jueves, 24 de diciembre de 2020

EJERCICIOS AL NIÑO JESÚS

 


EJERCICIO DEVOTO

TRES DIAS DE DIÁLOGO ENTRE EL ALMA CRISTIANA Y EL NIÑO JESÚS

 

Tomado del Libro “El Alma Cristiana. Ejercicio Devoto al Niño Jesús”. Por el Presbítero Mucio Valdovinos y Velasco. Impreso en la Imprenta de Octaviano Ortiz, Plazuela de las Animas Número 2, Morelia, México, año 1857

 

 

DIA PRIMERO.

AMOR DE DIOS.

 

Dos personas dirigirán este ejercicio, el que está formado de un dialogo entre el alma cristiana y el Niño Jesús. Después de hecha la señal de la Santa Cruz se comenzará de esta manera:

 

EL ALMA CRISTIANA.

 

ACTO DE CONTRICION. Vengo hoy a ti, mi dulce Jesús, cubierta de vergüenza y penetrada de amargura. Mi cuerpo es todo lepra, y mi alma es toda corrupción. ¿A dónde he estado lejos de ti? ¿Qué es lo que he hecho? He vivido entregada al pecado; el crimen ha sido mi ocupación. He dicho; habitaré con los pecadores, seguiré sus huellas, me coronaré de rosas, embriagada siempre de placer. Esta fue mi resolución, y me engañaba, porque lo que llamé placer no me produjo otra cosa que una tristeza profunda y un cruel remordimiento, Pero cayó la venda fatal que me cegaba; veo el abismo en que iba a sumergirme, y poseída ya de un vivísimo dolor de mis pecados, me postro delante de ti, Jesús mío, amado dueño, para que los borres con los raudales abundantes de tu gracia poderosa. Habla a mi corazón, haz oír tu voz, y seguiré tus preceptos porque ellos me llevaran a la vida eterna. Amén.

 

JESUS.

¿Sabes por qué la paloma, habiendo salido de la arca, se volvió luego a ella?

 

EL ALMA CRISTIANA.

La tierra estaba cubierta todavía con las aguas, y la paloma no encontró donde poner los pies.

 

JESUS.

Lo mismo sucederá siempre a los que se apartan de mi arca santa. Nunca el alma cristiana hallará en el mundo más que la mentira, la seducción, la impureza, todos los crímenes que conducen al lugar de los castigos y del tormento eterno. Y pues que tú, alma piadosa, vienes hoy con fe viva a oír mis lecciones, escúchalas y guárdalas siempre. No olvides nunca que oigo la súplica fervorosa del corazón casto, el ruego sencillo de la tierna infancia, y la oración, débil muchas veces, del anciano fatigado con el peso de los años, que se aparta de las riberas de la vida. Son mis hijos todos los que toman la cruz y me siguen.

 

EL ALMA CRISTIANA.

Escucharé tu voz, ¡oh divino Jesús! y grabaré tus palabras en mi corazón: quiero la paz, el reposo y la vida que solo tú puedes darme. Eres la fuente, y mi alma sedienta llega a ti: eres la luz, y puesto que huyo de las tinieblas, me dirijo a ti: eres el maná celestial, y enferma, débil, desfallecida, te pido el alimento para recobrar las fuerzas.

 

JESUS.

Si alguno me ama guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y en él haremos morada. (Jn, Cap. 14, Vers. 23) ¿Sabes lo que es este amor? Es un sentimiento noble, vivo, superior a todos los sentimientos de la tierra. Yo pido un amor que tenga su asiento en el corazón, como en un tabernáculo, y que se manifieste con las obras y con las palabras. Pido que mis hijos se abandonen enteramente a mi voluntad; que no amen sino lo que yo amo; que no quieran sino lo que se dirija a una resignación absoluta a mis preceptos. En esta conformidad se encuentra un encanto desconocido, una alegría indecible. Pido un amor que no se deje arredrar por vanos temores, por consideraciones falsas, que nacen siempre de una imaginación desarreglada. En fin, el amor que demando ha de ser firme, robusto, de tal manera, que dirigiéndose a un fin, no se debilite ni calcule las dificultades. ¿Me amas, alma cristiana? Camina en pos de mí.

 

EL ALMA CRISTIANA.

