DÍA
TRIGÉSIMO
MEDITACIÓN
Cuando más necesitados estamos del consuelo y alivio de María es ciertamente en las graves enfermedades y último trance de la vida. Los dolores que lleva consigo la enfermedad, la tristeza que suele apoderarse del espíritu, el amor de la vida que se deja, la separación de cuanto amamos aquí, la incertidumbre de la suerte que nos aguarda, el remordimiento, quizá, de lo que hicimos y el pavoroso juicio que dentro de breves instantes se ha de ejecutar, todo contribuye a que el alma en aquellos supremos momentos se sienta desfallecer y busque adonde volver los ojos en demanda de consuelo y seguridad. La que mejor se los puede dar entonces es el Corazón de la Reina y Madre de los moribundos, salud de los enfermos y puerta del paraíso; Ninguna como esta Madre amorosísima para serenar aquellas últimas tempestades y devolver la tranquilidad al espíritu conturbado. Millares de veces se ha visto cómo recobraba la paz el moribundo al invocar el dulcísimo nombre de María. Sólo el recuerdo de tan buena Madre ha. bastado con frecuencia para disipar temores y convertir la tristeza en alegría. La presencia de tan buena Madre en aquella hora ahuyenta a los demonios, y su piadoso Corazón manifiesta ostensiblemente que no en vano se le pide ruega por nosotros pecadores en la hora de la muerte.
¡Oh Corazón de
María! Tuyo quiero ser en vida y en muerte. En aquellos últimos instantes
muestra que eres mi Madre.
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