NOVENA DEDICADA AL SEÑOR DE LAS
MISERICORDIAS
QUE SE VENERA EN LA IGLESIA DEL HOSPITAL
GENERAL DE GUATEMALA
Y
Oración de las Cinco Llagas de Nuestro
Redentor Jesucristo
Con Licencia de la Autoridad Eclesiástica
Guatemala, 1920
Tipografía Sánchez y de Guise
Puesto
de rodillas, y después de persignarse se dirá lo siguiente:
Santísima
Trinidad, Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo: yo adoro con la más
profunda humildad vuestras soberanas infinitas perfecciones, yo creo y confieso
con todo mi corazón, que sois un solo Dios en esencia y Trino en personas,
Santo, Justo, poderoso, Inmenso, Eterno, Creador de los cielos y la tierra y de
todas las cosas visibles e invisibles, que Vos, Dios Padre, sois ingénito, que
Vos, Dios Hijo, sois unigénito del Padre, y que Vos, Dios Espíritu Santo, sois
procedente del Padre y del Hijo. Reconozco, ¡Oh Padre Omnipotente! Que soy
criatura vuestra, que fui redimido con la sangre preciosa de vuestro Hijo
Redentor, y que he recibido de vuestro Espíritu Divino la gracia de que tantas
veces he abusado, y a que fuertemente he resistido. Y así lo confieso ¡Oh Dios
mío! pero al mismo tiempo detesto con toda mi alma, la ingratitud con que he
correspondido a tantos beneficios. ¡Oh, y cuanto me pesa esta criminal
correspondencia! ¡Cuánto siento haber ofendido a mi Creador, a mi Salvador y a
mi glorificador! Pero si he tenido, Señor, la desgracia de ofenderos, vedme
aquí ya desde ahora, dispuesto a detestar mis delitos. Mas ¡Ay, que este mi
corazón endurecido no puede moverse a la contrición, si Vos, Señor le negáis
vuestra gracia! No me la rehuséis, Dios mío, pues que conocéis cuales son mis
disposiciones. Usad, por tanto, con este infeliz pecador de vuestras
misericordias, para que pueda tener la dicha de cantarlas por eternidades de
gloria. Amén.
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Adorable
Salvador y Redentor de mi alma, que pendiente de ese leño sagrado, sufriste por
redimirme la muerte mas cruel e ignominiosa: yo adoro con todo mi corazón tu
Pasión sacrosanta, y te confieso y reconozco en ese madero como el modelo mas
perfecto de toda santidad y de toda justicia, de la humildad más profunda, de
la obediencia más sumisa, de la resignación más entera, de la dulzura más
inalterable, de la paciencia más heróica, de la caridad más ardiente, como
modelo, en fin, de todas las virtudes y de la perfección de todas ellas. Tu,
Dios mío crucificado, me enseñas desde lo más alto de una cátedra sublime, las
verdades de la salud y los oráculos de la sabiduría. Aquí es donde la
misericordia y la justicia se han unido para darnos el beso santo de la paz,
qui encuentran refugio los pecadores, asilo los penitentes, apoyo los justos,
consuelo los afligidos, y la más dulce y preciosa herencia todos los
cristianos. Pues, ¡Oh Cruz preciosa de mi Salvador! Recibe mis adoraciones y
homenajes, consagra para siempre mis sentimientos y mi corazón, para que, por
tu medio, logre alcanzar las gracias del que en ti me redimió y te santificó
con su saludable contacto. Amén.
Alabada sea la Pasión y
muerte de nuestro Redentor Jesucristo
DÍA PRIMERO
CONSIDERACIÓN
Considera
aquí ¡Oh cristiano! Que te hallas en el monte santo del Calvario, y que eres
uno de los espectadores de la más lastimosa, pero de la más injusta y
sangrienta tragedia que jamás vieron ni verán los siglos, que entre los silbos
y burlas de la desvergonzada plebe y soldadesca, conducen a tu adorable
Salvador, fatigado con el insoportable peso de la Cruz, desfigurado su rostro
con el sudor, sangre, cardenales y polvo que en el había, temblando su adorable
cuerpo, que, rendido a tantos tormentos, apenas podía mantenerse en pie.