Sí, Jesús mío, te amaré con el amor exclusivo, desinteresado, firme y valeroso con que quieres ser amado. Tú eres la delicia de los corazones que por ti suspiran, y que se elevan constantemente a ti. Creí los engaños y las seducciones del mundo, el cual me dijo: goza de los placeres que pasan tan rápidamente; la penitencia puede quedar para una época más lejana. Di asenso a esas mentiras y me dejé llevar por la ola impetuosa del mundo. Ahora te digo como el Apóstol: ¿qué quieres que yo haga? Me haz contestado: obedece mis preceptos y dame tu corazón. ¿Cómo podría rehusarte esa ofrenda? Cuando naciste en el humilde establo de Belén, sufriendo toda clase de miserias, allí comenzaste las lecciones de amor. Creciste en edad, y más tu amor se encendía, si esto fuera posible. Predicaste en el desierto, en las calles y en las plazas, el reino de Dios y su justicia. Cuando tu rostro besaba la tierra en el monte de los olivos; cuando el silencio profundo de la naturaleza se turbaba únicamente con tus gemidos, cuando el suelo estaba empapado con tus lágrimas, también entonces nos enseñabas de qué manera es necesario amarte. Después te vistieron de rey de burlas, cubrieron tus espaldas con un manto, pusieron una caña en tus manos, figurando un cetro, y clavaron en tu cabeza una corona de espinas. Así vestido, en medio de la grita y de la befa de una impía muchedumbre, te presentaron a ella los que se llamaban jueces y prometieron el sacrificio de la víctima. ¿Esa paciencia no era efecto del amor? Y des pues agotaste el cáliz de las amarguras hasta las últimas heces; no quisiste retirarlo de tus labios para que se cumpliera la voluntad del Padre. ¿Esta resignación sublime no fue amor infinito? Tus brazos estaban extendidos en el sangriento calvario, como llamando al linaje humano, para que se colocara bajo la sombra del pabellón de la cruz. Arrojaste el último suspiro; el mundo entero tembló, faltó la luz, los muertos salieron de sus sepulcros. ¿Y todo esto no fue efecto de tu amor para salvar a la raza de Adán? Comunícame un rayo de ese amor sin límites: concédeme el don de amarte.

 

JESUS.

La extensión de mis beneficios será igual a la de tus afectos. Puedes manifestar estos por medios numerosos y multiplicados. Desde luego se presenta el amor que debes tener a tus prójimos que son tus hermanos. Yo he dicho: amaos los unos a los otros como hijos de un mismo padre. Cuando he levantado mi edificio espiritual, he querido juntar en un mismo cimiento a todas esas piedras vivas con la fuer te cadena del amor. La he llamado caridad, virtud heroica, que todo lo desprecia, y no tiene más objeto que aliviar las miserias de los que sufren, y consolar a los que padecen. La caridad que yo he enseñado cambió la faz del mundo, y ha ligado a los hijos de un mismo padre con vínculos indisolubles. ¿Tu hermano no tiene que comer ni que vestir? Socórrelo. ¿Por tu influjo y relaciones puede librarse de una situación penosa? Haz por él lo mismo que en igual caso quisieras que hicieran por ti. ¿Está lleno de amarguras, y gime retirado en su casa, y derrama copiosas lágrimas? Ve a consolarlo; llora con él. El socorro que se ha de dar a los pobres no será nunca esa limosna que los humilla y los abate, limosna de vanidad que se encontrara muy ligera el día del juicio. El corazón dirigirá siempre a la mano, esto es, un corazón tierno, dulce y compasivo. La vestidura de mi iglesia, la más hermosa de sus galas, es la caridad. Si tus ojos no fueran carnales aún, ellos podrían ver los frutos de grato perfume que las almas fieles presentan delante de mí. Hija mía, alma cristiana, nada hay más dulce que amar a sus prójimos: mi ley está en perfecta armonía con los sentimientos del corazón. ¡Dichosa tú si la cumples! Sé caritativa con el pobre que mendiga el alimento en la puerta de tu casa; con el enfermo que cuenta en un lecho miserable las horas largas de su lenta agonía; con el rico y poderoso que acaso te desprecia; con el incrédulo, con el impío que se burla de tu piedad y de tu fe. Extiende la caridad a todos; que se vea en tus obras, que respire en tu boca, que brille en tus ojos, y salga por los poros de tu cuerpo

 

EL ALMA CRISTIANA.

Estoy bien lejos de poseer ese amor que me explicas, ¡oh mi dulce Jesús! Soy como el publicano del evangelio, que confuso del poco bien que había hecho, gemía por su vida pasada. No permitas que semejante al fariseo me complazca en mis débiles méritos. Si alguna vez he amado a mis prójimos, ¿qué comparación tiene ese sentimiento con el ardiente amor de los santos? Fría, miserable, egoísta, necesito el fuego de tu gracia para que mis obras reciban algún calor. Ayúdame, celestial Jesús, hermoso niño, a quitar de raíz las malas plantas que germinan en mi corazón, y que impiden el nacimiento de la buena semilla. Detesto la hiel de la envidia, el veneno de la maledicencia, el dardo de la sátira y de la calumnia. Amaré en lo de adelante a mis hermanos de la manera que tú me enseñas.

 

JESUS.

