DÍA
SEGUNDO
DEL
MODO QUE SE DEBE ORAR
Observa
San Agustín que, para obtener las gracias que necesitamos, no basta rogar con la
boca, sino con el corazón. Este Santo Doctor, a propósito de las palabras de
David: «clamé al Señor con mi voz», hace observar que muchas personas claman,
no con la voz interior del alma, sino tan sólo con la del cuerpo. Clamad con
vuestros pensamientos, con vuestro corazón, añade, que entonces Dios escucha;
lo cual está conforme, dice San Alfonso Ligorio, con el lenguaje del Apóstol. Las
oraciones vocales se rezan frecuentemente con distracciones, con la voz
corporal y no con la del corazón, especialmente cuando son muchas, y, sobre
todo, cuando las rezan personas que no hacen oración mental; así es, continúa
el mismo Santo, que Dios las escucha poco y rara vez las atiende. Veámoste
muchos rezar el Rosario, el Oficio de la Virgen y otras prácticas exteriores, y,
no obstante, viven en pecado; más, cuando uno se da a la oración mental con
constancia, es imposible continuar en pecado. Un gran siervo de Dios decía:
«oración mental y pecado, no pueden andar juntos». «Prueba, en efecto, la
experiencia, dice el mismo San Alfonso, que los que se consagran a la oración,
difícilmente caen en desgracia de Dios; y si por desdicha sucumben, con tal que
no dejen la oración, pronto vuelven en sí y a Dios.» Por relajada que
esté un alma, si persevera en la oración, dice Santa Teresa, el Señor acabará por
conducirla a puerto de salvación. Emprendamos, pues, de una vez el camino de la
oración, especialmente la mental, si aún no la hemos emprendido, que él nos ha
de conducir al Cielo, como asegura la Santa de nuestro corazón.
OBSEQUIO
Tener
un rato de oración mental, recordando lo que Nuestro Señor sufrió en el huerto
de las olivas, que era el asunto de meditación que más enterneció a la Santa.
MÁXIMA
En
todas las pláticas y conversaciones mezcle siempre algunas cosas
espirituales, y con esto se evitarán palabras ociosas y murmuraciones.
ORACIÓN
Gloriosa Virgen Santa Teresa de Jesús: por aquella admirable y continua contemplación en que ejercitasteis vuestra alma todo el tiempo de vuestra vida, os suplico, Santa amadísima, infundáis en la mía el amor a tan necesario indispensable virtud, para que, meditando en mi maldad y en lo que debo a Dios, derrame lágrimas de sincera contrición que me purifique de mis pecados. Amén
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