NOVENA DEL DIVINO SALVADOR DEL MUNDO
Arreglada por el Sr. Pbro. D. Luis María
Argumedo.
Por disposición del M. I. Sr. Canónigo Dr.
D. Santiago Vilanova
Provisor y Vicario General del Obispado de
San Salvador
República de El Salvador en la América Central
INTRODUCCIÓN
Esta República tiene la dicha de llevar por título el nombre del Divino Salvador. Esta es una predilección muy señalada que debe llenar de gratitud y santo orgullo a sus habitantes y estimularlos a realizar las significaciones de tan hermoso título.
Esta República es del Divino Salvador: a El le pertenece como soberano dueño y fundador. En efecto, desde los primeros días de la conquista, el Salvador del Mundo ha presidido todas las evoluciones de la vida social de nuestra patria, bajo sus auspicios pasó de la vida salvaje del indio a la vida civilizada; del coloniaje español a la autonomía americana; del provincialismo guatemalteco, a la soberanía nacional, y en la amplitud de esta última evolución ha creado y sostenido sus principales instituciones. Recibió de sus conquistadores el nombre del Salvador del Mundo, y con ese nombre augusto ha recorrido el laborioso camino de sus adelantados, con él ha formado su historia y sus tradiciones, ese nombre grabó en sus escudos y desplegó en sus banderas; con el nombre de El Salvador conquistó sus derechos, rechazó a sus invasores.
El Divino Salvador, correspondiendo con generosidad a las demostraciones de fe y amor de la nación salvadoreña que recibió de Él la vida religiosa y civil, siempre ha sido su protector y su consuelo en las ruinas, en las guerras, en las pestes y en tantas calamidades que han afligido a este pueblo. El Salvador del Mundo ha sostenido su fe en las pruebas; ha reforzado sus esperanzas en los días aciagos y ha encendido su entusiasmo para realizar nobles empresas de engrandecimiento moral y material.
¡Cuánta gratitud, cuánta satisfacción debe inspirar a las generaciones de salvadoreños esa predilección amorosa del Divino Salvador, por nuestra patria! Esta consideración debe estimularnos frecuentemente a realizar la importante significación del nombre que llevamos. Porque “pueblo de El Salvador” significa que profesa de un modo especial la doctrina del Salvador, que se adorna con las virtudes del Salvador. Ese augusto título degeneraría en sarcasmo y en ironía si la sociedad que lo lleva, olvidando sus tradiciones y sus creencias, apostatarse de su religión para seguir los falsos principios y erróneos senderos que le proponen los enemigos más pronunciados de su carácter nacional.
Hasta ahora, y esperamos que así sea siempre, se ha
mostrado digno de su nombre, por su firmeza en la Religión de sus padres y por
su energía en rechazar conatos de los que han pretendido extraviarlo. Para
fortificar más los vínculos sagrados que nos unen a nuestro Augusto Patrono, y
pedirle sus especiales gracias de protección y amparo en estos tiempos de
seducción y peligros para nuestra fe, se ha escrito esta Novena que debemos
rezar con devoción y piedad a fin de alcanzar los celestiales dones que en ella
imploramos. No podemos olvidar, que estamos en el año de la Misericordia, en el
cual podemos encontrarnos con el Señor transfigurado y pedirle misericordia
para este pueblo tan sufrido y tan necesitado de la misericordia de Dios. Amén.
Puestos de rodillas delante de la Imagen del Divino Salvador, y con el corazón fervoroso y dispuesto dirás lo siguiente:
ACTO DE
Dios mío yo me arrepiento de todos los pecados que he
cometido hasta hoy. Y me pesa de todo corazón porque con ellos ofendí a un Dios
tan bueno. Propongo firmemente no volver a pecar. Y confío en que, por tu
infinita misericordia, me has de conceder el perdón de mis culpas y me has de
llevar a la vida eterna. Amén.
ORACIÓN PREPARATORIA
¡Oh Dios! que, en el misterio de
la gloriosa Transfiguración de tu Divino Hijo, te dignaste hacer brillar las
verdades de la fe católica, y confirmar milagrosamente con tu voz desde la nube,
nuestra adopción de hijos tuyos, te suplicamos humildemente nos concedas ser
coherederos de ese mismo Rey de la gloria y participantes de su bienaventuranza
eterna. Amén.