AFECTO
¡Oh
mi buen Jesús! ¿y como así tan desfigurado y abatido? ¿para que tanto padecer
por los pecadores? Mientras yo, el más miserable de todos ellos, procuro
caminar con pie firme por las sendas torcidas de la perdición. Vos, para curar
mis extravíos y conducirme por la que lleva a la vida eterna, apenas podéis
sosteneros en pie. Mientras que yo, con los afeites y adornos de un cuerpo que
no es más que miseria y corrupción, procuro armar lazos a la inocencia,
fomentar mi vanidad y mi amor apropio, Vos, mi Jesús, tenéis afeado y cubierto
de sangre ese hermosísimo rostro, en quien se complace el Padre Eterno y que
hace toda la alegría de los ángeles y de los bienaventurados. Mientras que yo
llevo alegre y gustoso a la pesada carga de mis pecados, Vos, Dios mío, apenas
podéis sosteneros con el peso de una Cruz en que están figurados todos
ellos. ¿esta es Señor, mi buena
correspondencia a vuestros trabajos y a vuestros dolores? ¡Oh, y cuanto me pesa
tan horrorosa ingratitud! Dadme, pues, vuestra gracia para que con ella sepa
compadecerme de Vos y de mí mismo, y que, meditando en vuestra pasión
santísima, experimente las indecibles dulzuras de que habéis hecho
participantes a tantas almas justas por el camino santo de la Cruz. Amén.
Alabada sea la Pasión y muerte de nuestro
Redentor Jesucristo
ORACIÓN A LAS CINCO LLAGAS DE NUESTRO
REDENTOR JESUCRISTO
A LA DEL PIE IZQUIERDO
Jesús Crucificado: Por la llaga santísima de vuestro
pie
izquierdo, haced que apartándome del camino torcido que lleva a la perdición,
solo ande y camine por el conduce a la salvación. Amén.
Padre nuestro, Ave María y Gloria.
A LA DEL PIE DERECHO
Jesús
Crucificado: Por la llaga santísima de vuestro pie derecho, haced que yo
permanezca y persevere hasta la muerte en el mejor cumplimiento de vuestra
santísima ley. Amén.
Padre
nuestro, Ave María y Gloria.
A LA DE LA MANO IZQUIERDA
Jesús
Crucificado: Por la llaga santísima de vuestra mano izquierda, haced que yo
abomine y desprecie todas las obras que me aparten de vuestro santo amor y
servicio. Amén.
Padre
nuestro, Ave María y Gloria.
A LA DE LA MANO DERECHA
Jesús
Crucificado: Por la llaga santísima de vuestra mano derecha, haced que todas
las obras que con ellas hiciere, se dirijan a vuestra mayor honra y gloria.
Amén.
Padre
nuestro, Ave María y Gloria.
A LA DEL COSTADO
Jesús
Crucificado: por la llaga santísima de vuestro costado santísimo, haced que
encuentre yo siempre abiertas las puertas de vuestra misericordia, para obtener
el perdón de todos mis pecados. Amén.
Credo.
ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA
Dolorosísima
Virgen María, que siguiendo los pasos a tu dulcísimo Jesús, viniste al Santo
Monte Calvario, donde le viste llegar fatigado y abrumado con el duro peso de
la Cruz, ensangrentado su hermosísimo rostro, desfigurado y afeado: te suplico,
Señora, por este dolor que cruelmente traspasó tu purísimo corazón, me alcances
la gracia que necesito para llevar con resignación la cruz de los trabajos que
merezco por mis pecados, una verdadera compasión de las penas de mi Señor
Jesucristo y una santa imitación de todas ellas, para que, mortificado en la
tierra, logre después en su compañía glorificarle en el cielo. Amén.
HIMNO PARA TODOS LOS DÍAS
Ya del Rey se enarbola el estandarte,
De la Cruz el misterio resplandece, ´
De la vida el Autor muerte padece,
Y con ella la vida nos reparte.
Pues al violento impulso de un soldado,
Herido con la lanza cruelmente,
Para lavar al hombre delincuente
Agua y sangre manó de su costado.
Ya cumplida se ve la profecía,
Que, en verso, siempre fiel, David cantaba,
Y a todas las naciones anunciaba
Que Dios en un madero reinaría.
¡Árbol el más brillante y hermoso,
Con la sangre del Rey ennoblecido,
De tronco digno y fértil escogido
Para tocar el cuerpo más precioso!
Dichoso, en cuyos brazos enclavado,
De los siglos el precio está pendiente
Hecho peso del cuerpo, y juntamente,
Quitando a los abismos lo robado.
Saludámoste, ¡Oh Cruz, firme esperanza!
En este tiempo y días dolorosos
Acrecienta la gracia a los piadosos,
Y el perdón de sus culpas al reo alcanza.
¡Oh Trinidad, de vida clara fuente!
Todo espíritu rinda a Ti la gloria,
A los que de la Cruz das la victoria,
Concédenos el premio eternamente.
