COLOQUIOS
ENTRE EL ALMA DEVOTA A LA VIRGEN DEL
CARMEN
PARA TODOS LOS DÍAS DE LA SEMANA
Tomado del Florilegio Carmelitano para uso
del Cofrade Carmelita
Burgos, 1914
DOMINGO
La
Virgen. —Oh, tú, alma redimida con la sangre de mi divino
Hijo, alma que sufres, que ansias por unos momentos dejar ese ruido mundano que
tanto te fatiga, ven a mí, que soy Madre de misericordia, que siento, hija mía,
especial consuelo en poder mitigar tus dolores y sufrimientos: dime con filial
confianza todo lo que desees; pídeme sin temor todo lo que necesites, que yo Madre
generosa y compasiva, te lo concederé sí conviniese a tu salvación.
El
Alma. — Madre mía muy amada, Virgen del Carmen; sí, yo
quiero responder a tu amoroso llamamiento; a Ti vengo a postrarme a tus
plantas, a derramar todo mi espíritu en tu presencia. Tú eres la alegría de mi
corazón, mi consuelo, mi refugio, mi descanso. Fuera de Ti no encuentro sino
amarguras y dolores, contigo no experimento sino descanso y consolación.
Por eso vengo a Ti, sedienta como ciervo, a beber los líquidos cristales que
brotan frescos y abundantes de tu santo Monte Carmelo. Aquí me estaré,
aquí me sentaré junto a esta corriente de aguas vivas, para que tú, Madre mía,
sacies la sed devoradora que tengo de amarte.
JACULATORIAS
Madre mía del Carmen, yo te recomiendo las necesidades de la Iglesia Católica.
Padre
Nuestro, Ave María y Gloria.
Madre
mía del Carmen, yo te recomiendo las necesidades del Sumo Pontífice.
Padre
Nuestro, Ave María y Gloria.
Madre mía del Carmen, yo te recomiendo las necesidades de los Cofrades del Escapulario.
Padre
Nuestro, Ave María y Gloria.
Madre mía del Carmen, yo te recomiendo las necesidades de mis padres, parientes y amigos.
Padre
Nuestro, Ave Masía y Gloria.
Madre mía del Carmen, yo te recomiendo mis propias necesidades y en particular...
Padre
Nuestro, Ave María y Gloria.
Madre
mía del Carmen, yo te recomiendo las necesidades de mi nación.
Padre
Nuestro, Ave María y Gloria.
Madre mía del Carmen, yo te recomiendo la conversión de los pecadores, herejes, cismáticos e infieles.
Padre
Nuestro, Ave María y Gloria.
ORACIÓN FINAL
Virgen santísima, Madre mía del Carmen, ¡qué dulce es pasar un rato en tu compañía y experimentar los efectos de tu bondadoso corazón! Yo deseo Madre mía, que todos sin excepción se cobijen bajo la refrigerante sombra de tu santo Escapulario, que todos estén unidos a Ti por los estrechos y amorosos lazos de esta insignia querida. ¡Oh hermosura del Carmelo! míranos a todos con ojos de maternal cariño; dispénsanos benigna tu protección poderosa; yo te recomiendo las necesidades del Sumo Pontífice y de la Iglesia Católica, las de mi nación y las de todo el mundo, las mías propias y las de mis parientes y amigos. Mira con ojos de compasión a tantos pobres pecadores como ofenden a tu Hijo dulcísimo; a tantos herejes como quieren corromper las augustas doctrinas por él enseñadas, tantos cismáticos que quieren hacer jirones la túnica inconsútil de tu Iglesia, iluminad a tantos infieles como gimen todavía en las tinieblas del paganismo, pue todos, Reina mía, se conviertan y te amen como yo deseo amarte, ahora y por toda una eternidad. Así sea.