Y así serás dichosa y derramaré sobre ti el raudal de las misericordias. Huye de las obras que arruinan al prójimo, que arrancan la herencia del huérfano, hacen llorar al anciano, y siembran por todas partes la desolación y la muerte. Y muchas veces estas obras quieren cubrirse con el velo de la hipocresía. ¡Desgraciados! Si no engañan ni aun a los hombres de corazón recto, ¿cómo pueden engañarme a mí?

 

EL ALMA CRISTIANA.

El homenaje de mi doble amor será el puro incienso que mi alma te ofrecerá en lo de adelante. Mi corazón es el campo y tu palabra la semilla; haz que produzca frutos de gracia y de bendición. Concluyo el ejercicio de este día diciendo la magnífica oración que nos predicaste en el Sermón del Monte.

 

El niño ha nacido en el establo y lo adoran los pastores.

Padre nuestro.

 

Vienen de oriente los reyes y le ofrecen ricos dones.

Padre nuestro.

 

La estrella que brilla sobre Belén es la luz que iluminara a todo el mundo.

Padre nuestro.

 

ORACION.

Te adoro hoy en el pesebre, mi amante Jesús, para contemplarte después en el calvario. Te seguiré desde la cuna hasta el sepulcro para no perder ninguna de tus lecciones. Tu vida y todas tus palabras se dirigieron al grandioso fin por el cual viniste a la tierra; esto es, salvar al hombre, librándolo de las cadenas con que estaba oprimido. Que no se malogre en mí, y en todos los que asisten a este santo ejercicio, el fruto de nuestra redención: así te lo pido por los siglos de los siglos. Amén.

 

SEGUNDO DIA.

PALABRA DE DIOS.

El acto de contrición del primer día.

 

JESUS.

Hoy recibirás, alma cristiana, la expresión de mi amor, explicándote qué cosa es mi palabra, y los preceptos importantes que encierra. Mi palabra es una semilla de piedad y de buenas obras: es un alimento que nutre y da salud a los enfermos, la fuerza a los débiles y la alegría a los que lloran. Mi palabra es una luz que brilla en las tinieblas; ley grabada sobre piedras indestructibles, y que nada teme del transcurso de los siglos. Con un acento suave y puro, mi palabra forma las delicias de los corazones castos; atrae al cielo a las almas fervorosas, y por ella los verdaderos sabios desprecian los bienes del mundo. En fin, mi palabra se hace escuchar de una manera poderosa del oriente al occidente, y va a sorprender al pecador en el sueño de su pecado para decirle, te aguarda el juicio, y esa voz lo turba y lo estremece. Diariamente se hace oír esa palabra por la boca de mis ministros, encargados de servir a mi iglesia y de renovar los augustos misterios.

Los preceptos de mi ley son sencillos, y todos y cada uno, conducen a la felicidad eterna y temporal. Abre tus oídos y fácilmente los comprenderás.

Amarás a tu esposo, a tu padre, a tu Dios, al que te ha creado y sin el cual nada puedes: al mismo que te conserva, te instruye y te promete un dichoso y eterno porvenir. En este precepto está comprendido el amor al prójimo, esto es, a tu hermano, que ha sido formado como tú, y al que aguardan los mismos destinos.

No profanarás el santo nombre de Dios. Esa profanación te igualaría con los espíritus impuros, con los ángeles rebeldes. La blasfemia es odiosa en sí misma, y causa siempre escándalo, que es la ruina de las almas. ¿Qué es lo que te aconsejo? Que la verdad salga siempre pura y brillante de tus labios; que no imites a los que juran por mi nombre, por el cielo, por la tierra, y por todas las cosas que yo he hecho. La verdad es cosa muy sagrada para que haya necesidad de recurrir a ningún otro testimonio.

Santificarás las fiestas. Reunidos todos los fieles, entonan en el templo, o en sus casas, las alabanzas debidas a mí y a las misericordias que les dispenso. Me elevan sus votos y me manifiestan sus necesidades. Padre mío! Tu que estas en los cielos, bendito sea tu nombre. Danos tu reino; llévanos a la morada que habitas con los ángeles y con los santos. Estamos resueltos a ejecutar lo que sea tu voluntad, puesto que fuimos creados para servirte. Y estas alabanzas, y estos ardientes deseos, suben a mi trono, y considero siempre como a hijos míos a los que me llaman su padre. El niño inocente que une sus manitas, y me llama con ese nombre, proclama una verdad, un principio, desconocido antes que la revelación de mi palabra ilustrara al mundo.

Honrarás a los padres que te he dado en la tierra. Ama a la que te llevó en sus entrañas, sé la alegría de sus cansados años. No aflijas a tus padres como lo hacen los hijos ingratos; dales de comer, vístelos, vélalos en su lecho de muerte, así como ellos velaron en derredor de tu cuna. He prometido una recompensa particular a la piedad filial.