L/: Te adoramos, ¡Oh Cristo! Y te
bendecimos
R/: Que, por tu Santa Cruz,
redimiste al mundo
Alabado
sea el Santísimo Sacramento del Altar, la Pasión y Muerte de Jesucristo nuestro
Señor, los dolores de su Madre Santísima, María, Nuestra Señora, concebida sin
mancha de pecado original en el primer instante de su ser Inmaculado. Amén.
DÍA SEGUNDO
CONSIDERACIÓN
Considera
cristiano, que, sin permitir el menor descanso al adorable Redentor,
embistieron a su sagrada persona los verdugos, y quitándole de sus doloridos
hombros el Santo Madero de la Cruz, le desnudaron con indecible fiereza de sus
vestiduras, renovándole todas las llagas de los azotes y golpes que había
sufrido en aquella noche, dejándole desnudo a presencia de innumerable gente,
con extraña confusión y vergüenza.
AFECTO
¡Oh
Jesús de mi corazón! ¿Qué nuevos trabajos dolorosos son estos? ¿Dónde están
Señor, las pieles con que vestisteis al desnudo del antiguo Adán? ¿Dónde las
alas de los querubines que cubrieron el Arca del Testamento? ¿en donde las
nubes del Tabor y las toallas del Cenáculo, para que ahora se cubriera con
ellas vuestra desnudez y se templase en algún modo la abundancia de vuestro
rubor modestísimo? Mas, ¡Ay de mí! ¿Y que excusa podrá tener en adelante mi
lujo y mi vanidad, a vista de la vergonzosa desnudez de mi Dios? Para vestir
este cuerpo de pecado no contentan ni satisfacen los tejidos más finos y
delicados, y para cubrir el cuerpo inocente de mi Dios, no se conceden ahora ni
aun los miserables andrajos con que poco antes fue burlado en casa de Pilatos. ¿Qué
responderé yo, oh Dios mío, cuando en la hora de mi muerte me hagáis tan
formidable reconvención, cuando me preguntéis si he vestido a vuestros pobres,
siquiera con los desperdicios de mi lujo y profesión? ¡Ah, y cuanto sentiré en
aquel momento verme igualmente desnudo de la preciosa estola de la inocencia!
Para que yo evite, ¡Oh buen Jesús! Este rubor y confusión, haced por el dolor
de vuestra desnudez que, adquiriendo por medio de la penitencia, la inestimable
vestidura de la gracia perdida, me desnude de todo lo terreno y perecedero, y
solo aspire a lo eterno y permanente. Amén.
Aquí se pide la gracia, luego se reza la
oración de las cinco llagas, y después lo siguiente:
ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA
Dolorosísima
Virgen María, que después de haber acompañado a tu dulcísimo Hijo hasta el
Monte Calvario, le viste desnudar con indecible fiereza de sus propios
vestidos, quedando desnudo a vista de todos, alcánzame Señora, por este dolor
que penetró en tu corazón purísimo, que en la presencia de mi Dios, aparezca yo
desnudo de buenas obras, sino que, por su misericordia y tu mediación, pueda,
después de haberlas practicado en la vida, aparecer cargado y vestido de ellas
en la hora de mi muerte. Amén.
Se continua como en el día primero.
DÍA TERCERO
CONSIDERACIÓN
Considera
como, desnudo el Salvador, a vista de inmenso pueblo, le dieron a beber vino
mirrado con hiel: pondera esta nueva invención de tormentos, y mira la
indecible mansedumbre del Señor, que no rehusó gustar de esta bebida cuanto bastó
para amargar la lengua, que era la única que se había librado de ser
atormentada.
AFECTO
Si,
Señor, ya se cumplieron los oráculos que anunciaban que os darían la hiel por
alimento, que el fruto que os ofrecería la viña que con vuestras manos plantasteis,
sería el de racimos amarguísimos. Yo alabo, mi buen Jesús, vuestra inalterable
paciencia en tantos trabajos, y me reprendo con el mayor rigor al considerar
las infinitas veces que con mis obras malas os he dado a gustar hiel más
amarga, que la que os dieron los judíos en el Calvario. Dame, Señor, un dolor
capaz de enternecer y ablandar la dureza de mi corazón, y no permitáis que en
las buenas obras que, por vuestro santo servicio, practicarse se mezcle la hiel
de la vanagloria, de la hipocresía o del amor al propio, que tanto las estragan
y pervierten, sino que, siendo enteramente gratas a vuestros divinos ojos,
pueda con ellas adelantar en la carrera de mi salvación y merecer nuevas
gracias de vuestra bondad y misericordia. Amén.
