miércoles, 22 de julio de 2020

NOVENA A SANTA MARÍA MAGDALENA




DEVOTA NOVENA EN HONOR Y OBSEQUIO DE LA PREDILECTA DISCÍPULA DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO Y DE SU SANTÍSIMA MADRE, LA AMANTE PENITENTE Y FIDELÍSIMA SANTA MARÍA MAGDALENA, ABOGADA SINGULAR PARA LA CONVERSIÓN DE LOS QUE ESTÁN EN PECADO MORTAL

 

ESPECIAL PROTECTORA DEL SAGRADO ORDEN DE PREDICADORES, Y ABOGADA SINGULAR PARA, LA CONVERSIÓN DE LOS QUE ESTÁN EN PECADO MORTAL.

 

Dispuesta por el Beato Diego José de Cádiz del Orden de Menores Capuchinos de la Provincia de Andalucía.

La saca a la luz un Sacerdote devota dé la misma Santa y amigo apasionado del Autor.

Año de 1799


ACTO DE CONTRICIÓN

Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Criador y Redentor mío, por ser Vos quien sois y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón de haberos ofendido: propongo firmemente de nunca más pecar, y de apartarme de todas las ocasiones de ofenderos, y de confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta, y de restituir y satisfacer si algo debiere: Ofrézcoos mi vida, obras y trabajos en satisfacción de todos mis pecados; y así como os lo suplico, así confío en vuestra bondad y misericordia infinita me los perdonaréis, por los merecimientos de vuestra preciosísima Sangre, Pasión y Muerte, y me daréis gracia para enmendarme y para perseverar en vuestro santo servicio hasta la muerte. Amén.



DÍA PRIMERO

La primera excelencia de Santa María Magdalena es haber sido la primera que buscó a nuestro Señor Jesucristo para el remedio de su alma.

 

Propónese su maravillosa conversión. Considera, alma, esta grande excelencia y esta conversión singularísima de la Santa Magdalena, y la obligación en que te hayas de imitarla para poder salvarte.

 

CONSIDERACIÓN

Considera, pues, la excelencia de esta bendita Santa en haber sido la primera entre todos los que oyeron y vieron a nuestro Señor Jesucristo que le buscó arrepentida de sus culpas, y con el fin de que se las perdonase (Cornelio Alápide, en San Lucas VII). Predicaba nuestro amabilísimo Salvador a todos, y para todos. Oíanle indistintamente los hombres y las mujeres, los grandes y los pequeños, los sabios y los ignorantes, los justos y los pecadores. Concurrían en numerosas tropas los pueblos a escuchar su predicación y su doctrina, no solo en el Templo y en las Sinagogas, mas también en las plazas, en los campos y en los desiertos. Concurrió con los demás un día la noble y famosa Magdalena; y entre oírle y convertirse no hubo medio, como no le hubo tampoco entre su conversión y la práctica efectiva resolución de buscarle arrepentida para que la perdonase. Fue muy rara esta mudanza, y muy notable, así por las circunstancias de la persona, que era de la mayor distinción y de relajada conducta, como por haber sido la primera que con este motivo buscó y se arrojó a los pies de nuestro Señor Jesucristo. Los demás le habían buscado, y le buscaban por entonces con solo el fin de que los sanase en sus enfermedades corporales, les diese la vista, el habla, o el oído de que carecían, o los remediase en alguna necesidad temporal en que se hallaban. Muchos en medio de esto se burlaban de sus milagros, no creían sus virtudes, y contradecían su Celestial Doctrina. Mas la Santa y felicísima Magdalena fue la primera entre todos que como cierva herida corrió a buscar las aguas de la Divina Misericordia a los pies de su amabilísimo Redentor para lavarse en ellos de sus culpas, mejor que Naamán Sirio de su lepra en el Jordán, y para conseguir por medio de su conversión y de su arrepentimiento el perdón, la gracia y el bien espiritual de su alma, que únicamente pretendía. ¡Ah! Si es de tanta excelencia para los Santos Apóstoles San Juan y San Andrés haber sido los primeros que buscaron y siguieron a nuestro Señor Jesucristo luego que el Bautista les dijo que aquel era el Cordero de Dios que había venido a quitar los pecados del mundo, dando este buen ejemplo a los demás que después fueron llamados al Apostolado (San Juan I, 37. Ver a San Juan Crisóstomo en Cornelio Alápide y Santiago Tirino), ¡de cuánta lo será para la gloriosa Magdalena, que adelantándose a todos, enseñase a los pecadores el fin y el modo de buscar al Divino Redentor.

    
Pasa de aquí a considerar su rara perfectísima conversión, no menos admirable por lo que tuvo de portentosa, que digna por sus actos de la imitación de todos. Fue a la verdad esta conversión una de las más perfectas que se han visto y de que se hace mención en las Santas Escrituras. Nada le faltó de cuanto para serlo es necesario, porque se volvió a Dios con todas las veras de su alma y se apartó enteramente de cuanto pudiera ser ofensa suya (Eclesiástico XVII, 23). Desde luego hizo al Señor el más completo sacrificio de sí misma, y de sus cosas todas. De su corazón contrito y humillado, de su alma poseída de un amor intenso y fervoroso, de su espíritu contribulado con el más vivo dolor de sus pasados yerros. De sus potencias, consagrándolas enteramente a la memoria de los divinos beneficios, al conocimiento y consideración de las verdades eternas, y al amor de su misericordiosísimo Salvador; y de sus sentidos corporales, empleándolos todos, en su culto, obsequio, alabanzas, veneración, satisfacción y desagravio, con los actos, más ejemplares y religiosos. No dejó en sí cosa alguna pecaminosa y mala en sus tratos, en sus vestidos o en su persona, ni aun el afecto al más leve pecado, que miraba y aborrecía como ofensa de su Creador. Todo lo evidenció en el acto de su primera y misteriosa unción en casa del Fariseo, donde vestida de honestidad, de penitencia y de un santo rubor se arrojó a los pies de nuestro Señor Jesucristo, con más espíritu, religión y santa animosidad que la insigne Rut a los de Booz. Allí postrada hizo ver su perfecta contrición en las continuas lágrimas con que los regó y los lavó, mejor sin duda que el ya arrepentido David el lecho de su descanso y que el suelo de su habitación (Salmo VI, 6), su ferviente amor al Señor en los devotísimos ósculos con que los veneraba; la religiosísima piedad con que lo creía, lo confesaba y lo adoraba por su Dios en el precioso ungüento con que los ungía, y en la agraciada madeja de sus cabellos con que les limpiaba, el perfecto holocausto que le hacía de sus puros, devotos pensamientos, y de sus cosas todas, sin reservar ni aun la más pequeña. Mudanza fue esta de la diestra del Excelso, y obra de su omnipotencia, de su bondad y de su gracia, a que correspondiendo como debía la favorecida Magdalena, se dejó ver toda «vestida de la justicia y de la verdadera santidad del nuevo Adán Jesucristo, libre ya y despejada totalmente» (Colosenses III, 9).

 

ORACIÓN

Benditísima, felicísima y bienaventurada protectora mía Santa María Magdalena, prodigio de la gracia, portento de virtud y milagro de la Divina Misericordia, porque en vos derramó el Señor los inmensos tesoros de Su liberalísima clemencia, para la manifestación de su bondad y de su poder. Vos sois la que arrepentida de los desaciertos de vuestra vida relajada buscasteis con igual fervor que la esposa de los Cánticos a vuestro Divino Redentor para que os los perdonase; vos la mística Rut que postrada a los pies del humano Hijo de Dios, tomó aquella a los de Booz, conseguisteis su gracia, su amistad y sus más señalados beneficios, y vos la que con rara y singularísima excelencia os llegasteis a nuestro Señor Jesucristo la primera de cuantos le vieron y le oyeron en su Predicación para pedirle el perdón de las culpas y el remedio de vuestra alma, mediante vuestra prodigiosa perfectísima conversión, con que fuisteis de admiración a los hombres y disteis nueva gloria al Señor, confusión al infierno y júbilo extraordinario a los Ángeles del Cielo. Yo os suplico por esta excelencia, por la de vuestra conversión maravillosa y por los altos misterios de la unción que en ella hicisteis a los sagrados pies de nuestro Salvador, como por las virtudes que entonces practicasteis, que me consigáis del Señor una perfecta mudanza de mi corazón, la reforma de mis costumbres y la enmienda de mi vida, para que viviendo santamente me haga digno por vuestra intercesión del perdón de mis pecados, de la gracia de Dios, del especial favor que os pido en esta Novena, si este fuere de su divino agrado y de verle y gozarle después eternamente en el Cielo. Amén.

 

Esto se meditará un rato, según la oportunidad y la devoción que cada uno tuviere, y después se dirá la siguiente Oración para todos los días:

Clementísimo Señor y Dios todopoderoso, Uno en la identidad de la esencia, y Trino en la distinción de las Personas, mi Creador, mi Salvador y mi Padre amabilísimo, en quien creo, en quien espero y a quien amo con todo mi corazón, con toda mi alma y con mis fuerzas todas, como a mi único primer principio y a mi último necesario fin. Yo, humilde criatura vuestra, os alabo por vuestros atributos y perfecciones infinitas de sabiduría, omnipotencia, justicia, misericordia, eternidad, independencia e inmensidad; os adoro por vuestro ser eterno, inmutable y perfectísimo, por vuestra suma inefable bondad y santidad, y porque sois el principio y el fin de todas cosas, en quien somos, vivimos y nos movemos, yo os doy gracias por todos los beneficios comunes y especiales, ocultos y manifiestos, temporales y espirituales que me habéis hecho, para que os tema, os ame y os sirva mientras viva, y me haga digno de una dichosa suerte en la eternidad. Confirmad, Señor, con vuestra gracia, desde el Templo Santo de vuestra Gloria, esto que os habéis dignado obrar en mí, para que mi alma no se pierda. Atended a los méritos infinitos de vuestro Unigénito mi Redentor, y a los que juntos con ellos os presento de vuestra escogida, fidelísima y predilecta Sierva Santa María Magdalena, igualmente que a las raras y singulares excelencias, a las muchas y perfectísimas virtudes con que la condecorasteis en su vida, y a los grandes y señalados premios con que la habéis coronado en el Cielo; y por todo esto concededme la imitación de sus ejemplos, el logro de su protección en la vida, en la muerte y en todas mis necesidades, particularmente en aquella porque hago esta Novena, y por su fruto espiritual, para que consiguiendo por su intercesión el agradaros en la vida, alcance con ella el veros y alabaros para siempre en la Bienaventuranza. Amén.

