MEDITACIÓN XVIII
El
que aun a su propio Hijo no perdono, sino que lo entregó por todos nosotros
Considera
que, habiéndonos dado el eterno Padre a su mismo Hijo por mediador, por abogado
cerca de él mismo, y por víctima en satisfacción de nuestros pecados, nosotros
no podemos ya desconfiar de alcanzar de Dios cualquiera gracia que le pidamos,
valiéndonos del medio de un tal intercesor: ¿Cómo no nos donó con este Redentor
todas las cosas? añade san Pablo. ¿Qué cosa nos negara ya Dios, no habiéndonos
negado a su Hijo? Ninguna de nuestras súplicas merece ser oída ni atendida del
Señor; porque no somos dignos de gracias, sí es de castigo por nuestros pecados;
pero ciertamente merece ser oído Jesucristo que intercede por nosotros, y
ofrece todos los padecimientos de su vida, su sangre y su muerte. No puede
negar cosa alguna el Padre a un Hijo tan amado, que le ofreció un precio de
infinito valor. Él es inocente, y aunque paga a la divina justicia es para satisfacer
nuestras deudas; y su satisfacción es infinitamente mayor que todos los pecados
de los hombres. No sería justo que pereciese un pecador, el cual se arrepiente
de sus culpas, y ofrece a Dios los méritos de Jesucristo, quien las ha
satisfecho por él sobreabundantemente. Démosle, pues, gracias a Dios, y
esperémoslo todo en los méritos de Jesucristo.
AFECTOS
Y SÚPLICAS
No,
mi Dios y mi Padre, no puedo ya des confiar de vuestra misericordia; no puedo
temer que me neguéis el perdón de todas las ofensas que os he hecho, y que no
me deis todas las gracias que necesito para salvarme, cuando me habéis dado a
vuestro Hijo a fin de que os lo ofrezca por mí. Vos puntualmente para
perdonarme y hacerme merecedor de vuestras gracias, me lo habéis donado y me
mandáis que os le ofrezca, y que por sus méritos espere mi salvación. Yo os
ofrezco, pues, los merecimientos de vuestro hijo Jesús, y por ellos espero la
gracia que repare mi debilidad, y todos los daños que me he acarreado con mis
pecados. Me arrepiento, bondad infinita, de haberos ofendido; yo os amo sobre
todas las cosas, y de hoy en adelante os prometo no amar a otro que á Vos; pero
este mi propósito ¿de qué servirá, si Vos no me ayudáis? Por el amor de
Jesucristo dadme la santa perseverancia y vuestro amor; dadme luz y fuerza para
seguir en toda vuestra santa voluntad. Fiado en los méritos de vuestro Hijo,
espero que me oiréis. María, madre y esperanza mía, también os suplico por amor
del mismo Jesucristo que me alcancéis estas gracias. Madre mía, escuchadme.
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