Aquí se pide la gracia, luego se reza la
oración de las cinco llagas, y después lo siguiente:
ORACIÓN A MARÍA SANTÍSMA
Virgen
Santísima, Madre de mi Señor Jesucristo: yo te contemplo, Señora, penetrada del
más indecible dolor al ver el nuevo tormento que la crueldad de los judíos
inventó con el vino mezclado con hiel, que ofreció e hizo gustar a tu purísimo
Hijo, por esta pena te ruego humildemente, no permitáis que, gustando yo de los
placeres y deleites de la carne, prepare y haga beber a mi Señor Jesucristo una
hiel más amarga que aquellas, sino que antes, entregándome a los más amargos
rigores de la penitencia, pueda por su medio y por el de tu intercesión, para
participar algún día de los dulces y eternos consuelos. Amén.
Se continua como en el día primero.
DÍA CUARTO
CONSIDERACIÓN
Considera
como, habiéndole quitado al Señor la túnica, se vino enredada en ella la corona
de espinas que pusieron los judíos en la casa de Pilatos sobre sus divinas
sienes, y desenredándola de aquella, la volvieron a poner sobre su delicada
cabeza, con multiplicación de nuevas heridas y renovación de las ya hechas.
Pondera el nuevo tormento que le hacen sufrir y padecer, y alaba la heróica
constancia y el inalterable silencio con que padece.
AFECTO
Jesús
Pacientísimo, ¿Qué corona es esa de tanta ignominia con que te escarnecen los
judíos para abatir tu soberanía y majestad, y mofarse de la eternidad de tu
imperio? ¿no pudieron haberte librado de este tormento, contentándose con
haberla clavado en tu sagrada cabeza en la casa de Pilatos, haciendo penetrar sus
punzantes espinas hasta haberte cubierto de mil arroyos de sangre? ¿era
necesario que llevases hasta el lugar del suplicio las vergonzosas insignias
con que te ridiculizaron y burlaron? ¡Si, Jesús mío, tu querías que todos
viesen la cruel diadema con que Jerusalén te había ceñido en el día de tus más
alegres desposorios, y que, llevándola hasta lo alto de la Cruz, se conociesen
en todo el mundo que eras el Juez Supremo de la Gloria y el Señor absoluto de
todo lo creado! Yo te adoro, Señor, en medio de todos estos abatimientos, como
el Unigénito del Padre, como a mi Rey y a mi Salvador, y confieso ante tu
adorable presencia que mis desordenes, mis injusticias, mis venganzas, mis
murmuraciones y mis impiedades, mis excesos y mis disoluciones, han sido para Ti,
espinas más dolorosas y sensibles que las que atravesaron tu cabeza. Bien se Señor, que, ciñendo una cruel corona,
te hiciste esposo de mi alma, que contrajiste con ella una alianza de
misericordia, que le dijisteis: yo soy tu esposo, si quieres ser mía, yo seré
tuyo. Yo te di mi fé, yo te acepté por el Dios de mi alma, y como discípulo
infiel y perjuro, te he abandonado casi al punto que te conocí, mi corazón
fugitivo y errante se ha abrasado en otra llama, y mi alma se avergonzó de ser
esposa de un Dios paciente y humillado, mientras que tu cabeza está coronada de
espinas, la mía, llena de vanos adornos, solo respira fausto y orgullo,
mientras tus lágrimas corren mezcladas con tu sangre, yo me entrego a los
placeres, a las delicias y a las diversiones del mundo. Oigo tu voz, “Vuélvete
a mí, alma infiel, y yo te recibiré” Yo vuelvo a ti, ¡Oh Dios mío! y
abandonándolo todo por seguirte, solo te pido que permitas a mi corazón se
desahogue un tanto y te diga que le pesa haber quebrantado las sagradas promesas
con que se ofreció a tu servicio. En fuerza de este dolor, Dios mío, yo renuevo
al pie de tus altares el sacrificio que te hice de mi mismo, cuando
misericordiosamente me reengendraste en las aguas santas del Bautismo, y
prometo ante los Cielo y la Tierra, que de hoy para en adelante, solo viviré en
el cumplimiento de tus soberanos preceptos, que no andaré sino por el camino de
los trabajos, para que por ellos logre, cuando fuere tu santísima voluntad, la
corona de gloria y de eterna felicidad. Amén.