Ahora se rezan tres Padres nuestros y Ave Marías gloriados, en memoria de las grandes excelencias de nuestra gloriosa Santa y de sus heroicas virtudes, pidiendo cada uno el remedio de su necesidad, y todos por los de la Santa Madre Iglesia, por las del pueblo, por la conversión de los pecadores y por el consuelo espiritual de los que se hallan en el artículo de la muerte, y se dirán por el orden que se sigue:

   

COPLAS

Magdalena vuestro amor

Desde luego os hizo Santa:
Alcanzadme que sea tanta
Mi contrición y dolor.

Padre nuestro, Ave María y Gloria.

 

Porque amasteis tanto a Dios,
Os honró cuanto a ninguno:

Haced que en tiempo oportuno

Le busque y halle por Vos.

Padre nuestro, Ave María y Gloria.

 

Vuestra fe por Cristo fue
De un gran mérito alabada:

Dadnos, oh amante sagrada,
Que imitemos vuestra fe.

Padre nuestro, Ave María y Gloria.

 

Antífona: Tus excelencias son tales, que al Cielo y la tierra admiran: Felices cuantos aspiran a ser por Vos inmortales.

 

L/: Ruega por nosotros, Magdalena Santa y gloriosa.

R/: Para que de Cristo alcancemos el perdón, su Gracia y Gloria. 

 

ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS

Amabilísimo Jesús, inmortal Rey de los siglos. Príncipe de las eternidades. Padre del siglo venidero: Justicia de los justos, Cabeza de los predestinados, Santificación de los escogidos, Salud, Médico y Medicina para los pecadores, Camino, Verdad y Vida para todos, Pastor, Abogado y Medianero de los hombres, que en vuestra predilecta amante y escogida sierva y esposa Santa María Magdalena hicisteis ver al mundo lo infinito de vuestro amor, lo inefable de vuestra bondad y lo incomprehensible de vuestra misericordia, perdonándole plenariamente sus culpas, santificándola con vuestra gracia y con lo heroico de las virtudes, y hermoseándola con los dones, excelencias y prerrogativas más singulares para darnos a conocer cuánto os agradó su penitencia, os complació su perfección y os obligó el inexplicable intenso amor con que os amó siempre desde su conversión. Yo, Señor, os doy gracias infinitas por todo esto que en ella obrasteis; y os suplico con toda la verdad de mi corazón, que pues la habéis constituido especial abogada de la conversión de los pecadores, para que por su medio consigamos vuestra clemencia y nos la habéis propuesto por modelo consumado de la perfección cristiana, para caminar sin tropiezo por las tres místicas vías o caminos de principiantes, aprovechados y perfectos, representadas en sus tres unciones misteriosas, que os dignéis concedernos por sus eficaces ruegos y poderosa intercesión el corresponder fielmente a los auxilios de vuestra gracia; el disponernos con tiempo para lograr una buena muerte y el hacernos dignos con su protección de veros, alabaros y poseeros en vuestra gloria, por todos los siglos de los siglos. Amén.

  
Se concluirá rezando una Salve a María Santísima nuestra Señora en sufragio de las benditas almas del Purgatorio, por la conversión de los que están en pecado mortal, y para que se digne asistirnos en la hora de nuestra muerte.

   

GOZOS

A todos, Dios mil favores

Nos hará, mediando vos.

Rogad, Magdalena, a Dios,

Por justos y pecadores.

 

Dios, que es la suma bondad,

Y en sus piedades inmenso,

Estuvo siempre propenso

A usar con vos de piedad:

En tiempo y eternidad

Fuiste objeto a sus amores.

 

El fuego de amor divino

Causó vuestra conversión,

Y de Él también el perdón

A culpa y pena os provino:

Privilegio peregrino

Debido a tales ardores.

 

Vuestra penitencia y llanto
Causó al Cielo regocijo,
Ejemplo al mundo prolijo,
Y al Infierno horror y espanto:

Este en luzbel llegó a tanto

Que huyó tus alrededores.

 

Cuando la gracia limpió
Del pecado y sus horruras,
A las vírgenes más puras
Vuestra pureza superó:
Este don se os concedió

Con otros mucho mayores.

 

Magdalena, vuestro amor
Os hizo a Dios agradable,
A todo el mundo admirable
Y al Cielo digna de honor:
Él fue la parte mejor
Por sus actos superiores.

 

Sois la Santa más amada
De Jesús y de María,
Porque así lo merecía
Vuestra lealtad consumada:
Entre todos señalada
Habéis sido en sus favores.

 

Individua compañera
De Jesús y de María,
De continuo, noche y día
Los seguíais a donde quiera:
Siempre fuisteis la primera
En sus gozos y dolores.

 

Predicas con luz divina
Y con celo peregrino
Al Hebreo y al Rabino
La Evangélica Doctrina:
Apostólica Heroína,
Que confutas sus errores.

 

A Cristo crucificado
Predicabas de tal suerte,
Que de un naufragio a la muerte
Tu celo fue sentenciado:
Mas Dios os ha preservado
Para triunfos superiores.

 

Tu eficaz predicación

En Palestina y en Francia

Dio frutos en abundancia

Sobre toda estimación:

Ella fue en su perfección

Norma de Predicadores.

 

De los Ángeles guiada,

Te retiraste a un desierto,

Donde viste el Cielo abierto,

Franca para ti su entrada:

Cada día eras llevada

A cantarle a Dios loores.

 

Aunque al tiempo de llegar

A vuestra amada mansión

Un formidable dragón

Os quiso allí devorar:

Nada os pudo intimidar,

Ni entibiar vuestros fervores.

 

Vuestra fe y vuestra piedad

Tanto bien os merecieron,

Que desde luego os unieron

A la excelsa Majestad:

Esta gran felicidad

Disipó vuestros temores.

 

Que son vuestras excelencias

De un mérito sin segundo,

Lo manifiestan al mundo

Divinas y humanas ciencias:

Por esto a tus preeminencias

Cielo y tierra dan loores.

 

Tu eficaz intercesión

Para con Dios pudo tanto,

Que alcanzas con ella cuanto

Le pides en tu oración:

Por esto tu protección

Te piden nuestros clamores.

 

Vuestra heroica penitencia

Los Ángeles celebraron,

Y los hombres admiraron

Su rigor y permanencia:

Para Dios de complacencia

Fueron tan santos rigores.

 

La humildad y fortaleza,

Con la imitación de Cristo,

Fueron en ti por lo visto

Segunda naturaleza:

Esta es la mayor proeza

De acciones tan superiores.

 

De Jesús amante fina

Fuiste en seguirle constante,

Sin separarte un instante

De su ejemplo y su doctrina:

Fidelidad peregrina

Entre mil perseguidores


Fuiste de Cristo escogida
Para modelo y dechado
Del alto y sublime estado
Más perfecto en esta vida:
Por amor con Él unida
Dais norma a sus amadores.

 

Viviendo en carne mortal
Fuiste al Cielo conducida,
Donde a los Santos unida

Diste a Dios gloria inmortal:
¡Oh excelencia sin igual
En los siglos posteriores!

 

Tu devoción y piedad
Ungiendo a Cristo los pies,
Allí te elevó, y después
A una heroica santidad:
De tanta heroicidad
Hacednos imitadores.

 

En la unción primera, santa
Fue tu virtud y selecta,
Mas la segunda en perfecta
Mucho a es otra se adelanta:
En la tercera fue tanta,
Que excedió a las anteriores.

 

Con santa resolución

Caminaste las tres vías,

Que al espíritu son guías

Para la divina unión:

Tan heroica perfección

Da esfuerzo a sus seguidores.

 

Tú fuiste la precursora

De Jesús resucitado,

Porque de su Apostolado
Fuiste evangelizadora:
Para ellos fuiste la aurora
Del sol Cristo y sus fulgores.

 

El Orden Dominicano,
Que por patrona os venera,
Por vuestros ruegos espera

El auxilio soberano:
Proteged con fuerte mano
A todos sus profesores.

 

Todos a tus pies postrados
Con la mayor devoción
Pedimos tu intercesión
Y el ser con ella amparados:
Que olvide Dios los pecados

De tan viles ofensores.

 

En las congojas fatales
De la postrera agonía,
Con tu intercesión, María,

Socorred a los mortales:
No sufran, no, tales males,
Ni los eternos horrores.


Antífona: María ungió los pies de Jesús, y los secó con sus cabellos, y la casa se llenó del olor del ungüento.

L/: Perdonados le son muchos pecados.
R/:
 Porque amó mucho.
  
ORACIÓN

Concédenos, Padre clementísimo, para que así como Santa María Magdalena, amando a Jesucristo nuestro Señor sobre todas las cosas, obtuvo el perdón de sus pecados, así también nosotros por tu misericordia impetremos la bienaventuranza sempiterna. Por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.

 

 

DÍA SEGUNDO

La segunda excelencia de Santa María Magdalena fue haber sido perdonada en su conversión a culpa y pena. Se propone su heroica admirable penitencia.
   
Considera, alma, la grande excelencia de esta amada Sierva del Señor en haber sido perdonada plenamente en su conversión de culpa y de pena: lo heroico y singular de su penitencia; y la necesidad que tienes de hacerla de las tuyas, para que Dios te salve y te perdone.

