NOVENA
DE MARÍA SANTÍSIMA AL PIE DE LA CRUZ
BAJO
EL TÍTULO DE
LA
VIRGEN DE LA PIEDAD
Compuesta
por Jesús Laparra
Con
Licencia de la Autoridad Eclesiástica
Mayo
de 1910
J.
Luis Montenegro y Flores. Srio.
Reg.
Lib. Corr. Fol. 44. No. 134
Guatemala.
C. A.
Tipografía
Sánchez y de Guise
1920
AL RUISEÑOR DE
QUETZALTENANGO
Es muy cierto que, entre las montañas de esta
excelsa ciudad, las maravillas de la naturaleza revolotean, florecen y pastan,
y que el sol mismo se detiene a contemplar maravillado aquella Ciudad, cuna de personajes
ilustres para el pueblo guatemalteco.
Es ahí, donde un hermoso ruiseñor, con dulces
y bucólicas melodías la ha engalanado y sumergido en el más hondo éxtasis de la
contemplación de la Creación misma, y nos hace elevar hasta las más altas
cumbres el corazón mismo, llegando al mismo Creador, en contemplación eterna,
le vemos Infante y después Muerto, el misterio de la salvación del hombre.
Con estas palabras quiero dedicarle este
esfuerzo, a la Poeta Jesús Laparra, en el Bicentenario de su nacimiento, este
novenario es de su autoría, un novenario que se había dado por perdido, y que
hoy sale a luz, como una manera para honrar su memoria, y enriquecer el acervo
de la piedad guatemalteca, pues la Imagen de la Piedad, se venera en el Templo
de Nuestra Señora de los Remedios, vulgo El Calvario, para que su culto
perdure.
Ea pues, Jesús Laparra, poetisa, el dulce
Ruiseñor de Quetzaltenango, a su eterna memoria y sufragio de su alma, y para
Gloria de Dios y la Bienaventurada siempre Virgen María.
Por el Prof. Nelson Rodolfo Sandoval
Guzmán
San Alejo del
Pedregal, La Unión.
El Salvador.
14 de octubre del 2,020.
Bicentenario de su
nacimiento terrenal.
ACTO
DE CONTRICIÓN
Dios
mío y mi dulcísimo Jesús Crucificado. ¿En donde estaba yo cuando Vos apartabais
la luz de las tinieblas, y criasteis de la nada estupendas maravillas de
maravillas con solo un acto de vuestra voluntad suprema? ¿En donde estaba
cuando disteis brillo a los astros y formasteis el trueno y el relámpago? ¿Qué
era de mí gran Señor de las eternidades, cuando esta vasta mole que se llama tierra,
con todos sus vivientes, sus mares y sus plantas, comenzó a girar en el vacío,
con la misma facilidad con que se mueve el átomo imperceptible de los aires,
obediente al mandato sagrado de vuestra Majestad Soberana? ¿y que era yo, en
fin, cuando viene al mundo, sino un pequeño e impotente ser, polvo inútil
sacado de la nada? ¿a quien debo esta existencia, este cuerpo, este corazón que
solo vos contáis sus palpitaciones, y esto que siento dentro de mí, que se
llama alma, sino a Vos, mi criador divino? ¡Oh si, mi Dios, mi Padre, mi Dueño y mi
Señor! Vos sois el que antes de que yo naciera, preparasteis la leche de mi
madre, para alimentarme de niño, Vos sois el que lavasteis mi culpa original
con vuestra sangre preciosísima en el Santo Bautismo, me adoptasteis por hijo y
me hicisteis heredero de la gloria, y me revestisteis con la limpia estola de
la gracia, el aliento que respiro, la luz que me alumbra, los minutos que me
corren, los pasos que doy, y cada movimiento de esta admirable maquina de mi
cuerpo, son otros tantos beneficios de vuestra mano benignísima. ¿mas como os
he correspondido, Padre mío? ¡Oh cruel ingratitud! Corrí por las sendas de la
malicia, amontonando iniquidad sobre iniquidad, y por mis culpas me hice
inferior a las bestias y más criminal que el mismo Satanás. Porque cuando el os
ofendió, aun no os había visto clavado en esa Cruz, ni jamás tuvo la dicha de
recibiros sacramentado. Mientras que, a mí, por un exceso de bondad, me habéis
sentado a vuestra mesa, me habéis entregado vuestro mismo cuerpo divino, que yo
he vendido tantas veces por menos de treinta dineros. ¡Oh Señor, grande, muy
grande es mi pecado! No tengo disculpa, y solo merezco por casa y morada, el
infierno. Pero válgame la Sangre preciosísima que derramasteis por mí. Perdonadme,
Redentor dulcísimo, y por la inmensidad de vuestras misericordias, tened
compasión de mis miserias. Amén.