DÍA PRIMERO
CONSIDERACIÓN ESPIRITUAL
Ipsum audite. A El oid. –(S. Mat. 17)
Vino a la tierra el Salvador para iluminar a los hombres, vino para ser el Maestro de los pueblos. Su doctrina es divina, porque procede de Dios. “Lo que he oído a mi Padre, eso mismo les enseño a ustedes”, dice Jesús “Yo soy la luz del mundo”, ha dicho nuestro Salvador, y el que sigue esa luz, no andará en tinieblas. En la cumbre del Monte Tabor, el Padre celestial declara que Jesús es el “Hijo de sus complacencias” y lo presenta a los hombres como el Maestro a quien deben oír para no errar en el conocimiento de la verdad. “A El escúchenle”. ¡Qué felicidad y qué honor tan grande es para nosotros ser discípulos de tal Maestro! Procuremos practicar con fidelidad y constancia los preceptos del señor; agradezcamos el inmenso beneficio que nos ha concedido constituyéndose nuestro Maestro.
ORACIÓN A LOS SANTOS
APÓSTOLES
Gloriosos
apóstoles, San Pedro, Santiago y San Juan, que, por especial predilección del
Divino Salvador, tuvieron la felicidad de contemplar en el tabor su
transfiguración gloriosa, les rogamos humildemente, nos alcancen del señor la
gracia de hacer con fervorosa devoción esta santa novena. “Bueno es estar con
Jesús” No permitáis pues, que nos apartemos jamás de él. Hacednos participantes
de vuestros sentimientos para vivir unidos a vuestro Salvador mediante una fé
viva, una esperanza firme, y una ardiente caridad que nos haga dignos de
contemplar eternamente la hermosura infinita de nuestro Dios y Salvador. Amen.
LETANÍAS
Señor, ten
misericordia de nosotros,
Cristo, ten
misericordia de nosotros,
Jesús, óyenos,
Jesús, escúchanos.
Dios Padre
celestial.
Dios Hijo Redentor
del mundo.
Dios Espíritu
Santo.
Trinidad Santa que
eres un solo Dios.
Jesús Hijo de Dios
Vivo. R/: Ten Misericordia de Nosotros
Jesús, esplendor
del Padre.
Jesús, candor de
luz eterna.
Jesús, rey de la
gloria.
Jesús, sol de
justicia.
Jesús, Hijo de
María Virgen.
Jesús, amable.
Jesús, Admirable.
Jesús, Dios
fuerte.
Jesús, Padre del
siglo futuro.
Jesús, Ángel del
gran consejo.
Jesús,
poderosísimo.
Jesús,
pacientísimo.
Jesús,
obedientísimo.
Jesús, manso y
humilde de corazón.
Jesús, amador de
la castidad.
Jesús, amante
nuestro.
Jesús, Dios de
Paz.
Jesús, autor de la
vida.
Jesús, ejemplar de
las virtudes.
Jesús, celador de
las almas.
Jesús, Dios
nuestro.
Jesús, refugio
nuestro.
Jesús, Padre de
los pobres.
Jesús, tesoro de
los fieles.
Jesús, buen
pastor.
Jesús, luz
verdadera.
Jesús, sabiduría
eterna.
Jesús, bondad
infinita.
Jesús, camino y
vida nuestra.
Jesús, gozo de los
ángeles.
Jesús, rey de los
patriarcas.
Jesús, Maestro de
los Apóstoles.
Jesús, Doctor de
los Evangelistas.
Jesús, fortaleza
de los mártires.
Jesús, luz de los
confesores.
Jesús, fuerza de
las vírgenes.
Jesús, corona de
todos los Santos.
Sednos propicio R/:
Perdónanos, Jesús.
Sednos propicio R/:
Escúchanos Jesús.
De todo mal, R/:
Líbranos Jesús.
De todo pecado.
De tu ira.
Del espíritu de
fornicación.
De la muerte
perpetua.
Del destierro de tus inspiraciones.
Por el misterio de
tu santa encarnación.
Por tu natividad.
Por tu infancia.
Por tu divina
vida.
Por tus trabajos.
Por tu agonía y
pasión.
Por tu Cruz y desamparo.
