DÍA
VIGÉSIMO PRIMERO
MEDITACIÓN
¿Quién es ésta que sube del desierto, nadando en delicias, reclinada sobre su Amado? ¡Qué triunfo el de María en su gloriosa Asunción a los cielos! Ejércitos de ángeles la rodean; sale a su encuentro su Hijo con festivo semblante, y tendiéndole su diestra la introduce en los palacios de la gloria y la presenta ante el solio de la divinidad… ¡Qué aclamaciones de júbilo debieron resonar en los alcázares inmortales! ¡Qué recibimiento le harían las augustas personas de la Santísima Trinidad! El Padre y el Hijo colocan sobre su hermosísima frente la corona real; el Hijo pone en su mano. el cetro de la misericordia, y el Espíritu Santo desciende sobre ella en figura de cándida paloma... Pero ¡ah1 que esto, con ser tan divino, no expresa todo lo que allí pasó, ni nos dice la inefable alegría, el gozo inenarrable que inundó é inundará siempre el Corazón glorioso y triunfante de nuestra Señora. Reina es de cielos y tierra, y colocada está en trono especial sobre todos los ángeles y santos, junto y a la diestra de su divino Hijo; esto es verdad y bien lo sabemos; pero lo demás, y aun todo lo que esto significa, renunciemos a saberlo y expresarlo; aguardemos a comprenderlo cuando tengamos la dicha de verlo en la eternidad. ¡Oh Corazón glorioso de María! Comprendo muy bien que tu querido hijo Estanislao de Kostka, vislumbrando algo de tu gloria y queriendo presenciar tu triunfo, te pidiese que lo llevases al cielo el día de tu Asunción, porque de otra manera no podía satisfacer sus deseos.
¡Oh si yo te amase como este dichoso serafín! Verte a ti en la gloria es la dicha mayor, después del gozo y posesión de Dios. No permitas que por mis pecados me vea yo separado eternamente de ti.
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