DÍA
CUARTO
DE
LA HUMILDAD QUE TUVO SANTA TERESA
El
gran Doctor de la Iglesia San Agustín hace la siguiente apología de la
humildad: «Si me preguntas cuál es lo primero en la Religión y Escuela
de Cristo, te contestaré: la humildad; sí me preguntas cuál es lo segundo, te
contesto: la humildad; si me preguntas cuál es lo tercero, te respondo: la humildad,
la humildad y siempre la humildad. Los ejemplos dados por Nuestro Señor,
y su Santísima Madre, así como las máximas del Evangelio y sentencias de
los Santos Padres de la Iglesia, se grabaron tan profundamente en el corazón de
Santa Teresa, que llegó practicar esta virtud en grado muy subido, como nos lo
demuestran todos los pasajes de su vida. Jamás creyóse digna de las grandes
mercedes que recibía de Dios; antes, al contrario, siempre manifestó el
sentimiento que la producía el que todos la tuviesen en gran opinión. En la
fundación de Sevilla, porque supo que algunos la habían levantado falsos testimonios,
dijo: «Bendito sea Dios, que
en
esta tierra conocen quién soy». En sus monasterios, a pesar de ser la Priora, nada
hacía sin consultarlo con todas sus monjas; pues creía siempre que lo que se
les ocurría a las demás era mucho mejor que lo que a ella pudiese ocurrírsele. El
mayor tormento que tuvo en su vida, dice ella misma, fue tener que escribir las
mercedes y favores que el Señor la hacía, y sólo por obediencia a sus
confesores se resignó escribirlas. Todo su afán era, en una palabra, el imitar,
en cuanto la fuese posible, la humildad de su Divino Maestro. Procuremos imitarla
en esta virtud, y así seremos exaltados como ella.
OBSEQUIO
Hacer
tres actos de humildad, en honor de la que ejercitó nuestra Santa.
MÁXIMA
Nunca
decir cosa alguna de loor, como de su ciencia, virtudes y linaje, si no
tiene esperanza que habrá provecho, y entonces sea con humildad y consideración,
de que aquéllos son dones de Dios.
ORACIÓN
Gloriosa Virgen Santa Teresa de Jesús, que en tan alto grado poseísteis la virtud de la humildad, imitando así al Divino Salvador: suplícoos, Santa mía, me alcancéis de Dios esta indispensable virtud, sin la cual no es posible gozar de la gloria eterna. Amén.
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