DÍA
UNDÉCIMO
MEDITACIÓN
Consuelo
y tormento de la esperanza.
La esperanza unas veces sirve de consuelo otras de tormento al corazón humano. Ninguna espera tanto como las almas del Purgatorio, y ninguno siente más que ellas las contrarias impresiones de tan violento afecto. El objeto de su esperanza es Dios, Dios que se promete y se da por merced al justo y si en consideración de tan grande premio los mayores santos del antiguo y nuevo Testamento rebosaban de júbilo entre las más acerbas desgracias de la vida, y las más crueles persecuciones de los tiranos, con más razón las almas del Purgatorio, en medio de los tormentos de aquella cárcel, dolorosa experimentan dignación y consuelo, reflexionando que en breve Dios mismo enjugará todas sus lágrimas de dolor, y llegarán a recrearse en el seno del sumo Bien. ¿Por qué en las atribulaciones de la vida no levantamos también nosotros los ojos al cielo y no nos animamos a sufrir con paciencia aquellas penas que serán recompensadas con tan grande gloria? Pero la esperanza es tanto más consoladora, cuanto es más cierta, y ¿quién puede explicar suficientemente la seguridad con que las almas del Purgatorio esperan la posesión de Dios? Ellos dan una ojeada al inmutable decreto de la Divina Predestinación, y se hayan de antemano elegidas para la gloria eterna; se acuerdan de las promesas de Jesucristo, y adornadas con su gracia no pueden dudar de ser justamente con él herederas de su bienaventurado reino; contemplan las obras que hicieron en vida y espera la corona inmarcesible de justicia; que no puede el soberano Juez negar a su mérito En estos tres fundamentos se consolida su esperanza do tal modo, que no sólo excluye toda desconfianza y temor, sino que también se desarrolla toda la fuerza y la eficacia de una posesión que están próximas a obtener y no puede faltar. ¡Oh qué soberano consuelo! ¡qué áncora tan fume y segura para el Purgatorio! Y nosotros ¿tenemos más fundamentos de temer o de esperar? ¡Oh profundo pensamiento que debe poner en solicitud todo nuestro espíritu! No obstante que las almas del Purgatorio estén segurísimas de poseer a Dios, su Majestad empero difiere el comunicarse a ellas hasta que estén enteramente purificadas de toda mancha; para que esta misma dilación redoble y acreciente el ardor de sus deseos, y ensanchándose el ánimo con multiplicarse y sucederse sus asisias, se haga más capaz de poseer y gozar un bien infinito. De este modo, si la certidumbre de la esperanza, por una parte, consuela, por otra aflige la dilación del bien deseado, y a manera de un verdugo doméstico atormenta y martiriza con aquellos mismos deseos que forman el alimento y la vida de la esperanza. De aquí es que este suplicio es tanto mayor cuanto mayor es el objeto que se espera, y tanto más violento, cuanto más intenso es el amor que se le tiene. No hablo a los murtales fríos é insabibles, dice S. Agustín, pero dadme un corazón que ame, un corazón que espere el soberano Bien, dadme un corazón tal, y sentirá toda la fuerza de cuanto digo.
ORACIÓN
Nosotros, ¡oh Señor! aunque fríos é insensibles, sentimos el fiero contraste que deben sufrir las almas del Purgatorio por los contrarios afectos de la esperanza en vos. Ahí vos que, así como sois el Dios de la esperanza, lo sois también del consuelo y de la paz. aquietad su espíritu y contentad sus deseos. Poned término a la larga dilación que las atormenta. Gocen, finalmente, de vos, que seis el soberano objeto de su esperanza. Lleguen por último a vos, ¡oh gran Dios! pues con poseeros serán plenamente consoladas y felices para siempre. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario