DÍA
DÉCIMO TERCERO
FIRMÍSIMA
ESPERANZA DE SANTA TERESA
En
la gran obra de la Reforma Carmelitana fue donde más demostró la gloriosa
Teresa la firme esperanza que tenía en Dios Nuestro Señor, pues la emprendió
sin confiar para nada en los favores y auxilios humanos, sino fiada
única y exclusivamente en la palabra y ayuda del Señor, que se la
había inspirado. Ella no tenía bienes ni medio alguno para poner en práctica
tan gigantesca obra, y sin embargo esto no la detuvo, antes, al
contrario, poniendo toda su esperanza en Dios, acometió la empresa, esperando
recibir de su divina bondad los medios necesarios para llevarla a cabo, como
así efectivamente sucedió, según hemos visto al tratar de la grandeza de ánimo
con que Dios la dotó. También probó Teresa su esperanza en la Regla que escribió
y en las Constituciones que dio su Reforma, pues en ella prohíbe a las
comunidades tener rentas y bienes, queriendo que sus hijos viviesen de la
limosna esperando que el Señor les proveería del sustento necesario, como
provee de él a los animales de la tierra, a las aves del espacio y a los
peces del mar; pues tenía muy presente aquella sentencia del Espíritu Santo:
«Poned en Dios todo pensamiento sobre vuestro alimento, y El proveerá».
Otra muestra de su admirable esperanza la tenemos en las siguientes palabras, que
ella escribió en su Vida (cap. 25): «¡Oh quién diera voces para decir:
Señor, ¡cuán fiel sois Vos para vuestros amigos! Todas las cosas faltan; más
Vos, Señor mío, no faltáis. Fálteme todo, Señor mío, que, si Vos no me
desamparáis, no os faltaré yo a Vos. No me faltéis Vos, Señor, que ya yo tengo
experiencia de las ganancias con que sacáis a quien en solo Vos confía». Tanta
era, por último, la esperanza que la Santa tenía en la bondad y misericordia
divinas, que llegó a tener gran certeza de que iría a ver y gozar de
Dios en la gloria, y por tanto la vida era para ella el mayor de los tormentos,
porque la privaba de esa inmensa dicha que esperaba disfrutar. Esta pena que tuvo
siempre por vivir, la hizo componer la hermosísima glosa que empieza así: «Vivo
sin vivir en mí, y tan alta vida espero, que muero porque no muero». Pongamos,
imitación de Teresa, toda nuestra esperanza en Dios, y así jamás
podremos ser confundidos.
OBSEQUIO
Hagamos
hoy un fervorosísimo acto de esperanza en la misericordia de Dios.
MÁXIMA
Si
nos parece que el Señor nos ha dado alguna virtud, entendamos que es un bien
recibido y que nos la puede tornar fi quitar, como a la verdad, ocurre
muchas veces, y no sin gran providencia de Dios.
ORACIÓN
Gloriosa
Virgen Santa Teresa de Jesús: por aquella firmísima esperanza que siempre
tuvisteis en la misericordia divina, afianzada en aquellas palabras de nuestro
adorable Redentor: «Dichosos los que en Mi pongan toda su confianza, porque Yo
les consolaré en el día de la tribulación», suplicoos, Santa, mía me alcancéis del
Señor esta virtud tan necesaria en la vida, para que en mí se cumpla también esa
consoladora promesa. Amén.
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