    

CONSIDERACIÓN

Considera, pues, que entre las radas excelencias con que se dignó el Señor condecorar a su predilecta Magdalena, una fue la de haberle perdonado totalmente todos sus pecados, y juntamente toda la pena que había por ellos merecido. Sabida cosa es que perdonando Dios nuestras culpas, cuando verdaderamente arrepentidos se los suplicamos, no siempre nos perdona toda la pena que merecimos (Concilio de Trento, sesión XIV, cap. 8): Moisés y Aarón (Deuteronomio I, 37), David (II Reyes XII, 14), y aun nuestros primeros Padres Adán y Eva son testigos muy calificados de esta verdad: son pocos al parecer a quienes se les concede esta gracia; pero entre estos ocupa un lugar muy señalado la bendita Santa María Magdalena (Cornelio Alápide, en el cap. VII, v. 47 de San Lucas), siendo una de los primeros que en la ley de gracia han obtenido de Dios tan señalado favor y tan raro beneficio. Su contrición perfectísima causada de su intenso y ardiente amor al Señor la dispuso y la proporcionó para tanta felicidad. Ardía su corazón en el fuego de la divina caridad, de modo que a semejanza de la mística esposa de los Cánticos sus obras parecían brasas de fuego y llamas encendidas (Cánticos VIII, 6). Herida como aquella de la caridad, enferma del amor a su divino Redentor y caldeada con aquel sagrado incendio, corrió a la manera del Ciervo herido a buscar las aguas de su espiritual salud en las fuentes del Salvador; allí fue lavada de sus culpas, hermoseada con la preciosidad de la gracia y santificada con la justificación perfecta de su alma. Allí oyó de boca de su Amabilísimo Jesús esta plenaria Indulgencia y perdón de sus pecados, debida y como consiguiente a lo grande y ferviente de su amor; y allí vio por experiencia propia, y se nos hizo a todos manifiesto que «la caridad cubre la multitud de los pecados» (I Pedro IV, 8), y hace que del todo desparezcan. Ved aquí una nueva, discreta y sabia Tecuita, que postrada a los pies del mejor David nuestro Señor Jesucristo consigue un perdón que creyeron algunos imposibles. ¡Oh excelencia singular y fruto dignísimo de la contrición y del amor!

 

Este que fue el principio de su admirable conversión, y no el temor servil del castigo o el miedo de la pena, lo fue igualmente de su pasmosa heroica penitencia. ¿Mas quién llegará jamás a conocer adecuadamente quanta fuese está en sus dos especies de interior y exterior? ¿Quién aquel vivo dolor y arrepentimiento del pecado cometido aquel sumo odio con que lo aborreció y lo detestó desde luego, aquella eficacísima resolución de no volver más a cometerlo, y aquel ánimo firme y resuelto de borrarlo y de satisfacer sus reatos de cuantos modos pudiese? ¿Y quién aquel completo y perfectísimo holocausto que hizo de sí misma, de su corazón, de su alma, de su vida, de sus sentidos y potencias, de sus acciones y pensamientos, y de sus cosas todas sin reservar alguna? Este dolor y penitencia, así como fue desde su principio consumada y perfectísima en su ser, así en su duración fue la más firme, estable y permanente, porque jamás se entibió, ni disminuyó un solo punto, antes bien tomaba tantos aumentos cuantos eran los grados de amor que en ella se acrecentaban. De aquí aquella santa y nunca bastantemente admirada resolución de hacer pública su penitencia a todos en el modo con que atravesando las calles de la Ciudad en un traje penitente se entró en la casa del Fariseo, vencien­do y despreciando los respetos humanos que le proponían, se arrodilló a los pies del Salvador, y con sentidísimas lágrimas, devotísimos ósculos y religiosísimos obsequios hizo a todos patente la amargura de su espíritu y el fuego que abrasaba sus entrañas. De aquí aquel tenor de vida mortificada y penitente que desde aquella hora emprendió, y con que mortificó perfectamente todas sus pasiones, hasta crucificar su carne con todos sus apetitos, sujetarla enteramente a las leyes de su espíritu, y llevar en ella de continuo la mortificación de nuestro Señor Jesucristo, haciendo manifiesto al mundo en su propio cuerpo la vida de este Señor. Y de aquí por último aquella más que humana resolución de haber gastado los treinta años últimos de su vida en un áspero desierto en ayunos, en vigilias, en oración continua con pasmo y admiración de los Ángeles y de los hombres: así logró por un modo excelente y no común ser del número de aquellos Bienaventurados cuyas iniquidades fueron perdonadas, y cuyas culpas quedaron en la penitencia sepultadas (Salmo XXXI, 1).


ORACIÓN

Penitentísima, rigidísima y mortificadísima favorecedora y consoladora mía Santa María Magdalena, hacesito de mirra de la más perfecta penitencia con que disteis sumo agrado, honor y culto a vuestro amabilísimo Salvador, Modelo perfectísimo de la mortificación cristiana. Vivo ejemplar de los pecadores arrepentidos y de los justos mortificados, perfecta imitadora de vuestro Redentor, cuya mortificación llevasteis de continuo en vuestro santo cuerpo, dimanada de la contrición intensísima de vuestro corazón y de la ardentísima caridad con pue lo amabais. Yo os suplico con la más profunda humildad por la excelencia y prerrogativa especialísima de haber sido perdonada en vuestra admirable conversión a culpa y pena; y por la que tenéis de ser nuestra abogada por la conversión de los pecadores, como lo fue la sabia Tecuita para el perdón de Absalón, que me alcancéis esta gracia del Señor con la de una entera y constante penitencia de mis culpas, para que haciéndola verdadera como debo, consiga el perdón de todas ellas; el favor que por vuestro medio le pido en esta Novena, si fuere de su divino agrado el concedérmelo, y sobre todo que haciendo a vuestro ejemplo frutos dignos de penitencia alcance el agradarle en la vida; y el acabarle en su gracia y el verle después y gozarle eternamente en el Cielo. Amén.

 

 

 

 

DÍA TERCERO

La tercera excelencia de Santa María Magdalena fue haberle concedido el Señor en su conversión diferentes gracias, dones y virtudes singulares. Se trata de su fe heroica y singular.
 
Considera, alma, la recomendable excelencia de esta amada discípula del Redentor en las diferentes gracias y dones sobrenaturales con que enriqueció y hermoseó esta su bendita alma desde su maravillosa conversión: y cuán sublime fue con que mereció, y se dispuso para recibirlas, como también que esta es una virtud precisa con necesidad de medio para salvarnos.

 

CONSIDERACIÓN

Considera, pues, que habiendo perdonado plenariamente nuestro Señor Jesucristo a la amante y penitente Magdalena, habiéndole dado de esto una total e infalible seguridad, y habiéndole canonizado por bueno cuanto hizo con su Majestad arrodillada a sus pies en la casa del Fariseo, vuelto a la Santa le dijo: «Tu fe te ha salvado, vete en paz». Estas divinas palabras abrazaron en el alma de esta felicísima arrepentida todo lo que significan; porque fueron pronunciadas con todo el poder, la autoridad y la eficaz voluntad de su divino ser, para testificar al mundo su absoluta e indubitable potestad de perdonar pecados, de santificar y de salvar las almas: por esto no se duda que con ellas quedó libre, pura y limpísima de toda mancha de pecado, y absuelta totalmente de sus reatos, hasta consumir sus raíces y sus reliquias. Se cree, además, que santificada con una gracia abundantísima, quedó desde luego escrita en el libro de la vida, sellada y marcada para el Cielo. Y se tiene por cosa cierta que concediéndole aquella misma paz sobrenatural dulcísima y abundante que le evangelizaba, borró de su mente y pensamiento todos los hábitos viciosos de su mala vida pasada y la memoria de todas sus culpas anteriores, como si jamás las hubiese cometido, y el recuerdo de sus vanas complacencias y de sus deleites o sensualidades pecaminosas, cual si nunca se hubiera con ellas maculado. Destruyó en su alma la inclinación y propensión de todos los vicios capitales de soberbia, lujuria, ira, gula, y los demás. Le comunicó el singularísimo privilegio de ser preservada para siempre de toda tentación o sugestión torpe, impura y deshonesta: le infundió los hábitos de las virtudes teologales y morales en grado muy perfecto y levantado. Le dio una castidad angelical y limpísima, en la que se aventajó mucho a las Vírgenes más puras, una humildad profundísima y de corazón, una heroica y rigidísima penitencia, con las demás virtudes, con cuya penitencia había después de santificarse. Y le dio un odio santo al mundo y sus vanas felicidades, con un perfectísimo desprecio de todas ellas; un eficaz y verdadero deseo de los bienes del Cielo; y sobre todo un ardentísimo e intensísimo amor al mismo Señor que la espiritualizó, y como que la unió y transformó toda en Él (Cornelio Alápide, comentario sobre San Lucas VII, 50; Ven. P. Fray Isidoro de Sevilla, en la vida de la Santa, línea 6, núm. 82, y otros). ¡Ah, cuánto es lo que aquel Vete en paz significa! ¡Y cuánto lo que se le dio con ello a Magdalena! Desde entonces más parecía vivir en el Cielo entre los Ángeles que con los hombres en la tierra.

