DÍA SÉPTIMO
MEDITACIÓN
Uno de los pasajes de la vida de nuestra Señora en que más se descubre la ternura de su Corazón de Madre es, sin disputa, el del nacimiento de Jesús en el portalito de Belén. Nada más tierno que ver al recién nacido Infante tiritando de frío envuelto en pañales en los brazos de María, o abrigadito con el calor de su maternal Corazón, tomando el pecho de la Madre y bebiendo en esa fuente virginal la leche proveída del cielo. ¿Quién es capaz de comprender lo que entonces debió sentir su Corazón? ¡Qué actos de amor, de adoración y fe, de gratitud y ofrecimiento brotarían de ese Corazón tan bien dispuesto! ¡Qué altísima contemplación de este misterio embargaría las potencias y sentidos de nuestra Señora! He aquí el modelo que deberíamos imitar cuantos tenemos la dicha inefable de que Jesús se ponga, no en nuestros brazos, sino en medio de nuestro corazón, cuando le recibimos sacramentado. ¡Y pensar que muchos rehúsan que Jesucristo venga a sus almas, o que, si viene, apenas han comulgado le vuelven las espaldas, saliendo de la iglesia o divagando tontamente! ¡Oh Corazón ternísimo de María! Enséñame a tratar con Jesús, á hospedarle en mi corazón, si no dignamente, por lo menos según mis pobres fuerzas. A este fin propongo disponerme lo mejor que pueda con el atavío de las virtudes, pureza, recogimiento, mortificación y desnudez de las cosas temporales.
El Corazón de
mi Madre dijo el Señor a Santa Matilde fue devotísimo y estuvo siempre lleno de
santos deseos, pues con ellos me atrajo a sí.
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