DÍA
VEINTISIETE
MEDITACIÓN
Ingratitud
de la tierra para con el Purgatorio
Si
todos los cristianos oyesen, como conviene, las voces de la naturaleza, de la
religión, de la patria; si escuchasen las insinuaciones de la sangre, de la
amistad, de los beneficios; sí cumpliesen los deberes de sus prometimientos,
y
los que emanan de rigurosa justicia, deberían llover en tanta abundancia los
sufragios, sobre el horno del Purgatorio, que bastarían a extinguir aquellas
ardientísimas llamas, que abrasan a nuestros difuntos. Mas es tal la
esterilidad de la tierra, que, o no cae en él una sola gota de refrigerio, que
mitigue tan grandes ardores, o es tan rara, que se asemeja, por decirlo así, al
rocío de la mañana, que en la estación del calor más bien abrasa que refresca.
De
aquí, es, que, en vez de alivio, reciben de la tierra aquellas almas, aumento
de pena y de dolor, a causa de nuestro cruel olvido, tanto más reprensible,
cuantos mayores son los títulos que nos obligan a aliviarlas. Hagamos, al
menos, que no se nos pueda echar en cara un olvido semejante. ¡Qué contraste,
dice san Cirilo, forman el Purgatorio y la tierra! En aquella profunda cárcel
padecen las almas todo género de tormentos en medio del fuego, y en la tierra
no hay quien vuelva una piadosa mirada para compadecerse de ellas. De allá con
la voz entrecortada por el llanto, imploran auxilio y socorro: y aquí no hay
quien benigno preste oído a tales voces. De allá se reclaman los prometidos
sufragios, y el cumplimiento de los legados piadosos: y aquí no hay quien
religiosamente extienda la mano para cumplir tales deberes. Allá se consumen en
exclamaciones y en lágrimas de desolación; y aquí ninguna alma se conmueve, ningún
corazón se enternece por abrir las puertas de aquella prisión de fuego. ¿Quién
creería jamás tanta barbaridad en los hombres, tanta crueldad en los
cristianos, tanta ingratitud y perfidia en los más queridos amigos y parientes?
¿Seremos acaso nosotros de este número? Y ¿qué hacen las almas del Purgatorio
en cambio de tanta dureza? ¿Clamarán por venganza? ¿Implorarán castigos? Ya la
divina justicia arde en un santo enojo contra nuestra inhumana crueldad, y
¡miserables de nosotros si uniesen las voces de aquellas almas para
estimularla! Mas hijas é imitadoras fieles de aquel Dios, que desde la cruz
pedía perdón para los mismos que le crucificaban, misericordia, claman, piedad,
perdón para aquel hermano, para aquel hijo, para aquel esposo, que, olvidados de
ellas, han prolongado su martirio en medio de las llamas. La piadosa voz de tan
amadas hijas templa el justo enojo del Dios de las venganzas, y se convierten
en misericordia los castigos merecidos por nosotros. Si, pues, no nos mueven
sus gemidos, muévanos al menos su piedad, y recompensémosla con tan fervorosos sufragios,
que logremos libertarlas para siempre, de tan desapiadados tormentos.
ORACIÓN
No
miréis, ¡oh Señor! nuestro olvido é ingratitud para con aquellas almas
abandonadas, sino escuchad sus voces, que son voces, que aclaman piedad y
perdón para nosotros. No nos haremos ya en lo de adelante, sordos y duros,
insensibles é ingratos para con el Purgatorio. Nos penetraremos de las penas
tan atroces que sufren en aquella cárcel de dolores, las traeremos de continuo
en la memoria, y no dejaremos jamás de mitigarlas y abreviarlas con copiosos
sufragios. Mas vos, ¡oh Señor! perdonadnos nuestro pasado descuido, concedednos
el no volver a caer más en él y dadnos gracia y fuerza para mantener siempre constante
nuestro santo propósito. Amén.
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