   
Debió la Santa todo este cúmulo de bienes a su fe, y así lo testificó nuestro Señor Jesucristo cuando le dijo: «Tu fe te ha hecho salva, a ella le debes, y por ella se le ha dado a tu alma la salud espiritual, y se le dará después la de la vida eterna». Tuvo esta virtud en un grado eminentísimo y de la más sublime perfección, y la ejercitó en grado tan heroico y tan eminente, que en alguna ocasión sobrepujó a la de los Santos Apóstoles y Discípulos de su Divino Maestro, porque ni fue tarda en creer como Santo Tomas, ni le negó como San Pedro, ni huyó y se retiró de Él como los demás en el tiempo de su Pasión y de su muerte: su fe la hizo manifiesta durante la vida de nuestro Señor Jesucristo, no solo confesando en lo oculto entre los demás creyentes su Divinidad como el Príncipe de los Apóstoles, mas también en los sitios más públicos y entre los mayores concursos siguiéndole a todas partes, y adorándole públicamente como a Dios verdadero con las palabras, con las acciones y con sus religiosísimos obsequios en medio de los mayores enemigos del Señor, en el acto mismo de estarle ellos blasfemando, contradiciendo y quitándole la vida: y en el tiempo que como excomulgados eran expelidos de la Sinagoga los que seguían su Doctrina, ejercitaba ella los actos más fervorosos de fe a presencia de todos sin miedo ni rubor alguno. Muerto el Señor y sepultado, renovó y, si cabe decirse así, acreditó el ejercicio de su fe por diferentes medios y de diversos modos. Después de resucitado, y de estar sentado a la diestra de su Eterno Padre, le confesó públicamente con tanto fervor y constancia, que sentenciada a morir echada en el mar con otros cristianos a quienes expusieron a este género de muerte en una navecilla sin velas, remos ni timón; pero salvó Dios su vida con maravillosa providencia, aun desde su conversión, y desde aquel primer paso en el camino de la virtud llegó su fe a una grande heroicidad, porque creyó divinamente ilustrada todo lo que ella nos dice y nos propone como necesario para nuestra justificación, creyó la deformidad de sus pecados con la pena que por ellos merecían: la necesidad de convertirse a Dios, y la obligación de corresponder al auxilio que espontánea y misericordiosamente se le daba. Y creyó cuanta pertenece al sagrado misterio de nuestra Redención en la Divina Persona de nuestro Señor Jesucristo, con su autoridad y poder para perdonar pecados. En esta su fe se comprehende su fidelísima correspondencia a la gracia, el buen uso que hizo de ella según el fin para que se le daba; y la heroica esperanza con que llegó a los pies del Salvador; de todo nos dio un evidente testimonio en su misteriosa unción en casa del Fariseo. Y por último su fe se acreditó de perfecta en sumo grado, porque jamás se separó en su práctica de la caridad, o del amor al sumo bien conforme a toda la doctrina del Apóstol (Gálatas V, 6).


ORACIÓN

Fidelísima, devotísima y religiosísima remediadora mía Santa María Magdalena, Abigaíl prudentísima, que puesta a los pies del mejor David Cristo merecisteis su gracia, su amor y su benevolencia; forma y ejemplar de la fe más heroica y más santa, modelo perfectísimo de la fidelidad y del amor, y animada regla de la piedad, de la esperanza, de la religión y de todas las virtudes, vuestra fe os hizo maestra de los hombres, Apóstola de los Apóstoles, y digna de ser computada entre los Mártires; por ella merecisteis el perdón de vuestras culpas, los dones y privilegios más señalados, y las más altas alabanzas de nuestro Redentor. Y con ella fuisteis confusión de los incrédulos; esfuerzo de los creyentes y admiración de los Ángeles del Cielo. El mismo Dios engrandeció vuestra fe, canonizó vuestra fidelidad, y recomendó al mundo el grande ejemplo de vuestra devoción y de vuestra ejemplarísima religiosidad, para que todos la imitemos: yo os doy mil enhorabuenas por vuestra encumbrada felicidad, por la prontitud y perfección con que caminasteis por las sendas de la justicia en la vía purgativa; por las raras prerrogativas y gracias singulares con que enriqueció e hizo en vos cosas grandes desde vuestra conversión el Todopoderoso. Yo os suplico por esta tan recomendable excelencia, que me alcancéis de su Divina Majestad el perdón de mis pecados, el auxilio eficaz para no caer en ellos; la docilidad de mi corazón para corresponderle fielmente, el especial favor que por vuestro medio le pido en esta Novena, si esto fuere de su divino agrado; y por último, la conversión de su fe y de su gracia en mi alma, hasta lograr con ella una santa muerte, para después verle y gozarle eternamente en el Cielo. Amén.

 

 

 

 

DÍA CUARTO

La cuarta excelencia de Santa María Magdalena es haber sido defendida y alabada hasta tres veces su conducta por nuestro Señor Jesucristo. Se propone su profundísima humildad.
   
Considera, alma, la singularísima excelencia de haber sido digna esta dilectísima amante del Señor, de que Él mismo defendiese su justo proceder, y lo celebrase muchas veces: y al mismo tiempo cuán profunda fue la humildad de su corazón, y cuán necesaria te es esta virtud para poder salvarte.

 

 

CONSIDERACIÓN

Considera con cuanta atención pudieres, cuán grande es, y cuán sublime esta notable, estupenda y particularísima excelencia de nuestra bendita Magdalena; solo es digno de recomendación y de alabanza, dice el Apóstol, aquel cuyo mérito el mismo Dios alaba y recomienda (II Corintios X, 10). Es Dios sabiduría infinita, que todo lo conoce sin engaño: es verdad suma, que no puede amar sino es al que verdaderamente es bueno, ni dejar de aborrecer lo que ciertamente es malo, y es verdad por esencia en la que es imposible, que pueda caber el dolo, la simulación o el engaño; de aquí es que cuando su Majestad habla de alguna criatura, proponiendo su mérito, su virtud o alguna buena cualidad suya, se ha de tener por excelente, sublime y superior incomparablemente a los más altos elogios de los hombres, y aun de los Ángeles del Cielo, porque quien la alaba excede infinitamente a todos. Ved ahora cuán digna será de nuestras alabanzas, y de nuestras admiraciones .la Bienaventurada Santa María Magdalena, por haber sido defendida su conducta, y públicamente alabada del humanado Hijo de Dios, Hasta tres veces leemos en el Sagrado Evangelio haber esto sucedido, una en su conversión y primera unción en casa del Fariseo, donde contra el errado juicio de este justificó el Señor el acertado proceder de la Santa penitente, y declaró la grandeza de su fe y de su amor, que la hizo benemérita de la remisión entera de sus culpas, y de las gracias y favores más particulares. Otra en la casa de su hermana la Virgen Santa Marta, en la ocasión que esta se quejó de ella al Divino Maestro porque sentada a los pies de su Majestad no le ayudaba en sus domésticas ocupaciones, en la que no solo la excusó de toda imperfección en lo que hacía, mas también aseguró que era lo mejor y lo más perfecto lo que practicaba; y otra cuando en casa de Simón el leproso fue murmurada de Judas y de otros, porque derramó y quebró sobre la cabeza del Señor un vaso de alabastro lleno de un bálsamo el más precioso y exquisito; pues reprendiendo a los que la censuraban canonizó de santa, religiosa y digna de toda alabanza aquella acción. Preciso es conocer a vista de esto, que excede a todo encarecimiento el mérito y la virtud de nuestra Santa, y que toda otra alabanza es incomparablemente menos de cuanto por esa se merece. En la Reina de Saba puede en algún modo figurarse la bendita Magdalena, porque habiendo venido aquella de lejanas tierras cargada de inmensas riquezas a conocer y felicitar al Sabio Rey Salomón, mereció, en parte, que el mismo Cristo la celebrase; mas esta celebración es más propia y debida a nuestra Santa, porque sobrepujó infinito aquella en cuanto hizo en obsequio y veneración del verdadero Salomón nuestro Señor Jesucristo. ¡Ah! Si a la mujer fuerte la hacen digna sus obras de la común alabanza (Proverbios XXXI, 31), ¿cuánto lo será esta predilecta del Señor, por haber este elogiado y canonizado las suyas?

    
Grande es esta excelencia, y digna por cierto de nuestras mayores admiraciones; pero aún lo es mucho más por su humildad rara y profundísima. Buena es, no puede negarse, esta excelente virtud en cualquiera de sus grados, cuando ella es verdadera, y el humilde lo es de corazón. Buena es en los que saben entre los desprecios humillarse. Mejor en los que por sus defectos se abaten. Pero es superior sin duda en los que por obra, palabra y pensamiento se humillan entre los honores y los aplausos de las. criaturas. Esta fue, y aun mejor, la humildad de la Santa Magdalena desde el principio de la vida espiritual en su conversión hasta el fin de ella en el desierto, donde murió. Aquel postrarse a los pies de su amabilísimo Redentor, llegándose no por delante, sí por detrás, como confesándose indigna de su presencia: aquel practicar los actos más humildes en presencia de los convidados, no ignorando que hablando ser por ellos vilipendiada y motejada: aquel exponerse a los comunes desprecios del vulgo por lo extraño de su traje, de sus expresiones y de su procedimiento, ¿qué indica sino unos sentimientos los más propios de una profunda humildad? El conocimiento y la consideración de lo que había sido la abatía hasta lo sumo de un desprecio propio; el peso de los muchos y grandes beneficios con que Dios la había favorecido la confundían y pegaban con el polvo; y el recuerdo y memoria de la suma bondad y misericordia que había usado el Señor con ella la aniquilaba y deshacía toda en humildísimos afectos. Aplaudida y festejada de los Ángeles del Cielo, enriquecida y adornada de dones, de gracias y de virtudes por el Espíritu Santo, y amada, favorecida y regalada extraordinariamente en lo interior y exterior por nuestro Señor Jesucristo, jamás se apartó un punto la humildad de su corazón. Antes bien, tanto más se acrecentaba y perfeccionaba en ella, cuanto crecían y se multiplicaban los beneficios del Señor. Oh prodigiosa mujer, bien podemos decir de ti que atendiendo a tu humildad mereces ser de todos alabada, porque hizo contigo cosas grandes el Todopoderoso (San Lucas I, 48-49).

 

ORACIÓN

Abatidísima, humildísima y rendídisima favorecedora mía Santa María Magdalena, maestra de los humildes, espejo clarísimo de la más profunda humildad, y ejemplar perfectísimo del mayor abatimiento, todo el mundo os debe alabar y bendecir, porque atendiendo el Señor a vuestra humildad hizo con vos cosas grandes y maravillosas. Los cortesanos del Cielo celebran llenos de admiración vuestra gloria elevadísima, porque viviendo en la tierra os humillasteis hasta lo sumo. Y el mismo Dios humanado se hizo vuestro defensor, y os honró extraordinariamente entre todos sus escogidos, manifestando con vuestro ejemplo que exalta en el Cielo, y que da su gracia a los. humildes en la tierra. Yo os doy repetidas enhorabuenas por esta tan singular excelencia, y os suplico, con el mayor rendimiento, por el alto honor que os resulta de ella, y por el mérito de vuestra profundísima humildad, más grande que el de la Reina de Saba en haber viajado para oír y admirar la sabiduría de Salomón, que me alcancéis de Dios la gracia de imitaros, y de imitarle perfectamente en esta virtud, la del especial favor que por vuestra intercesión le pido en esta Novena, si fuere de su divino agrado, y la del auxilio final para morir santamente, y después amarle, gozarle y poseerle con Vos eternamente en la Bienaventuranza. Amén.

