DÍA
CUARTO
MEDITACIÓN
Atrocidad
del fuego
Para
formarnos alguna idea de la atrocidad del fuego del Purgatorio,
imaginémonos que, según la frase de la Sagrada Escritura, Dios nuestro
Señor reúne y acumula todos los males que hay en este mundo, y
poniéndolos como en alambique, extrae de ellos la esencia más
pura, y el espíritu más subido, y que con semejante espíritu enciende el
horno del Purgatorio. ¿Podrá imaginarse incendio más vivo y más
terrible que este? Ahora bien, el
fuego
del Purgatorio es llamado precisamente por el Profeta, espíritu do ardor,
espíritu que con la mayor actividad penetra y despedaza, no ya los cuerpos,
sino las almas de los difuntos en lo más íntimo de todos sus sentidos.
¿Y
qué corazón hay tan duro que no se conmueva a la suma acerbidad de este
suplicio? Aquel fuego produce en las almas que lo sufren, no sólo una sensación
dolorosa, sino tantas cuantas son las varias especies de tormentos que hay en
el universo. Serán en hora buena diversos entre sí por su naturaleza, opuestos por
sus principios, contrarios por sus efectos; más por un prodigio de la Divina Justicia,
todos se coligan, se reúnen y conspiran juntamente á atormentar sobre cuánto puede
imaginarse a las almas del Purgatorio. De allí es que calor y frío, hambre y
sed, fastidio y congojas, tinieblas y espantosísima luz, todo a un tiempo se
padece en sólo el fuego, y todo forma el continuado martirio de cada alma. ¡Oh
que inexplicable cúmulo de penas contiene en sí mismo aquel fuego vindicativo! Ahora
se comprende bien lo que dicen los Santos Padres; a saber, que el fuego del
Purgatorio es mucho más atroz que cualquiera otra pena causada o por la
postración de la naturaleza, o por el rigor de la humana justicia, o por la
crueldad de los más bárbaros verdugos; porque de cualquier especie que sea, se encuentra
no menos intensa en el Purgatorio, y se encuentra privada de toda cualidad que
la mitigue, y reunida con todo otro cualquier género de tormentos, en el
vivísimo fuego encendido y alimentado por la Divina Justicia. Pues si nosotros
somos tan delicados que no podríamos sostener un dedo en las llamas de la
tierra, ¿qué no debemos hacer para evitar las atrocísimas del Purgatorio?
ORACIÓN
Salvadnos, ¡oh Señor! de las llamas de un fuego tan cruel, y no permitáis jamás que caigamos en él, antes bien librad y salvad a las infelices almas allí detenidas, que experimentan al presente todo género do tormentos y penas. Sea vuestra soberana clemencia para nosotros el escudo de defensa que piadosamente nos salve de tan gran castigo, y para ellas el bálsamo de refrigerio y de salud que sane toda llaga, mitigue todo dolor y haga suceder á las congojas padecidas la dulce felicidad del gozo eterno. Amén.
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