DÍA
PRIMERO
La naturaleza presenta un aspecto sombrío, de vez en cuando se estremece la tierra, el sol va perdiendo su brillo, y apenas despide un funerario y triste resplandor, y toda la creación espantada, anuncia un grande acontecimiento. Un estrepitoso tumulto inunda las calles de Jerusalén, gritos espantosos, sarcasmos horribles y amenazas de muerte se oyen por todas partes. Hombres, mujeres y niños, ancianos, todos corren al monte calvario, diciendo en voz alta: ¡Que muera, que muera! Y entre las turbas sediciosas del pueblo conjurado, atraviesa temblando una hermosísima e inmaculada doncella: pálida, moribunda, desfigurado su semblante bello por la inmensidad de su intenso dolor se dirige al Gólgota. No se oye una palabra de sus purísimos labios, y dos arroyos de silenciosas y amargas lágrimas bañan sus mejillas. ¿la conocéis, sabéis quien es esa Virgen Sagrada? ¡Ah! Es la Madre bendita del inocente reo que llevan al suplicio, si ella es María, la Madre de Jesús Nazareno, Rey de los cielos y de la tierra, cuya sangre preciosa pide a gritos el sacrílego pueblo. ¡Pobre Madre! ¡Ah! ¡Cuánta ternura fija sus miradas dulcísimas sobre la multitud, buscando al Divino Hijo de sus entrañas! ¡Oh cruel dolor, sin nombre, sin comparación! Ya le encontró ¡Pero como, Dios mío! Apenas le conoce, solo que su corazón materno, atravesado de una desgarradora espada de dos filos, le anuncia que El es ¡tal está desfigurado! Su bellísimo rostro hinchado, lleno de cardenales e inmundas salivas. Sus hermosos cabellos endurecidos por la sangre y entrelazados de espinas. Su cuerpo gentil, agobiado bajo el peso del horrendo cadalso que Él mismo lleva sobre el hombro sagrado. Y así camina el Santo de los Santos y ella le sigue. ¡Oh! Madre dolorosa, permitidme que os acompañe, y que jamás me aparte de vuestros pies santísimos. Amén.
Tres
Aves Marías por la conversión de los pecadores. La petición, y se concluye con
las siguientes preces:
-María
Santísima, Madre de Dios y Madre nuestra, por el dolor que sentisteis cuando el
Profeta Simeón os anunció la ignominiosa muerte de vuestro divino Hijo.
R/:
Tened piedad de nosotros.
-Por
el dolor que sentisteis cuando se os perdió tres días.
-Por
el dolor que sentiste cuando se despidió de Vos, para entrar en las agonías de
su sagrada pasión.
-
Por el dolor que sentisteis cuando meditabais el sudor de sangre y las amargas
agonías y prisión del Salvador en el huerto de los olivos.
-Por
el dolor que sentiste al considerarle de tribunal en tribunal, escupido por los
judíos, blasfemado, abofeteado, vendido y negado de sus discípulos.
-Por
el dolor que sentisteis cuando le contemplabais en aquel inmundo calabozo,
sufriendo tormentos atroces.
-Por
el dolor que sentisteis en la espantosa flagelación, que sufrió mi Dios, atado
a la columna.
-Por
el dolor que sentisteis cuando atravesaron su sagrada Cabeza con agudas
espinas, y le coronaron de Rey de burlas, y fue hecho el ludibrio y risa de la
plebe.
-
Por el dolor que sentiste cuando le encontrasteis en la calle del suplicio, con
la Cruz a cuestas, moribundo y cubierto de heridas mortales, le visteis caer y
se burlaban de Él, y le levantaban a puntapiés, tantas veces.
R/:
Libradnos de caer en tentación
-Por
el dolor que sentisteis cuando al llegar al calvario le arrancaron la túnica
que se había pegado a las heridas, y al desprenderla con diabólica crueldad, le
desgarraron sus sacratísimas Llagas.
