MES
DE OCTUBRE CONSAGRADO AL SANTÍSIMO ROSARIO
Compuesto
por Soledad Arroyo
De
la Venerable Orden Tercera de Santo Domingo
Madrid.
1909
Hecha
la señal de la cruz, y rezado con arrepentimiento el Acto de Contrición, se
empezará con la siguiente:
ORACIÓN
PARA TODOS LOS DÍAS
Reina
del santísimo Rosario, dulcísima Madre de nuestras almas: aquí tenéis a vuestros
hijos que, confusos y arrepentidos de sus miserias, fatigados por 1as
tribulaciones de la vida, y confiando· en vuestra maternal protección, vienen a
postrarse ante vuestro altar en este mes consagrado a honraros por el supremo Jerarca
de la Iglesia. ¡Oh Madre amorosísima! Nosotros
queremos obsequiaros. dedicándolos estos breves momentos con toda la efusión de
nuestras almas. Acogednos bajo las alas de vuestro maternal amparo, cubridnos
con vuestro manto y atraednos bondadosa a vuestro purísimo Corazón, depósito de
celestiales gracias. Dejaos rodear de vuestros hijos, que están pendientes de vuestros
labios. Hablad, Madre querida, para que oyéndoos sumisos y poniendo en práctica
las santas inspiraciones que cual maternales consejos os dignéis concedernos durante
este bendito mes, logremos la dicha de vivir cumpliendo con perfección la santísima
voluntad de vuestro Divino Hijo, creciendo en todo momento su amor en nuestros corazones,
para que logremos la dicha de alabarle con Vos eternamente en la Gloria. Amén.
DÍA
PRIMERO
CONSIDERACIÓN
Vamos
a dar comienzo a las consideraciones que hemos de hacer sobre las virtudes en los
misterios del santísimo Rosario, hablando de la virtud de la humildad, pues que
ella es base y cimiento del edificio espiritual de la perfección, que con las
demás virtudes hemos de levantar en nuestras almas. Con la verdadera humildad
puede decirse que vienen como consecuencia todas las demás virtudes, y que sin
humildad toda virtud es ilusoria; y esto parece significarnos aquel pasaje que
se lee en la vida de Santa María Magdalena de Pazzis, que dice: «Queriendo un día
Jesús darle inteligencia de los divinos secretos, le plugo instruirla por sí
mismo, y entre otras palabras, la dijo: «En el infierno hay muchas Vírgenes,
pero no hay ningún alma humilde.» Pues bien; en la contemplación del primer Misterio
gozoso, encontraremos sublimes ejemplos, elocuentísimas lecciones que nos impulsen
al amor de tan necesaria virtud, «Por los hombres, dice el P. Tesniere, Dios se
hace hombre; por nosotros, miserables, el Altísimo se humilla; por nosotros,
criaturas, el Creador es creado; por nosotros, débiles e indigentes, el
Todopoderoso conoció y se sometió a la indigencia. Por nosotros, hijos
ingratos, extraviados y rebeldes, el Hijo primogénito ha sacrificado su
felicidad y su gloria. Por nosotros, pecadores y perdidos para siempre, el
Santo de los santos se ha entregado a los suplicios y a la muerte.»
¡Qué
estupendo anonadamiento el del Divino Verbo, descendiendo del cielo a tomar nuestra
humana naturaleza en el seno purísimo de la Santísima Virgen! Adoren nuestras almas
en el silencio de la admiración tan profundo misterio, y fijemos después
nuestra atención en esa humildísima Virgen, que ha de ser nuestro modelo y
celestial Maestra ·en todas las virtudes, y que parece darnos ejemplo, de una ·manera
especial, de esta principalísima de la humildad. ¡Ah! Es tanta la necesidad que
de ella tenemos y tanta la dificultad
que
ofrece a nuestra miseria su práctica, que debemos de bendecir al Señor, al contemplar
a la Santísima Virgen, Reina de todos los Santos, ofreciéndonos un ejemplo de vida
tan oculta; retirada y humilde, que no se perciben en ella ni aun esas
demostraciones de celestial grandeza que el Omnipotente hace brillar a veces en
la vida de sus siervos; pues la Santísima Virgen, que gozó de las
prerrogativas y dones que á, todos ellos concediera y que en perfección, gracia
y santidad se eleva a inconmensurable altura sobre todos los ángeles y santos,
se presenta a nuestra vista sin dar muestra alguna de tan excelsa, grandeza,
estando siempre ocultos los eminentes dones que posee y la gloria que la
circunda. Por esto observaremos que está siempre al lado de su Divino Hijo en
la humillación y en el dolor. En efecto, en el pesebre de Belén, donde contemplamos
a un Dios Niño que quiere nacer en un pobre establo, rodeando dos animales su
humildísima cuna, vemos a la Santísima Virgen, sosteniendo en sus brazos al Divino
Infante, y participando de aquel desamparo y pobreza. Cuando nuestro Divino
Salvador en su Sagrada Pasión fué insultado y hecho el escarnio y befa de la
plebe, la Santísima Virgen sale a su encuentro en la calle de la Amargura, a
compartir los insultos., burlas y humillaciones con su amado Jesús; y si por
último
le contemplamos expirando en un infame patíbulo, en 1nedio de dos malhechores, allí
está también su Santísima Madre, inmóvil al pie de la Cruz, participando de la
ignominia de aquella afrentosa muerte, y absorbiendo amarguras y tormentos inexplicables
en su purísimo Corazón. Pero en vano buscaremos a la Santísima Virgen cerca de
su Divino Hijo en esos momentos en los que su divinidad parecía brillar instantáneamente,
pues no nos dice el Evangelio que estuviese con Jesús cuando las multitudes, entusiasmadas
por su predicación y por los prodigios que obraba, querían aclamarle Rey; ni
con los discípulos que contemplaron la manifestación de su gloria en el Tabor;
ni con el Bautista a las márgenes del Jordán, cuando se abrió el cielo· y se
oyó aquella voz soberana que descubría la gloria· del Salvador, ni ·que presenciara
tampoco su triunfante entrada por las calles de Jerusalén. ¡Oh Madre mía! ¡Sólo
te vernos cerca de t Divino Hijo en la humillación y en el dolor! ¡Qué hermoso ejemplo!