 

 

 

 

DÍA QUINTO

La quinta excelencia de Santa María Magdalena fue haber sido terrible y formidable para Lucifer su virtud, y aun su presencia: trátase de su invencible fortaleza.

Considera, alma, que otra de las más señaladas excelencias de nuestra Santa gloriosísima fue el gran terror que causaba su virtud, y aun su presencia, al soberbio Lucifer, y juntamente lo heroico de su fortaleza, y lo que necesita el cristiano de esta virtud para conseguir el Cielo.

   
CONSIDERACIÓN

Considera, pues, que, desde el principio de su conversión, pero mucho más después, así como fue festiva para el Cielo su mudanza y su virtud, así fue para el Infierno terrible y espantable. No es decible cuánto celebraron los Ángeles en el Cielo la penitencia y la mudanza de vida de Magdalena: lo que se regocijaron con sus grandes progresos en el camino de la perfección, y lo que con ella se familiarizaron en el tiempo de su vida, particularmente mientras que permaneció hasta su muerte en el desierto. A la verdad, su vida, su amor a Dios, su contemplación, su íntima unión con el Señor, y los señaladísimos favores que de Él continuamente recibía, la sublimaron a tan alta perfección, que más parecía un Ángel en carne que mortal y humana criatura; no se ocultaba a Lucifer lo precioso de este tesoro al mundo desconocido por entonces; vio su portentosa y verdadera conversión, y rabioso por lo que con ella había perdido se enfureció extraordinariamente, hasta intentar el acabar con su vida si pudiese. Quiso retardar e impedir sus resoluciones, y nada omitió su diabólica astucia por retraerla de su intento; armóle lazos, opúsole mil escollos, y batió su corazón con las más recias sugestiones, pero superior a todo el ferviente generoso espíritu de nuestra Santa, no solo le venció completamente, mas también lo confundió con sus fervores de tal modo que le era después intolerable su presencia. «Cuando se convirtió Magdalena (dijo el Señor a Santa Brígida de Suecia) confusos los demonios exclamaron: “Gran presa habernos perdido, ¿cómo la podremos reducir otra vez a nuestro poder y esclavitud? Ella se lava con tantas lágrimas, que no tenemos valor para mirarla. Ella se cubre con tantas y tan buenas obras, que no deja ver en sí la menor mancha, y ella es tan encendida en el amor y servicio de Dios, y tan activa y ferviente en el cuidado de su santificación, que nos debilita las fuerzas, y no podemos ni nos atrevemos a estar cerca de ella”» (San Agustín, en las Revelaciones de Santa Brígida, libro 4º, cap. CVIII, n. 2), Inferir de aquí cuánto sería el terror que causaría a Lucifer en los años posteriores de su vida, cuando más adelantada en la perfección llegó a estar más unida su alma al sumo bien a quien amaba como a su fortaleza, su constancia, su refugio y su libertador (Salmo XVII, 2).  Este lo fue, en efecto, en un modo muy parecido al de la mujer en el Apocalipsis (Apocalipsis XII, 1 y ss): a la que en un sentido místico se le asemejó en muchas cosas entonces y después nuestra Santa bendita Magdalena.


Y qué os parece, ¿no estáis ya notando en todo esto su heroica invencible fortaleza? Consiste está en padecer constantemente las incomodidades que se presentan en la prosecución de un bien recomendable, y en la grandeza de ánimo con que se emprenden cosas de suyo arduas y difíciles, pero buenas. Mucho fue lo que padeció nuestra Santa del mundo y del Infierno desde el principio de su conversión hasta el fin de su vida. Los hombres con sus siniestros y errados juicios, con sus injurias y desprecios, y con sus murmuraciones graves y contumeliosas le dieron bastante que padecer y que sentir. No fue poco lo que acreditó la constancia de su generoso espíritu cuando como excomulgada se cree haber sido arrojada, o separada de la Sinagoga, porque creía y confesaba la Divinidad de nuestro Señor Jesucristo; pero llegó a lo más heroico su fortaleza en la ocasión de padecer gustosísima el riesgo y las penalidades del naufragio a que fue con los demás de su familia y con otros cristianos sentenciada por los judíos enemigos del nombre del Señor, para que en él pereciesen. Pero donde su fortaleza descubrió más lo heroico de su perfección fue sin duda en la ardua empresa de seguir y acompañar públicamente a nuestro Señor Jesucristo en el tiempo de su predicación y en el de su acerbísima Pasión y muerte. Entonces, cuando los enemigos del Salvador o aguzaron sus lenguas como serpientes para contradecir su doctrina, desmentir sus milagros y desacreditar su persona o maquinaban darle la muerte, y para ello lo buscaban con exquisita diligencia, o cuando efectivamente se la dieron después de los mayores tormentos en el Calvario, cuando de sus mismos Apósteles el uno le vende, el otro le niega, y todos le desamparan, Magdalena con un ánimo superior a sí misma no se apartaba de su Divino Maestro, y le sigue a todas partes con santa intrepidez y con la mayor constancia. Con esta misma se retiró al desierto, y se escondió en aquella gruta que vio ocupada de un dragón espantable, y permaneció en ella por el dilatado espacio de treinta años, resistiendo y superando los más recios combates de nuestro común enemigo. Así nos ha dado a conocer que ciñó con la fortaleza sus costados, y que fortaleció con más que humana robustez el brazo de sus obras (Proverbios XXXI, 17) para vencer y despojar tan fuerte armado.

 

ORACIÓN

Fortísima, invictísima y constantísima protectora y auxiliadora mía Santa María Magdalena, mi amparo, mi consuelo y mi remediadora en mis aflicciones y peligros. Vos sois la que, con vuestro amor fuerte como la muerte, obligasteis tanto al invencible, que después de haber arrojado de vuestro cuerpo siete espíritus infernales que tiranamente os poseían, os dio sobre todos ellos un poder irresistible. Vos la que vestida del espíritu de fortaleza, y enriquecida con este precioso don del Espíritu Santo hicisteis frente a todos los conatos de satanás nuestro adversario, hollasteis los respetos del mundo y vencisteis los asaltos de todos vuestros espirituales enemigos, y vos la que al modo de la prodigiosa mujer que nos refiere San Juan en su Apocalipsis, triunfasteis perfectamente del dragón infernal con el auxilio del Señor y con las dos alas misteriosas de vuestra fortaleza y amor con que volasteis al desierto de vuestra seguridad. Yo os doy mil enhorabuenas, amada Santa mía, por estas grandes felicidades, y por la singular excelencia de haberos hecho el Señor terrible y formidable a Lucifer y a todo el Infierno, y os pido humildemente por ella que os dignéis admitirme bajo de vuestra poderosa protección, estando siempre a mi lado, para que no prevalezcan jamás mis enemigos contra mí, que me consigáis de mi amabilísimo Redentor que no me deje caer en tentación, que me libre de to­do mal, y me conceda la especial gracia que por vuestro medio le pido en esta Novena, si fuere de su divino agrado, y por último me asista en la hora terrible de mi muerte, alcanzándome la gracia final para después ver a Dios en vuestra compañía eternamente en el Cielo. Amén.

 

 

 

DÍA SEXTO

La sexta excelencia de Santa María Magdalena es haber resucitado el Señor a Lázaro su hermano por sus ruegos. Se propone su ferviente y devotísima oración.
   
Considera, alma, que entre las más señaladas excelencias con que engrandeció el Señor a su escogida y amada Magdalena, una fue la de haber resucitado movido de sus ruegos a su difunto hermano Lázaro: considera también su devota y continua oración, y cuánto necesitas de esta virtud para poder salvarte.

   
CONSIDERACIÓN

Considera, pues, cómo uno de los más singulares milagros con que hizo manifiesta al mundo nuestro Señor Jesucristo la verdad de su divinidad y de su celestial doctrina fue la portentosa resurrección de Lázaro, hermano de las dos Santas hermanas Marta y Magdalena. Amaba mucho el Señor a estos tres Santos hermanos, y habiendo enfermado de muerte aquél, avisaron estas a su amabilísimo Jesús, suplicáronle que viniese a darle la salud. Retardó su Majestad el hacer lo que entonces le pedían, para concederles después mucho más de lo que le rogaban, como en efecto lo hizo dando la vida a Lázaro, de cuatro días difunto, fétido ya, y en estado de corrupción su cuerpo. Este gran prodigio que ha sido y será siempre la admiración de los siglos, lo obró el Señor entre otros fines, por el de darnos a conocer su grande amor a Magdalena. La Santa Iglesia vive persuadida que por los ruegos de esta resucitó Cristo nuestro Señor a Lázaro, y coligiendo de aquí lo mucho que valen en su divina presencia las súplicas de esta su predilecta, no duda pedirle que se digne por ellas favorecerla. El mismo Señor reveló a Santa Brígida que la humildad con que por su amor se había humillado la Santa en la presencia de los hombres, lo inclinó y movió a la ejecución de tan rara maravilla, para que estos también la honrasen (Revelaciones, Libro 4º, cap. LXXII). Aquí se ve prácticamente que honra Dios y glorifica aun en la tierra a los que con su fidelidad y amor le glorifican y le honran mientras viven (IV Reyes II, 30). Aquí se nos hace ver que ha sido, lo es, y será siempre en sus Santos admirable (Salmo LXVII, 36). Así se nos convence del gran dogma de la utilidad e importancia de los ruegos de los Santos, y así se nos evidencia una de las más memorables excelencias de la Santa Magdalena, y el gran mérito de su oración y de sus lágrimas para con el Señor; mayor sin duda que el de la Sunamita con Elíseo, cuando postrada a sus pies consiguió de él que le resucitase a su difunto hijo, cuyo cadáver estaba aún insepulto (IV Reg. 4, 27).

