DÍA TERCERO
MEDITACIÓN
La Santísima Virgen, predestinada a ser Madre de Dios, no podía menos de tener un Corazón inmaculado, exento é inmune de toda culpa original, personal, mortal o venial. Había de ser un Corazón impecable, impecable no por naturaleza, sino por gracia. ¿Cómo no habían de preservar a María de toda culpa el eterno Padre que la tenía por Hija, el Hijo que la formó para que fuese su Madre, el Espíritu Santo que la escogió por Esposa? ¿Faltaba acaso a Dios poder, sabiduría y amor para preservarla? ¡Y cómo se hubiese vanagloriado Luzbel si hubiera podido, siquiera un instante, tenerla por esclava suya! No: la llena de gracia, la que habla de tener enemistades perpetuas con la serpiente y aplastar su cabeza, no podía ser jamás esclava o súbdita suya: su Corazón debía ser siempre inmaculado. Y debía carecer o estar exenta, no sólo de toda culpa o pecado, sino del fómite o inclinación a él, de esa tendencia interior que a nosotros nos arrastra al pecado, de la concupiscencia de la carne que en nosotros subsiste aun después del bautismo. Este es el privilegio más grato al Corazón purísimo de María, como que es el que la hacía más agradable y hermosa a los divinos ojos. ¡Y cómo procuró María por todos los medios conservarlo y acrecentarlo! ¡Qué cuidado puso en evitar toda ocasión, todo objeto y acción que pudiera empañar ligerísimamente el tersísimo espejo de su alma inmaculada! Y yo ¿qué cuidado tengo de guardar la inocencia y la gracia que recibí en el bautismo? ¿qué aprecio hago de ese tesoro con que me enriqueció el Señor? ¿No he vendido, acaso, como Esaú, mi progenitura y herencia celestial por un plato de lentejas?
¡Oh Corazón inmaculado de María! ¡qué
ciego he sido hasta ahora! He malvendido mi alma y los ricos tesoros de la
gracia por una nonada, por unas gotas de miel, por lo que me quisieron dar. No
permitas que en adelante sea yo tan necio, sino que haga de la gracia y virtud
la estima que se debe.
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