DÍA
SEGUNDO
CONSIDERACIÓN
Hermosos
y sublimes son, como hemos visto, los ejemplos que de la virtud de la
humildad nos dio la Santísima Virgen, y grande es la necesidad que tenemos de practicar
esta fundamental virtud. Ella es el verdadero distintivo de las almas grandes;
pues parece que el Señor, siempre admirable en su sabiduría, las proveyese· de·
esta virtud, cual, de escudo impenetrable, con el que puedan defenderse de los
ataques de sus enemigos, de los cuales el alma humilde siempre. sale
victoriosa. Sí la humildad verdadera es piedra preciosa, moneda de circulación
segura para obtener los divinos favores, báculo en el que se sostiene el alma,
tanto en los halles oscuros de la prueba como en las alturas de la contemplación;
Dios la coloca en el alma donde quiere hacer brillar sus misericordias, cual
lastre maravilloso, para que no sea sumergida en el borrascoso mar del orgullo;
ella previene, cual celestial antídoto el veneno de· la propia estima, y cual
seguro puerto sirve de asilo en las furiosas tempestades y vientos de la lisonja
humana, tan fuertes como terribles. El Beato Enrique Suso, en un discurso sobre
la humildad, dice elogiando esta virtud: «El que marcha por la senda de la
humildad ha encontrado el medio de abreviar el camino, y tiene alas para volar
al paraíso. Este es el camino de paz y tranquilidad perfecta; imposible es
servir a Dios con mayor seguridad que se sepultándose sinceramente en la
profundidad de su nada; y nadie puede excusarse de hacerlo así, sea viejo o
joven, enfermo o sano, grande o pequeño, pues que ésta es una verdad común a todas
las criaturas «La humildad bien practicada dice una piadosa autora lleva la paz
al alma, y constituye la felicidad de la vida Suele hacer entre las personas
piadosas un error lamentable, que consiste en considerar a la humildad como una
virtud austera y sombría, y que entristece al alma, cuando, por el contrario,
no hay virtud más noble y consoladora que la humildad. Ella consiste en
apreciar en su justo valor lo que se debe a Dios, a las criaturas y a sí mismo,
y obrar en consecuencia de esta apreciación. La humildad es la franqueza y lealtad
del alma, que quiere ver triunfar siempre la verdad, aunque este triunfo la
humille y la confunda. Es la delicadeza de un corazón
que
ama a Dios y cifra su felicidad en que sea suya toda la gloria, pues nada, es
más grato a aquel que ama, que ver la gloria de la persona amada» Sí, Madre
mía: a tu amparo recurrimos, bajo tu manto nos cobijamos cual el niño que, atemorizado
a la vista de una fiera, se precipita confiado en el seno cariñoso de una madre
Nosotros sabemos que esa fiera, ese monstruo horrible del orgullo, hace
víctimas por doquier, sin respetar siquiera los asilos de la piedad, ni las
almas consagradas a practicarla. Quiere separarnos de Dios y de ti, Madre querida;
robar el mérito de nuestras buenas obras con una vana complacencia, y a todas horas
y en todas partes nos persigue. Pero
¡oh
Madre mía! nosotros recurrimos a ti con la confianza de que siguiendo dóciles tu
amorosa voz, é imitando con la divina gracia los sublimes ejemplos que de esta
virtud nos dejaste, mientras viviste sobre la tierra, triunfaremos de nuestros
enemigos, y llegaremos un día a la exaltación eterna de la gloria; pues si
somos verdaderamente humildes se cumplirá en nosotros aquella soberana
sentencia, que dice: «El que se humilla será ensalzado»
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