miércoles, 19 de agosto de 2020

MES DEL INMACULADO CORAZÓN - DÍA DIECINUEVE

 


DÍA DÉCIMO NOVENO

MEDITACIÓN

A la medida de las penas y amarguras de la Pasión fueron los consuelos que inundaron el Corazón de María en la gloriosa resurrección de su Hijo. Con su vista, aquel cielo nublado de la Virgen se serenó, brillaron de alegría sus ojos, y todo su ser pareció rejuvenecerse como si le alcanzase algo de las dotes de gloria de Cristo resucitado. Considere el alma piadosa lo que se dirían el Hijo y la Madre; aquella extática contemplación en que se arrobarían mirándose; los parabienes que mutuamente se darían por la feliz conclusión de la obra de nuestra salud; las gracias que el Corazón de María recibiría hoy, etc., y procure de todo esto sacar provecho. El paso de la resurrección de Cristo y aparición a su santísima Madre ha de servir para todos de una gran lección: que conviene que muramos a nosotros mismos y al pecado si hemos de resucitar con Cristo; que es menester padecer, y padecer bien, si hemos de gozar con Cristo en la gloria; que el tiempo de sufrir es corto, y eterno el de gozar. Las afrentas se convertirán en gloria; la corona de espinas, en guirnalda de exultación y diadema de reyes; los dolores y penas, en inefables deleites y consuelos; la fealdad de las llagas, en hermosísimas cicatrices que despiden ríos de luz. Demos la enhorabuena al Corazón regocijado de María, inundado de delicias, y digámosle: Reina del cielo, alégrate, aleluya. Porque el que mereciste llevar en tu seno, aleluya. Resucitó como dijo, aleluya. Ruega por nosotros a Dios.

 


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