DÍA
DÉCIMO
MEDITACIÓN
Resignación
de las almas del Purgatorio
Conocer
que Dios es el último fin de la criatura racional, y desgraciadamente no
poderle amar, es la pena de daño que padece el réprobo en el infierno; amar a Dios
libre y necesariamente, y no poderlo gozar por demérito, es la pena de daño
propia del Purgatorio, y si el odio que por carecer de la gracia tienen contra
Dios los infelices condenados, forma una gran parte de sus penas, la vehemencia
del amor con que las almas del Purgatorio, animadas de la gracia suspiran por
su Dios, añade tanta intensidad a sus penas, que casi
las
hace superiores a las del mismo infierno. ¡Ah! Ciertamente, que el amor no
satisfecho es el más cruel tormento del corazón humano. Cuidemos, pues, ¡oh
cristianos! de arreglar un afecto tan vehemente. Por el grandísimo amor que las
almas del Purgatorio tienen a Dios, desean en todo instante unirse a él, mas no
lo pueden conseguir hasta que no queden plenamente purificadas en las llamas. Por
lo cual, cuanto más suspiran por ver a Dios estimuladas por el amor, otro tanto
desea no verle, detenidas por sus deméritos. El amor, pues, al mismo tiempo las
mueve y las detiene, las eleva y las abate, las enciende y las hiela, y con
alternarse de continuo los afectos contrarios, hieren y despedazan de tal
suerte su ánimo, que es mucho más cruel el fuego que las quema en lo interior, que
el que las abraza por de fuera. La paz del alma es la felicidad del hombre, y
nosotros, ¿cómo amamos la paz y la procuramos con las obras? Atendido el
perfecto amor a Dios, deben las almas del Purgatorio estar resignadas en sus
penas, y la resignación, si no las quita del todo en la tierra, endulza de tal
modo su amargura que disgusta menos, y a veces se hace agradable lo que se
padece. Pero en el Purgatorio no es así. Porque por lo mismo que están aquellas
almas más resignadas en la voluntad de Dios, son también más atormentadas, pues
en virtud de su misma conformidad desean hacerse enteramente dignas de su amor,
y conociendo que no lo son todavía, se deshacen por serlo lo más pronto
posible, a fuerza de sufrimientos. Por consiguiente, cuanto más padecen más
desean padecer, y no se sacian jamás de sus tormentos. ¿Qué especie de martirio
es este tan inexplicable? Y nosotros, ¡oh cristianos! ¿no buscaremos sino rosas
y flores, divertimientos y placeres? Confundámonos, pues, y enmendémonos como
es debido.
ORACIÓN
¡Oh
cuánta confusión nos causa, ¡oh Señor! nuestra conducta! Nosotros nos
humillamos al considerar la admirable resignación de las almas del Purgatorio.
¡Ah! Por esta misma resignación dadles, ¡oh gran Dios! la libertad. No merece
ya penar quien está dispuesto a sufrir tormentos mayores. Es bien digno de vuestra
gloria, quien se abstendría de ella por más tiempo por tal de aún más
merecerla. Aceptad, ¡oh Señor! los generosos sentimientos de aquellas almas, y
sed generoso también vos pon ellas, perdonando todas sus pasadas faltas y
admitiéndolas en el goce de vuestra eterna felicidad. Amén.
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