-Por
el dolor que sentiste cuando le descoyuntaron sus benditos huesos y visteis
taladrar sus divinos pies y sus creadoras manos.
-Por
el dolor que sentiste cuando ya clavado en la Cruz, lo levantaron en alto y lo
dejaron caer en el agujero de una peña, y se renovaron sus dolorosas llagas, y
visteis correr de nuevo aquella Sangre preciosa.
-Por
el dolor que sentisteis al oír las siete palabras, y después de tres horas de
una terrible agonía, le visteis expirar en la Cruz.
-Por
el dolor que sentisteis cuando su santo Corazón lo dividieron con una lanza.
-Por
las amargas congojas que pasasteis al pie de la Cruz, cuando no tenias quien lo
bajara, ni con que cubrirlo, ni donde sepultarlo.
-Por
aquellas lágrimas que derramasteis sobre su cuerpo difunto, cuando los Santos
Varones lo pusieron en vuestros maternos brazos.
-Y
cuando en nuestra agonía nos veamos combatidos de las potestades del infierno,
no nos desamparéis Madre piadosa.
R/:
Por la Sangre Preciosa de vuestro Hijo.
-Cuando
en la hora espantosa de la muerte se arranque nuestra alma del cuerpo, en el
tremendo paso de la eternidad, ayudadnos, Madre piadosa.
-Cuando
en el Supremo Tribunal de Dios, seamos presentados a dar estrecha cuenta,
hablad por nosotros, Madre piadosa, y libradnos de la condenación eterna.
DÍA
SEGUNDO
¿No
oyes alma mía, ese sordo y pausado redoble de tambores, y el ronco son de las
trompetas destempladas? ¿No escuchas esa confusa gritería que hace estremecer
la funesta cumbre del Gólgota? ¡Oh, si, es que ya llega el Redentor Divino a
consumar su inmenso sacrificio por salvarnos! Mírale, allí esta con la Cruz a
cuestas, ya se la quitan para preparar el suplicio. ¡Que horror! Los clavos,
los martillos, y todos los preparativos de la muerte, allí están. Y allí está
también la duce y afligida María, sufriendo con él, y muriendo con él,
despreciada del impío pueblo, no hay quien se compadezca de sus dolores.
¡Inaudita barbarie! Allí en su presencia, le arrancan al Divino Jesús la
sagrada vestidura. ¡Oh crueles, inhumanos, piedad! ¿no veis que esta pegada con
la sangre seca sobre los descarnados huesos de sus benditas espaldas? Quitadle
la corona primero, de lo contrario, no puede salir la túnica sin un espantoso
dolor. ¡Ah, inicuos, ya se la arrancaron! ¡Y el cuerpo estremecido por el
exceso de dolor, cae palpitante y bañado en sangre! ¡Y la pobre Madre agoniza
también! ¡Oh, quien podrá comprender su dolor, al ver entregado a las impías
manos de los verdugos a ese mismo divino Jesús, a quien ella con tanta ternura
mudaba los pañales cuando niño! Y aquellas fajas suaves y delicadas ¿en dónde
están Madre bendita, que ahora solo se miran en su sagrado cuerpo las
reventaduras de los ásperos cordeles? ¿pero quien es la causa de los tormentos
del Hijo y los dolores de la Madre, sino yo? ¡Oh, si, si, mis culpas le han
traído al suplicio! Madre piadosísima, tened compasión de mí, y alcanzadme el
perdón de mis iniquidades y la gracia para morir antes que pecar. Amén.
DÍA
TERCERO
¡Asombraos,
cielos y criaturas todas, venid a contemplar el más estupendo prodigio de
humildad y paciencia, que han visto los siglos de los siglos! Un Dios
Todopoderoso, Criador y Conservador de todas las cosas. ¡Vedle allí! Con cuanta
paciencia y dulzura, espera que preparen el cadalso donde todo será consumado.
En otro tiempo quiso sujetarse a obedecer a José y María, quiso servirles con
prontitud y alegría, haciendo cuanto le mandaban. Pero hoy no es la voz de
aquel santo y escogido varón, ni el amoroso acento de su virginal Madre, ¡Ah!