Por tus dolores.
Por tu muerte y sepultura.
Por tu
resurrección.
Por tu ascensión.
Por la institución
de la Santísima Eucaristía.
Por tus gozos.
Por tu gloria.
Cordero de Dios,
que quitas los pecados del mundo; perdónanos, Jesús.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo; escúchanos Jesús.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, ten misericordia de
nosotros. Jesús.
Jesús óyenos
Jesús Escúchanos.
ORACIÓN FINAL
Señor Dios,
Jesucristo, que dijiste “pidan y recibirán; busquen y hallaran; toquen y se les
abrirá” te rogamos concedas lo que pedimos, gracias a tu divino amor, que de
todo corazón te amemos con obras buenas y palabras y nunca dejemos de alabarte.
Eres Dios, por los siglos de los siglos. Amen.
JACULATORIA
L/:
Jesús, Salvador del mundo.
R/: Salva a tu pueblo que en ti
confía.
DÍA SEGUNDO
CONSIDERACIÓN ESPIRITUAL
Bienaventurados
los pobres de espíritu
(San Mateo 5,3)
Jesús como Maestro, comenzó sus enseñanzas estableciendo
los principios de la felicidad que habían sido falseados por el paganismo. De
aquí se origina el contraste entre la doctrina de Jesucristo y la del mundo. El
mundo dice: “Bienaventurados los ricos”, y Jesús enseña desde el monte
diciendo: “Bienaventurados los pobres”, no precisamente los pobres de
nacimiento, sino los pobres de “espíritu”, cuyo corazón está desprendido de los
bienes de la tierra. ¿Y por qué son “bienaventurados”? Porque “de ellos es el
reino de los cielos”, dice el Salvador. Esta pobreza cristiana trae consigo el
goce anticipado de la felicidad del cielo, y da a las almas quietud y paz
mientras reciben la herencia eterna que el Señor les tiene prometida. Lo que
nuestro Salvador nos enseña acerca de la pobreza nos da a entender lo que
debemos pensar de las riquezas y de los que las consideran como un supremo
bien. Para no apegar nuestro corazón a los bienes caducos y perecederos y no
poseerlos con avaricia, tengamos presente estas terribles palabras de nuestro
soberano Maestro: “¡Ay de vosotros ricos que tenéis vuestro consuelo en este
mundo”! – (S. Luc. 6-24)
DÍA TERCERO
CONSIDERACIÓN
Aprended de Mi que soy manso.
(S. Mat. 11-29)
La primera lección que nos da nuestro maestro es sobre la
“mansedumbre”. “Aprended de Mí dice, que soy mando”. El espíritu de mansedumbre
es el espíritu de nuestro Salvador y de sus verdaderos discípulos. El mundo
está agitado y perturbado, porque no reina en los corazones la mansedumbre
cristiana, que trae consigo la paz en las familias y en las naciones. Esta
virtud deja las enemistades y enojos, los rencores y venganzas; conserva la paz
con Dios, con el prójimo y consigo mismo. Mantiene en las familias la buena
armonía, la concordia y la unión, y hace que reine la condescendencia, la
tolerancia, la cordialidad y la benevolencia. San Gregorio Nacianceno dice que
“la mansedumbre” aproxima al hombre a Dios y lo asemeja a la Divinidad en
cuanto es posible a la criatura humana. Si reflexionamos sobre la conducta de
nuestro Salvador con los hombres, hallaremos innumerables ejemplos de su
mansedumbre para con todos. Pidamos a Jesús la gracia de practicar la virtud de
mansedumbre, y si conseguimos ser pacíficos como El, mereceremos la gloria
especial de ser llamados “hijos de Dios”
DÍA CUARTO
CONSIDERACIÓN ESPIRITUAL
Aprended de
Mí que soy manso y humilde de corazón
(S. Mat. 11, 29).
