Ana a los Portentos Divinos
Virtudes escogidas y singulares enriquecían cada día el corazón de Ana: la fe inquebrantable en aquel Dios que no permitió se apagara la luz de su progenie, el amor más ardiente y la más completa confianza en El, atraían sobre Ella la plenitud de los celestiales favores.
Escrito está que las gracias descienden sobre nosotros según sean nuestras disposiciones. Imaginémonos de cuantas gracias sería colmada Santa Ana cuyo corazón emanaba continuamente, como de un templo, el delicado perfume del más aceptable holocausto.
Si para todos es elocuente el ejemplo de nuestra Santa, séalo de un modo especial para las almas generosas y aprendamos cómo el Señor es generoso con las almas que, dotadas de fe ardiente y caridad humilde, se someten agradecidas a sus divinas disposiciones.
Dios da sus gracias según la medida del mérito que cada alma tiene ante Él y cuanto más ella se muestra digna de recibirlas, tanto más copiosamente infunde sus gracias, sobre los corazones que le son fieles y les muestra su predilección.
Ahora, mira ¡oh cristiano!, cuál es tu paciencia, sin la cual no puedes cumplir la voluntad divina, ni llegar a la posesión del reino eterno. Tú sabes que al Cielo se llega por la senda de muchas tribulaciones. Con que así sufre perseverante las fatigas que de cualquier lado te vengan; sufre porque Dios así lo permite y así lo quiere tu profesión de cristiano.
Observa con frecuencia cuánto ha padecido tu divino Maestro y piensa que rehúsa pertenecer al cuerpo el que rehúsa sufrir con la cabeza. Reflexiona especialmente en el premio que te está preparado, considerando que pasan las enfermedades, las persecuciones, las pérdidas, pero que la recompensa es eterna.
EJEMPLO. En la ciudad de Borgo en Sicilia una jovencita llamada Lucía enfermó de viruelas quedando ciega de dicha enfermedad. Su madre, convencida de que todos los remedios humanos eran inútiles, la puso bajo la protección de Santa Ana a fin de alcanzar de Ella aquella curación que inútilmente había esperado de la ciencia mediática.
A tal fin se postró ante el altar de la Santa y con lágrimas le suplicó fervorosamente restituyera la vista a la pobre ciega.
Y Santa Ana, que nunca desoye a quien a Ella recurre con fe inquebrantable, atendió los ruegos de aquella madre.
Acabada la súplica y enjugándose las lágrimas, la buena mujer levantóse para volver a su casa, cuando de improviso ve a su lado a la hija, que feliz al ser curada, postróse a los pies de la Santa dándole gracias, le prometió eterno reconocimiento.
OBSEQUIO –Recitemos tres Glorias a la Santísima Trinidad para que nos conceda perfecto abandono a su santísima voluntad.
JACULATORIA – Dulcísima Santa Ana, hacednos sumisos a las divinas inspiraciones.
ORACIÓN. ¡Oh invicta Santa Ana, luciente espejo de santa resignación y paciencia!; por aquel fruto bendito de eterna gloria y honor que recibisteis, haced que yo saque provecho de todos los males que afligen esta mísera vida ¡Ah, sì! Por vuestros méritos no me debiliten los trabajos; reciba con gozo y resignación las tribulaciones; y en medio de los sufrimientos, bese siempre la mano que me hiere. Así después de las angustias de esta vida, alegre recibiré la inmarcesible corona que Dios ha preparado para aquellos que con su auxilio soportan la inevitable prueba.
Padre Nuestro, Ave María y Gloria
DÍA DÉCIMO SEGUNDO
MEDITACIÓN
Causa de la Esterilidad de Santa Ana
Es propio de Dios sacar sus más ricos tesoros de la esterilidad, para manifestar mejor su poder. El mundo, creado de la nada; la tierra, al principio informe y vacía, y el cielo sin luz, muestran claramente el poder de su palabra. El oro, la plata y los brillantes se producen en terrenos hórridos e infecundos, y la rosa nace entre las espinas. Isaac, Sansón, Samuel y el Bautista, luminares de su siglo, nacieron de madre infecunda. He aquí por qué Ana es estéril. De esta humillación suya debía originarse su dignidad ¿Por qué la madre de Dios, pregunta el Damasceno, nació de madre estéril? Porque era necesario que su nacimiento preparara el camino al prodigio de todos los prodigios. Si Ana hubiere sido fecunda no habría dado a luz a la única bendita entre todas las mujeres al océano de gracia, al más bello adorno de la tierra y del cielo. Su hija, tan elevada sobre todas las criaturas, debía de ser hija de la gracia. Y así, surgiendo de padres infecundos, su nacimiento debía atribuirse más que a la naturaleza, a especial bendición de Dios. Retardado el nacimiento de María, explica San Jerónimo se manifiesta mejor que la que nace, no es del sentido, sino de la gracia. Mejor se explica, añade San Ildefonso, que nace limpia de cuerpo y de corazón, sin concupiscencia. Además, en la prolongada esterilidad de Ana, se preparaban todas las virtudes y las gracias que debían nacer con María.
Aprende ¡Oh cristiano! De Santa Ana, a conformarte con el divino querer; Él te sacó de la nada, cuando le plugo; te hará vivir en la tierra cuando le plazca, y cuando quiera te llamará a su presencia. Si deseas ser feliz, aquí y en la eternidad, reflexiona que eres obra de sus manos y que si te sacó de la nada fue no para que vivieses para ti mismo, sino para su gloria. Busca a Él de todo corazón y sin descanso. Si tarda en llegar, espéralo que llegará en el tiempo fijado y te confortará y consolará; aquí te colmará de santificación y de gracia, y en el cielo de alegría y gloria.
Reflexiona, ¡Oh cristiano!, que la prosperidad es madrastra de la virtud, y que al contrario, el llanto y los afanes son nutricios de la piedad y guía de la perfección. Las gracias más bellas, los favores más señalados del Cielo son, por lo común, el fruto de las plegarias, de las humillaciones y de los sacrificios. Esto lo vemos en Santa Ana, que sin la esterilidad no habría llegado a la dignidad sublime de la Madre de Dios.
EJEMPLO. ¡Ay! de aquel que hace promesas y votos y no los cumple! El Abad Maggiolo descuidó cumplir el voto hecho de entrar en la orden de los capuchInos y fue poseído del demonio; aunque de limitada cultura literaria, hablaba idiomas que nunca había aprendido, e improvisaba elegantes versos.
A pesar de repetidos exorcismos no se libró del maligno espíritu y preguntado el por qué, declaró que dejaría aquel cuerpo “in illa die quae noctem non habet”. Los sabios, después de haber meditado el caso para darle interpretación, debieron confesar que no sabían explicar el enigma.
Un piadoso Franciscano, conocedor del caso, hizo cuarenta días de riguroso ayuno, de ásperas disciplinas, expuso el Santísimo Sacramento por espacio de tres días, después confortado con la bendición del Sr. Arzobispo de Génova, el día ocho de septiembre del año 1779 echó del poseído el demonio y el enigma tuvo esta explicación: “El día 8 de septiembre puede decirse día sin noche, porque en tal día Santa Ana nos dio a María, luz esplendorosísima concebida sin mancha de pecado y de culpa.”
OBSEQUIO –Recitar una Ave María a Santa Ana para que disipe de nosotros las tinieblas del pecado.
JACULATORIA –Purísima Santa Ana alcanzadme pureza de entendimiento y de corazón.
ORACIÓN. Dios te salve, ¡oh Santa Ana!, nobilísima planta, que puesta en el jardín de la Iglesia, produjiste a su tiempo la vara de Jesé, de la cual tuvo vida el esperado Salvador del mundo. Yo me alegro con Vos, con Vos agradezco al Altísimo, porque os glorificó, haciéndoos madre de la gran Madre de Dios y constituyéndoos patrona de todas las estériles. ¡Ay!, una mirada, ¡oh gran Santa!, a la miserable esterilidad de mi corazón; encendedlo en el amor de la gloria divina, fecundizadlo en santas y virtuosas obras, a fin de que no tenga que parecer vacío en la presencia divina.
Padre Nuestro, Ave María y Gloria
DÍA DÉCIMO TERCERO
MEDITACIÓN
Concepción Inmaculada de María
Es opinión de algunos Doctores de la Iglesia, que Santa Ana tuvo conocimiento por un Ángel del gran advenimiento que debía efectuarse en Ella, en la Concepción de María Santísima de la Mujer que, debiendo ser Madre del Hijo de Dios, no debía ser en ningún instante esclava de la culpa original.
Tal privilegio en María importa una pureza especial y una sublime grandeza en Santa Ana, elegida Madre de una tan grande Hija.
¡Oh! cuánta alegría inundó el alma de nuestra Santa, cuando, apagada casi en Ella la esperanza de ver glorificada su descendencia, se sintió elevada al más alto honor y cercana a Aquel que debía traer la salvación al mundo entero! Cuales acciones de gracia habrá dado a Dios, que santa complacencia, que dulzura de espirituales carismas habrá gustado desde la concepción de Aquella excelsa Hija, que debía ser Madre de Dios, Autor de la vida!
Tú también, cristiano, aunque concebido en pecado, debes, como verdadero hijo de María, aspirar a tu santificación. EI Apóstol te dice: Voluntad de Dios es tu santificación. Ella exige que te libres de toda mancha, y que adelantes en obras buenas. Ruega a Santa Ana para que te confirme en la senda del bien.
Postrémonos a los pies de esta querida Santa, unámonos a su gozo y supliquémosle nos asista en vida y en la hora de la muerte.
EJEMPLO. Sor Ana Maria Zanolli, veneciana, fue desde la cuna devota de Santa Ana, en cuyo honor se dedicó en su casa a la vida eremítica. Pasando por Padua, como supiese que había allí un monasterio de eremitas franciscanas fundado por la Venerable Graciosa Cechini, quiso ser admitida.
Por sus raras virtudes, muerta la fundadora, fue elegida abadesa, e inmediatamente pensó en fundar un nuevo monasterio en lugar y forma más a propósito. Para la obra puso toda su esperanza en Santa Ana, y repetía a sus monjas: La gran santa, para mostrar que es suyo este prodigio, moverá los corazones piadosos a socorrernos, y nos hará encontrar después un lugar doble del que ocupamos”. A los que Ie ponderaban las dificultades de la empresa y la falta de medios, añadía: “Yo tengo mi bolsillo en el cielo; Santa Ana ha hecho prodigios mayores”. Tanta confianza no fue defraudada, porque en seis años se hizo iglesia y monasterio en Vanzo, realmente doble de la pobre ermita que tenían en Ponte Corbo; entonces la Zanolli vio llegar cuantiosas limosnas de países lejanos y vio multiplicarse en su bolsillo sus pequeños recursos, que nunca escasearon, hecho que, desde luego, atribuyó a la protección de Santa Ana.
OBSEQUIO. – Preparémonos todos los días para morir, a fin de que la muerte no nos sorprenda sin estar preparados.
JACULATORIA. – Generosísima Santa Ana, áncora de salvación de los que mueren, rogad por nosotros.
