DÍA
DÉCIMO TERCERO
MEDITACIÓN
Pasma la vida oculta y silenciosa que llevó María Santísima durante la predicación del Salvador. Los Evangelistas que contaron la vida de Jesucristo y refirieron multitud de hechos de diversos personajes relacionados con él, guardan extraño silencio acerca de la Madre de Dios. Esta permanece en la sombra; de ella nunca apenas se habla hasta que la vemos junto a su Hijo sobre la cima del Calvario. Y, sin embargo, sabemos que seguía a Jesús, y que con Jesús estaba unida, cooperando en su Corazón a la obra mesiánica de su Hijo. ¡Ah! es que el ministerio de María era un ministerio oculto; es que convenía que ella desapareciese para que resaltase más la divina persona de su Hijo; que ella, por decirlo así, fuera nada para que Jesús lo fuese todo. La vida humilde, oculta y silenciosa es el secreto de las grandes almas. En el retiro de una vida obscura, pero unida estrechamente con Dios, se combinan y negocian esas grandes empresas de la gloria divina que después sorprenden por sus fecundos efectos. Es el manantial que corre bajo tierra fertilizando la campiña, y sale después a la superficie formando caudaloso rio. Trabaje yo como el Corazón de María en su oculto apostolado: al paso que desaparezca lo que haya en mí de terreno, al paso que yo me humille y anonade, surgirá y crecerá la gloria de Dios. ¡Oh Corazón humilde y oculto de María! ¡Cuán diversamente obraste de los que aconsejaban a tu Hijo ostende te mundo, que se manifestase al mundo con pompa y ostentación; amaste el silencio y obscuridad, y jamás hubo en ti asomo de jactancia y vanagloria cuando viste aclamado a tu Hijo· por las turbas, o buscado para levantarle por rey.
Haz que imite tus ejemplos y que ejerza mi apostolado donde Dios ha querido colocarme.
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