viernes, 14 de agosto de 2020

MES DEL INMACULADO CORAZÓN - DÍA CATORCE

 


DÍA DÉCIMO CUARTO

MEDITACIÓN

Lloró Jesucristo de compasión y ternura al ver a Jerusalén tan favorecida de Dios y tan ingrata a sus beneficios; y por cierto se ha de tener, aunque la Escritura no lo diga, que se condolió también muchas veces el piadoso Corazón de María al ver la ceguedad y dureza de ese pueblo, obstinado en rechazar su salud. Enterada la Virgen de cuanto pasaba respecto de su Hijo, es increíble el dolor que la afligía cuando llegaba a sus oídos alguna triste nueva inventada por la envidia farisaica, que le trataba de embaucador, amigo de pecadores y blasfemo; cuando conocía que el odio de los judíos contra su Hijo era tal, que habían jurado darle muerte. ¡Qué pena había de causar todo esto a su Corazón de Madre, que amaba tanto a Jesús y los hombres! Sienten mucho los corazones nobles la perfidia y la ingratitud, ¿cuánto no lo sentida la Virgen? Recordaría las palabras de Simeón, y veía que, en efecto, Jesús estaba puesto para ruina de muchos en Israel, y que voluntariamente se despeñaban al abismo por su rebeldía y obstinación. Es el celo la flor de la caridad, la llama que sube más alta del fuego del amor. Y este celo y caridad no puede estar sin dolor cuando se ama mucho y no se ve el amor correspondido. Quien no se duele de que se pierdan las almas y se ofenda al Señor, no ama a Dios ni a los hombres. El celo de tu casa me ha devorado, decía David. ¿Cuál es mi ·celo? ¿Me abraso cuando veo que injurian a mi Señor o le blasfeman? ¿O permanezco insensible como si no me tocaran las injurias de mi Padre celestial? 


¡Oh Corazón de María, afligido á vista de la ingratitud de tu pueblo! Aviva en mí el celo de la honra y gloria de Dios, y dame lágrimas para llorar los males de mi patria.

 


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