DÍA
TREINTA
MEDITACIÓN
Empeño
de las almas del Purgatorio, para conseguir la salvación eterna a sus
bienhechores
Si
mucho ruegan por nosotros, si nos obtienen muchas gracias mientras son
infelices prisioneras las almas del Purgatorio, ¿cuánto más eficaz será su
intercesión, cuando lleguen a ser gloriosas reinas en el Paraíso? No serán
ellas como el ingrato copero de Faraón, que vuelto de la cárcel a la corte, olvidó
en su prosperidad al afligido intérprete de su sueño, José. El sentimiento de
su gratitud se aumenta en proporción que se proporciona y se sublima su estado,
y estando en el cielo más próximas a Dios, y animadas de una caridad más
perfecta para con nosotros, no cesan de rogar hasta haber alcanzado las más
especiales gracias temporales y espirituales a sus devotos. ¿Quién, pues, no
querrá esforzarse por enviar al cielo el mayor número posible de intercesores
tan eficaces? La Pernera gracia que apenas entradas al cielo pedirán como
embajadoras nuestras aquellas almas bienaventuradas, será la salvación eterna
de sus bienhechores. Gran Dios, dirán ellas postradas ante el trono del
Altísimo, tened misericordia de aquellos que tuvieron piedad de nosotras. Ellos
nos libraron de las abrasadas cadenas del Purgatorio, libradles también vos de
las duras cadenas del pecado. Ellos nos abrieron las dichosas puertas del
Paraíso, abridles también vos las puertas y el camino para llegar a vos. ¿Serán
excluidos de este reino los que tanto se empeñaron por aceleradnos su posesión?
¿Serán privados de vuestra visión beatífica, los que nos hicieron prontamente volar
a deleitarnos en vuestro seno? ¿No se salvarán aquellos que nos salvaron? ¡Ah!
no, dad; ¡oh dulcísimo Señor! a nosotras que somos vuestras hijas y vuestras
esposas, ya que tanto os complacéis en nosotras, dadnos aquellas almas por
quienes nuestra gratitud os ruega con el mayor fervor. Por lo cual, es común
sentir de los santos Padres y Doctores, que quien se empeña en sufragar a las
almas del Purgatorio, no podrá perecer jamás. ¡Oh dichosa suerte! ¡Oh seguridad
envidiable! Seguridad y suerte digna de adquirirse sí necesario fuese, con
cuanto poseemos. Con vuestros bienes de fortuna, decía nuestro Señor
Jesucristo, haceos a tiempo de amigos, que cuando faltaréis os reciban en los
eternos tabernáculos. Estos amigos son los pobres; pero no todos los pobres de
la tierra llegan a los eternos tabernáculos. Las aliñas del Purgatorio sí, que
siendo las más pobres, están seguras de entrar en aquella gloria, y si llegan a
ella merced a nuestros sufragios, ¡oh! cuán ansiosas y solícitas estarán por recibirnos
en su compañía a gozar de Dios eternamente. Nos saldrán al encuentro con la
milicia celestial, serán nuestra compañía y nuestra corona, y nos conducirán
como en triunfo ante el trono del Eterno, a recibir el galardón de nuestra generosa
caridad. ¿Quién hay que no sienta conmovérsele el corazón en vista de un tan
dichoso fin? ¿Quién hay que no quiera ejercitarse de todos los modos posibles,
en una devoción tan piadosa como ventajosa? ¡Ah, sí! Mantengámosla siempre, no
la abandonemos jamás, que demasiado grande es el interés que debe empeñar a
nuestro corazón.
ORACIÓN
Un
interés universal, ¡oh Señor!, empeñan nuestros corazones en la devoción de las
almas del Purgatorio: un interés en la tierra que nos libra de casi todos los
males, nos colma de casi todos los bienes, y hace venturosos los días de
nuestra vida; un interés en el Purgatorio que nos hace acreedores de la
gratitud de aquellas almas, nos dispone al goce de muchos sufragios, y nos
libra de la prolongación de aquellas acerbísimas penas, un interés en el cielo
que nos adquiere poderosos patronos, mueve a piedad hacia nosotros vuestro
corazón,
y asegura el importantísimo negocio de nuestra eterna salvación. ¿Pues si tal y
tan grande es el interés que nos mueve, cuál deberá ser el empeño con que
debamos procurarlo? Muy grande queremos ponerlo. ¡oh Señor! y perseverante en
todo tiempo, tanto para borrar toda mancha de injusticia o de desconocimiento
que en lo pasado haya usado con aquellas almas, cuanto, para corresponder en lo
venidero a los deberes generales y especiales, con los cuales la naturaleza, la
religión, la patria, la sangre, la amistad y los beneficios nos ligan al
Purgatorio. Para lo cual no habrá miramiento que nos distraiga, ni dificultad
que nos desaliente, ni tedio que nos resfríe, ni otro motivo alguno que nos
retraiga. La devoción hacia el Purgatorio será el alma de nuestra fé, el objeto
más tierno de nuestra caridad, la práctica más constante de nuestra vida. Tal
es el firme propósito que hacemos a la conclusión de este santo ejercicio. Bienaventurados
y santos del cielo, Virgen Santísima y Redentor Nuestro Jesucristo, que tanto
os gozáis en la libertad de las almas del Purgatorio, impetradnos vos, y
concedednos virtud y fuerza para mantenerlo siempre constante con el uso de
todos los eficacísimos medios de gracia y de justicia que nos suministra la
religión y la Iglesia. La Iglesia del cielo coadyuve y corresponde a la de la
tierra, en socorrer a la purgante, a la cual Dios Nuestro Señor, si bien lo
desea sobremanera, no suele socorrer directamente en su presente providencia, y
que no puede ayudarse a sí misma. Alíviese aquella infeliz Iglesia que bien lo
merece, por su santidad, por su largo penar, y por su heróica resignación;
alíviese de tan acerbas penas de daño, del gusano, del fuego, y, en suma, del
infelicísimo estado del Purgatorio, al cual la razón y la fé nos representan con
los más negros colores. El cielo, el Purgatorio, y la tierra, os ruegan por la
desolación de las almas que padecen; escuchad sus voces, y haced
bienaventuradas para siempre en vuestra gloria, a aquellas infelices. Así sea.
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