DÍA
CATORCE
MEDITACIÓN
Dios
no suele, según la presente Providencia, socorrer a las almas del Purgatorio
Este
mundo es un reino en el cual tiene cabida la bondad no menos que la justicia, y
donde si alguna vez se hace sentir el azote do la ira divina, campean mucho más
los rasgos generosos de la amable misericordia. Mas en el otro mundo no será
así. Serán divididas y separadas las regiones de la bondad y de la justicia y la
primera triunfará completamente en el cielo, y la segunda hará sufrir los más
terribles suplicios en el infierno. Y en el Purgatorio ¿cuál de los dos divinos
atributos reinará más, la bondad o a justicia? Siendo el Purgatorio una
habitación del abismo, reina igualmente en él aquel atributo que hace tan
espantoso el infierno: la inflexible justicia divina. ¡Oh cuánto debe temerse
también el Purgatorio! La santidad, la justicia, el amor mismo de Dios hace
inexorables su brazo divino en castigar a las almas del Purgatorio; la
santidad, porque siendo tan esencialmente contraria a toda imperfección y
defecto, no puede absolutamente permitir que entre a la gloria ninguna alma
manchada; la justicia, porque debiendo compensar todo derecho de la divinidad
ofendida, no puede dejar de castigar aquellas almas hasta que haya exigido de
ellas hasta el último complemento de su deuda; el amor, porque deseándoles
plenamente perfectas, las purifica en las penas hasta que se hagan una copia muy
semejante de la bondad suprema. ¡Oh misterio de rigor verdaderamente divino!
Procuremos al menos nosotros satisfacer en la vida presente las exigencias de
estos tres divinos atributos, para no experimentar, como aquellas infelices
pacientes, un inflexible rigor en el Purgatorio. De aquí es que, a pesar de ser
Dios rico en misericordia y piedad, a pesar de que ama tiernamente a aquellas
almas, no suele, sin embargo, en su presente providencia conceder la más leve
remisión, ni de los defectos ni de las penas de sus esposas en el Purgatorio,
sino que debe sacar enteramente la gloria de su santo nombre, aun de aquellas
mismas penas que, no por un placer cruel de verlas padecer, sino por el
purísimo fin de hacerlas dignas de sí, les aplica la divina justicia con una
acerbidad sin igual. Porque exigiéndose, no tanto la pena, cuanto la perfección
de aquellas almas, y no siendo ellas ya capaces de obtenerla por faltarles la
libre voluntad, fuente de todo mérito en esta vida, conviene que sea compensada
por la acerbidad de los suplicios, que sólo la Omnipotencia
y
la justicia de Dios pueden decretar proporcionadamente. Deduzcamos por tanto
qué intensidad de penas domina en el Purgatorio, casi capaces de superar los
tormentos del infierno.
ORACIÓN
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