No matarás. ¿Cómo puede presentarse la idea de herir o de matar al que vive en familia con sus hermanos, que lo son todos los individuos que componen el linaje humano. ΕΙ que hiere o mata a su prójimo es ya para mí un objeto de abominación; el Espíritu Santo se retira: sus días serán cortos y malos; morirá devorado por los remordimientos que despedazan el corazón.

Serás casta en obras, palabras y pensamientos. La pureza es una llama hermosa que arde en el pecho de los justos como un sacrificio perpetuo: es la recompensa que se da a los fuertes; es, en fin, el místico velo que cubre la frente de los escogidos y el que los hace temibles al tentador común. Los deseos torpes consentidos originan la muerte del alma, porque abren la puerta a todas las pasiones. Los peligros son multiplicados, y nunca podrás prestar toda la atención que ellos exigen. La seducción se disfraza de mil maneras; se insinúa hábilmente, trastorna los sentidos, y casi sin pensarlo, y casi sin sentirlo, el alma queda sin libertad; de señora pasó a ser esclava.

No hurtarás, no levantarás falso testimonio, no codiciarás la mujer de tu prójimo ni las cosas que a él le pertenezcan. En todos estos mandatos se establece una base, el amor al prójimo. ¿Por qué privarías a tu hermano del fruto de su industria y de su trabajo? No te quejarías, y con razón, ¿si te encontraras en igual caso al suyo? El que levanta un testimonio falso se constituye hijo del diablo, que es padre del engaño, del fraude y de las mentiras. Esta revela siempre un corazón corrompido: la verdad no necesita disfraz, siendo pura y brillante como el sol. No podrías obtener a la compañera de tu prójimo sin un crimen; luego los deseos son malos porque conducen a él.

Este brevísimo compendio de los preceptos de la antigua y de la nueva ley, se encierra en dos palabras: amor de Dios y amor del prójimo. He aquí la piedra angular del edificio que levantará el que quiera ser mi discípulo.

 

EL ALMA CRISTIANA.

Bendíceme, dulcísimo Jesús, porque habiendo pecado conozco ahora la enormidad de mis crímenes. ¿A dónde iba? No lo sé. ¿Qué buscaba? También lo ignoro. Ha brillado la luz después de densas tinieblas. ¿Cómo borraré las innumerables manchas que tiene mi alma?

 

JESUS.

Con el arrepentimiento. Anda, póstrate a los pies de alguno de mis ministros, confiesa tus culpas, duélete de ellas, promete la enmienda, cumple la satisfacción que se te imponga y persevera firmemente en los propósitos que hayas hecho. El poder que he conferido a mis ministros no tiene límites: lo que ellos ligaren en la tierra será ligado en los cielos, y lo que desataren en la tierra será desatado en los cielos. Próxima a mis hijos esta la piscina milagrosa. Si todos se acercaran a ella la regeneración del mundo sería completa. Pero el demonio los aleja, valiéndose del orgullo. Siendo los hombres unos gusanos miserables que se arrastran penosamente sobre la tierra, están llenos, sin embargo, de una vanidad insensata. Se avergüenzan de confesar sus faltas al sacerdote, que tiene poder para perdonarlas, a la vez que las publican ellos mismos haciendo alarde de un espíritu superior. Grandes penas, castigos eternos están reservados a los que desprecian mis sacramentos, manantiales de copiosa salud, abiertos siempre para todos los que quieran limpiar su alma y quedar blancos como la nieve. ¿Tendrán rubor de llamarme su padre y de llevar en la frente el signo de la redención? Recuerda lo que he hecho por ellos. Descendí desde el seno de la gloria para tomar la carne humana. Siendo rey se me reputó como malhechor y sufrí el suplicio de mayor ignominia. ¿Pude hacer más? Ten presente que todos los santos se regocijan en el cielo cuando el pecador arrepentido se aparta de la senda fatal. Ven siempre a mí, alma cristiana: te sanaré como al leproso del evangelio: ven, canta la ternura del esposo eterno.

 

ALMA CRISTIANA.

¿Qué palabras podré usar, que sean dignas de ti, oh mi amado Jesús? Yo era el pelicano que habita en los lugares desiertos, el ave nocturna de que hablan los profetas: mis días habían descendido como la sombra, y me había secado como la yerba de los campos. Tus palabras han reanimado mi espíritu; vuelvo a mi esposo, a mi Dios, a mi padre. Me arrojaré a los pies de un sacerdote, imagen tuya, y le confesaré mis errores y mis extravíos. Pastor, aquí está tu oveja, abre las puertas del rebaño. Sirviéndome de la voz del más sabio de los reyes, voy a entonar un cantico de gracias y de amor, puesto que mi alma es la virgen, y tú, Dios mío, el esposo de las bodas eternas.