LUNES
La Virgen. —Hija mía, te veo muy acongojada, muy afligida por las encontradas pasiones que se disputan el señorío de tu corazón; ven a mí, no temas: ¡soy tu Madre...! Dame, hija mía, dame tu corazón; hazme depositaría de tus pensamientos. ¿Qué es lo que te aflige? No temas, hija mía, al demonio, porque él yace encadenado a mis pies; no temas al mundo, porque yo te mostraré sus pompas y vanidades; no temas a la carne, porque yo te enseñaré el modo de tenerla sujeta y rendida al espíritu. No llores, hija mía, sólo deseo tu corazón.
El
Alma. —¡Oh, qué dulce eres, Reina del Carmelo, Madre mía
muy amada! Sí, Madre mía, a ti sola doy yo mi corazón; en tus manos deposito todos
mis pensamientos, no quiero, dulce Reina mía, que nadie más que tú enjugue mis
lágrimas, que nadie más que tú calme mis dolores, que nadie más que tú sea la
depositarla y guardadora fidelísima de mis más delicados sentimientos. Cobijada
bajo tu manto carmelitano no temeré al mundo, ni al demonio, ni a la carne. Con
tu ayuda espero triunfar de todos mis enemigos. Madre mía, dispón como quieras
de mi corazón; yo te lo cedo gustosísima.
MARTES
La
Virgen. —¿Ves, hija mía, este Escapulario que tengo en mis
manos? Él es la prenda más señalada que he dado a mis hijos los Carmelitas y a todos
los cofrades del Carmen para que confíen en mi protección soberana. Él es el
sello y exterior confirmación de las promesas que tengo hechas a los que
devotamente lo llevaren. Él es una insignia riquísima, venero inagotable de
bienes celestiales: señal de mi amistad y fianza y garantía de salvación. Tenle,
por lo tanto, hija mía, en grande estima; bésalo, abrázate con él, estréchalo
fuertemente contra tu corazón y llévalo contigo todos los días de tu vida.
El
Alma. —Flor del Carmelo, Madre mía muy amada, siempre ha
tenido para mí irresistible hechizo el santo Escapulario; imposible me parece verle
y contemplarle, y conocer las promesas estupendas con que Tú, Madre mía, has
querido enriquecerle y no enamorarse de él y abrazarse con él y profesarle
singular estima. ¿Cómo se concibe que haya en el mundo quien no le conozca,
quien le desprecie, quien se burle de él? No, Madre mía, no he de ser yo tan
ingrata que no reconozca este beneficio tuyo. Yo te prometo, Reina del Carmelo,
llevar siempre con veneración y respeto tu santo Escapulario.
MIÉRCOLES
La
Virgen. —Hija mía, ¿por qué lloras? ¿Por qué desconfías
tanto de salir triunfante de esas violentas tentaciones que tan sañudamente te combaten?
¿Por qué te afligen tanto esas contrariedades tan propias de esta miserable
vida de aquí abajo? ¿Por qué no te abrazas gustosa a la cruz que yo Tu Madre,
he querido cargar sobre tus hombros? ¿Ignoras, hija mía que el camino de
sufrimiento es el más seguro para conquistar el reino de los cielos? ¿Ignoras
que una senda alfombrada de flores suele tener por remate un abismo...?
¿Ignoras que yo estoy con los que lloran y sufren y no con los que
locamente ríen y se divierten?
El Alma. —Madre mía del Carmen, toda mi alegría y consuelo: confieso que me he afligido demasiado en mis penas, que me ha faltado resignación en mis trabajos, que no siempre me he acordado de ti, que eres madre y madre cariñosísima, que he estado a punto de desesperarme, olvidando tus promesas, tus palabras de consuelo; que eres bálsamo de atribulados, y Reina de los afligidos. Jamás, Madre mía, consentiré que mi corazón busque consuelo, descanso y reposo más que en ti, dulce esperanza mía.
JUEVES
La Virgen. —No olvides, hija mía, que nadie ha venido a implorar mi protección que haya ido sin consuelo. ¿Por qué temes y desconfías cuando tus súplicas no son al punto despachadas? ¿No ves que me agrada sobremanera tu perseverancia en el pedir, tu fe ciega en mi bondad, tu rendimiento absoluto a mis palabras y a mis promesas? No, hija mía, esa duda me desagrada; esa desconfianza en mi fidelidad atraviesa mi corazón de Madre compasiva... ¿Me crees capaz de faltar a mi palabra?