No, no son esas voces queridas las que le llaman. Ahora, es el áspero y
detestable rugido del verdugo, el que le manda tenderse sobre la Cruz, ¡Y el gran
Señor de los poderíos, obedece con dulzura, prontitud y humildad! ¡y yo, vil
pecador, grano imperceptible de polvo corrompido, inferior por mi ingratitud al
más pequeño gusano de la tierra, cuantas y cuantas veces haciéndome sordo a los
divinos mandatos de mi Creador y Redentor, no he querido obedecer sus
paternales y suavísimas leyes! ¡Oh, con cuanta razón merezco que los ministros
de la divina justicia, me manden tender sobre las ardientes parrillas del
infierno! ¡María Santísima! ¡Solo Vos que conocéis mejor que los Ángeles y que
los Santos, las profundidades del amor, la grandeza y las misericordias que se
encierran en el sagrado Corazón de vuestro Santísimo Hijo, podéis darle gracias
por su infinita bondad, podéis desagraviar por la multitud sin número de
ofensas que yo he cometido delante de Él y contra Él! Oídme, pues, Madre
afligida y llena de amarguras, a Vos me entrego con todas mis miserias,
convertidme, Señora, y enseñadme Vos a obedeceros en todos los benditos
mandatos de vuestro Hijo y mi Dios, y por esos dolores que traspasan vuestro
purísimo corazón, al verlo entregado en las manos de los verdugos, tened
misericordia de mí. Amén.
DÍA
CUARTO
Ni entre la crueldad de los tiranos, ni en la
ferocidad de los bárbaros, ni en la rabiosa furia de las fieras, se había visto
nunca jamás un acto de inhumanidad tan espantoso, como el que ejecutan los
hombres en la sagrada persona del Emperador de los Cielos y de la tierra. ¡Oh
cruel dolor en la augusta presencia de la Inmaculada Madre, como tienen corazón
de taladrar los santísimos pies y las benditas manos del Hijo de sus entrañas,
y aun no contentos con esto, vedlos como estiran con infernal violencia sobre
el horrendo patíbulo, al divino, al afable Jesús Nazareno! ¡Ah bárbaros
sacrílegos! ¡Ya le descoyuntaron sus santísimos huesos! Ya están cumplidas las
palabras del profeta: Taladraron mis manos y mis pies, y estiraron tan
violentamente mi cuerpo, que se pudieron contar mis huesos. Y entre las
roncas carcajadas de los verdugos, se confunden los tiernos gemidos de María.
Inocente tórtola, cándido lirio del paraíso ¿Quién os consolará? Reina de los
mártires, y la más mártir de los mártires ¿Quién podrá aliviaros? Pueblo
infeliz, si supierais cuanto es el poder de esta Madre bendita, os atrevierais
a tocar un solo cabello de la sacrosanta cabeza del Hijo de sus entrañas.
Desgraciados, no la conocéis, ignoráis que también a Ella le obedece el
relámpago y el trueno, que su nombre hace temblar a las potestades del abismo,
los Ángeles del cielo son sus criados, y allí donde la veis llorar tan
angustiada, un ejército de espíritus divinos la custodian. Si Ella quisiera
pedir justicia, desdichados, en el momento quedaríais convertidos en polvo,
pero no saben esos labios purísimos, sino implorar perdón, y jamás esa fuente
virginal será enturbiada con la menos sombra de venganza. Llora, pero su llanto
es humilde y compasivo, siente las agonías de la muerte, con mansedumbre
inmensa y sin enojo, porque en su corazón puro y sin mancha, eternamente habita
la misericordia. ¡Oh Madre piadosísima! Condoleos de mí, y por vuestros dolores
acerbísimos, concédeme el perdón de mis pecados. Amén.