 

¡Oh tú que eres el bien amado de mi alma! enséñame a dónde conduces el rebaño, dónde descansas al medio día, no quiero extraviarme siguiendo el rebaño de otros pastores.

Oleo derramado es tu nombre, por eso las vírgenes te amaron.

No me consideréis que soy morena, porque el sol me estragó el color; los hijos de mi madre lidiaron contra mí, pusieronme por guarda de viñas: mi viña no guardé.

Venga mi amado a su huerto, y coma el fruto de los manzanos. He venido a mi huerto, hermana mía esposa; he segado mi mirra con mis aromas; he comido panal con mi miel, he bebido mi vino con mi leche: comed, amigos, y bebed, y embriagaos los muy amados.

Muéstrame tú, a quien ama mi alma, dónde apacientas, donde sesteas al medio día, para que no me extravíe tras los rebaños de otros pastores.

Conjuroos, hijas de Jerusalén, si hallareis a mi  amado, que le aviséis que de amor desfallezco.

Ven, amado mío, salgamos al campo, moremos en las granjas.

Levantémonos de mañana a las viñas, veamos si floreció la viña, si producen fruto las flores, si están ya en flor los granados.

Muéstrame tú, a quien ama mi alma, dónde apacientas, dónde sesteas al medio día, para que no me extravíe tras los rebaños de tus compañeros. (Cantar de los Cantares)

 

Recibe, Jesús mío, estos ardientes afectos de mi alma, y haz que siempre se eleve mi oración hasta tu trono.

 

Tres Padres nuestros y tres Aves Marías: pero dichos lentamente, muy despacio, pensando lo que pronuncian los labios. Lo contrario no es rezar sino insultar a Dios.

 

ORACION.

Dulcísimo Jesús, fuente y origen de todo bien, derrama sobre mi alma tus dones, para que limpia de toda mancha, persevere en la virtud. Nada podré sin ti; eres mi amparo, mi refugio y esperanza. Aleja de mí los peligros, las seducciones, el odio al prójimo y la sed de los bienes de esta vida, inspirándome constantemente el deseo de la felicidad eterna, por los siglos de los siglos. Amén.

 

DIA TERCERO.

SABIDURIA DE DIOS.

El acto de contrición de los días anteriores.

 

EL ALMA CRISTIANA.

Cuando por primera vez me presenté a las puertas de la Iglesia, el sacerdote preguntó: ¿Qué quieres? Se le respondió, la fe. Yo la prometí, renunciando a todas las pompas del mundo y jurando que sería un soldado pronto a morir por defender la fe de Cristo. Después, cuando el Sumo Sacerdote me confirmó en la misma fe, recibí los dones del Espíritu Santo, y entre ellos el de la sabiduría, tan necesaria para guiarme en esta vida, ilustrar todas mis acciones y llegar sin tropiezo a la celestial morada. Desarrolla en mí, Dulce Jesús, aquel don inefable; dame tus consejos. He buscado sabiduría en el mundo y no la he encontrado. Algunos ancianos siguen los principios de la escuela atea; otros el deísmo; muchos jóvenes han abrazado el indiferentismo, y marchan por la senda de la vida como si nada hubiera más allá de la tumba. En las mujeres y en los niños he hallado siempre inocencia y candor. Tiemblan, si te ofenden, porque saben que en tu mano está el rayo, y también te aman como a un padre dulce y bueno, porque tú dijiste: dejad que los niños vengan a mí; de ellos es el reino de los cielos. Nos enseñaste con esto que la inocencia de las costumbres, el amor tierno y sencillo son las circunstancias necesarias para llamarse hijos tuyos.

 

JESUS.

La sabiduría viene de lo alto: existía antes de todos los siglos: ¿Quién puede contar los granos de arena de las riberas del mar y las gotas de rocío? ¿Quién medirá la altura del firmamento y la profundidad de los abismos? La sabiduría ha hablado en los libros santos y entienden sus palabras los que tienen el corazón recto. Ella salió de la boca del Altísimo .... y se presentó en los cielos una luz que no se extinguirá jamás. La sabiduría divina es la madre del amor puro, del temor, de la ciencia y de la santa esperanza. No te desconsueles creyendo que es muy difícil obtener un don tan precioso. Arroja de tu corazón los deseos malos, eleva el espíritu a mí, y vendrá la sabiduría, y con ella todos los dones que la acompañan. El joven rey Salomón quería ese mismo bien, y no se le negó, porque nada rehúso a los que piden con humildad y con fervor.

