DÍA SEGUNDO
MEDITACIÓN
El
fundamento de las grandezas del Corazón de María es su divina maternidad. Por
ésta la vemos unida con Jesucristo en los eternos decretos de la Providencia
antes de todos los siglos. El primer objeto que la divina Sabiduría se propuso
en la creación es Jesucristo, y con El, de una manera inseparable, su Madre, la
Virgen inmaculada, de la que el Hijo había de tomar carne. De ahí que la
Iglesia le aplique lo que dicen las sagradas letras del Hijo de Dios o de la Sabiduría:
que ha sido primogénita antes de toda criatura; que fue concebida antes que existiesen
los abismos; que Dios la poseyó desde el principio de sus obras; que coopera a
la formación de los cielos é influía como causa final en todas las obras de la creación,
porque todo se hacía para su Hijo y para Ella. ¡Estupenda dignidad que levanta a
María sobre todas las jerarquías angélicas, la coloca en un orden aparte, sobre
todo lo criado, le comunica cierta infinidad y es origen de inefables
excelencias! También el hombre a su manera puede imitar la divina maternidad de
María; también el alma cristiana en cierto sentido puede ser madre de Jesús.
Quien hiciere la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, éste es, dice
Jesucristo, mi madre y mis hermanos. Quien con sus trabajos y desvelos logra
que Cristo nazca en el corazón de su prójimo, en cierta manera viene a ser
madre de Jesús; el que con su sangre y sudores hace que Cristo viva en pueblos
que no le conocían, y con la luz de la fe y vida eucarística lo introduce en el
corazón de los nuevos cristianos, espiritualmente es madre de Jesús é imita a
la Santísima Virgen, que primero concibió a su Hijo en la mente y el corazón
que en su seno virginal. Pero ¡ay! que, si esto es así, como lo es, el que con
el pecado quita la vida de Jesús en su propia alma o en la ajena, éste no es
madre, sino homicida, y homicida de un Hombre Dios. Vuelve a crucificar en sí
mismo o en su prójimo al Hijo de Dios, como dice
San Pablo. ¡Oh purísimo Corazón de María! ¡Qué horror debe causarme este monstruo! No permitas que en adelante cometa yo tan horrible maldad. No, no quiero escandalizar a mi prójimo ni ser la ruina de nadie, sino trabajar con todas mis fuerzas para robustecer la vida de Jesús en mí y en los demás, y hacer que nazca y viva siempre en todos.
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