DÍA
QUINTO
¡Que
son esas martilladas que hacen romperse unos con otros los duros pedernales del
desierto! ¡Que golpes son esos que hacen estremecerse a las fieras de los
bosques y escuchar asombradas, sintiendo un cruel presentimiento! En cada
martillada que resuena en el Gólgota, se levantan las olas encrespadas de los
mares, mostrando su inquietud, el roco torbellino se desata, y en las entrañas
de las nubes retumba conmovido el trueno. Las doce son del día. ¡Oh sol! ¿Por
qué te cubres con un espeso velo negro? ¡Ah! ¡Porque los hombres viles,
miserables, están clavando en un cadalso infame las manos sacrosantas del
Creador! ¡Y en tanto que los seres insensibles, manifiestan su asombro y su
dolor, impávido el judío temerario, con sonrisa glacial, vuelca la cruz bañada
en inocente sangre, y remacha los clavos en los divinos pies y en las manos
benditas de nuestro Dios y Salvador! Mira, alma mía, como tienes a tu Padre
amoroso con tus iniquidades. ¡Oh cruel dolor! Las vivas llagas descarnadas
hasta los huesos de sus divinas espaldas, se lastiman atrozmente sobre la
áspera corteza de la Cruz. Las penetrantes espinas que traspasan su augusta
Cabeza al contacto del tosco madero, le hacen sufrir dolores tan voraces, que
solo el con su infinita fortaleza, puede sentir sin expirar aún. Y así ¡que
horror! Pendiente de tres clavos, lo levantan en alto, y le dejan caer de golpe
en el agujero de un peñasco. Y con tan espantoso sacudimiento ¡Miradle alma
ingrata, como se han desgarrado cruelmente todas sus heridas y se baña todo su
inocente cuerpo con su propia sangre! ¡Un gemido profundo, indefinible y
doloroso se arranca de los más interno del alma de María, y la sangre de su
materno corazón, convertida en lágrimas amargas, brota también y dos limpios
cristalinos arroyos corren a mezclarse con la tibia sangre que caen en
abundancia del cadalso! La tierra estremecida en sus cimientos tiembla de
dolor. Solo yo, detestable pecador, más vil que sus verdugos, no se rompe mi
corazón de contrición. Virgen Sacratísima, derramad una gota de ese llanto
divino sobre mi alma, para lavar la lepra de mis culpas, y ablandad, Señora, mi
impío y endurecido corazón. Amén.
DÍA
SEXTO
El
sol está cubierto con un espeso velo de luto, los negros nubarrones se
amontonan silencioso unos tras otros, cual inmensos fantasmas. El lúgubre
graznido del cuervo, el triste chirrido del grillo, grave susurro de los
árboles mecidos por los vientos, y el extraordinario y siniestro aspecto de la
naturaleza, todo, todo anuncia una lenta y cruel agonía. Y es la agonía sin
nombre, indefinible, del Hombre – Dios, muriendo en una cruz, sobre las tristes
rocas del Calvario. Vedle allí en un cadalso ensangrentado. ¡Ah! En medio de
los dos ladrones, como si el fuera uno de ellos. ¿pero que mal ha hecho este
divino Señor? Jamás esas manos inmaculadas se han ocupado sino en derramar un
continuo torrente sin un solo minuto de interrupción, de beneficios infinitos,
sobre todas las generaciones pasadas, vivientes y futuras. Jesús Nazareno es
Santo, Santo, Santo, Señor Dios de los ejércitos, y las obras de sus manos
publican sempiternamente la majestad inmensa de su gloria, pero el mismo ha
querido morir en esa Cruz, por un exceso incomprensible de amor a sus
criaturas. ¿Oyes alma mía, sus últimas divinas palabras? La primera no es para
quejarse de los tormentos que le causan mis culpas, sino implorando perdón. Me
ofrece el paraíso, me deja bajo la protección de su Divina Madre, y todavía
entre las ultimas congojas de la muerte, tiene sed de padecer más tormentos,
más dolores y más oprobios por salvarnos. ¡Oh Padre tierno de las
misericordias! ¿Quién soy yo, quien es el hombre vil para que tanto le améis?
Hubieras podido redimirnos con una palabra, con una lágrima, o con un pequeño
acto de vuestra voluntad suprema. Una gotita sola de vuestra preciosísima
Sangre basta para rescatar mil millares de mundos. Pero Vos, gran Señor, de la
inmensa bondad, la derramasteis toda, hasta darnos la vida y dejarnos escrito
en esa Cruz con caracteres de sangre de vuestras sacratísimas venas ¡Cuánto nos
amáis! Si mi dulce Jesús, cada minuto de esa amarga agonía, cada palpitación de
vuestro Corazón sagrado, cada llaga bendita de vuestro Santo Cuerpo y cada gota
de vuestra preciosa Sangre, es un grito de amor divino, que, resonando sobre
los siglos de los siglos, publica eternamente la inconmensurable grandeza de
vuestras misericordias. ¡María Santísima! Mis labios manchados por la
iniquidad, no son dignos de alabar al Señor. Venid Vos, que sois llena de
gracia, bendecidle y pedidle el perdón, por todos nosotros los miserables
pecadores. Amén.