Antes de avanzar en estos consejos, fija en tu memoria las siguientes palabras, que constituyen un principio, una base, sin la cual en vano trabajaran los que edifican la casa. Jamás se concede la verdadera sabiduría al que es orgulloso; tampoco al que recorre los mares y se arrastra por la tierra buscando el oro. La sabiduría no es la herencia de los reyes ni de los poderosos del mundo, solo porque son reyes y poderosos: mi Padre celestial la reparte donde halla corazones castos y piadosos, ya los encuentre en la cabaña de los pobres, o en los salones dorados de un palacio. Pero ese gran don requiere antes una larga serie de pruebas, de aflicciones y de amarguras. ¡Felices los que lo reciben desde que raya la aurora de su vida! Esto sucede pocas veces.

Cuando la sabiduría penetra el corazón, la inteligencia se ilustra con sus rayos, y aunque los ojos carnales no pueden distinguirla, la frente está adornada con una brillante diadema. Las consecuencias son ya naturales y sencillas. Los bienes del mundo aparecen como una quimera despreciable; el atractivo de la hermosura terrestre, se ve claramente como un poco de barro; todas las vanidades que lisonjean a los seguidores del mundo, son como las hojas que se lleva el viento. ¿Quién va tras ellas cuando las impele el viento? Caminando con la sabiduría en este valle de miserias y de dolores, se encuentra al impío que se ríe de la virtud, que se mofa de la penitencia, y su vista mueve en el alma santa la misericordia y la compasión. Apártate del camino que llevas, se le grita en vano: lo mismo que un hombre ebrio, continúa en su marcha tortuosa hasta que se precipita en el abismo. El enemigo común, aunque te vea fuerte con mi escudo, y robusta con mi protección, disparará siempre sus flechas, te lanzará dardos emponzoñados; pero los esfuerzos serán inútiles porque la sabiduría te elevará a una altura donde nada tienes que temer. Esto he hecho siempre con los verdaderos sabios y por esto han gozado en algún modo, aquí en la tierra, una parte de las delicias de los bienaventurados.

Para que comprendas mejor mis lecciones reflexiona desde luego en la historia de todos los santos. Los mártires espiraron en medio de atroces tormentos, y su semblante estaba risueño, y perdonaron a los verdugos, sirviendo de grande ejemplo a todos. ¿Qué fuerza los sostenía? La ciencia que habían recibido. Y las vírgenes, débiles según la carne, ¿no acreditaron una fortaleza heroica cuando los trozos de su carne salpicaban los rostros de los tiranos? Entonaban mis alabanzas, animaban a sus compañeras, y decían: mirad, el cielo se abre para recibirnos. Y así era en efecto, los ángeles salían con palmas y con laureles inmortales. Y bien, ¿de dónde sacaban esa fuerza poderosa para resistir? Se las daba la sabiduría; el conocimiento supremo de que mi morada es la verdadera patria y yo su única herencia, y murieron confesando mi nombre, y abriendo un ancho camino por el que deben ir todos los que quieran disfrutar su porción de aquellos bienes imperecederos.

 

EL ALMA CRISTIANA.

La satisfacción más dulce rebosa en mi alma, oyendo, oh Jesús, tus palabras. Recibiendo la sabiduría recibo también la confirmación en la Fe. Perteneciendo a la milicia santa, tú me darás las armas para pelear; la palabra será mi espada. Que venga el tirano de las almas, el que semejante a un león, nos rodea para devorarnos; resistiré sin temor; más todavía, tantos serán mis triunfos cuantos sus ataques. La sabiduría me dirá: he aquí el plan que asegura la victoria. El corazón no cabe dentro de mi pecho, Jesús mío, al considerar que con la blanca vestidura de la inocencia me presentaré delante del Cordero, y de los millares de vírgenes, mártires y confesores, que cantan en el cielo himnos y canticos inmortales. Sostenme, Señor, porque desfallezco; mi vista se deslumbra al contemplar los umbrales de tu gloria.

 

JESUS.