ORACIÓN. ¡Dios te salve, oh, gloriosa Santa Ana!, que aunque nacida de la raza manchada con el pecado original, pura por especial asistencia divina, concebiste santamente a la más pura, la más casta, la más santa de las criaturas, el objeto de las complacencias de Dios. Vos; con el nacimiento de María, anticipasteis los mas ilustre dones del antiguo pacto y superasteis sus riquezas, todas juntas. Mientras yo bendigo al Altísimo, que os concedió las bendiciones de todas las gentes os conjuro, por el amor de vuestra inmaculada hija, que purifiquéis mi corazón. Así será, hará habitación del Señor y ciertamente agradable cuando lo ofrezca a vuestra dulcísima María mi Madre y Reina, a la cual se ha dado todo honor por los siglos de los siglos. Amén.
Padre Nuestro, Ave María y Gloria
DÍA DÉCIMO CUARTO
MEDITACIÓN
Vivísimo Deseo de Santa Ana del nacimiento de María
Cuán vivo y ardiente fuese el deseo de Santa Ana de ver nacer a su prole, se puede deducir de los ayunos, de las súplicas, de las limosnas y de los sacrificios con que la pidió.
Si una madre goza en la expectación de ver a su criatura, que alegría inefable no debía sentir Santa Ana cuyo corazón era centro de la acción directa de la gracia, cuya alma estaba renovada de energía superior?
Es dulce imaginarla en supremo éxtasis resplandeciente de amor en el deseo de abrazar a su privilegiada Hija, contemplar su angelical rostro y enajenarse con los perfumes de aquellas virtudes que debía exhalar aquel corazón que nunca tocó la culpa y en aquellos deseos derramar lágrimas de júbilo!
Unámonos a la gloriosa Santa Ana en el ardor de la plegaria, a fin de que nos obtenga el gozo de ver un día a Aquella que es la alegría del cielo.
Mira, ¡oh, cristiano! cuanto valen las constantes plegarias de los justos. Dios, por ellos, manda a su hijo, sobreabundando, con infinita misericordia, a la suma maldad que cubría la tierra. ¡Oh, y en que míseros tiempos ahora nos hallamos! La tierra ha llegado a ser abominable a los ojos del Cielo, por el descuido de la religión y el desprecio de la fe. Y Dios, irritado contra el hombre, lo abandona en manos de su iniquidad, que es el castigo más grande que suele mandar. (¿Será posible que no haya quien pueda mover a Dios a misericordia? Sólo las almas justas pueden inclinarlo con sus oraciones. Muchos suspiran y lamentan el diluvio de iniquidad y de pecados, del cual ellos mismos son también causa. Muchos querrían ver el fin casi sin despegar los labios. Justifiquémonos primero, roguemos con asidua humildad y lo obtendremos todo.
EJEMPLO. El siguiente pasaje revela de cuánto auxilio sirve a los que se dedican a la vida contemplativa la meditación de la vida retirada y devota de los santos Joaquín y Ana, que contribuye eficazmente al adelanto de la senda de la perfección. Refiere el Venerable Luis de Granada, en el tomo segundo de sus sermones sobre los Santos, que un religioso dominico, para gozar mejor de la soledad, lejos del bullicio de las criaturas, se retiró a la gruta de Marsella. Un día, mientras oraba, se le apareció María Magdalena, que le informó sobre muchas cosas realizadas con ella en ese mismo lugar. Le contó, entre otras cosas que San Miguel Arcángel le trajo del Cielo una cruz, en la que se veían pintados los principales misterios de la pasión de Nuestro Señor; y además, escrita por manos angélicas, la historia de los santos progenitores de María, Joaquín y Ana. Y que en verdad el ángel le había dejado esa cruz para fortalecerla.
OBSEQUIO.- Prometamos a Santa Ana aumentar nuestro amor a María.
JACULATORIA. -: Augustísima Santa Ana, hacednos devotos de vuestra Santísima Hija.
ORACIÓN ¡Oh igualmente bienaventurados esposos Joaquín y Ana a los que todas las criaturas os son deudores por el don de los dones, que obtuvisteis para la tierra en vuestra excelsa hija y Madre de Dios; vuestra virtud, vuestras súplicas alcanzaron tan gran tesoro. ¡Ay! en vista de don tan amable y tan precioso, obtenednos el espíritu de gracia y.de oración, a fin de que, detestando nuestras culpas y santificándonos en nuestro estado, aplaquemos con nuestros ruegos la ira de Dios y logremos paz en la tierra. Si vos lo queréis, la gracia está concedida, porque es omnipotente cerca del trono divino la voz de vuestra hija, y cerca de Ella es omnipotente la vuestra. Rogad, pues, por nosotros, que con razón en Vos confiamos.
Padre Nuestro, Ave María y Gloria
DÍA DÉCIMO QUINTO
MEDITACIÓN
Nacimiento de María
EI nacimiento de la Virgen Inmaculada es cantado por la Iglesia como portador de luz y alegría al mundo entero; luz y alegría que se reflejaron en, Santa Ana, la cual escogida entre miles a tal gloria, nos dio a la bendita entre todas las mujeres a la augusta Madre de Dios.
Es lícito imaginar como el Señor cumplió su promesa haciendo gustar a la Madre una gota de aquella alegría que su divino Hijo traería a todos los hombres. De aquí innumerables actos de amor y de agradecimiento a Dios; cuidados maternales y diligencia amorosa hacia su querida Niña. Delante a aquella visión mas celestial que terrena, debía repercutir en todo su ser el gozo que en el cielo sentían los Ángeles anunciadores de la divina Redención.
He aquí, oh cristiano, como el Señor mortifica y vivifica, conduce al sepulcro y los saca de él, da la pobreza y las riquezas, humilla y exalta. Bienaventurado quien en Él confía y se humilla bajo su mana poderosa.
Regocijémonos de vernos unidos con vínculos tan estrechos a Santa Ana, Madre de nuestra piadosa Corredentora.
A su nacimiento, los ángeles se regocijaron y se alegró la naturaleza. ¡Y como, añade San Idelfonso entre los gozos y cánticos de los Ángeles podrían mezclarse la tristeza y el dolor que Ana heredó de Eva? Cuanto más raras son estas cosas en la naturaleza humana, tanto más convenientes eran a la dignidad de María. ¡Feliz nacimiento, concluye San Fulberto, por el cual se reparó la ruina del mundo!
También para ti, ¡oh cristiano!, nació la autora de tantos prodigios, el canal de toda gracia, el piélago insondable de gozo. Nació tu refugio, tu esperanza, tu madre, que te ama con amor invencible. ¿Cómo no agradecer al Señor y alabar a Santa Ana? Pero piensa que para ser hijos de María, que jamás estuvo en las tinieblas, y sí siempre en la luz, debes renunciar a las obras de pecado, que son propias del que odia la luz. Debes andar con toda honestidad, como se camina en el día, vistiéndote dentro y fuera de María; esto es, viviendo con su espíritu, que es todo santo, dulce, amoroso. ¡Oh, dichoso tú, si fueras todo de María! Santa Ana tendríate predilección, te miraría como cosa suya y te sería siempre propicia, en vida y en muerte.
EJEMPLO. El venerable Inocencio de Chusi, Menor reformado, que por la gran devoción a Santa Ana quiso ser apellidado con su nombre, celaba continuamente la gloria de tan excelsa Patrona. Con frecuencia repetía que había obtenido de esta gran santa innumerables gracias milagrosas, las cuales, al quererlas reunir, habrían formado un gran volumen. De él se refiere que al pasar de Sicilia a Roma por asuntos de su convento, recibió una carta del archiduque Leopoldo de Austria, que imploraba de sus oraciones el tener un hijo varón. Inocencio, después de haber orado, le contestó que ya Santa Ana le había hecho el milagro; que él, al nacimiento del heredero, mostrase su gratitud a tan poderosa abogada. El archiduque, apenas nacido el hijo, hizo fabricar un convento para los Reformados, con la iglesia bajo la advocación de Santa Ana.
OBSEQUIO. – Honremos a María Niña y a su felicísima Madre con el rezo de fervorosas oraciones.
JACULATORIA.– Carísima Santa Ana, aumentad en nuestros corazones el amor a Vos y a María.
ORACIÓN. ¡Oh, piadosísima Santa Ana!; si el universo, tras tanto esperar, tuvo 1a suerte de contemplar la fúlgida aurora, mensajera del sol de justicia, después de Dios, debe a vuestro voto, a vuestras humillaciones, Y suspiros, un tan gran bien. ¡Sed eternamente bendita!; por Vos se descubre el tesoro escondido de los siglos, y vuestros ardientes gemidos engendran a la Madre de las virtudes. Por Vos vino la que es la vida, dulzura y cara esperanza nuestra. Bendito sea Dios, que así colma vuestros deseos, y del polvo os colocó sobre el trono más brillante. ¡Ay!, amabilísima madre; hacednos fieles en el cumplimiento de los preceptos divinos, y constantes en seguir vuestros ejemplos para recibir después el premio eterno.
Padre Nuestro, Ave María y Gloria
DÍA DÉCIMO SEXTO
MEDITACIÓN
Afecto y diligencia de Santa Ana para con María
Los cuidados de Santa Ana para con su Hija fueron eminentemente santos. Conocida, tal vez por divina revelación, la sublime dignidad a la que María estaba destinada y el grande amor que Dios le profesaba, a ella se dedicó enteramente: sus cuidados, sus solicitudes, sus pensamientos, sus afectos, su sonrisa, sus besos, sus ternuras, todo fue para Ella.
A aquel milagro de santidad, a aquella belleza de Paraíso, a aquella sonrisa de cielo Santa Ana vertía todo su amor y cumplía con inefable alegría todos sus cuidados maternales para con María.
Hermoso es imaginar como Santa Ana transfundía sus sentimientos al corazón de aquella graciosa Niña, que se abría a las caricias maternales como el lirio se abre al calor del sol!
Admirable ejemplo de armonía espiritual que enseña, a quienes deben tener a su cuidado criaturas inocentes, como deben portarse para conducirlas al Señor por los senderos de la virtud y de la piedad.
¡Oh!, si los padres cristianos comenzaran a interesarse por la santificación de su prole, aún antes de recibirla, qué frutos de bendición se cosecharían en la tierra! Ellos con frecuencia son descuidados; y ¿por qué admirarse, si después esa prole es causa de su amargura…? De cualquier modo que sea, recuerda, oh cristiano, que al iniciarse en ti el uso de la razón, ya estabas obligado a honrar y amar con todo tu corazón a Dios, que sin mérito tuyo te dio la existencia, ¿fuiste en esto negligente? ¡Ah! no tardes. Agradece al Señor, que todavía te da tiempo de cumplir este ineludible deber.
Dile hoy mismo con San Agustín: “Haced, Señor, que os conozca y me conozca; para ti, honor; para mi el desprecio“.
EJEMPLO. Santa Ana alcanza para sus devotos gracias y favores temporales, como lo demuestra evidentemente en la inesperada curación de S.S. el Papa Gregorio XV.
Estaba en los extremos de la enfermedad, los médicos declararon ser un caso perdido, más él tuvo la inspiración de recurrir a Santa Ana.
Al instante se hicieron rogativas especiales para obtener la curación del Santo Padre; el por su parte se puso con fe en manos de su poderosa Madre.
He aquí que curó de repente, consolando a todos; y que está curación milagrosa fue obtenida por intercesión de Santa Ana lo atestiguan los médicos, los que allí se encontraban y los historiadores de aquel tiempo.