 

¿Y qué, no estamos viendo aquí la fuerza, el poder y la eficacia de su oración? Es mucho lo que vale la del justo en la divina aceptación, cuando ella es continuada (Santiago V, 16), dice el Espíritu Santo, y siéndolo la de esta fiel sierva del Señor en tales términos, que siempre y sin intermisión oraba, no es de extrañar que produjese efectos tan admirables. Oraba en todos tiempos por la mañana, por la tarde y por la noche: en todo lugar, en el Templo, en su casa y en los campos: y en todas circunstancias, sola o acompañada, sentada o caminando, ocupada o en quietud, en la tribulación o el descanso, velando, y aun durmiendo, porque la vehemencia de su amor, como a la mística esposa de los Cánticos, mantenía desvelado su corazón, mientras que sus sentidos reposaban (Cánticos V, 2). Jamás llegó a flaquear su espíritu, ni padeció el más pequeño detrimento en este piadosísimo ejercicio. Unida siempre por caridad con el amado de su alma, no cesaba de noche ni de día de tener con Él sus dulces y devotísimos coloquios. Toda su conversación era en el Cielo, así porque siempre era con Dios o de Dios, como porque elevada sobre sí misma y sobre todo lo terreno, no se apartaba de allí su corazón ni su mente: a esta circunstancia de continua, juntaba la de ferviente y devotísima. Así lo demuestra en su segunda misteriosa unción, cuando pocos días antes de padecer y morir nuestro amabilísimo Redentor ungió sus sagrados pies (San Juan XII, 3) y su sacrosanta cabeza, quebrando sobre ella el precioso vaso de alabastro en que se contenía (San Mateo XXVI, 7. San Marcos XIV, 3). Así nos deja ver el alto grado de su virtud a que ya había su espíritu llegado, y por este tiempo mucho más sublime y encumbrado que el de su primera unción en casa del Fariseo (San Bernardo, Sermón en la fiesta de Santa María Magdalena, núm. 8); y así conocemos la perfección y prontitud con que corrió con pasos de gigante las estrechas sendas de la vía iluminativa, y camino difícil de los aprovechados. Tanto era el fervor de su oración, tantos los progresos que con ella hizo, y tanto lo que con ella alcanzaba, porque excediendo su fragancia a los más preciosos ungüentos en la divina aceptación, mereció sin duda ser oída por su gran reverencia, devoción y religiosidad, porque hirió el corazón de su Señor, y como que lo rindió con uno de sus ojos, que es el llanto humilde y amoroso, y con uno de los cabellos de su cuello, o de los afectos más puros y subidos de su oración (Ver Cornelio Alápide, en el cap. IV verso 6 de los Cánticos). ¡Ah! ¡Cuánto nos deja que admirar, y cuánto que imitar la continua, ferviente y altísima oración de Magdalena!


ORACIÓN

Devotísima, religiosísima y Fervorosísima consoladora mía Santa María Magdalena, mi maestra, mi guía y mi enseñanza en el camino de la perfección cristiana, vaso admirable de la más ferviente devoción, obra del Excelso por el conjunto de dones, gracias y virtudes con que os enriqueció el Todopoderoso, bálsamo precioso, incienso suavísimo, y varita de humo de los mejores perfumes en el ejercicio de la oración, con que aun viviendo en carne mortal, llenabais el Cielo de espiritual fragancia con nueva gloria accidental de sus bienaventurados moradores. Vos sois la que con vuestra elevada oración escalasteis el Cielo, y transformada en ángel subisteis a gozar con ellos del sumo bien que intensamente amasteis, vos la que hicisteis con su eficacia que subiendo allá vuestros clamores descendiesen al mundo las divinas misericordias, y vos la mística Sunamita que con vuestros ruegos alcanzasteis del mejor Eliseo nuestro Señor Jesucristo la prodigiosa resurrección de vuestro Santo hermano Lázaro. Yo os doy, amada Santa mía, mil enhorabuenas por esta grande excelencia, por los señalados favores que su Majestad os hizo, y por el mérito y valor de vuestra oración devota y ferventísima, que me alcancéis de mi dulcísimo Salvador, acierte yo a adorarle en espíritu y verdad; que me conceda la gracia de oración, y con ella un espíritu de penitencia con que llore de continuo mis pecados; la gracia especial que por vuestro medio le pido en esta Novena, si fuere de su divino agrado; y sobre todo, que imite perfectamente vuestras virtudes, para que sirviéndole y agradándole en esta vida, consiga el verle y gozarle con vos eternamente en la otra. Amén

 

 

 

 

DÍA SÉPTIMO

La séptima excelencia de Santa María Magdalena es haber sido una de las almas más amadas de nuestro Señor Jesucristo y de su Santísima Madre. Se trata de la fidelidad con que imitó y siguió al Señor.
   
Considera, alma, esta especial excelencia de la felicísima Magdalena en haber sido la predilecta discípula, y una de las almas más amadas y favorecidas de Cristo nuestro Señor, y de su bendita Madre. Considera igualmente la fidelidad con que los imitó y siguió, y la obligación que tienes de imitar a nuestro Señor Jesucristo para poder salvarte.

 

CONSIDERACIÓN

Considera, pues, cómo, aunque el amor de nuestro Señor Jesucristo es para con todos los hombres infinito, según que su copiosa redención lo manifiesta, se particularizó no obstante en sus efectos para con sus Apóstoles y Discípulos, y aun entre estos se dejó ver más especial o expresivo para con unos que para con otros. Esta desigualdad o diferencia se ha de considerar que es dimanada en parte de nosotros mismos, que somos el objeto de aquella divina caridad, porque según que fuere mayor o menor el grado en que tengamos esta virtud, o en que nos hallemos en el camino de la perfección cristiana, o de nuestra buena o mejor disposición para ella, así será menor o mayor la caridad con que su Majestad nos ame, o lo que de ella nos manifieste o dé a conocer en sus efectos. a la manera que la luz del sol siendo una en su entidad, es más o menos lo que de su claridad participamos según que es más grande o más pequeña la ventana por donde se nos comunica, y su calor que en sí es igual e indistinto, calienta o se deja sentir más en aquellas partes del mundo que están dentro o más próximas a su tórrida zona, que de las más distantes y remotas. Es una e indivisa en Dios la caridad, porque ella es su mismo ser y su esencia misma, mas no lo es en su término, que son las humanas criaturas. Éstas unos son pecadores y otros justos, unos son enemigos y otros amigos, unos lo aborrecen o le ofenden, y otros de corazón le sirven o le aman, y según que es en nosotros esta diferencia de mérito mayor o menor justicia y santidad que nos asiste, así es distinta y diferente la dilección o el amor que nos manifiesta. De aquí es que cuanto es más sobresaliente la caridad con que da el Señor a conocer que ama a un alma, tanto se nos evidencia en esta lo sublime de su perfección y lo elevado de su mérito; una de estas fue la bienaventurada Santa María Magdalena, predilecta discípula de nuestro Señor Jesucristo, y a quien hizo singularísimos favores por el grande amor que le tenía. Los Evangelios nos aseguran de la frecuencia y familiaridad con que la trataba y con que admitía sus religiosísimos obsequios, lo que la amaba a ella y a sus dos santos hermanos, y los favores señalados que la hizo siendo entre ellos muy notable haber sido la primera a quien apareció resucitado antes que a alguno otro de sus Apóstoles y Discípulos, y a quien encargó que les diese la noticia de su gloriosa resurrección. Sobre estos fueron innumerables y particularísimos los que le hizo en el resto de su vida, y con especialidad los treinta años que permaneció sola en el desierto: tres Santos, dijo el Señor a Santa Brígida, fueron los que sobre todos los demás me complacieron: mi Santísima Madre, el Bautista y la Magdalena (Revelaciones, Libro 4, cap. CVIII); y hablando de esta, señala tres cosas en que puso mayor esmero para agradarle: su amor al Señor sobre todo, otra el sumo cuidado de no desagradarle cosa alguna, y la tercera el esmero y vigilancia en todo lo que era de su divino agrado para no faltar jamás a ello ni aun en la cosa más pequeña. Esto propio, guardada la debida proporción, podemos considerar del amor que le tuvo y de los favores que le hizo María Santísima nuestra Señora, tratándola siempre como a la primera y más aprovechada de sus discípulas. ¡Oh excelencia singular de Magdalena! Si de solo haber buscado una vez los gentiles al Apóstol Felipe para que les proporcionase el ver y hablar a nuestro Señor Jesucristo, y haberle preguntado a su Majestad en la soledad de un campo dónde comprarían el pan necesario para los muchos que le seguían, colige la santa Iglesia su familiaridad con el Señor (Lección IV de su oficio), ¿qué podemos colegir de tanto como hizo Cristo con esta su predilecta? Parece que esta fue, o estuvo místicamente figurada en la amada Sulamita de los Cánticos, aquella una, escogida y singular entre las Reinas y entre las más escogidas (Cánticos VI, 8); porque si hubo muchas hijas que atesoraron para sí grandes riquezas de méritos y virtudes, está a todos les aventaja y excede (Proverbios XXXI, 23).