Bien podemos decir que tu Inmaculado Corazón es el modelo de los corazones
verdadera1nente generosos que no quieren otra cosa que los sufrimientos por amor
a Jesús, y dechado perfectísi.mo de humildad. Haz, Madre querida, que, ya que
hemos contemplado los ejemplos que nos das de ésta hermosa virtud, tan rara
desgraciadamente, como necesaria, la practiquemos imitándote en las ·humillaciones,
para que un día alabemos a Dios contigo en la exaltación de la Bienaventuranza.
OBSEQUIO
El
obsequio a la Santísima Virgen para este día, y lo mismo para todos los del mes,
será redoblar en cada uno de ellos el fervor en la recitación del Santo Rosario,
y la atención en la meditación de sus misterios. · También se podrá ofrecer a la
Santísima Virgen como obsequio, los actos de piedad que inspire a cada uno su
devoción.
SÚPLICAS
Á LA SANTÍSIMA VIRGEN PARA TODOS LOS DÍAS DEL MES
-Os
saludamos, Virgen Santísima, Hija de Dios Padre, bendiciendo a Dios, que os
preservó de toda mancha en vuestra Inmaculada Concepción. Por tan excelsa prerrogativa
os rogamos nos concedáis pureza de alma y cuerpo, y que nuestras conciencias
estén siempre libres, no solo del pecado mortal, sino también de toda voluntaria
falta é imperfección. Ave María…
Os
saludamos, Virgen Santísima, ·Madre
de Dios Hijo, bendiciendo A Dios, que os concedió el privilegio de unir la virginidad
a la maternidad divina. Por tan singular beneficio os rogamos que nos concedáis
la gracia de vivir cumpliendo nuestras respectivas obligaciones, sin apartarnos
nunca de la presencia de Dios, dirigiendo a su gloria y ofreciendo por su amor
hasta nuestro más leve movimiento, santificando así todas nuestras obras. Ave
María…
Os
saludamos Virgen Santísima, Esposa del Dios Espíritu Santo, bendiciendo a Dios
por la gracia que os concedió en vuestra Asunción, glorificándoos en alma y
cuerpo. Por tan portentosa gracia, os rogamos, nos alcancéis la una muerte
preciosa a los ojos del Señor, y que nos consoléis bondadosa en aquellos
supremos momentos, para que, confiados en vuestro poderoso auxilio, resistamos
a los combates del enemigo, y muramos dulcemente reclinados en vuestros amantes
brazos. Ave María…
ORACIÓN
FINAL
¡Oh
Virgen Santísima del Rosario, Madre de Dios, Reina del cielo, consuelo del
mundo y terror del infierno! ¡Oh encanto suavísimo de nuestras almas, refugio
en nuestras necesidades, consuelo en nuestras· penas, desalientos y pruebas! A
Vos llegamos con filial confianza para depositar en vuestro tiernísimo Corazón todas·
nuestras necesidades, deseos, temores, tribulaciones y empresas. Vos, Madre mía,
lo conocéis todo, y omnipotente por gracia, podéis remediarnos. Vos nos amáis, Madre
querida, y queréis todo nuestro bien. ¡Ah y cuán consolador es saber que no hay
dolor para el que no nos ofrezcáis alivio, ni situación para la que no haya
misericordia en vuestro amante Corazón! Por esto nos arrojamos confiadamente en
vuestros brazos, esperando vuestro amparo maternal. Somos vuestros hijos,
aunque indignos por nuestras miserias· y por ·la ingratitud con qué hemos correspondido
a vuestros maternales favores. Pero una vez más, perdonadnos, oíd nuestras súplicas
y despachadlas favorablemente. Haced, Madre querida, que no olvidemos las
saludables enseñanzas que se desprenden de la consideración de los misterios
del santo Rosario, ni las inspiraciones que durante ella nos habéis concedido,
para que, imitándoos como buenos hijos, durante el destier.ro de la vida, merezcamos
·la dicha de vivir con Vos en las alegrías de la patria bienaventurada,
alabando y bendiciendo al Señor por los siglos de los siglos. Amén.
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