Para perpetuar su reconocimiento el Papa quiso que el 26 de julio de cada año fuese consagrado a festejar y conmemorar a la poderosísima Santa Ana que de tal modo había intercedido en favor de su causa.
OBSEQUIO.– Invoquemos a Santa Ana a fin de que nos asista a prestar cuidados espirituales a aquellos a quienes debemos acercarnos.
JACULATORIA.– Bondadosísima Santa Ana, obtenednos diligencia en la práctica de la virtud.
ORACIÓN. ¡Oh, humildísima Ana, tan engrandecida hasta encerrar en vos un cielo más espacioso que los cielos mismos!; todas las gentes os bendicen por ser madre de la Inmaculada. Todos los espíritus celestiales y mortales dicen: Bienaventurados los brazos que la sostuvieron, los pechos que la alimentaron, los labios que le imprimieron y recibieron sus primeros y purísimos besos. Mientras todos os tributamos honor y gloria, y a Vos volvemos nuestros ojos, confiados y devotos, ¡ay!, bajad los vuestros hacia nuestros gemidos en este valle de llanto. Atraednos tras el olor de vuestras virtudes sobre todo de vuestra humildad, a fin de que el Señor, hallándonos gratos a sus ojos nos bendiga ahora y siempre. Amén.
Padre Nuestro, Ave María y Gloria
DÍA DÉCIMO SÉPTIMO
MEDITACIÓN
Amor de Santa Ana a María
El amor de Ana a María, no era el amor ordinario de la madre a su propia hija, revestía caracteres especiales que daban a entender algo más que humano.
Ella entrevía en su Hija la gran misión que debía ejercer en la Redención y el altísimo honor que le tocaba en su glorificación, por esto debía tener a Ella un amor tan celestial y santo, sue sobrepujaba muy mucho al amor de toda madre.
Era el amor que la conducía a Dios a través de su Hija, amor que revelaba la pureza de sentimientos, generosidad de sacrificios y que le debía hacer gustar cuanto de gozoso y de íntimamente excelso se unía en Aquella privilegiada Criatura.
Cuáles serían, pues, las ternuras del corazón de Santa Ana, los afectos de su alma cuando contemplaba su rostros, la acariciaba, besaba, abrazaba y sentía el pequeño corazón de Ella palpitar al unísono con el suyo?
Si nos fuera posible levantar el velo que cubre los recónditos misterios del Corazón de la Santísima Virgen y el de Santa Ana, sacaríamos una impresión tan suave y dulce que nos inundaría de júbilo por toda la vida.
Roguemos a María Santísima y a Santa Ana a fin de que nos den tal pureza que merezcamos su inefable visión.
Al reflexionar que Santa Ana fue digna madre de la única hija perfecta, enriquecida desde el primer instante con todas las gracias y privilegios así singulares, no se puede menos de concebir una altísima estimación de su excelencia. Si Isabel, al ver a María, fue llena del Espíritu Santo; y el Bautista, santificado en su nacimiento, ¿Qué santificación y qué gracia no produciría en Santa Ana la presencia de María? Conque así, si antes, cristiano, has conocido, venerado y amado poco a esta excelsa Matrona, ahora procura remediarlo, consolándote con una devoción tan piadosa como saludable, fuente de gracia y consuelo celestial.
EJEMPLO. Amilcar Ludendorf, de noble linaje, había derrochado toda su hacienda en vicios y diversiones.
Reducido a la miseria, poco le faltaba para perder su alma y darse a la desesperación, cuando he aquí que en medio del torbellino de sus malos pensamientos tuvo la inspiración de trasladarse a Santiago de Galicia para impetrar del Santo un poco de luz en medio de sus densas tinieblas.
Se le apareció el Santo y díjole: “La gracia que deseas obtener, la alcanzarás invocando a Santa Ana y a su Familia.”
El joven tembloroso y conmovido, prometió cambiar de vida y practicar cuanto le fue dicho. Tuvo tierna devoción a Santa Ana, a San Joaquín y a María, devoción que conservó hasta el último de sus días y llevó vida cristiana ayudado por ambos Santos, los cuales muchas veces se les aparecieron para consolarle. Aconteció esto de modo especial en la hora de su muerte, cuando furiosamente tentado acerca de su salvación, SAnta Ana, San Joaquín con María le anunciaron la salvación eterna.
OBSEQUIO.– Confiémonos en Santa Ana, para que nos enseñe a amar a su excelsa Hija.
JACULATORIA.– Amorosísima Santa Ana, encomiéndanos a María Inmaculada.
ORACIÓN. Dios te salve, oh nuevo cielo, que concebiste la espléndida aurora de la inaccesible luz del sol de gracia y justicia. Con Vos me alegro, afortunadísima Santa Ana, me regocijo y gozo, al ver los primeros albores de vuestra hija y Señora mía, tan luminosos, tan santos, tan limpios de toda mancha.
Por aquella alegría de los astros matutinos, a la cual por la voz del Vicario infalible de Cristo, que declaró de fe este privilegio, se asoció toda la Iglesia, ¡oh gloriosa Matrona!, dignaos mirar benigna a todo el orbe católico. mostrando cuán grande es vuestro poder cerca de hija tan excelsa. Humillad a los enemigos que luchan contra la Iglesia y haced que todos conozcan que Ella es el arca de paz, fuera de la cual no hay salvación.
Padre Nuestro, Ave María y Gloria
DÍA DÉCIMO OCTAVO
MEDITACIÓN
Consagración de María Santísima al Señor
El sentimiento de reconocimiento de Santa Ana hacia el Señor por haberle concedido en una avanzada edad a María Santísima fue tan profundo tan sentido que le indujo a ofrecerle, a consagrarle Aquella flor inmaculada, Aquel tesoro divino, Aquella viva prueba de predilección del Señor.
Justo era, que recibiera el Señor aquel agradable holocausto por manos de Santa Ana, como fué acertada que Santa Ana, elegida Madre de la Madre de Dios, fuese ejemplo de generosidad a todas las madres en dar su prole al Rey de Reyes y Señor de los que gobiernan.
La consagración de María no fue un acto cualquiera para Santa Ana: al tiempo que sentía una especial gratitud para con el Señor, conocía cuán agradable podía ser a Dios la oferta de su inocentísima Hija.
La celestial María, santificada desde el primer instante de su concepción, debía aparecer una criatura santa en la ofrenda extrema de su existencia, de tal modo que íntimamente atraía y robaba el Corazón de Dios y sus místicas complacencias.
Ejemplo elocuentísimo que nos enseña el pronto y constante cumplimientos de los votos y de las promesas.
EJEMPLO. No pocos permanecen constantes en la fe por intercesión de Santa Ana.
En el año 1643, la ciudad de Duven fue sitiada por formidable ejército de calvinistas y los sitiados, presos de gran terror, desesperaban de su salvación.
Era párroco de aquella ciudad en la iglesia de Santa Ana el P. Teodoro Ray de la Compañía de Jesús, el cual les exhortó a recurrir a Santa Ana, de la cual era devotísimo e invitándoles a prometer a Dios antes de morir que renunciar a la fe. Aceptaron el santo consejo del buen padre y protestaron unánimes de permanecer en la religión católica.
Mientras los hombres combatían, los ancianos, las mujeres y los niños invocaban con fervorosa súplica a Santa Ana para que los defendiera y fueron favorablemente atendidos.
Al noveno día de sitio, noveno día de plegarias, los enemigos, cansados abandonaron la ciudad sin haber causado daño alguno; lo caul demostró a los enemigos una protección sobrenatural sobre la ciudad y a los ciudadanos de Duven la bondad de Santa Ana en su favor.
OBSEQUIO.– Prometamos a Santa Ana trabajar para que aumente en nosotros el amor a nuestra Santa Religión y recitemos el acto de Fe.
JACULATORIA.– Potentísima Santa Ana, haznos dignos de consagrarnos a Dios.
ORACIÓN. ¡Oh, nobilísima Santa Ana!, ninguna matrona fue, ni será jamás, semejante a Vos, que sois la madre de la Madre de Dios. ¿Qué suerte venturosa no es tener el tesoro de Dios y de los hombres, la esperanza de los siglos, la alegría de los ángeles, el gozo de todas las criaturas, el terror del infierno? ¿Qué gloria no es ver que en vos aparece el pie triunfante que debe hollar la cabeza de la serpiente seductora? ¡Oh gloriosísima Santa! Vos sabéis bien cómo el enemigo, aunque expelido por su descendencia, provoca encarnizada guerra a la vuestra. ¡Oh piadosísima!, venid en nuestro socorro. Con vuestra presencia los hijos de la serpiente huirán, y los hijos de vuestra Hija, alegres y triunfantes, os bendecirán junto con Jesús y María
Padre Nuestro, Ave María y Gloria
DÍA DÉCIMO NOVENO
MEDITACIÓN
De la Imposición del Nombre de María
El ángel enviado a Santa Ana le había dicho: ” Nacerá de ti una hija, la cual, llamada María, será bendita entre todas las mujeres, y ese nombre le pusieron sus padres, porque el ángel lo había revelado.
“El nombre de María emana de los tesoros inmensos de la Divinidad”, como escribe San Pedro Damián, y Santa Ana que impuso, después de serle revelado, el nombre de María a su Hija, formó parte de aquellos tesoros. El nombre debe expresar cuánto de grande y de santo se espera de la persona que debe llevarlo, al mismo tiempo debe manifestar la misión y oficio que la persona debe cumplir.
Santa Ana poseía la clara visión de la santidad, de la grandeza y de la majestad a que sería elevada su Hija, e impúsole el augusto nombre de “María”.
Verdadera fuente de gracias y bendiciones es el nombre “María”, nombre dulcísimo, nombre potentísimo, bálsamo de salud y de paz.
Cristiano, procura ser devoto de este nombre, que es bálsamo de consolación, de salud y de paz para el que invoca con afecto y confianza. En las tentaciones, en las angustias, no dudes; llama a María, y experimentarás auxilio celestial. Ten este nombre frecuentemente en los labios, y siempre en el corazón, para tener la suerte de terminar tu vida con esa prenda segura de salvación.
Invoquemos frecuentemente con fe y amor este nombre tan querido y obtendremos clemencia en vida y en muerte.
EJEMPLO. En el año 1831 la peste se enseñoreó de Dijón haciendo cotidianos estragos.
Sus habitantes, atemorizados, oprimidos, extraviados, se unieron al Clero y al Obispo a fin de pedir al cielo les favoreciera. Entre las muchas promesas hicieron el voto de solemnizar cada año el día de Santa Ana de la manera más solemne si los libraba de aquel terrible azote siendo este voto acompañado de la más viva fe en obtener de la divina Misericordia, por intercesión de este gran santa, la suspirada gracia.
Al instante fueron atendidos; la mortalidad cesó como por encanto y la ciudad fue librada de aquel terrible mal.
En la catedral de Dijón una lápida conmemorativa en honor de Santa Ana demuestra a todas horas cuán solícita se muestra con los que en Ella confían.
OBSEQUIO.– Invoquemos con frecuencia los dulces nombres de Ana y de María y las tendremos propicias en vida y en muerte.
JACULATORIA.– Piadosísima Santa Ana, dadnos vuestro amor para con María.