DÍA
SÉPTIMO
¡Misericordia
Señor! ¿Qué es este horrendo choque de los elementos? ¿Habrá llegado ya el
último día de los tiempos? Quiere salir los mares de sus límites, retumban los
volcanes de la tierra, y desde el Oriente hasta el ocaso, revienta el rayo con
estruendo horrible, el huracán hace besar la tierra a las altaneras copas de
los robustos cedros. Los soberbios peñascos se parten anunciando un cruel
dolor, y los leones y fieras del desierto, corren espantados bramando de
tristeza y sentimiento. El velo del templo se desgarra, los sepulcros quedan
descubiertos, la tierra tiembla fuertemente conmovida, y vomita los huesos de
los muertos. Se estremecen los Ángeles del cielo, fijando su mirada en el
Calvario, y tiemblan de pavor los profundos abismos del infierno. Ni u reflejo
de la luz despide el Sol, y una sombría oscuridad profunda cubre de luto la
creación entera. Y en esta conmoción universal, un gemido profundo, lastimoso,
desgarrador, que sale de las entrañas de María Santísima, anuncia la muerte del
Santo de los Santos. ¡oh cruel dolor! ¡Ya no existe el divino Jesús! Ya no
palpita ese corazón inmaculado y manso, que jamás se alteró con tantas
injurias, ya no escuchan esos oídos benignísimos, atormentados con las
blasfemias de su pueblo, ya no se mueven esos labios benditos que solo
pronunciaron palabras de consuelo, palabras dulcísimas de vida eterna. ¡Ah1 Ya
están inanimadas esas manos creadoras que me sacaron de la nada y solo se
ocuparon en derramar favores infinitos, ya están fríos esos pies sacrosantos
que tantos pasos dieron en pos de la oveja perdida. ¡Oh Sol, no vuelves a
brillar! ¿Qué importa que tu no alumbres más, si las bellísimas lumbreras del
paraíso están cerradas? ¿Dónde están Padre mío, mi dueño y mi Señor, aquellas
miradas siempre amorosas, siempre dulces y llenas de bondad y de profunda
compasión para con los infelices hijos de Adán? ¡Ah! Ya se eclipsaron esos ojos
hermosos, y se cubrieron con las sombras de la muerte. ¡Mírale alma mía,
contempla tu obra! Si, Madre dolorosísima, mis culpas le quitaron la vida al
Hijo de vuestras entrañas, yo soy el más criminal de sus verdugos. Más aquí me tenéis,
Señora, castigadme como queráis, pero no me arrojéis de vuestros pies
santísimos, tened piedad de mis miserias, y concededme el perdón de mis
iniquidades. Amén.
DÍA
OCTAVO
Al
espantoso choque de todos los elementos conjurados, ha sucedido una profunda y
sombría calma. Ni una hoja se mueve en los árboles, callan los vientos, los
mares no se atreven a levantar sus olas, y el trueno encadenado también calla.
Todas las criaturas insensibles guardan un solemne y humilde silencio,
respetando el dolor amargo y la triste soledad y desamparo cruel de la más
santa e inmaculada Madre. ¡Moribunda al pie de la Cruz, contempla el Sagrado
Cadáver del Hijo de sus entrañas, pendiente de tres clavos sobre el horrendo
patíbulo, en medio de dos facinerosos! ¡Oh dolor, besa temblando las frescas
gotas de la Sangre de Jesús Nazareno, que caen aun de vez en cuando sobre su
manto, y se queda como muerta en su congoja, en paroxismo funerario! Solo el
discípulo amado y la Magdalena son testigos de esta indefinible agonía, de este
dolor sobre todos los dolores, silenciosos la contemplan como dos estatuas
inanimadas, sin atreverse a pronunciar una palabra de consuelo ¡Oh María, María!
