domingo, 2 de agosto de 2020

MES DE AGOSTO AL INMACULADO CORAZÓN - DÍA DOS


DÍA SEGUNDO

MEDITACIÓN

El fundamento de las grandezas del Corazón de María es su divina maternidad. Por ésta la vemos unida con Jesucristo en los eternos decretos de la Providencia antes de todos los siglos. El primer objeto que la divina Sabiduría se propuso en la creación es Jesucristo, y con El, de una manera inseparable, su Madre, la Virgen inmaculada, de la que el Hijo había de tomar carne. De ahí que la Iglesia le aplique lo que dicen las sagradas letras del Hijo de Dios o de la Sabiduría: que ha sido primogénita antes de toda criatura; que fue concebida antes que existiesen los abismos; que Dios la poseyó desde el principio de sus obras; que coopera a la formación de los cielos é influía como causa final en todas las obras de la creación, porque todo se hacía para su Hijo y para Ella. ¡Estupenda dignidad que levanta a María sobre todas las jerarquías angélicas, la coloca en un orden aparte, sobre todo lo criado, le comunica cierta infinidad y es origen de inefables excelencias! También el hombre a su manera puede imitar la divina maternidad de María; también el alma cristiana en cierto sentido puede ser madre de Jesús. Quien hiciere la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, éste es, dice Jesucristo, mi madre y mis hermanos. Quien con sus trabajos y desvelos logra que Cristo nazca en el corazón de su prójimo, en cierta manera viene a ser madre de Jesús; el que con su sangre y sudores hace que Cristo viva en pueblos que no le conocían, y con la luz de la fe y vida eucarística lo introduce en el corazón de los nuevos cristianos, espiritualmente es madre de Jesús é imita a la Santísima Virgen, que primero concibió a su Hijo en la mente y el corazón que en su seno virginal. Pero ¡ay! que, si esto es así, como lo es, el que con el pecado quita la vida de Jesús en su propia alma o en la ajena, éste no es madre, sino homicida, y homicida de un Hombre Dios. Vuelve a crucificar en sí mismo o en su prójimo al Hijo de Dios, como dice

San Pablo. ¡Oh purísimo Corazón de María! ¡Qué horror debe causarme este monstruo! No permitas que en adelante cometa yo tan horrible maldad. No, no quiero escandalizar a mi prójimo ni ser la ruina de nadie, sino trabajar con todas mis fuerzas para robustecer la vida de Jesús en mí y en los demás, y hacer que nazca y viva siempre en todos.

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