ORACIÓN. ¡Oh, bienaventurada Santa Ana!, yo me alegro con Vos. Vuestra humillaciones, penas y afanes en el largo tiempo de vuestra esterilidad fueron sobreabundantemente trocadas en gozo indecible. Enseñada por el ángel de que seriáis la madre de María, repitiendo este dulcísimo nombre experimentábais todos los placeres celestiales. ¡Ah, mi poderosa abogada, haced que este nombre santísimo, lleno de todas las riquezas del tesoro eterno, sea mi luz, mi guía, mi sostén y mi refugio, en vida y en muerte. Hacedlo por aquella suavidad que siempre sentís al pronunciarlo, entre los aplausos de los ángeles, en la patria del eterno contento.
Padre Nuestro, Ave María y Gloria
DÍA VIGÉSIMO
MEDITACIÓN
Purificación de Santa Ana
Santa Ana, enteramente sumisa a la ley hebraica, cumplió el rito de la purificación. Pasados los días establecidos, salió de Nazaret camino del Templo llevando consigo a su Hija. La Sagrada Escritura nada dice de esta purificación, la cual debía sin duda tener puntos de contacto con otra acaecida años después, cuando María Santísima presentó el suspirado Niño Jesús y lo puso en brazos del anciano Simeón. También Santa Ana presentó al Templo a María, púsola en manos del anciano Sacerdote, ofreció el cordero y la tórtola y suplicó al Señor aceptara la ofrenda y quedara Ella purificada. Tal profundísima humildad y perfecta obediencia debía aumentar el gozo de los angélicos ejércitos que veían en la Santa Niña a Aquella que debía ser proclamada Bienaventurada.
Séanos grato participar con el pensamiento y con el corazón a aquella admirable visión de cielo y hagámosnos propicias a aquellas dos Criaturas, tan agradables a Dios, con la práctica de la obediencia y de la humildad.
“Advierte, dice la Virgen en una visión a la Venerable de Agreda, la puntualidad, tan agradable al Señor, con la cual mi madre satisfizo a la ley de la purificación, y sé su imitadora. Yo fui concebida sin pecado; y siendo pura por la gracia del Señor, no necesitaba ser presentada al templo, como tampoco lo necesitaba mi madre; sólo fue por mostrarse obediente, y el Señor la acrecentó en gracia y virtud.
Con que así, te avisó que cuides de cumplir las leyes más pequeñas, y de no dispensarte jamás de ninguna regla de tu monasterio; porque Dios, larguísimo remunerador de la puntual fidelidad, se declara ofendido por la más insgnificante negligencia”. ¡Oh!, cuán oportunos son estos ejemplos y estos avisos en nuestros tiempos, en que fácilmente se quebrantan las leyes y las observancias más santas. Confundido así, y destruído el buen orde, todo es escándalo y ruina. ¡Ah sí!, es demasiado cierto que el que desprecia las pequeñas observencias deja al fin el cumplimiento de las más importantes.
EJEMPLO. Una joven riquísima caída en la más triste miseria, estaba tentada de suicidarse, pero oyendo un día hablar del poder de Santa Ana y de su validísimo patrocinio, fue vivamente inspirada a dirigirse a Ella y empezó al momento una novena en su honor con la esperanza de ser atendida.
Santa Ana, no tardó en consolar a aquella pobre hija, pues antes de terminar la novena un noble y religiosísimo joven le pidió por esposa sin cuidarse de si carecía de dote. Sumamente maravillada y feliz la pobre joven atribuyó a Santa Ana el inestimable favor recibido y para eterno reconocimiento quiso divulgar el hecho.
OBSEQUIO.– Prometamos a Santa Ana mantener puros el entendimiento y el corazón.
JACULATORIA.– Clementísima Santa Ana, Madre de la Purísima Madre de Dios, rogad por nosotros.
ORACIÓN. ¡Oh, igualmente humildísima y obediente Santa Ana! ¿Cuándo aprenderé con vuestros ejemplos a domar mi orgullo, que tan fácilmente me domina impidiendo que preste la obediencia debida a Dios y a sus representantes en la tierra? Por el amor con que vos practicasteis virtud tan bella, por los ricos tesoros de gracia y de mérito que os vinieron por ella, haced, ¡oh gran Santa!, que yo siga vuestras pisadas. Así, si obedeciendo llegó a cantar victoria, humillándome seré acepto al Señor, que desprecia a los soberbios y exalta a los humildes. Amén.
Padre Nuestro, Ave María y Gloria
DÍA VIGÉSIMO PRIMERO
MEDITACIÓN
María Niña, Bajo la Dirección Materna
La diligencia empleada por María para hacerse más y más agradable al Señor, nos da a conocer cuál sería la dirección de su Madre, Santa Ana, para que creciera en Ella la sabiduría y la santidad a la par que los años.
María no tenía ciertamente necesidad de guía especial, nació con gracia, creció en gracia; bendita y llena de gracia su alma siempre abierta a la efusión de aquel amor que con escogida virtud y singulares dones Dios la llenaba, de aquí que se sentía inclinada a todo aquello que era de El.
Las miradas de la Madre no dejaban de seguir constantemente los actos de su tierna Hija y de complacerse en ello, porque todo respiraba en Ella ritmo de gracia y de perfección.
Así es, ¡oh cristiano!; el que posee un tesoro, no sabe quitar su corazón de él. Después de Dios, no había en el mundo para el corazón de Ana objeto más interesante que María. Ella conocía su precio y sabía que era más veneranda que el arca, su figura; mas sin hacer ningún signo especial, la mostraba sólo el amor dignísimo de madre. María y Ana, en medio de sus ocupaciones, sólo en Dios pensaban, de Él sólo hablaban; y como para Ana, después de Dios, María era su tesoro, para María después de Dios, lo eran Ana y Joaquín. ¿Y tu tesoro, cristiano, cuál es? ¿Cómo amas a Dios, con todo el corazón, con toda la mente, con todas tus fuerzas?; y después de Dios, ¿cómo amas e imitas a María? ¡Ah!, no te engañes. El nos hizo para él, y no para nosotros; estamos en el mundo para servirle, amarle y bendecirle. El que busca algo fuera de El, no sabe lo que busca. Ruega a María y a Santa Ana que te impetren el verdadero amor de Dios.
Así toda madre y quienquiera sea tenga la misión de educar, diligentemente vigilen a sus hijos y edúcanlos y condúzcanlos a la virtud y al estudio con el ejemplo y la palabra.
EJEMPLO. Gabriel Aidone, mercader de Trapani, devotísimo de Santa Ana, antes de emprender viaje por la Cerdeña, se encomendó afectuosamente a Ella para alcanzar su protección.
Apenas alejado de la Isla, se levantó un fuerte huracán que destrozó antenas y velamen de la nave. Indescriptible fue el espanto de los viajeros, quienes incrédulos a la devoción que Gabriel sentía por Santa Ana, no sólo rehusaron invocarla, sino que maldiciendo y blasfemando acusaban al Señor de injusto y cruel por dejarlos así perecer miserablemente.
Entre tanto, la tempestad creciendo siempre, sumergió la nave y con ella a todos los pasajeros, los cuales se ahogaron excepto Gabriel que prendiéndose a unos maderos de la misma nave pudo llegar a la playa y dirigirse a dar gracias a su poderosísima Libertadora, a quien eligió por su especial Patrona.
OBSEQUIO.– Prometamos a Santa Ana dejarnos conducir por el camino de la virtud.
JACULATORIA.– Santa Ana, la más santa entre las madres, encaminad nuestros pasos.
ORACIÓN. ¡Oh, espejo de las madres, gloriosa Santa Ana!, benditos los cuidados y la solicitud vuestra en educar y enseñar a aquella que debía de ser el tesoro de la celestial sabiduría y la maestra de las primeras lumbreras del mundo. ¡Oh, cuándo será que todas las madres e institutrices fijen en Vos sus miradas, para aprender, con vuestros ejemplos, la manera de ejercer dignamente su cargo! Entonces ellas, insinuando en el tierno corazón de los niños el amor de Dios, de la religión y del cumplimiento del propio deber, destruirán el espíritu de irreligión y de libertinaje que infestan la tierra y llevan a la ruina a la sociedad. Ea, amorosísima madre, movedlas a recurrir a Vos, para conseguir tanto bien; así, por vuestra mediación, veremos despuntar la aurora de orden, de santificación y de paz.
Padre Nuestro, Ave María y Gloria
DÍA VIGÉSIMO SEGUNDO
MEDITACIÓN
Santa Ana enseña a María los Primeros Rudimentos de Labores y Letras
“La mujer fuerte, dicen los Proverbios, aunque de nobleza espléndida se proporcionó lana y lino, y los puso en obra con sus industriosas manos. Sus dedos adornados de brillantes no desdeñaron la rueca; y trabajó vestidos y tapetes.” Esta insigne madre de familia fue figura de Santa Ana, la cual no contenta con mandar e instruir en su casa, procuró con el ejemplo hacer dulce y amable toda fatiga. Ella, dice Nicéforo adiestró a su hija en manejar la lana y el lino, al mismo tiempo que recíprocamente se enardecían con sus celestiales conversaciones. ¿Qué sucedería cuando posando el libro en sus rodillas, enseñó los primeros rudimientos de lectura a la que después había de entonar el más espléndido de los cánticos y ser la Maestra de los Apóstoles?
¡Oh, qué madre! ¡Oh, qué hija! ¡Oh, que inocentísimas lecciones! ¿Cuántas lágrimas de dulzura caerían de los ojos de Santa Ana sobre aquel libro de su hija? ¿Y la tierna parvulita no habrá mezclado también las suyas? ¿Y qué conmociones para Joaquín presente a tantas dulzuras celestiales?
Así, ¡oh cristiano!, el hombre nace para el trabajo, al cual fuimos condenados en Adán, sin excepción de condición ni grado. Dios no podía encontrar remedio más dulce para encontrarnos en este mísero destierro. ¡Oh cuán suave es el pan y el sueño del indefenso trabajador: las horas jamás le son largas; el tedio y el fastidio no se le acercan; pero tú ¿cómo amas las fatigas y buscas los medios de santificarte en tu estado? ¿Cómo las usas, esto es, las diriges al Señor, volviendo con frecuencia a El tu pensamiento, buscando gracia y misericordia? Huye, ¡oh cristiano! de la ociosidad, porque es madre de muchos vicios. Ocúpate santamente según tu estado y condición, no permitas que para ti pasen los días y las horas vacías; y con tu ejemplo enseña a tus dependientes desde la primera edad a ocuparse puntualmente y santamente.
EJEMPLO. En la última guerra (guerra europea) las Hijas de Santa Ana difundieron entre los soldados heridos o enfermos hospitalizados la tierna devoción a su gloriosa y poderosísima Madre,
En un hospital de reserva se hallaba enfermo un joven que hacía años había olvidado las santas instrucciones que su buena madre la había dado y llevaba una vida pésima y disoluta. Una Hermana, hija de Santa Ana, prestándole los más caritativos cuidados, le hacía suaves exhortaciones, pero sólo servía para aumentar el odio del joven hacia Dios, el cual blasfemaba horriblemente apenas la Hermana se alejaba de su cama. En la Capilla interior se hicieron algunos días de ejercicios y una tarde se hizo una súplica especial a Santa Ana por aquel pobre soldado que se hallaba gravísimo y había rechazado al Sacerdote. La mañana siguiente en un momento de lucidez contó a la Hermana haber visto a una majestuosa Señora, que acercándosele a la cama, con palabras dulces pero con autoridad, lo amonestó a que se decidiera.