A tan singular excelencia y favores tan señalados dio lugar en mucha parte el grande esmero que puso nuestra Santa en seguir al Señor, y en imitarle fielmente: desde el instante felicísimo de su conversión se resolvió a darle de mano a todos los cuidados, intereses o negocios temporales, y dedicarse enteramente al grande y principal cuidado de su propia santificación mediante la práctica de aquella óptima parte a que se conoció llamada desde luego. Desprendida de todo lo terreno, y vencidas cuantas dificultades se le propusieron para impedir o retardar su resolución, tomó con más qué humano consejo la de seguir personalmente a nuestro Señor Jesucristo, y acompañarle en sus viajes y en sus apostólicas expediciones con mayor fidelidad y constancia que sigue al sol la flor llamada gigantea. Manteníale también, y sustentable con su propio caudal y facultades (San Lucas VIII, 2-3); y nada omitía de cuanto podía conducir a su obsequio y para darle pruebas de su lealtad y de su amor. Seguíale pues a todas partes por los campos, villas, aldeas y lugares, a los desiertos y a las ciudades seguíale siempre a pie, y en los mismos términos que hacía el Señor sus jornadas con sus Apóstoles y seguíale no solo entre las gentes y los poblados donde era bien recibido y oída con aprecio su doctrina, mas también cuando y donde era perseguido y menospreciado por la impiedad y obstinación de los que le escuchaban. Betania, Jerusalén y el Calvario prueban hasta el convencimiento esta verdad y son testigos de mayor excepción en esta parte; pero su principal conato y su resolución tan firme consistió siempre en la secuela e imitación de sus virtudes, anhelando incesantemente por copiar en sí la santidad de su Divino Maestro. Logrólo en fin, siendo como Él manso y humilde de corazón, pobre y obediente, paciente y mortificada, caritativa y llena de toda especie de buenas obras en que estaba siempre empleada haciendo lo que entendía ser de su divino agrado y beneplácito. Así llegó a ser su bendita alma tan parecida a su amabilísimo Jesús, como la sombra al cuerpo que la causa, como a la voz el eco que resulta de ella, y como la claridad a la luz de que dimana: esta misma fidelidad tuvo y guardó siempre en imitar y seguir a la Santísima Virgen nuestra Señora, a quien cordialmente amaba como a su maestra, como a instrumento de su felicidad y como a madre verdadera. Y esta propia nos la hace ver vestida y animada del espíritu de nuestro Señor Jesucristo, y un ejemplar práctico y perfectísimo de la propia evangélica negación, de la generosidad con que abrazó la cruz, de la más heroica penitencia y de la constancia y verdad con que le siguió toda su vida hasta la muerte; porque traída por el Señor como ella se lo pedía, corrió en pos de él llevada de la suavísima fragancia de los celestiales ungüentos de sus perfectísimas virtudes.

 

ORACIÓN

Piadosísima, constantísima y fidelísima imitadora de mi Señor Jesucristo Santa María Magdalena, protectora y abogada mía, predilecta discípula del Divino Redentor y de su Santísima Madre, cuya celestial doctrina oíais con frecuencia, con fruto de vuestra alma, y con suma complacencia del Señor. Mística Sulamita, que atraída del suave olor de sus virtudes le imitasteis fielmente, y os hicisteis digna como aquella de sus más señalados favores. Luna misteriosa, cuya plenitud de gracia y de perfección os fue comunicada por el sol de justicia Cristo, con cuyo espíritu vivíais, y en cuya semejanza por perfecta imitación os transformasteis. Yo os doy mil enhorabuenas por tan peregrina excelencia, y os suplico con toda la humildad de mi corazón por la suma lealtad y constancia con que le acompañasteis, seguisteis su doctrina e imitasteis sus virtudes, que me alcancéis de su Majestad el especial favor que por vuestro medio le pido en esta Novena, si fuere de su voluntad y agrado, y principalmente que a ejemplo vuestro siga yo perfectamente los suyos, y conserve en mi corazón su divina palabra, para que arreglando según ella mi vida, consiga en tiempo el perdón de mis pecados, el agradarle con todas mis obras, y logre con vuestra protección una santa y dichosa muerte, para después verle y gozarle en la eterna bienaventuranza por todos los siglos de los siglos. Amén.


 

 

DÍA OCTAVO

La octava excelencia de Santa María Magdalena es haberla escogido el Señor para modelo y ejemplar de la vida contemplativa: se propone su ardentísimo amor a nuestro Señor Jesucristo.
   
Considera, alma, la rara excelencia de esta favorecida sierva y esposa del Señor en haberla escogido entre todos sus Santos para que fuese en su Iglesia ejemplar vivo y práctico de la mejor y óptima parte de las dos que dejaba en ella establecidas para la santificación de sus hijos. Considera asimismo su inflamado amor a nuestro Señor Jesucristo, y la indispensable necesidad que tienes de este amor para poder salvarte.


CONSIDERACIÓN

Considera, pues, que habiendo establecido nuestro Señor Jesucristo en su Santa Iglesia las dos clases de vida, activa y contemplativa, en que dejaba dispuesto que respectivamente pudiésemos salvarnos y santificarnos sus hijos, y llegar a la misma unión con su Majestad en el estado de viadores, quiso también y dispuso con su infinita sabiduría que su predilecta Magdalena nos sirviese de ejemplar y modelo para ello. La vida contemplativa respecto de la activa es la parte más sublime, más perfecta y óptima en la vida espiritual. Es en sí la más apta y proporcionada para la Unión con Dios, y para su comunicación y trato. Y es por la que se afanan y suspiran aun los que viven en las santas inquietudes y laboriosas faenas de la activa. Los socorros de aquella: le son a esta tan necesarios, que sin ellos no es fácil, ni tal vez posible que puedan subsistir en la virtud los que la siguen, mas no sucede así por cierto a los contemplativos, porque con Dios y en Dios todo lo tienen (San Bernardo, Sermón III en la Asunción de la Virgen, núm. 2). De estas dos vidas puso el Señor por modelo a las dos Santas, Marta y Magdalena, pero asegurando Él mismo que esta última había escogido la mejor y óptima parte, porque sentada a sus divinos pies solo atendía a sustentar su espíritu con el celestial alimento de la divina palabra, es claro que nos la propuso por un ejemplar consumado de la vida contemplativa. Y no siéndonos permitido el dudar que esta sea la más recomendable y perfecta, se deja bien conocer cuanto sublimó a su amada Magdalena, en haberla escogido para que nos sirviese de idea de tan alta y difícil perfección. La de esta felicísima Santa parece haber llegado a lo sumo, así porque en su vida nos lo dejó bastantemente acreditado, como porque su Divino Maestro no solo aseguró que había escogido y poseía la mejor y óptima parte, mas también que esta no le había de ser quitada en tiempo alguno. Palabras que dan a entender en cierto modo que sería confirmada en aquella especie de gracia para que nunca le perdiese. Y en efecto así lo da a entender aquella fuga que por divina inspiración hizo al desierto, y su pasmosa solitaria vida en él los treinta años últimos de su vida; pero mucho más el raro y estupendo favor de haber sido conducida al Cielo en manos de los Santos Ángeles por repetidas veces en todos y cada uno de los días de aquel dilatado tiempo, para cantar al Señor divinas alabanzas con los Santos y bienaventurados de aquella corte celestial (Oficio de Santa Marta Virgen, lección V. El P. Isidoro de Sevilla en su Vida de Santa María Magdalena, línea 15, núm. 204). ¡Oh inaudita, rara y singular excelencia de Magdalena! No fue la hermosa Raquel (siendo también figura de la vida contemplativa) tan amada y acariciada de Jacob como lo fue nuestra Santa del amabilísimo Redentor Jesucristo.

 
Su amor al Señor la hizo digna y benemérita de favores tan señalados. Es fuerte el amor como la muerte, y en ella lo fue tanto, que sin él no podía vivir de modo alguno, y muchas veces la vehemencia de su incendio le hubiera acabado con la vida, si Él mismo con especial providencia no se la conservase. Fue su amor activo, intenso y continuado; fue ardiente, fogoso e inflamado; y fue unitivo, seráfico y de transformación; si este desde su conversión dijo Cristo que había sido mucho y grande: ¿qué aumentos no tomaría con el trato frecuente de su Majestad? ¿A qué grado de perfección no llegaría con su especial doctrina, con los divinos favores que la hacía, y con su práctico ejercicio nunca jamás interrumpido? Si mirado su amor en aquel estado que corresponde al de los principiantes, mereció que el mismo Dios lo asegurase grande, ¿dudaremos que llegando presto al de los perfectos, se dejase ver entonces para nosotros inefable? Y si desde sus principios fue tan activo que le consiguió un perdón universal a culpa y a pena, y un sinnúmero de favores y gracias que la levantaron a una grande santidad, ¿a qué grado de unión y de transformación no ascendería en el resto de sus años? Unida a Cristo y con Cristo, y transformada toda en él, no vivía en sí ni para sí, sino toda en Él y para Él. Altamente nos declara esto el grande Orígenes, hablando del encendido amor con que buscaba a Cristo en el sepulcro, y apareciéndosele en figura de hortelano, no fue por ella conocido: «Cuando depositó José el difunto cuerpo del Salvador en el sepulcro (dice este antiguo Escritor), sepultó con él María su propio espíritu; pero en un modo tan inseparablemente unido a él, que era más fácil el separarse su alma de su cuerpo, que la separación de su amante espíritu del cuerpo del Redentor. El espíritu de María vivía y estaba más en el cuerpo de Cristo, que en el suyo propio: y por esto, cuando buscaba el cuerpo del Señor, busca juntamente su propio espíritu, porque este lo perdió perdiendo el suyo Cristo en la Cruz. ¿Qué extraño, pues, que no tenga conocimiento de Cristo la que carecía del espíritu con que había de conocerle? Volvedle, Señor, a Magdalena el espíritu que tenéis de ella en vuestro sagrado cuerpo, y entonces recobrará el conocimiento, y depondrá con él su engaño» (Homilía de Santa María Magdalena. En Cornelio Alápide, cap. IV, verso 9 de los Cánticos, sentido 2º, al final). En suma, el corazón de Magdalena vivía y era todo de Jesús, y el de Jesús todo de Magdalena (Alápide, ibid.); y por esto, viviendo ella, era Cristo quien vivía y no Magdalena (cf. Gálatas II, 20), porque a semejanza del Apóstol vivía por amor y unión en Cristo, en Él dichosamente transformada. ¡Ah! ¡Qué amor tan consumado y tan perfecto!