La Sagrada Escritura nos enseña que Dios rechaza a los
orgullosos y que sólo da sus gracias y ensalza a los humildes. Basta esto para
persuadirnos cuánto nos interesa y nos conviene ser humildes de corazón como
nuestro Salvador, desechando toda presunción, orgullo y vanidad. Todo cristiano
ha contraído en el bautismo la obligación de seguir a Jesucristo y de imitar
sus virtudes. Nuestro Salvador practicó la humildad en grado tan eminente que
se hizo el oprobio y el desprecio de los hombres para curar nuestro orgullo. Toda
la vida de nuestro Señor Jesucristo no fue más que una serie de humillaciones:
nació pobre en un establo; ¡vivió siempre ignorado del mundo entero por espacio
de treinta años, y en los tres años de su ida pública permitió que la envidia y
la calumnia le tratasen de seductor y endemoniado! Por último, murió en un
suplicio humillante, propio de criminales, en medio de dos ladrones,
manifestándose, ¡así como el Rey de la humanidad! Debemos persuadirnos de la
necesidad que tenemos de ser humildes, porque si la humildad no se puede
agradar al Señor. Sin la humildad no hay virtud sólida, puesto que ella es la
raíz de todas las virtudes: sin la humildad no hay gracia, porque sólo “a los
humildes da Dios su gracia”. Además, sin la humildad seríamos inútiles para
nuestros prójimos porque ¿cómo podrá Dios bendecir nuestras obras de caridad y
celo si en ellas buscamos nuestra propia gloria? Esforcémonos, pues, por adquirir
esta virtud tan grata al Señor, y tan necesaria a nosotros.
DÍA QUINTO
CONSIDERACIÓN ESPIRITUAL
Dios rechaza a los soberbios.
(Santiago, 4, 6)
Consideremos la necesidad que tenemos de ser humildes para salvarnos. Y animarnos más a practicar la humildad que tanto nos recomienda nuestro Salvador. Consideremos la soberbia. La soberbia consiste en “el amor desordenado de nuestra propia gloria”. El deseo de nuestra propia gloria se dice “desordenado” porque se opone directamente a la ley suprema de toda justicia que consiste en “dar a cada uno lo que le corresponde”; Pero el soberbio se engríe y envanece, por todos los dones naturales y sobrenaturales que halla en sí, se sirve de ellos para atraerse la estima y los elogios de los hombres y se pone, en cierto modo, en lugar de Dios. En todo tiempo el señor ha castigado y castigará severamente a los orgullosos. ¡Ay! Cuántos cristianos de toda “condición y estado” han sido víctimas de la soberbia que los ha conducido al pecado. Grabemos en nuestra memoria ese precepto del Espíritu Santo: Hijo mío: no te dejes jamás dominar de la soberbia porque ella es causa de toda ruina. (Job. 4).
DÍA SEXTO
CONSIDERACIÓN ESPIRITUAL
Es necesario orar siempre y nunca desfallecer
(S. Luc. 18)
No hay quizá obligación más urgente y grande para un
cristiano como la de “orar siempre”. Nuestro Salvador, con su ejemplo y sus
palabras, nos enseña, que tenemos necesidad imperiosa de ora para salvarnos. El
Señor desea y quiere dispensarnos sus gracias, pero no las concede sino a aquel
que las pide. El nos dice: “pedid y recibiréis”; así, pues, el que no pide no
recibe. El que descuida la oración, muy luego caerá en el pecado, porque, así
como el cuerpo no puede sostenerse sin alimento, así también el alma no podrá
conservar la vida de la gracia si le falta el alimento espiritual de la oración
que le da fortaleza para no caer en pecado. Las excelencias de la oración las
describe admirablemente Fray Luis de Granada con estas hermosísimas palabras:
“La oración es medicina para los enfermos, gozo para los afligidos, fortaleza
para los débiles, remedio para los pecadores, regocijo para los justos, auxilio
para los vivos, sufragio para los muertos y auxilio poderoso para la Iglesia”
(Lib. III cap. I). Por eso, el Príncipe de los Apóstoles, San Pedro dice: “Hermanos,
¿estad todos unánimes en la oración? (Sn. Pedro). Para que vuestra oración sea
agradable al Señor debemos hacerla con un corazón puro y debemos orar con
recogimiento, con atención y humildad. Pero sobre todo debemos orar “con fe”
para alcanzar lo que pedimos. Así lo enseña nuestro Salvador, diciendo: “Todo
cuánto pidan con fe, crean que lo alcanzaran” (S. Mat. 21, 22). Otra condición
indispensable para obtener los frutos de la oración es la “perseverancia”, pues,
aunque el Señor ha prometido oírnos, no ha dicho que nos ha de conceder
“inmediatamente” lo que le pedimos, sino que se reserva hacerlo en tiempo
oportuno cuando y como mejor nos convenga.
DÍA
CONSIDERACIÓN
Jesús fue obediente hasta la muerte
(S. Pab. ad Philip 2)
La desobediencia de nuestros primeros padres ha sido la
causa de todos los males que afligen a la humanidad. Este pecado atrajo sobre
la posteridad de Adán la maldición, pero vino a la tierra el Salvador del Mundo
y por su obediencia admirable hemos sido redimidos del pecado y colmados de
celestiales dones. En tres palabras quiso el Espíritu Santo encerrar y
transmitir a las generaciones la historia de la vida oculta del Salvador,
diciéndosenos que “estaba sumiso a ellos”, es decir, a María y a José (San Luc.
2). Toda la grandeza de Nuestro Señor parece compendiarse en su obediencia. Sin
la humildad no se puede agradar a Dios y sin la obediencia no puede haber
humildad. Nuestra obediencia ha de ser, “no por ellos” sino “por Dios”, porque
Dios es origen de toda potestad legítima; son representantes suyos los que
gobiernan y por lo mismo estamos obligados “en conciencia”, a obedecer a las
autoridades civiles, en todo aquello que no se oponga a los mandamientos del
Señor. También la Iglesia es una sociedad y además del Romano Pontífice están
los señores Obispos. Tenemos pues, la obligación gravísima de obedecer con
prontitud y buena voluntad a ellos. Nuestra obediencia a los superiores es
sumamente útil a nuestras almas. Porque lo que nos mandan siempre se refiere a
nuestro bien espiritual. Agradezcamos esa amorosa solicitud por nuestra
felicidad eterna y seamos dóciles a los mandatos de nuestros Pastores, porque
“quien los oye y obedece, presta ese obsequio al mismo Jesucristo, y el que los
desprecia y ofende, ofende y desprecia al mismo Salvador”. Así lo enseña
nuestro Maestro en su Evangelio. (S. Luc. 10, 16). Debemos obedecer, no por
temor servil, sino por amor a Dios, que ha querido ser representado por una
autoridad visible. Obedecer por “amor a Dios”, es cosa grande, es noble y
meritoria: es vivir solamente bajo la dependencia de Dios, en la persona de los
superiores. “El obediente cantará victorias” (Prov. 21)
DÍA OCTAVO
CONSIDERACIÓN
Dios es caridad.
(S. Juan 1a. Epíst. 4, 8)
La reina de las virtudes es la “caridad”, que consiste en
el amor a Dios y al prójimo. Con mucha verdad afirma el Discípulo amado que
“Dios es caridad” porque fue testigo ocular de la vida de nuestro amable
Salvador, “que pasó por el mundo haciendo el bien”, sin quejarse de las
ingratitudes que recibió en pago. Tomó sobre sí todas nuestras miserias para
aliviarlas, todas nuestras iniquidades para expiarlas. Después de una vida
llena de servicios, muere mártir de la caridad y encuentra excusas aún para sus
verdugos. “¡Padre mío: perdónalos porque no saben lo que hacen!”
DÍA NOVENO
La Transfiguración del Divino Salvador
(S. Mat. 17)
Consideremos piadosamente el gran
acontecimiento de la Transfiguración del Señor, y pidamos la gracia de sacar
copiosos frutos de esta consideración. A ejemplo del Príncipe de los Apóstoles,
penetrémonos de las intenciones de Nuestro Divino Salvador, que el recuerdo de
la gloriosa Transfiguración, esté siempre vivo en nuestra memoria para sacar de
allí grande generosidad y constancia en el servicio, diciendo: “si la vista momentánea
de la humanidad glorificada de Jesucristo, lleno de inmenso gozo y de felicidad
suprema al Apóstol San Pedro, ¿Qué será contemplarla en el cielo?” Y con la esperanza de tal felicidad que nos
está prometida, exclamaremos en tiempo de prueba, con San Pablo: “todos los
padecimientos de la vida presente, no merecen compararse con la gloria infinita
que el Señor tiene preparado para los que lo aman”
No hay comentarios:
Publicar un comentario