La Hermana, dejándole acabar, le dijo: “Obedece, hermano, a la amorosa invitación que por medio de Santa Ana, Madre mía, te hace el Señor”.
Primeramente el soldado quedó temeroso, después hizo llamar al Capellán con el cual se confesó, y, acabando de recibir el Santo Viático, expiró bendiciendo al Señor.
OBSEQUIO.– Elegid a Santa Ana por especial abogada, madre y maestra, para que en todas las acciones de vuestra vida os haga buscar siempre el honor y la gloria de Dios.
JACULATORIA.– Veneradísima Santa Ana, uniformadnos a la Voluntad divina.
ORACIÓN. ¡Oh, admirabilísima Santa Ana!, ¡con qué veneración os miran los ángeles, viéndoos constante en el trabajo, junto con su Reina, vuestra hija y discípula! ¿Qué acopio de gracias y favores descenderían sobre Vos cuando el Señor se recreaba en su amada paloma, cuando por tres años estuvo a vuestro lado? Mientras yo me alegro con Vos y cordialmente agradezco al Señor, ¡ay!, Vos, por amor a esa Hija que fue, es y será eternamente la delicia del universo, hacedme siempre santamente laborioso. Así no serán pesados para mi mismo los días ni los años, ni me parecerán interminables, y a la hora de la muerte sentiré el contento de aquel que del trabajo pasa al descanso. Amén.
Padre Nuestro, Ave María y Gloria
DÍA VIGÉSIMO TERCERO
MEDITACIÓN
Íntimas relaciones entre Santa Ana y María
¡Cuáles serían los angélicos coloquios de aquellos corazones! ¡Cuáles las afectuosas y mutuas ternuras de sus almas! Cómo se entenderían admirablemente en el amor que sentían hacia Dios y en el recíproco afecto, no es cosa fácil imaginar.
Santa Ana, en toda ocasión, debía mostrar su maternal contento hacia su querida Hija; Esta, a su vez, debía sentir irresistible atracción hacia su Madre, la cual ponía todo el cuidado y atención en informar su corazón de Ella en aquellos sentimientos sublimes a los cuales se sentía poderosamente atraída. El esplendor de la virtud y de las perfecciones con que correspondía María a los maternales cuidados, transportaban a Santa Ana a lo más sublime, al apogeo de aquella excelsa santidad que requería su nobílisima misión. De aquí nació aquella fusión de alma, la más perfecta en pensamientos, afectos, acciones, plegarias.
María y Santa Ana estaban en continuo éxtasis con Dios y sus plegarias enteramente conformes a la divina voluntad, subían hasta el trono de la Majestad sumamente agradables. En sus frecuente elevaciones atendían solamente a agradar a Dios, contentas con que triunfase su gloria, felices de que se cumpliera su voluntad.
Y Dios, secundando los ardientes deseos de aquellos cándidos corazones, les iluminaba, les instruía, les hacía conocer los arcanos de sus designios.
Ellas esperaban, amaban y ardientemente anhelaban el cumplimiento de los sagrados misterios, pero nunca hubieran querido anticipar de un solo instante lo que era la voluntad de su Dios. La alegría grandísima de aquellas dos almas celestiales, más que humanas, era celestial.
Ejemplo envidiable para las almas que de veras quieren santificarse y ningún medio más práctico para que la vida cotidiana sea perfecta que modelarla según los ejemplos de María y Santa Ana.
Reformemos bajo estos inefables ejemplos nuestra conducta y mientras ella nos hará agradables al Señor y, por reflejo, al prójimo, nosotros veremos a éste, con nuestro ejemplo, estimulado a la virtud y nuestra vida será un apostolado diferente edificante y grato a Dios.
EJEMPLO. Santa Ana muestra maravillosamente su protección a sus devotos en los trances más difíciles. Lo demuestra el siguiente hecho.
Encontrábase en Palestina visitando aquellos Santos Lugares Juan Hoya, ministro que fue de Suecia y Noruega, y por casualidad mató a un pobre hombre. Encarcelado y procesado, nada le valieron las firmes protestas y la enérgica defensa, no le quedaba otra cosa que someterse a la pena capital, no había salvación.
Entonces él, con grandísima confianza de ser escuchado y con aquel fervor que le sugirió el encontrarse en los últimos momentos de su vida, invoca a Santa Ana, a la cual profesaba tierna devoción y la Santa oye sus ruegos.
Todo estaba preparado para ejecutar la sentencia, cuando se desencadenó un huracán, una tempestad y un terremoto tan violento que todos huyeron y él se sintió aliviado y trasladado a lugar seguro.
Admirable prueba de la asistencia de nuestra Santa para con sus devotos.
OBSEQUIO.– Recitemos un Gloria a Santa Ana para que nos obtenga de Dios el conocer su divina voluntad.
JACULATORIA.– Celosísima Santa Ana, ayudadnos a seguir las divinas inspiraciones.
ORACIÓN. ¡Oh, mil y mil veces feliz Santa Ana!, que tuviste por hija a la Madre de Aquel, que vino a reparar el mundo abatido. El Señor sólo para Vos reservó tanta gloria, porque, Vos sólo fuisteis digna. ¡OH madre bienaventurada de la Reina del Universo!, haced que yo siempre conozca mejor la excelencia de vuestra hija, haced que la honre y la ame y cuide de agradarla continuamente. Esta gracia os pido por aquella consolación y gozo del paraíso que experimentasteis al ternerla a vuestro cuidado. Oídme, amorosísima Patrona mía, y hacedme verdadero hijo de vuestra excelsa hija.
Padre Nuestro, Ave María y Gloria
DÍA VIGÉSIMO CUARTO
MEDITACIÓN
Fidelidad y gratitud de Santa Ana para presentar a María en el Templo
Santa Ana había prometido a Dios el fruto de su matrimonio; y tuvo la hija más excelsa y amable que jamás se pudo idear. La veía crecer en gracia y virtud, sintiéndose cada día más atraída hacia Ella, considerando que era un gran tesoro. Pero no obstante, todo pensado, Ana, grata y fiel al Señor, se diponía a hacerle un completo sacrificio. Muchas veces, vuelta a su hija, transida de dolor, dice la Venerable de Agreda, hablaba así: “Hija amada, sólo a ti tengo, después de haber suspirado tanto, y ni siquiera puedo gozar mucho de tu compañía. Te he prometido al Señor y mantendré mi voto a toda costa. Sea hecho siempre el divino querer. ¡Oh, Dios mío, Dios mío!, os agradezco, porque me la diste; es vuestra, yo os la devuelvo. ¡Oh qué fortaleza hallarme al lado de esta paloma! Y ¿cómo podré quedarme sin Ella, y sin Ella vivir mi corazón? Mas a cualquier costa, Ella es vuestra y os la doy.
Cumplidos apenas los tres años de edad María fue acompañada al templo para ser ofrecida al Señor. Los sentimientos que tuvo Santa Ana en aquellos instantes solemnes, no es posible referirlos al considerar que su corazón convertido en santuario invadido y consumido por el amor de Dios, era un cielo.
El sacrificio que hizo de privarse de su tierna Hija, que amaba más que a las pupilas de sus propios ojos, fue grande, fue inmenso, pero la Santa lo cumplió con toda aquella generosidad, con toda aquella gratitud que le inspiró su sumisión a la voluntad divina, lo cumplió con aquella alegría con que una madre sabe y entrevé que de un sacrificio proviene la gloria.
Es agradable imaginarse a aquella dulce Madre con su adorada Hija, cándida en el alma como en el vestido, encaminarse contenta al Templo; es bello seguir con la imaginación la sagrada ceremonia que con la bendición del Sacerdote, sellaba cuanto era ya acogido y aceptado en el cielo.
Las lágrimas de Ana al separarse de Samuel, las angustias de Abraham al conducir a su Isaac al sacrificio, el quebranto de Agar al abandonar a Ismael, son vanas sombras en presencia de los tormentos de Santa Ana cuando debió separarse de María, la escogida para Madre de Dios.
Ofrezcámonos al Señor para que se cumpla en nosotros su santa voluntad.
¿Quién no ve, ¡oh cristiano!, cuán penoso fue a la maternal ternura de Santa Ana el separarse de hija tan incomparable?; y sin embargo, dice el Tritemio, tanta ternura fue vencida por el amor de Dios. “Yo, dice la Virgen a la Venerable de Agreda, sentía vivamente el sacrificio de mis queridos padres; pero sabiendo que así lo quería Dios, me olvidé de mi casa por cumplir la voluntad divina.” Y he aquí hija y padre unidos en sacrificio por agradar a Dios. ¡Oh, si fuesen frecuentes en el cristianismo estos sacrificios de amor, cuánto más abundante sería el número de sus santos! Con facilidad decimos que queremos seguir a Dios, a cualquier costa; ‘mas cuán pronto le abandonamos después ! Basta una mirada humana, una palabra, una crítica. ¡Oh vergüenza!, no sólo no se le sigue, sino que se impide a los demás seguirle, contradiciendo la propia vocación y substituyéndola por la que dicta el interés. Gran responsabilidad para los padres, como también gran cargo para los que, fáciles en omitir votos, con igual facilidad los olvidan.
EJEMPLO. Lo que desagrada a Santa Ana la infidelidad en el cumplimiento de los votos, se comprende por el siguiente pasaje: Un príncipe de Palermo, viendo la esterilidad de su esposa, rogó al Venerable Inocencio de Chiusa, que le alcanzara del Cielo un hijo. Este le respondió: “No sólo tendrás uno, sino tres, si prometes reedificar nuestra capilla de Santa Ana en la tierra Juliana”. A lo cual el príncipe repuso: “Si llego a tener tres, no sólo restauraré la capilla de Santa Ana, sino la iglesia entera y el convento.” Pero, obtenidos consecutivamente los tres hijos, el príncipe andaba defiriendo el cumplimiento de la promesa. Entonces, Inocencio se le presentó junto con el procurador del monasterio, exhortándole a cumplir su oferta, y éste ofreció dar cien ducados. Mas el Venerable, presentándole un presupuesto de peritos, en el que se indicaba la cantidad necesaria para la reedificación, le hizo notar que habiendo sido ilimitado su voto, se contentase con tratar con los ingenieros quienes exigían por lo menos quinientos ducados. El príncipe y su esposa se hicieron sordos al reclamo; y al Venerable Inocencio al separarse le dijo: “Si no mantenéis vuestra promesa a Santa Ana, los hijos os serán quitados”. Pasados pocos días enfermó el primogénito; e inmediatamente el príncipe recurrió a Inocencio, quien le replicó: “Si no cumplís vuestro voto, vuestros hijos morirán”.
En efecto, en poco tiempo, uno después de otro, todos fueron sorprendidos por la muerte.
OBSEQUIO. Por medio de la gloriosa Santa Ana presentemos nuestro corazón a Dios.
JACULATORIA.- Virtuosísima Santa Ana, hacednos agradables a Dios.