Son tan inmensos los bienes que la sabiduría proporciona, que necesitarías mucho tiempo, y un espíritu de infinita elevación, para que pudieras comprenderla. Entre aquellos hay uno que goza una preferencia distinguida. Para vivir físicamente se requieren los alimentos, sin ellos el cuerpo cesaría en sus funciones meramente orgánicas. Para que el alma viva es indispensable un alimento que la nutra, una fuerza que la sostenga. Ese alimento ha de ser proporcionado a la naturaleza del alma. ¿Vivirá el cuerpo con la palabra? Tampoco el espíritu con la comida y la bebida. Te repetiré lo mismo que dije a la hermana de Lázaro. Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque hubiere muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá jamás. (Jn. Cap. 11, Vers. 25). Pues esta vida es la que se obtiene por medio de la sabiduría; así lo conocerás si recuerdas lo que te he dicho hasta aquí. Guárdate de dirigir sobre estas cosas altísimas unos ojos puramente humanos. Los que así las consideran, creen, por ejemplo, que ese soplo que los anima hoy es la vida presente y la vida futura. Es una flor, dicen, que se abre por la mañana y se marchita antes de llegar al crepúsculo de la tarde. Vivamos esta vida, ya moriremos cuando la muerte nos llame. Y así será: en medio del sueño del impío, se tocara a su puerta, y espantado dirá: ¿voy a morir ya cuando comenzaba a vivir? Su muerte será eterna. Inútil es afligirte con la descripción de lo que sufrirán ellos antes y después de esa muerte. Los días puros y brillantes de las almas cristianas estarán iluminados con la espléndida luz de la verdad. Tendrán sed; pero será de mi palabra, que los nutrirá, porque es un verdadero alimento. Cada paso que dieron aquí en la tierra era un paso hacia el cielo; cada pulsación de sus corazones era un acto de amor y de piedad. Para ellos la vida no tendrá dolores insoportables: hay una fuerza que los sostiene, un néctar que endulza todas las aflicciones. Esta fe en mis promesas y en los socorros de la sabiduría es tan incontrastable que el enemigo del género humano la ve con rabia y desesperación. Tales son los efectos de mi inteligencia que se une a la débil inteligencia humana; de mi caridad ardiente que todo lo anima y lo vivifica. ¡Feliz por lo tanto el alma cristiana que me ama, y que me oye, y que goza un placer inefable en observar mis preceptos! Será bendita en medio de la familia de los justos.

 

EL ALMA CRISTIANA.

Creo bien, Señor y dueño mío, todo lo que me has dicho, y estoy íntimamente penetrada de esta verdad, que únicamente pueden ser felices las almas que te adoran y que no viven si no a la sombra del árbol que se plantó en el Calvario. La paz interior, la certidumbre de que una vida bien empleada conduce a la vida eterna, he aquí las verdaderas causas que conservan y fortifican la vida espiritual. Pero por más que me fatigo no alcanzo a comprender cómo todos los hombres no te aman, porque prefieren las ridículas vanidades del mundo a los placeres inefables con que los convidas.

 

JESUS.

Ya te lo he dicho antes; los seguidores del mundo no extienden sus ideas más allá de la vida presente, y de esto dimana el falso concepto que forman de mi justicia: de aquí también el desorden moral que ellos encuentran en lo que los rodea. Cuando llamo a mi reino a los seres que apenas comienzan a existir, el mundo no comprende esto con su torpe sabiduría. Exclaman: ved a esas tiernas flores; se marchitan cuando nacen. Dicen esto porque es en vano que los años hayan blanqueado sus cabellos; que sus padres hayan desaparecido, y también sus mismos hijos. Aman con delirio esta tierra de tribulación, y tapan sus oídos para no escuchar la voz que se eleva del sepulcro. En esto se encuentra el origen de la completa ignorancia en que viven. Admitido por ellos el principio de que el hombre es nada, no aguardan premio ni castigo; concentran todo a esta vida miserable. Su desengaño será terrible y espantoso cuando llegue el día en que se cumplan mis promesas y mis amenazas. El niño de semblante dulce, que vieron dormido, acostado en la cruz, en el instrumento de su suplicio, será el juez inexorable, el Padre del siglo futuro que les tomara una cuenta estrecha de todas sus palabras, acciones y pensamientos. Vendrá entonces para ellos el pesar sin remedio, el llanto sin consuelo: sufrirán tormentos eternos que la pobre imaginación humana no puede ahora comprender. Arrastrados por el ángel de las tinieblas en la espantosa senda del mal, no se detendrán hasta tocar su horrible  término.

 

EL ALMA CRISTIANA.

Quisiera que con toda mi sangre se lograra la vida y la salvación de esos desgraciados. Compadécete de ellos, Jesús mío, conviértelos, de manera que amen, que crean y esperen. Veo ya inmediato el fin de este santo ejercicio. Derrama de tus labios las últimas palabras, las recogeré presurosa como perlas que valen tesoros inestimables.

 

JESUS.

Alma cristiana, hija mía querida, oye las últimas palabras de la ciencia divina, de la única y verdadera ciencia. Te he enseñado los preceptos del amor, la obediencia a mis palabras, los tesoros de la sabiduría, la pureza incontrastable que se adquiere viviendo la vida de los justos, aún hay otra grande virtud, que si bien está encerrada en estas lecciones, tiene un carácter tan noble que demanda una instrucción especial. ¿Te voy a hablar del desprecio de las riquezas, del amor al trabajo, de la fe en el porvenir, de la resignación o de la fortaleza? Ya he condenado a los ricos de la tierra por la dureza de sus corazones; tú estás íntimamente persuadida de que el trabajo es una necesidad imperiosa, es también la oración de los justos: tú sabes que con la fe puedes cambiar el asiento de las montañas, y que la resignación es el manantial de los más dulces consuelos. Voy a recordarte que el reino de los cielos esta prometido a los pobres de espíritu, a los que lloran, a los que tienen hambre y sed de justicia, a los misericordiosos, a los que tienen un corazón limpio, a los que aman la paz, y a los que sufren por causa mía, por la confesión de mi doctrina. He aquí las causas por las cuales se hacen agradables a mis ojos; los llamo hijos míos, la luz del mundo, objetos de mi eterno amor. Trabaja en hacerte pequeña para que yo te eleve.