El Alma. —Cierto es. Madre mía, que he llegado en alguna ocasión a desconfiar algún tanto en tus promesas; que me he inquietado porque mis peticiones no eran luego al punto atendidas; que mi amor hacia ti se ha enfriado algún tanto... ¡Ay! No siempre he sido yo verdadera hija tuya; mis oraciones y mis rezos no siempre han sido de tu agrado. Estaban faltos de espíritu interior, de esa piedad y religiosidad necesarias para que sean gratos a tus oídos. No, Madre mía, no es que tú no hayas querido escuchar mis peticiones y súplicas, sino que estas peticiones y súplicas estaban mal hechas; sin atención, sin devoción, maquinalmente... Ilumina y enciende mi corazón en tu amor para que jamás desconfíe de Madre tan cariñosa.
VIERNES
La
Virgen. —Una cosa me es singularmente grata, hija mía: la
práctica de la virtud. Con la virtud nací, y la virtud, en sus variadas y
bellísimas formas, me sirvió de vestidura y me dio esos soberanos encantos que admiran
en mí todas las criaturas. La virtud me llevó de niña al templo; la virtud me
inspiró el voto de virginidad; la virtud me hizo madre de Dios; la virtud me
llevó junto al calvario de mi Hijo; la virtud me da un puesto en la gloria muy
superior al de toda otra criatura, el primero después de la Santísima Trinidad;
la virtud me mereció del Altísimo los dulces títulos de Madre de los hombres
y
Abogada de los pecadores.
El Alma. —No dudo, Madre mía, que a la virtud debes esos inefables encantos que extasían a los ángeles y serafines y hacen las complacencias del mismo Dios. La virtud te encumbró al puesto más eminente que una criatura puede apetecer cual es el de ser Madre de Dios. Mas no siempre esta admiración mía por tu virtud ha sido todo lo provechosa que era de esperar, no siempre me ha arrebatado y llevado tras de sí e infundido en mi corazón deseos de imitarla. ¡Cuántas veces me ha parecido más hermoso el vicio que la virtud!¡Cuántas veces he corrido ciego y desbocado tras de la pasión halagadora sabiendo Madre mía, que con ello te disgustaba! Yo te prometo, Estrella del Carmelo, poner en ti mis ojos y seguir exactamente la ruta que tú me trazares.
SÁBADO
La
Virgen. —Ha dedicado el pueblo cristiano este día a mi honor, y
por esto deseo que tú, hija mía, también lo dediques. Hay corporaciones religiosas,
como mi Orden Carmelitana, que el sábado me tributan especiales cultos y es mi
voluntad que tú te asocies a ellos, si no puedes en realidad, por lo menos en
espíritu. El sábado es un día que yo miro con especial cariño, un día que
dedico a mis hijos los cofrades del santo Escapulario del Carmen, aliviándolos
y sacándolos del Purgatorio. ¡Y cómo suspiran las pobrecitas almas allí
detenidas por este día! ¡Y qué satisfacción tan grande para Mí poder aliviar a
aquellos de mis hijos que en este mundo me honraron llevando con devoción el
santo Escapulario!
El Alma. —En verdad, Madre mía, que es firme propósito mío obsequiarte todos los sábados de una manera muy especial y que sea muy de tu agrado. Yo miraré este día como consagrado a Ti; yo procuraré andar en el sábado más recogida, más modesta, más embebida en la contemplación de tus inefables bellezas y más solícita en darte gracias por los innumerables beneficios que de Ti tengo recibidos. ¡Oh, qué grato es pasar todos los días y singularmente el sábado en tu amable compañía, Virgen del Carmen! Yo he de trabajar por visitarte diariamente, por cumplir con fidelidad la obligación que tengo como cofrade del Escapulario, para que en la hora de mi muerte Tú seas mi abogada ante el Juez que me ha de juzgar, y mi libertadora de las llamas del Purgatorio, si la benignísima justicia de Dios se digna llevar mi alma a aquel lugar de expiación.
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