ORACIÓN. Admiro, ¡oh fidelísima Santa Ana! vuestra firmeza en someteros a la privación del objeto más amable, de vuestra hija María; me sorprende lo grande de vuestro sacrificio, pero mucho más la grandeza de vuestro amor a Dios, que a tanto os obligó; me uno a los coros angélicos, que justamente alaban una fidelidad tan constante. Más, ¿cuando será que aprenda de Vos a vencerme a mí mismo, para conseguir el reino bienaventurado, que sólo con violencias se adquiere?; ¿cuando será que arda en aquella caridad que rige a los vientos de la tentación y alas aguas del sufrimiento? ¡Ah, Santa querida!, obtenedme estas gracias por amor de aquel dignísimo esposo que con Vos fue igual en el mérito del gran sacrificio.
Padre Nuestro, Ave María y Gloria
DÍA VIGÉSIMO QUINTO
MEDITACIÓN
La presentación al Templo
Apenas cumplidos los tres años de la Santa niña María, dice la Venerable de Agreda, sus padres, acompañados de algunos parientes, la llevaron de Nazaret a Jerusalén. Penetrando en el templo, y teniéndola entre ambos de las manos, la ofrecieron a Dios junto con la más fervorosa oración. La condujeron al sacerdote, que la bendijo y la recibió entre las vírgenes que se educaban en ese recinto sagrado. Se subía a él por quince gradas; y en la primera, la celestial criatura se despidió de los suyos, pidiéndoles la bendición y besando su mano. ¡Oh amarga separación para los tiernos padres, que llorando la bendicen! Mientras tanto, María, sola, subió las demás gradas, sin volver atrás ni dar la menor muestra de turbación. Ana y Joaquín, después de seguirla con su amorosa mirada, volvieron a Nazaret tristes y doloridos, como privados del más rico tesoro de su casa, pero fortalecidos con la voluntad divina. Con esta narración es conforme la que hacen el Damasceno, Niceno y Nicéforo.
De regreso del Templo donde había hecho al Señor la sagrada oferta de un corderillo inocente, Santa Ana encontró la casa vacía, desnuda, fría; faltaba aquel rico, aquel espléndido tesoro que la iluminaba, la llenaba, la alegraba. Ella había hecho entrega generosa al buen Dios de su celestial Hija, objeto de sus complacencias; Dios en compensación le hacía tranquilo el resto de su vida al reflejo de las virtudes fúlgidas, sublimes, heroicas de su Hija. Es dulce imaginar como nuestra Santa seguía siempre con el pensamiento y con el afecto a su amable Hija en todas sus acciones, cómo la acompañaba a toda hora con las más copiosas bendiciones, gozosa de ver proclamada santa por el Sumo Sacerdote a aquella criatura que, Ella sabía, era iris de paz, lazo de unión entre Dios y los hombres.
La Virgen en su presentación de regreso del templo, dice San Ambrosio, fue la guía, la princesa, y la madre especial de aquel brillante coro de vírgenes que en los sagrados claustros consagraron a Dios su virginidad. La mayor fortuna que puede tener un alma en la tierra, dice la Virgen a la Venerable de Agreda, es la de consagrarse a Dios en su templo. La que prefiere el claustro y el retiro elige la mejor parte.
Ahí está el puerto seguro, sin los peligros de la vida mundana, en los que Satanás y sus secuaces han introducido costumbres abominables. La santa profesión los llena de furor e indignación. He aquí el por qué de tanta guerra a los monasterios. Es la antigua guerra que los hijos de la serpiente renuevan contra los hijos de la Inmaculada, cerrándoles el camino para la entrada a ese divino puerto. ¡Ah! ruega fervorosamente por que la Virgen Santísima apresure su indudable triunfo y tenga siempre predilección por los monasterios y sujetos religiosos. Si el Señor después te llamaré a este estado de perfección, te digo con San Jerónimo: “Salta presto sobre la nave y no pierdas tiempo; rompe los lazos que a la tierra te ligan y no la abandones jamás”.
Vivamos también nosotros plenamente conformes a la divina voluntad, si queremos agradar al Señor y merecer sus bendiciones.
EJEMPLO. Luid Odín y otros escritores narran que un joven para lograr sus perversos intentos, después de haber abandonado la fe, y haberse dado al demonio, estuvo por espacio de siete años en familiares conversaciones con él. Por fin, atormentado por terribles remordimientos, no sabía decidirse a volver a Dios, porque estaba subyugado por el influjo satánico.
Un día empero oyendo hablar del sumo poder de Santa Ana concibió deseos de recurrir a su patrocinio y Santa Ana oyó su plegaria, su súplica y le tocó el corazón con tanta fuerza que supo vencer los obstáculos todos y superar cuantas dificultades se oponían a su conversión. ¡tantas amarguras lo habían angustiado, tantos desengaños llagado el corazón! Se confesó devotamente de todos sus pecados y llevó vida ejemplar para así alcanzar una santa muerte.
OBSEQUIO.- Prometemos a Dios regresa al recto camino.
JACULATORIA.- Felicísima Santa Ana, haced que sigamos vuestras huellas.
ORACIÓN. ¡Oh, gloriosa Santa Ana, incomparable madre de la más santa y excelsa de las hijas!; cada vez me confirmo más que Dios, para haceros digna de tan grande honor, os enriqueció con toda gracia y perfección. Y ¿cómo sin especialísima gracia podríais con tanta facilidad privaros de una hija tan amable y dejarla en el templo, lejos de vuestras miradas y vuestras dulces caricias? ¿Con qué abundancia habrá Dios retribuído vuestro grande sacrificio? ¡Ah, gozad, pues, las perpetuas alabanzas que os vienen de la Iglesia toda de los santos! Mas, en medio de tanta gloria, dirigid una mirada amorosa a este vuestro devoto, que junto con vuestra santísima hija, quiere consagrarse enteramente al Señor. Haced que no mire ni más bien, ni más honor, ni más vida, que la gloria del mío y vuestro Señor. Amén.
Padre Nuestro, Ave María y Gloria
DÍA VIGÉSIMO SEXTO
MEDITACIÓN
Vida Privada de Santa Ana
Santa Ana, después de dejar en el templo su tesoro, su delicia, su corazón, regresó a Nazaret con su dulce esposo, viviendo con él como si fuesen una sola alma e imitando el uno las bellas virtudes del otro. Después de Dios, su pensamiento era María.
La vida de recogimiento es la característica de los Santos. Entre sus varias ocupaciones saben tener el corazón y el alma siempre elevados a Dios y Dios con su amor les da ánimo y fuerzas para vencer las más graves dificultades y las más duras pruebas. Santa Ana completamente contenta de haber cumplido lo que de Ella quería el Señor, pasaba sus días llevando vida del todo oculta en compañía de su Santo Esposo estando con Él unida en el deseo, en el afecto, en el corazón.
En aquel recogimiento, perfeccionábase el alma para la glorificación, la cual debía obtener después del tránsito y del triunfo de Jesucristo, su divino Nieto. Así oculta, su corazón siempre estaba con Dios, pensaba en Él, le amaba, por Él palpitaba, vivía exclusivamente para El.
Si nos fuera posible levantar el velo que cubría aquella vida íntima, veríamos un magnífico ramillete de actos de sacrificio, mortificación, de humildad, de deseo ardiente de unirse a Él.
Verdad indiscutible es que sólo en el recogimiento, Dios se revela a las almas.
Ahora, aprende, ¡oh cristiano! como la vida del justo está toda sembrada de trabajos; mas ellos son, decía la Virgen a la Venerable de Agreda, los juicios justificados en sí mismos, más preciosos que el oro y la plata, más dulces que el panal y la miel.
¿Qué harías de la espiga si no fuese separada de la paja y triturada en el molino?; ¿qué de la uva si no fuese exprimida en la prensa? Las tribulaciones purifican y subliman al justo, lo despojan de todo amor terrenal y lo llenan de viva confianza en el Señor.
Las tribulaciones son también necesarias a los pecadores, porque en el crisol de la tribulación se purga el alma de la escoria y de las manchas del pecado. ¡Dichoso tú, cristiano, si sabes sacar provecho de los indispensables trabajos! Para sostenerte en este camino, levanta la vista al autor y consumador de la fe, Jesús, suspendido en la cruz y reflexiona que los padecimientos presentes nos son merecedores de la gloria que Dios te prepara. Aquellos pasan, y la gloria es perdurable.
EJEMPLO. La gran sierva de Dios Sor Ana de San Agustín nos asegura que la Santa asiste, provee y favorece continuamente a sus devotos.
Habiendo ella comenzado la edificación de un templo junto a su monasterio, se encontró sin medios para terminarlo. Se dirigió con plena confianza a Santa Ana, de la cual era devotísima, empeñándola a procurarle los socorros necesarios.
La potentísima Santa Ana prontamente la atendió. Una persona desconocida trajo al monasterio la cantidad necesaria para terminar el templo. También en otras críticas circunstancias en que se encontró el monasterio, la venerable hermana experimentó la poderosa protección de su celestial Protectora, de aquí que la amó, la hizo amar y la tuvo siempre propicia.
Al lecho de su agonía fue oída exclamar muy contenta: “Santa Ana querida, heme aquí vengo: conducidme a Jesús y a María”.
OBSEQUIO.- Recojámonos por unos minutos y examinemos cual sea nuestra constancia en la devoción a Santa Ana.
JACULATORIA.– Dulcísima Santa Ana, dadnos espíritu de recogimiento.
ORACIÓN. ¡Oh, generosa Santa Ana!, que para ser siempre agradable al Señor debíais soportar la prueba de muchos y variados trabajos. De la grande ignominia de la esterilidad pasasteis a la amarga separación de vuestra amabilísima Hija; y de ésta, al cruel pensamiento de quedar abandonada; ¡oh, mi amada Patrona!, por aquella resignación que en todo tiempo os hizo invicta y gloriosa, haced que aprenda cuán rico y deseable es el tesoro de los sufrimientos, y cuan afortunadas son las almas que se someten a duras pruebas, glorificando al Señor. Así, resignadamente, pasando por muchos trabajos llegaré seguro al reino de los cielos.
Padre Nuestro, Ave María y Gloria
DÍA VIGÉSIMO SÉPTIMO
MEDITACIÓN
Muerte de San Joaquín
Estaba para expirar el sexto mes de la consagración de María al templo, cuando las fuerzas de Joaquín, disminuidas con mucho, daban claro indicio de que había llegado su fin.
Ana, doliente y resignada, le prodigaba los más cordiales cuidados y asistencia, dirigiendo con frecuencia al Cielo ardientes suspiros para que le socorriese con su gracia.
La niña María, dice la Venerable de Agreda, avisada por el Señor del día y la hora en que su padre cumpliría su carrera, le envió a todos los ángeles colocados a su custodia, a fin de que, haciendo sus veces, asistiesen a Joaquín, dulcificando su muerte. Mas Dios, excediendo los deseos de su celestial paloma, añadió a este mandato el de decir al moribundo: “Tu hija María nos manda para consolarte, y el Omnipotente, por alegrarte, te da a saber que Ella es la elegida para madre del Mesías, la más excelsa de todas las criaturas, la restauradora del mundo”. Alegre éste por la gloria de ser padre de la hija de la gracia, partió de esta vida con la bendición de Dios a llevar a los justos la nueva de su próximo rescate. Mientras los ángeles hablaban así, Santa Ana lo oía todo; y al cerrar los ojos de su santo esposo vio que alegre y resignado, daba el último suspiro. San Joaquín murió casi a los setenta años.
