DÍA
VEINTE
MEDITACIÓN
Con
los sufragios hechos en favor de las almas de los difuntos, se imita y se completa
la Redención del Salvador
La
obra de la Redención fué la obra digna de un Dios, y el imitarla es casi lo
mismo que hacerse semejante a la Divinidad. Alegrémonos pues, ¡oh cristianos!
porque todos podemos ser fieles imitadores de una obra tan santa,
enviando
al Purgatorio copiosos sufragios. Jesucristo con la redención libró al hombre
del reato de la culpa, y nosotros, con los sufragios borramos también en
aquellas almas las manchas de sus defectos; Jesucristo salvó al hombre da la
deuda de la pena eterna, y nosotros con los sufragios satisfacemos también por
el resto de la pena de que son deudoras aquellas almas a la Divina Justicia;
Jesucristo, con su gracia hizo recobrar al hombre la amistad de Dios, y
rehabilitarse de nuevo en sus derechos a la eterna felicidad; y nosotros con
los sufragios enviamos también a aquellas almas al seno de Dios, y las ponemos
en plena posesión del reino bienaventurado. Podemos pues, todos, hacernos
redentores del Purgatorio, y dignos imitadores de Jesucristo. ¿Quién será el
que no quiera participar de tanta gloria? Jesucristo, para redimir al mundo,
descendió del cielo, se vistió de nuestra frágil humanidad, y derramó toda su
preciosísima sangre para nuestro rescate. No se exige tanto de nosotros para
ser redentores del Purgatorio. No es necesario que sacrifiquemos nuestra vida, ni
que nos privemos de todos nuestros bienes. Si los sacrificios que se hacen en
el mundo, si todo lo que se emplea en juegos, en vanidades, en pecados, lo
aplicásemos en sufragio de aquellas almas santas, ¡oh cuánta parte de su deuda quedaría
satisfecha! Si cuanto padeció Jesucristo por la redención del mundo fuese
aplicado por nosotros, como lo hacían los primeros cristianos, por la redención
del Purgatorio, ¡oh cuántas de aquellas infelices volarían continuamente al
seno de Dios. Valgámonos, pues, como es debido, de los medios que Dios nos da en
el orden de la naturaleza, y de los que Jesucristo nos suministra en el orden
de la gracia, y podremos enviar del Purgatorio al cielo un infinito número de
almas. Elevemos aún nuestro pensamiento, ¡oh cristianos! y conoceremos, que,
así como en esta tierra la Divina Sabiduría no deja al justo, penar solo en
medio de sus trabajos, sino que desciende con él a la cárcel, y no le abandona entre
las cadenas, así Nuestro Señor Jesucristo, en la cárcel del Purgatorio, no
abandona a las almas entre las llamas, sino que las acompaña, y padece en ellas
como Redentor en sus redimidas, como Padre en sus hijas, como amante en sus
esposas, como cabeza en sus miembros, por cuya libertad es tan solícito como si
fuese propia, y nos repite con la voz más conmovedora, lo que decía en el mundo
de sus pobrecitas: a saber, que cuanto hagamos en favor de aquellas almas, Él
lo acepta como hecho a sí mismo, como si El fuese el paciente que por nuestros
sufragios debiese ser redimido de tanta pena. ¿Pueden desearse motivos más
fuertes y más poderosos para decidirse a una obra, de tanta piedad?
Alentémonos, pues, a hacerla con todo empeño, y a semejanza de Él, que descendió
después de la muerte con el espíritu al Purgatorio para hacer felices a
aquellas almas, descendamos también nosotros con abundantes sufragios, para
granjearles la verdadera paz y la libertad sempiterna.
ORACIÓN
¡Oh
Señor Nuestro Jesucristo! nosotros vemos muy bien que la causa del Purgatorio
no es solamente propia de aquellas almas, sino que es también vuestra, porque
por el afecto son comunes entre vos y ellas las penas y los gozos. Ya vos nos
enseñasteis con vuestra Redención cuánto merecen las almas, y nuestros deberes
nos enseñan cuánto merecéis vos. Por vos, pues, y por ellas, queremos hacer
todo esfuerzo posible por vaciar el Purgatorio de todas las almas que están
allí prisioneras. Tomaremos de vos el ejemplo que nos diste para que le imitásemos,
más imitando nosotros tal ejemplo, haced que podamos ser vuestros verdaderos secuaces
y discípulos, no sólo por la intención, sino aún más por el afecto, procurando una
completa redención al Purgatorio, con una serie no interrumpida de sufragios, valorados
con el mérito de vuestra preciosísima sangre. Amén.
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