¿pero que consuelo os pueden dar las pobres criaturas de la tierra, cuando ni
los Ángeles del cielo pueden consolar tan inmensa pérdida? ¡Dios mío, Dios mío!
que dolor tan profundo, que cuadro más desgarrador, hasta las flores de los
campos inclinadas sobre su tallo, parece que lloran acompañando a la limpia
Azucena del Paraíso, y el tierno y doliente arrullo de la tortolitas del
bosque, la acompaña también. Unos pasos precipitados vienen a interrumpir el
augusto silencia de la muerte, se asusta la pobre Madre, y tiembla y se
estremecen sus entrañas, al ver un tropel de verdugos al pie de la cruz, llegar
con una lanza, y con un barbarismo jamás nunca oído, ni visto en los siglos de
los siglos, profanan el sagrado cadáver del Salvador del mundo, enterrando
aquella lanza cruel, en el divino costado de Jesús. ¡Oh María, María, ya se
cumplió la profecía de santo sacerdote, ya en vuestro corazón traspasado, os
llegó hasta la empuñadura de la sangrienta espada de Simeón! ¡Oh Madre bendita!
Acordaos de aquel gran día, en que fuiste a ofrecer al Eterno ese mismo Cuerpo
Divino. Consumad pues, ahora vuestro inmenso y doloroso sacrificio. Recoged,
Madre Inmaculada, ese arroyo precioso de Sangre inocente del costado de vuestro
Divino Hijo, y presentadla al Eterno Padre por la salvación de todo género
humano. No permitáis, Madre y Señora nuestra, que en ninguna alma se malogre
una sola gota de esa Sangre preciosísima. Amén.
DÍA
NOVENO
Madres
que amáis a vuestros hijos, venid todas, acercaos a ese sangriento cadalso,
contemplad a esa Madre virginal, y ved si hay dolor comparable a su dolor. Ya
se va acercando la noche, y Ella no tiene donde sepultar al Hijo de sus
entrañas. ¡Ah! Todavía esto se puede remediar, se lo llevará a su posada y se
estará Ella de rodillas adorando esta sagrada reliquia, hasta verle resucitar. ¿pero
con que lienzos cubrirá el Santo Cuerpo? Es tanta su desnudez, y ella es tan
pobre. Aquella túnica sagrada que le tejió cuando niño, y le duró tantos años
¡Ah! Ya echaron suertes sobre ella y se la repartieron los verdugos. ¿Qué hará
pues? Le cubrirá con su manto. ¿pero quien lo bajará de la Cruz? ¡Ah! Cuando
tuvo que huir de la persecución de Herodes, su virginal esposo Señor San José
la acompañó en sus trabajos. ¡Oh! Si tuviera ahora aquel justo varón, el la
ayudaría a bajarle de la Cruz, pero ya no existe. Consolaos, Reina purísima de
los Ángeles, allá vienen unos Santos Varones con las escalas y todo lo
necesario para bajar el Sacrosanto Cadáver del Divino Jesús. ¡Oh! Triste
amargura del Corazón de María, ya vuelve a escuchar de nuevo aquellas crueles
martilladas. Mira, alma mía, la palidez mortal que cubre su bello rostro, y
como levanta sus ojos llenos de lágrimas al ensangrentado cadalso. ¡Ah! Tierna,
bendita Madre, todavía os faltan nuevos dolores, todavía tenéis que beber el
amargo cáliz hasta las heces. Preparad Señora, esos brazos inmaculados, que
sirvieron de cuna y de suave reclinatorio al Divino Salvador del mundo,
preparad ese purísimo y blando lecho, en que el Emperador de los cielos y de la
tierra dormía cuando niño, recibidle Señora, ya os lo traen, ya lo bajaron de
la cruz, aquí está, aquí le tenéis. ¡Oh dolor, sin nombre, cruel, cruelísimo!
Mira, alma mía, esa pobre Madre con el Hijo de sus virginales entrañas en los
brazos. ¡Ay! Como tiembla y estrecha en sus purísimos brazos ese desangrado
cuerpo. Vedla, Ángeles del cielo, y criaturas todas de la tierra. Con cuanta
ternura acaricia la sagrada cabeza, y estremecida de dolor, toca las
penetrantes espinas, las va sacando, y las guarda como un tesoro sagrado.
Contemplad aquel rostro, en otro tiempo tan bello, ahora reventado de
bofetadas, cubierto de asquerosas salivas, y de sangre coagulada. Le besa Ella,
le lava con su llanto, y le adora reverente. Va repasando una por una todas las
llagas profundas del Santo de los Santos. Cuenta con amargura desgarradora
todos los cardenales, les limpia con sus tocas la sangre seca, y les adora con
su infinito amor. Besa los pies sacratísimos, traspasados de horrendos clavos.