He aquí a lo que consuela a los que sobreviven; ver al que muere, asegurado y tranquilo, acabar en la paz del Señor. De todos es el morir; mas no de todos es morir como santos. La muerte no repara ni condición ni edad; hiere a jóvenes y viejos, a adolescentes y niños. Pero sólo muere bien quien ha vivido bien, siendo la muerte el eco de la vida.
Si tú deseas, ¡oh cristiano!, una muerte como ésta de San Joaquín, ¿por qué no imitas su vida, que fue inmaculada, siempre resignadísima y fecunda en todas las virtudes? Entonces tu muerte no te será causa de temor sino de gozo, porque te abrirá la entrada a la patria bienaventurada.
De otro lado, será dulcificada por la presencia de los ángeles y tus santos tutelares, que vendrán a aclamar tu triunfo: vive como justo y será santo tu fin.
OBSEQUIO.-Haced la Santa Comunión en honor de San Joaquín y Santa Ana y en sufragio de las almas del purgatorio que en su vida fueron más devotas de ellos.
JACULATORIA.– ¡Oh, madre de María, Gloria quiere cantar el alma mía!
EJEMPLO. Fue muy notable en Segovia la curación de la esposa de Don Francisco de Vargas, gobernador de aquella ciudad, la cual, gravemente enferma, estaba a punto de expirar.
Llegó allí el Venerable Fr. Juan de San Joaquín y le rogó el gobernador que rezara por su esposa, colocada en tan extrema necesidad. Entonces Juan aplicó sobre el rostro y el pecho de la enferma su imagencita de San Joaquín y Santa Ana, llevando en medio a la Virgen María, y repitió su acostumbrada invocación: “San Joaquín y Santa Ana, todo lo sanan“. ¡Oh qué maravilla!, a esas palabras y a ese contacto, la enferma echó por la boca extrañas materias y reanimándose inmediatamente, exclamó con rostro sereno: “San Joaquín y Santa Ana me han curado completamente”. El estupor de los circunstantes fue grande y todos declararon, bajo juramento, el hecho, para gloria de Dios y de los santos padres de María.
ORACIÓN. ¡Oh, Ana, bendítisima!, por aquellas dulzuras celestiales que aligeraron todos vuestros afanes en la muerte de vuestro amado esposo, no me abandonéis en mis últimos momentos. La muerte fue verdadero descanso para el que fue siempre justo, mas ¿qué será para mí, cuya vida es de aquella tan distinta? Pero hoy quiero comenzar a imitar sus ejemplos, y Vos obtenedme estabilidad en este mi santo propósito, y en mi última lucha venid con vuestro santo esposo para asegurarme la gloria eterna.
Padre Nuestro, Ave María y Gloria
DÍA VIGÉSIMO OCTAVO
MEDITACIÓN
Viudez de Santa Ana
Santa Ana prevenida por la gracia desde su infancia, fue siempre grata a los ojos de Dios, el cual, después de hacerla lucidísimo espejo de vírgenes y de casadas, la ofreció como espejo a las santas matronas.
Ella, dice la Venerable de Agreda, por voluntad divina se casó con Joaquín a los venticuatro años, veinte fue estéril y sobrevivió hasta el duodécimo de su hija.
De otro lado, la viudez de Santa Ana fue llena de todas las gracias celestiales como expresamente se lee en los Salmos: Bendeciré su viudez largamente.
Privada de toda consolación humana, la buscó sólo en Dios, en el cual tenía puesta toda su esperanza. Día y noche, perseverante en la oración y meditación, puede decirse de ella que su habitación era un oratorio doméstico, su entretenimiento la súplica, su vida la mortificación y el ayuno, repartiendo con el templo y los pobres sus pequeñas rentas.
El modo como pasó Santa Ana los últimos años de su vida, nos lo da a conocer el grande amor que tenía al Señor.
Sentía que avanzando en años se le acercaba el tiempo fijado por los divinos decretos para ser llamada al seno de Abraham y de los Santos Profetas. Como el movimiento se hace siempre más veloz hacia el fin, así se intensificaron sus oraciones, sus penitencias para hacerse más y más digna. No fue una vida común y terrena, la suya, sino una vida extraordinaria y celestial, en la cual las dulzuras divinas alternaban con sus amorosos sentimientos. Ella había amado a su Señor hasta el sacrificio el más heroico, le había amado a pesar de todas las aflicciones y no podía dejar de suspirar por abrazarse con Él y así gozarlo y amarlo eternamente.
He aquí, ¡oh cristiano! cual debe ser la vida de un verdadero devoto de Santa Ana. ¡Ah! debes de corazón imitar los ejemplos de la que te agrada honrar. El Señor nos la mostró en todos los estados, a fin de que el niño y la virgen, el soltero y la viuda, el alegre y el afligido, el pobre y el rico, todos encontrasen en ella, que es la madre de la Reina del universo, un perfectísimo modelo que imitar.
Su vida, desde la cuna a la tumba, fue siempre inmaculada y llena de virtudes. Desde el primero al último respiro tuvo a Dios en la mente y el corazón y la observancia de su santa ley formó su riqueza más codiciada. ¡Oh dichoso tú, cristiano, si Santa Ana hallare en ti semejanza! Sintió todas las fatigas de los diversos estados, a fin de que investida de gran poder, pudiese tener corazón para socorrerlas todas.
Pongamos en parangón el amor de Santa Ana con el nuestro para con Dios y propongamos aumentarlo si queremos también nosotros acabar santamente la vida.
EJEMPLO. Lo que sigue nos prueba que Santa Ana socorre prontamente a quien con fe la invoca.
En el año 1631 un joven francés viajando por Alemania fue asaltado por unos ladrones, robándole cuanto llevaba y dejándolo en tierra mortalmente herido.
Hallado en tal estado, fue transportado al pueblo vecino donde se le presentaron los socorros más urgentes, pero su estado continuaba siendo gravísimo.
Sabiendo que en aquellos días debía pasar por allí en procesión una reliquia de Santa Ana, procesión que se hacía por tradicional devoción, sintió deseo de impetrar a la Santa su curación.
A tal fin se hizo llevar a la ventana para ver el relicario, hacerle votos y enviarle besos y flores. Fue inmediatamente bien despachada su petición; desaparecieron las heridas, cesaron los dolores y lleno de regocijo y conmovido, bajó las escaleras, se asoció a la procesión y contó a todos el milagro obtenido, milagro resonante que fue contado entre los muchos otros obrados por la Santa.
OBSEQUIO.– Roguemos a Santa Ana a fin de que la hora de nuestra muerte sea tranquila.
JACULATORIA.– Benignísima Santa Ana, asistidnos en nuestra hora postrera.
ORACIÓN. ¡Oh, dignísima madre de la Madre de mi Señor!, admiro vuestra vida, siempre irreprensible y santa en presencia del Cielo y de la tierra; y cuanto más deseo copiarla en mí, tanta mayores dificultades siento.
Por lo mismo, confieso a vuestros pies que, sin vuestro auxilio yo nada puedo. Ea, benignísima Señora, por aquellas copiosas bendiciones con las cuales el Señor os acompañó y previno en todas las circunstancias de vuestra vida, no me desechéis; acogedme bajo vuestro manto, estrechadme contra vuestro corazón para que jamás ofenda a mi Dios.
Yo me consagro todo a Vos en vida y en muerte, y espero con vuestra ayuda seguir el camino de salvación, para allegar después a cantar en el Cielo vuestra gloria. Amén.
Padre Nuestro, Ave María y Gloria
DÍA VIGÉSIMO NOVENO
MEDITACIÓN
Preparación y Muerte de Santa Ana
La preparación de Santa Ana a la muerte fue una continua aspiración a Dios. La vejez con sus ineludibles enfermedades conducía al ocaso a aquella existencia vivida tan santamente y rica en tantos méritos.
Como los grandes Santos y más que éstos, la Madre de la excelsa Madre de Dios, aceptaba humildemente las tribulaciones inherentes a su edad y encontraba en ello un motivo de perfeccionar el alma y hacerla más grata al Creador.
El cuerpo perecía, mas el alma se rejuvenecía. La muerte era esperada por Ella como natural tributo de la culpa original, según la clara visión y la convicción de todos los Santos.
Ni una angustia, ni una nube turbó su muerte y tranquila afrontó los últimos momentos, llenos de luz y de dulzura, con la presencia de su amada Hija que, transportada por los Ángeles, como afirma la piadosa tradición, acercóse a su lecho confortándola en aquellos últimos instantes.
Se durmió acariciada por María en el dulce y místico sueño de los justos y su alma voló entre los Patriarcas y los Profetas que, llenos de júbilo, vieron en Ella la cercana venida del Redentor prometido.
Las almas escogidas no sienten el dejar la tierra; sólo desean lo que es de Dios y así se sienten a El imperiosamente atraídas.
Dulce es también la muerte a los justos, porque saben que se unirán a Dios, fin de todos sus ardientes deseos.
Pero al mismo tiempo debía ser doloroso el sacrificio hecho por Santa Ana en su muerte, pues sabía que no dejaba a su Santísima Hija para subir al cielo, sino para bajar al Limbo y allí esperar al Mesías libertador.
No olvidemos esta verdad, es necesario, por medio de la muerte, entrar en la vida eterna, para la cual hemos nacido. Amargo y penoso es el tránsito, pero saludable y dulce cuando se mira el querer divino. Si cristiano, inevitable es la muerte y ninguno puede librarse de ella. Para que no te sea amarga, como suele serlo a los amadores del mundo, acostúmbrate a vivir resignado con la voluntad divina, que la manda cuándo, cómo y dónde le place. Mira esta tierra como lugar de pasaje y no te ligues a ella con afecto; suspira por el Cielo, que es nuestra patria eterna.
Permanece en el amor divino, porque el que teme a Dios tendrá buen fin, o como dice San Agustín: Vive bien y habrás aprendido a morir bien. Pero con tu cuerpo débil y dolorido, con tu mente lánguida y confusa, ¿qué harás, qué dirás? Acostúmbrate a decir ahora lo que entonces dirías por librarte, y procurarte el valioso patrocinio de la gloriosa Santa Ana.
EJEMPLO. Al principar la guerra del año 1870 la mayor parte de los soldados bretones se pusieron bajo la protección de Santa Ana, a la cual llamaron “buena Madre”
Y su confianza no fue vana.
El párroco del Santuario de Aurag recibió un día una carta de un soldado que contenía esta noticia: “Estábamos el otro día cuatro soldados bajo una misma tienda de campaña y rezadas nuestras oraciones, entre éstas una fervorosa plegaria a Santa Ana, nos quedamos dormidos. Cerca de media noche una inesperada llamada nos despertó: se debía avanzar. Consternados, nos preparamos para la marcha, después de haber desarmado la tienda; y he aquí que una voz llena de autoridad pero amable, nos gritó: “Adelante, hijitos míos, no temáis y esté cierto Padre que todos oímos aquel mandato, todos unánimes creímos que fue Santa Ana. Poco después se tomó contacto con el enemigo, combatimos valerosamente y lo pusimos en fuga. Atribuimos la victoria a nuestra buena Madre y pedimos la publicación de este milagro.
OBSEQUIO. Proponeos tributar a Santa Ana honores especiales en todos los martes, para tenerla propicia a la hora de la muerte. Este día es consagrado especialmente a ella.
JACULATORIA. – Poderosísima Santa Ana a Vos confiamos los últimos instantes de la vida.