 

Si alguna vez los pesares y las aflicciones se te hacen insoportables, arroja una ojeada a que pasa en tu derredor. ¿Cuál es el porvenir de una religiosa que ha renunciado al mundo y que nada quiere con él? La gloria eterna. ¿Qué aguarda el anciano, encorvado bajo el peso de los años, y que ha tenido una larga vida de privaciones y de sacrificios? La gloria eterna. Y la joven modesta, que sin ir al claustro me ha consagrado su virginidad, que se ocupa en mi servicio, que limpia sus ojos cuando padece, para que no se vean sus lágrimas, ¿no espera también una gloria perdurable? Y esa multitud de madres de familia que trabajan para vivir por que el esposo las abandonó enteramente, ¿no aguardan el premio de sus aflicciones? Considera bien la sociedad en que vives, medita lo que pasa cerca de ti, y recogerás copiosos motivos que te animaran a continuar en la carrera que haz emprendido.

 

¡Alma cristiana! Haz gustado las amargas yerbas de tierras lejanas, no te apartes de mí. Sé pobre, humilde, penitente, carga la cruz, y no te apartes de mí.

 

Hija de la fe! Mis promesas se cumplirán, reinarás con los justos en el cielo; pero tus pasos han de ser firmes en la tierra; camina, no te detengas, no te apartes de mí.

 

EL ALMA CRISTIANA.

Postrada en el polvo bendigo tu santo nombre. ¡O Jesús! ¡O Esposo! ¡O Padre! ¡O Rey! Tu palabra será mi escudo, tu amor mi vida, y al participar de tus sacramentos, mi espíritu recibirá la gracia celestial que lo inflame. Reuniendo algunos de los nombres con que te llama la santa iglesia, elevo así mi oración.

 

Señor, tened piedad de nosotros.

Jesucristo, tened piedad de nosotros.

Dios padre celestial, tened piedad de nosotros,

Dios Hijo, redentor del mundo, tened piedad de nosotros.

Dios Espíritu Santo, tened piedad de nosotros.

Santísima Trinidad, que eres un solo Dios, tened piedad de nosotros

 

Jesús, hijo de Dios vivo, R. TEN MISERICORDIA DE NOSOTROS.

Jesús, esplendor del Padre,

Jesús, espejo de justicia,

Jesús, rey de la gloria,

Dios fuerte,

Padre del siglo futuro,

Poderoso,

Humilde,

Dios de la paz,

Padre de los pobres,

Buen pastor,

Luz verdadera,

Sabiduría eterna,

Bondad infinita,

Jesús, nuestra vida y nuestro gozo,

Jesús, alegría de los Ángeles,

Jesús, maestro de los Apóstoles,

Jesús, fortaleza de los Mártires,

Jesús, pureza de las Vírgenes,

Jesús, corona de todos los Santos

 

De todo pecado, R. LIBRANOS SEÑOR

De la ira eterna,

De las tentaciones del diablo,

Por el misterio de la santa Encarnación,

Por tu nacimiento,

Por tu vida admirable,

Por tus trabajos,

Por tu pasión y agonía,

Por tu muerte y sepultura,

Por tu resurrección,

Por tu inmensa gloria,

 

Cordero de Dios que borras los pecados del mundo, perdónanos, Jesús.

Cordero de Dios, que humilde y paciente sufriste la muerte por los pecadores, perdónanos, Jesús. Cordero de Dios que castigando sanas, perdónanos, Jesús.

 

ORACION.

Salve, ¡oh Jesús! salve, imagen del padre! salve, Jesús médico, Jesús juez, ¡Jesús glorificador! mi alma se llena de gozo al saludarte con estos títulos que encierran toda mi fe y esperanza. No desprecies, Jesús mío, las ardientes súplicas que elevamos a ti para que nos purifiques y nos salves. Aunque llena de confianza en tu misericordia sin límites, interpongo de medianera a mi dulce madre, a María, a la reina poderosa de los Ángeles. De lo alto de tu trono María te pide la salud de los pecadores. Concédenos, amantísimo Jesús, que la funesta discordia vuelva al abismo de donde salió, que se estreche el vínculo de la unión, para que nuestra bella patria, floreciendo en ella todas las virtudes, sea un trasunto de las delicias que gozaremos en la gloria eterna. Amén.

 

 

Colaboración de Carlos Villaman


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