Besa las manos benditas, taladradas por mis culpas, y conteniendo el último
aliento, pálida, moribunda, besa temblando y adora la sacrosanta llaga del
divino costado del Hijo de sus entrañas. ¡Oh Madre clementísima! Acordaos que
entre las últimas agonías de la muerte el misericordiosísimo Jesús nos entregó
a Vos, aquí nos tenéis a vuestros pies santísimos, perdonadnos los estupendos
dolores que os hemos causado con nuestras iniquidades, tened compasión de
nuestra miseria, somos los hijos de vuestras lágrimas, no nos desamparéis,
Madre bendita, y por esa sacrosanta víctima que tenéis en vuestros virginales
brazos, por la Sangre preciosa de ese Cordero sin mancha, alcánzanos la vida
eterna. Amén.
LAMENTACIÓN
Al
Ultimo Reflejo Funerario,
del
gran día, con lágrimas marcado,
se
descubre un cadalso ensangrentado,
sobre
las pardas rocas del Calvario.
Ahí
al pie del patíbulo tremendo,
gime
una hermosa, joven Israelita,
y
es la doncella, del Señor Bendita,
de
cruel congoja y del dolor muriendo.
No
hay dolor, comparable a su dolor,
no
hay pesar, que se iguale a su pesar,
de
acervas agonías es un mar,
la
Inmaculada Madre del Criador.
Tiene
en sus brazos, el cadáver Santo,
del
Soberano, Salvador del mundo,
besa
su frente, con amor profundo,
y,
sus heridas lava con su llanto.
Y
por las sienes, del Señor sagradas,
pasa
su mano, con dulzura tierna,
y
la caricia con suavidad materna,
y
las espinas tócale clavadas.
Tiembla
la mano de la Virgen bendita,
y
al desprender cada punzante espina,
con
esa mano, maternal divina,
besa
llorando al Hijo de su vida.
Recuerda
el tiempo, en que cuando era niño,
Ella
peinaba, su cabello hermoso,
y
contemplaba, su mirar precioso,
¡ay!
y gozaba de su infantil cariño.
Y
en la belleza del Mesías piensa,
belleza
tanta, que jamás se viera,
y
al gran Señor, de la celeste esfera,
contempla
ahora, su amargura inmensa.
Cuan
leproso, le ha dejado el hombre,
de
la cabeza, a la Divina planta,
es
una llaga, cárdena que espanta,
es
un destrozo de crueldad sin nombre.
¡Mas
oh bondad!, en tu dolor materno,
que
hace la limpia, Virginal María,
la
sangre ofrece, ofrece la agonía,
y
su Hijo muerto, ofrécelo al Eterno.
Y
el perdón y la salvación del mundo,
pide
por esa víctima preciosa,
Bendita
seas, Madre Dolorosa,
eres
Bendita en tu dolor profundo.
Para mayor información con respecto a la Venerada Imagen de la Virgen de Piedad, pueden consultar el siguiente enlace:
https://www.cucuruchoenguatemala.com/nuestra-senora-la-piedad-santo-entierro-del-calvario/
RESEÑA
Jesús Laparra, nació en Quetzaltenango, Guatemala, el 14 de octubre de 1820, hija de D. Nicolás Laparra y Doña Desideria Reyes de Laparra. Después de que Rafael Carrera invadiera las tierras de Quetzaltenango en 1840, Jesús Laparra tuvo la necesidad de trasladarse a Comitán, Chiapas. Allí vivió en compañía de su hermana. En Comitán fundó una escuela de oficios domésticos para niñas. Jesús fue una gran influencia para Vicenta, quien también se convirtió en una gran poeta. La educó desde pequeña para inculcarle el amor por las bellas artes, literatura y labores de mano. Luego, regresó a Quetzaltenango en 1854 y colaboró con periódicos y revistas, especialmente con El Ideal. En 1885, ella y su hermana fundaron el primer periódico femenino del país, llamado La Voz de la Mujer. Uno de los derechos que se reclamó en el medio de comunicación fue la educación para la mujer. Jesús fue conocida como La poetisa mística, por sus temas románticos y religiosos. Entre sus obras de índole religiosa se cuenta: Decenario al Niño Jesús (1880) y este novenario, que se ha logrado recuperar intacto, y se ha transcrito sin modificación alguna, en el bicentenario de su nacimiento.
Precioso, gracias.
ResponderEliminar