DÍA NOVENO
MEDITACIÓN
Todas las palpitaciones del amable Corazón de María se regularon por la más perfecta obediencia; pero de ella dio más señalada muestra en la huida con su Hijo y San José a Egipto. El tiempo, el modo, la cosa misma, todo contribuyó a realzar esta obediencia. ¡Y con qué perfección de juicio, de voluntad y ejecución llevó al cabo la orden del cielo, comunicada, no a ella directamente por ministerio de ángeles, sino por medio de su esposo, el santísimo José! Esta orden ponía a prueba, no sólo su obediencia, sino también su confianza en Dios, que los lanzaba a tierras desconocidas, a un destierro de su patria, en país idólatra, sin bienes de fortuna, sin amigos, sin amparo ninguno de los hombres. Y, sin embargo, obedece con rendido corazón, y desde luego toma al Niño en sus brazos y hace de ellos blanda litera donde descanse y duerma el delicado Infante. La obediencia es la piedra de toque de los verdaderos hijos de Dios. No hay virtud sin obediencia. Esta debe regular los actos de las demás virtudes, y todas deben recibir de ella su dirección. No es verdadero obediente el que no mira en quien manda la persona de Dios, o sólo obedece en lo que le da gusto o le parece bien. Si el mundo anda tan mal y revuelto, es porque falta esta virtud. El espíritu de Lucifer es espíritu de rebeldía é insubordinación; el espíritu de Dios es espíritu de obediencia.
¡Oh Corazón obedientísimo de María! Hazme conocer la
importancia de esta virtud; desengáñame de las ilusiones del amor propio y
alcánzame tu obediencia.
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