 

ORACIÓN

Religiosísima, amantísima y ferventísima discípula, sierva y esposa de mi Señor Jesucristo Santa María Magdalena, humano serafín por el incendio del divino amor en que vuestro corazón continuamente se abrazaba. Tálamo y reclinatorio del verdadero Salomón Cristo, en cuyo centro depositó Él mismo la perfecta caridad con que le amasteis. Columna de fuego y de luz puesta en su Iglesia por el Señor en el camino de la perfección cristiana, para que demostrase a todos la mejor parte de ella en las felicidades de la vida contemplativa, Mística Raquel, particularmente amada del Divino Jacob Cristo, y escogida por Él entre millares para tener en vuestra alma sus celestiales delicias. Lucero clarísimo de la mañana, que en la oscura noche del espíritu anuncias la inmediación al Sol de Justicia que se les acerca para ocupar sus almas en el hermoso día de su divina unión. Yo os doy mil enhorabuenas por tan sublimes excelencias, y os suplico humildemente por vuestra altísima perfección, y singularmente por el intenso y perfectísimo amor con que amasteis a nuestro Señor Jesucristo en todo tiempo y sin intermisión alguna, que me alcancéis de su Majestad el especial favor que por vuestro medio le pido en esta Novena, si fuere de su divino agrado el concedérmelo, pero principalmente, que a imitación vuestra elija yo la mejor parte en esta vida, empleándola toda en amarle con todo mi corazón, en servirle con todas mis fuerzas, y en seguir con fidelidad los impulsos de su gracia, para que de esta suerte me haga digno de ella en la hora de mi muerte, y después le vea, le ame y le alabe con vos eternamente en el Cielo.. Amén.

 

 

 

DÍA NOVENO

La novena excelencia de Santa María Magdalena es haberla constituido el Señor abogada de los pecadores para su conversión, y protectora de los justos para llegar a la contemplación y unión con Dios. Se propone su heroica caridad.
   
Considera, alma, el especial privilegio concedido a esta gran Santa de ser abogada de los pecadores para su conversión, y de los justos para que lleguen a la contemplación y unión con Dios. Considera asimismo su heroica caridad, y cuán necesaria nos es esta virtud para poder salvarnos
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CONSIDERACIÓN

Considera, pues, que aunque nuestra santa fe nos enseña que nuestro Señor Jesucristo es necesariamente nuestro abogado y medianero para con su Eterno Padre (I Juan II, 1), y que su Majestad nos mereció la gracia para nuestra justificación, santificación y salvación, de tal suerte que sin Él nos es imposible todo esto (San Juan XV, 5), no por eso son inútiles los ruegos de los Santos, ni se nos prohíbe el valernos de su intercesión, ni se le hace con ello agravio a nuestro amabilísimo Redentor (Concilio de Trento, sesión XXV, Decreto sobre la Invocación y religión de los Santos), antes bien cede en honor suyo el ser conocido y predicado en sus Santos admirable: y de esta católica verdad tenemos repetidos testimonios en las santas Escrituras, así en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Los Santos no solo son nuestros modelos y ejemplares para que aprendamos de ellos la virtud: son además nuestros protectores para favorecernos y alcanzarnos de Dios con sus ruegos el remedio de nuestras necesidades, y para esto nos lo pone a la pública veneración la Santa Madre Iglesia: por ellos nos dispensa el Señor sus beneficios, y parece haber destinado particularmente a algunos para por su medio concedernos alguna gracia especial, espiritual o temporal. Entre estos ha señalado a la Santísima Magdalena, para que al mismo tiempo que nos dio en su conversión y penitencia un ejemplar extraordinario y admirable, sea también poderosa para conseguir de la divina piedad un bien semejante a los pecadores, de modo que detestando estos su mala vida, se conviertan a verdadera penitencia y consigan su infinita misericordia (San Bernardino de Siena, citado por el P. Isidoro de Sevilla en la Vida de Santa María Magdalena, línea 21, núm. 253), como lo testifican diferentes ejemplares. La ha destinado el Señor para guía y modelo de los contemplativos, y para que los justos llamados a ese estado, puedan con su protección llegar a él, y venciendo dificultades subir al de la unión con Dios, de que es testigo abonado y de mayor excepción el Beato Elías Tolosano, del Sagrado Orden de predicadores, que en la hora de su muerte depuso haber debido a la intercesión de esta su Santa protectora estos y otros grandes bienes espirituales que había recibido del Todopoderoso, contando entre ellos el de la salvación eterna de su alma (P. Isidoro de Sevilla, op. cit., por toda la línea 16). Muchos son los que han experimentado en sí la eficacia de los ruegos de la bendita Santa, así para convertirse, como para llegar a una perfección muy alta en el camino de la vida espiritual; y por eso es conveniente que todos la invoquemos para unos fines tan interesantes. Y a la verdad, si tanto pudieron con Asuero los ruegos de la Santa Ester, que obligaron a tratar y amar como amigos los que como enemigos había ya sentenciado a muerte, y revocando este decreto honrarlos mucho y llenarlos de felicidades, ¿qué dificultad hallaremos en tener por cierto que la oración de nuestra Santa es para con Dios más activa y recomendable a favor de los pecadores y de los justos, de quienes Él mismo con distintos respetos la ha constituido su abogada y protectora? Ninguna, por cierto, porque habiendo sido su caridad tan heroica, y sus ruegos ahora y siempre tan eficaces en la divina aceptación, eso y mucho más podemos esperar mediante su intercesión.

     
Si la caridad, que es la Reina de todas las virtudes, fue como el alma, el ser y la vida de Santa María Magdalena, y de todas, y cada una de sus acciones: de suerte que desde su admirable conversión hasta su muerte felicísima no hizo obra alguna de virtud que no fuese o acto de caridad, o imperado, informado o asociado de ella. Vivía de esta virtud, con ella dormía, de ella se alimentaba, y si hablaba, si se movía, si respiraba, siempre era ocupando la caridad su alma y su corazón, haciendo que de la abundancia de este la boca hablase, y se multiplicasen las buenas obras. En suma, como Dios es caridad, y esta fue en Magdalena tan heroica, no dudamos que con ella vivió Magdalena en Dios, y Dios en Magdalena (San Juan IV, 16): de aquí como de un manantial el más abundante y perenne nacían aquellos ríos de lágrimas que corrían de continuo por sus venerables mejillas. De aquí aquellas ansias insaciables de extender por todo el mundo el nombre Santísimo de Dios su fe, su culto y su religión. Y de aquí aquel esmero, actividad y eficacia en procurar el bien de sus prójimos, ayudarles y favorecerles en cuanto le era posible, aun a costa de los más grandes trabajos y de exponer su vida a los riesgos más evidentes. Movida de esta caridad abría liberal sus manos para socorrer al pobre, y extendía con generosidad sus palmas para remediar al necesitado, gastando con ellos los bienes de fortuna que había heredado de sus padres, mientras que los tuvo en su poder; no habiendo indigencia alguna que llegase a su noticia, a que dejase de subvenir misericordiosa y compasiva; porque sobre todo se conmovían sus entrañas y su corazón se liquidaba. Pero donde con mayor claridad nos hizo ver los subidos quilates de su caridad fue en el celo verdaderamente apostólico con que trabajó por la salvación de las almas. Llevada de este celo catequizaba e instruía en los misterios de nuestra fe a las mujeres que se convertían en Jerusalén y en Palestina con la predicación de los Apóstoles. Antes de ser presa y expuesta al naufragio con los de su santa familia, predicaba también, y con divina elocuencia persuadía a cuantos la escuchaban la necesidad de convertirse a Dios, y hacer condigna penitencia de los pecados. Después, habiendo llegado a Marsella de Francia, predicó públicamente en ella y en su comarca el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo con tanta eficacia y fruto, que destruyó la idolatría y estableció la Santa Fe Católica en todos aquellos pueblos. Ocupándose en este apostólico ministerio por algunos años, hasta que por divina ordenación se retiró a la soledad a reducirse toda a la contemplación: por eso es llamada con razón Apóstola de los Marselleses y de toda aquella provincia. ¡Oh qué caridad tan heroica la de esta Santa! Verdaderamente que ella fue copiosamente derramada en su corazón por el Espíritu Santo, porque le fue dado para que obrase en ella tales maravillas (Romanos V, 5)

 

ORACIÓN

Santísima, amantísima y perfectísima patrona y protectora mía Santa María Magdalena, meritísima precursora de la resurrección de nuestro divino Maestro, Apóstola de sus Apóstoles y aurora que anunció al mundo el claro sol de aquel sagrado misterio: vena de la vida, esperanza de los pecadores y medio por donde consiguen estos su conversión y su remedio, guía de los justos, luz de los aprovechados y maestra de los perfectos. Ester mística, que obligas con tus eficaces ruegos al Señor de todo lo creado a que admita en su gracia a los que por la culpa fueron sus enemigos. Escala misteriosa por cuya imitación y mediación suben las almas a la contemplación y unión con Dios. Monte elevadísimo de la perfección cristiana en todas sus tres vías. Tesoro riquísimo de dones, gracias y excelencias del Espíritu Santo; y abismo profundo e insondable de la caridad más heroica y de todas las virtudes: yo humilde esclavo vuestro postrado en vuestra presencia os pido con toda la verdad de mi corazón, por vuestras muchas y grandes excelencias, por vuestras heroicas y perfectísimas virtudes, y por el singular privilegio de ser vos abogada de los pecadores para su conversión, y protectora de los justos para que lleguen a la unión con Dios, que me alcancéis de su Majestad todos estos benéficos; el especial favor que le pido en esta Novena, si fuere de su divino agrado; y principalmente que en la hora de mi muerte, después de una digna preparación con los Santos Sacramentos de la Iglesia, dignamente recibidos, me libre de las asechanzas del común enemigo, me conceda el auxilio de la gracia final, y que asistiéndome vos con Jesús, María y José mis Señores en aquel terrible trance, acabe mi vida con la muerte preciosa de los Santos, y pase después a ver, a alabar y poseer al Dios de los Dioses en la dichosa Sion de la eterna bienaventuranza. Amén.

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