ORACIÓN. ¡Oh bienaventurada Santa Ana! Era muy justo que vuestra vida, así mezclada de humillaciones y de penas, se acabase bajo la mirada de Aquel que sostiene y conforta a todos los atribulados y afligidos y a todos les da la tranquila calma. Yo me alegro con Vos, porque vuestra muerte se me asemejó a un tranquilo sueño. Ea por aquellas consolaciones que sentisteis al ver a vuestra Hija, al abrazarla y al exhalar en sus brazo el último suspiro, haced que mi muerte sea la de los justos. Si la multitud de mis culpas me hace temer que Vos no recibiréis mi súplica, al pensar que sois la Madre del refugio de pecadores, tengo razón de esperar. ¡Oh clementísima Señora, ahora y siempre encomiendo a vuestra piedad mi alma. Cuando mis ojos eclipsen y jadeante y afanoso exhale mi último suspiro, corred en mi auxilio y dulcificad con vuestra presencia mi muerte.
Padre Nuestro, Ave María y Gloria
DÍA TRIGÉSIMO
MEDITACIÓN
Santa Ana en el Limbo
Santa Ana acogida con alegría y bendiciones por los Patriarcas y Profetas, se encontró en el Limbo esperando con Ellos la venida del común Libertador.
Y, mientras aquella multitud gozaba de su presencia con inefable alegría, con armonía angelical, con júbilo de amor, con himnos de gozo por haber dado al mundo la divina Depositaria de los celestes arcanos, Ella daba gracias al Señor porque la liberación no podía tardar.
Los sentimientos de nuestra gran Santa en el Limbo fueron una constante y fervorosa súplica, a fin de que pronto apareciera en aquel lugar la esperada y eterna Luz, Luz que debía llenar de gloria a todos los elegidos.
Consideremos la dignidad sublime a que nuestra cariñosa Santa fue elevada en el cielo. Ella superó en méritos no sólo a todos los Santos, sino también a los mismos Serafines, obtuvo como Madre de María una gloria y un honor especial. Por esto los Santos no cesarán nunca de tributarle homenajes, alabanzas y bendiciones por la misión cumplida de Madre de la Madre de Dios; y Jesús la llenará con mayor profusión de aquella luz que, emanando de Él forma la felicidad del cielo. La belleza, la grandeza, el esplendor de María se refleja también en Ella, su tiernísima Madre y con Ella contribuirá a formar la alegría de los bienaventurados. A gozo tan singular ha sido levantada nuestra Madre Santa Ana y de este mismo gozo podrán participar todos y cada uno de sus devotos.
Quien sepa imitar la santidad y el amor a Dios de nuestra Santa, será indudablemente asistido y guiado por Ella al cielo y allí gozarla eternamente.
Esta consideración nos servirá como ejemplo para afirmar nuestras convicciones, fortificar nuestra fe, sin espantarnos de los peligros y adversidades y para aprender a trabajar, como leales y esforzados atletas, en propagar el amor de Dios, la caridad para con el prójimo, la práctica de la virtud, el valor para defender la Santa Iglesia. Así mereceremos las bendiciones de Dios en el tiempo y en la eternidad.
EJEMPLO. Un joven, algunos años ha, alejado de la Iglesia, llevaba una vida disoluta, empero conservaba un especial cariño a Santa Ana.
Una tarde, después de una jornada pasada en sus habituales desarreglos, sin pensarlo siquiera, su corazón se llenó de remordimientos a causa de sus pecados y, mientras su pensamiento volaba hacia Santa Ana, a quien había invocado siempre en sus mejores años, decidió mudar de vida. Se dirigió sin tardanza a una Iglesia cercana, pero apenas entró el mismo lo contó a un sacerdote, le asaltó una fuerte tentación de salir de allí y continuar la vida libre que hasta entonces había llevado. Mas sin saber cómo, se encontró delante del altar de Santa Ana; miró la sagrada imagen, repitió la acostumbrada oración; se sintió compungido y empujado sin poder resistir a los pies de un padre confesor, el cual le devolvió con la gracia del Señor, aquella tranquilidad y aquella paz que el mundo no le supo dar y que tanto tiempo no había gustado.
Se lee que un maestro de obras que dirigía la construcción de la iglesia dedicada a Santa Ana en Trapani, se enfermó gravemente y fue desahuciado por los médicos. Recibidos los últimos Sacramentos, ya en agonía aquí unos padres franciscanos pensaron en recomendarlo a la poderosa Santa Ana siendo preciosa la existencia de aquel para terminar las obras empezadas y por la generosidad de prestar sus trabajos sin estipendio alguno. Mientras con toda confianza pedían a la Santa esta gracia, el moribundo exclamado: “estoy curado”, quiso levantarse del lecho y al siguiente día con maravilla de cuantos le conocían, emprendió de nuevos sus trabajos, profundamente agradecido a Santa Ana, de la cual había recibido tan señalado favor.
OBSEQUIO: Prometemos a Santa Ana difundir en su honor la devoción del mes de julio.
JACULATORIA.- Ejemplarísima Santa Ana, aumentad en nosotros vuestro amor.
ORACIÓN. ¡Oh excelsa Santa Ana! Sea bendita la diestra del Omnipotente, que obró en Vos tantos prodigios, para haceros digna madre de la Madre de Dios. Dios os otorgó gracias exquisitas y dones especiales, para que precedieras la Mística Aurora y entraseis en estrecha relación de parentesco con el Verbo humanado. Alabanzas constantes sean dadas a Aquel que desde la eterni-dad os escogió y destinó para una dignidad tan sublime. ¡Ah gloriosa Ana!, como el Señor fue tan generoso como Vos, sedlo vos con vuestro siervo, indigno hijo de vuestra Hija. Haced que viva con gran limpieza de corazón y que marche entre las vicisitudes del mundo, de tal modo, que jamás me olvide de mi eterna salvación. Amén
Padre Nuestro, Ave María y Gloria
DÍA TRIGÉSIMO PRIMERO
MEDITACIÓN
Poder de Santa Ana y su Protección a Favor de sus Devotos
Si es muy cierto, en decir, del Angélico Doctor, que la gracia es la medida de la gloria: ¿qué gloria más sublime que la de Santa Ana, que recibió tanta gracia, hasta merecer, como dice la Iglesia, el ser madre de la gran Madre de Dios? Madre de Aquella que impera en el Cielo y en la tierra y ve sometido a Ella hasta el Hijo excelso de Dios; de Aquella de quien los ángeles y los hombres tienen el honor de ser humildísimos siervos. Y entonces , ¿quién podrá igualarla en gloria después de haber concebido a Aquella que concibió a su Creado? Como ninguno, después de su Hija, podrá superarla en la tierra, así ninguno sino Ella podrá excederla en gloria y en po-der. Si las leyes conceden derecho de potestado a los ascendientes sobre sus descendientes en línea recta, mientras Ana lo ejerza sobre María, lo tendrá también sobre Jesús y juntamente so-bre los ángeles y santos, que en Jesús y María reconocen a su Rey y a us Reina; Ella y Joaquín – dice Gersona – formaron aquí en la tierra la estirpe de la familia de Jesús, y a esa misma familia pertenecen también en el Cielo. María la llama madre, y como a madre la honra; y Jesús la re-compensa con abundancia de honores.
Admiremos el gran poder de nuestra gloriosa Santa la singular predilección que Dios tuvo para con Ella constituyéndola Madre de María y de aquí Abuela de su divino Hijo Jesús. Como Madre de María Santísima, que es la Tesorera y Dispensadora de las gracias del cielo, nada puede y sabe negar a quien la invoca. Su nombre fue bendecido y glorificado por todos; la Iglesia le ha tributado siempre sumo honor, gran veneración, como lo demuestran los templos, altares y monumentos a Ella dedicados; votos colgados ante sus imágenes, sus reliquias; asociaciones benéficas que llevan su nombre, que la escogieron por Patrona especial.
A tanta gloria nosotros no debemos ser extraños: al terminar este mes a Ella consagrado, formemos propósito de querer imitarla en virtud, de ser sus verdaderos, fervientes y constantes devotos y así experimentar su valiosísimo patrocinio sobre nosotros en vida y especialmente en la hora de la muerte.
Ahora ve, cristiano, qué bien pone su confianza el que vive bajo el manto de la protección de Santa Ana. Sublimísima en gloria y en poder, quiere tener donde está ella a todos sus devotos. Una sola palabra, una señal sola, tiene el valor de un mandato para Aquella que es la tesorera de la gracia y la puerta del Cielo. Como el Rey de la gloria, por honor de su Madre, la sienta a su lado, haciéndola omnipotente en la súplica, así hae María con Santa Ana. María fue la primera que la honró; invita a todos a tributarle homenajes, y será en esto tu modelo. Ella escuchaba su voz; prevenía sus preceptos, porque la amaba con todo el corazón. Así es que imitarás a María en honrar a Santa Ana cuando de todo corazón copies en ti los ejemplos de su vida. No hagas, pues, que esta devoción a Santa Ana pase con el terminar del mes; el amor de María dura siempre y durará por todos los siglos eternos. Sé perseverante; así del honor de la tierra, pasarás a honrarla eternamente.
EJEMPLO. Como Santa Ana conduce al cielo las almas por ella amadas, lo prueba la siguiente revelación, que los Bolandistas narran, hecha por la Santa a un hombre extraviado, pero después convertido, que la invocó siempre con gran afecto y de un modo especial al fin de la vida.
“Hijito, le dice Santa Ana, echa de ti todo temor, toda ansiedad, Tu has sido devoto mío y me invocabas con fervor, ahí tienes toda mi protección en esta hora decisiva; alégrate, he venido a tomarte para llevarte conmigo al cielo. Y, a todos aquellos que para honrarme practicaren cualquier acto de virtud o hagan limosna o hagan oración en mi honor, yo les obtendré la gracia de que se conduzcan como cristianos, de ser prontamente librados de todo peligro en vida y eficazmente socorridos en la hora de la muerte.
OBSEQUIO.– Prometamos a Santa Ana consagrarle cada año el mes de Julio
JACULATORIA.– Gloriosísima Santa Ana, escribid mi nombre entre vuestros devotos.
ORACIÓN. ¡Oh, excelsa Santa Ana!, yo me congratulo y me congratularé siempre con Vos, por-que nos disteis, deseada vara de Jesé, de la que brotó la flor nazarena. ¿Y qué habría sido de nosotros sin esta cara esperanza y este poderoso refugio? ¡Ah! Bendita nuestra hija, que es el ornamento y apoyo de los cielos y de la tierra! He aquí por qué las generaciones, la invocarla no cesarán de alabaros, agradeceros y bendeciros. El Señor, al haceros digna madre, os colmó de dones y favores señaladísimo, de toda gracia y virtud que debían redundar en gloria de tan grande Hija y después de haberos constituido en la tierra sobre todas las demás mujeres os elevó un trono singular en el Cielo
Gozaos, pues, en tanta gloria, debida a vuestra dignidad y a vuestro mérito, pero dirigid una mirada a vuestros devotos que imploran vuestra protección
¡Oh madre de la Reina de misericordia!, tened piedad de nosotros pobres pecadores.
¡Oh estrella del Cielo!, haced que os amemos siempre por el amor y con el amor de vuestra Santísima Hija. Amén
Padre Nuestro, Ave María y Gloria
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