Aquí se pide la gracia, luego se reza la
oración de las cinco llagas, y después lo siguiente:
ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA
Afligidísima
Virgen María: penetrado de la mayor compasión, me postro Señora, en vuestra
presencia adorable, a suplicaros, por el dolor que os causo ver ceñir a vuestro
preciosísimo Hijo la cruel corona de espinas, que al despojarle de sus
vestiduras, arrancaron los judíos de sus divinas sienes, con indecible
inhumanidad y fiereza, me concedáis los auxilios poderoso de su gracia, para
que por ella, pueda detestar mis pecados, hacer verdadera penitencia de todos
ellos en la Tierra, y lograr después de mi muerte la corona eterna del cielo.
Amén.
Se continua como en el día primero.
DÍA QUINTO
CONSIDERACIÓN
Aquí
es ¡Oh cristiano! donde debes considerara a tu Dios y Redentor, obediente a las
ordenes de los verdugos, quienes después de haberle desnudado enteramente de
sus vestiduras, atormentado con hiel y ceñídole de nuevo la cruel corona, le
mandaron tenderse sobre la Cruz para crucificarla en ella. El Señor extendió
con indecible mansedumbre sus pies y manos en esta cama de dolor, y un fiero
ministro de Satanás, tomando en una mano gruesos y despuntados clavos, y
empuñando con la otra un pesado martillo, los introdujo y clavó con despiadados
y crueles golpes en las adorables manos y pies de Jesús, crucificándole de esta
suerte, como al hombre más facineroso y criminal de todos.
AFECTO
¡Oh
paciencia y humildad de mi Dios! ¿Qué es lo que han hecho Señor, esas manos
divinas que crearon los Cielos y la Tierra? ¿esa es la recompensa que reciben
por los infinitos beneficios hechos a los hombres? ¿ese es el premio que dan a
tus pies sacrosantos después de tantos pasos como dieron en solicitud de la
oveja perdida? Mas, ¡Ay de mí! ¿y como no deberé temblar al acordarme también
del abuso que he hecho toda mi vida de mis manos y mis pies? ¡Cuantas obras
malas, y cuan pocas o ningunas buenas eh obrado con ellas! ¡cuantos pasos no he
dado en el camino de la iniquidad, corriendo apresuradamente a mi perdición!
¡Oh! Y si no trato de clavar mis pies y manos en la cruz de mi Salvador, ¿Qué
será de mi a la hora de mi muerte? Desde ahora, Jesús mío, si, desde ahora,
presento mis manos y ofrezco mis pies para clavarlos con los tuyos en esa Cruz.
No me niegues, Dios mío, esta gracia, pues que deseo vivir y morir crucificado
contigo, para alabarte eternamente en el Cielo. Amén.
Aquí
se pide la gracia, luego se reza la oración de las cinco llagas, y después lo
siguiente:
ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA
Afligidísima
Virgen María, Madre de Dios, que oyendo el primer golpe del martillo con que
los verdugos enclavaron a tu dulcísimo Hijo en la Cruz, quedaste como muerta de
dolor: te ruego Señora, por pena tan cruel, que no vuelva yo a crucificar con
mis pecados a tu buen Jesús, sino que, reconociéndole y adorándole como a mi
Soberano Redentor, le ame y sirva en la Tierra, para tener la dicha de poseerle
en el cielo. Amén.
Se continua como en el día primero.
DÍA SEXTO
CONSIDERACIÓN
Ya
está crucificado el Hijo de Dios, alma mía. Considera en este paso, que,
dispuesto donde debía colocarse la Cruz, la levantaron en alto los verdugos y
la dejaron caer de golpe en el agujero de una peña. Pondera, si puedes, el
dolor que sentiría nuestro buen Jesús, viéndose pendiente de tres duros y
crueles clavos, las nuevas llagas que formaron estos en sus manos y pies
santísimos, que, abriéndose cada vez más, aumentaban los dolores y arrojaban
copiosos raudales de sangre.
AFECTO
Ya,
¡Oh buen Jesús! Has logrado tu designio, te has puesto entre el cielo y la
tierra, para que todos entiendan que viniste a reconciliarnos. ¿Esto es Señor,
lo que buscabas? ¿Se han aquietado ya tantas penas y te das enteramente por
satisfecho? Más, ¡Ay de mí! ¿y como mi corazón no se despedaza de dolor a vista
de espectáculo tan funesto? ¿Cómo puedo mirar sin conmoverme a mi Señor
pendiente de un leño, y enclavado en el sus pies y manos sacrosantas? ¿Cómo no
me apresuro a proporcionarle el alivio que pueda en tanto dolor? Aquí, ¡Oh
Jesús mío! no encuentras el menor descanso. Si encomiendas el peso de tu cuerpo
a las manos, desgarrándose estas en los clavos, te hacen padecer agonías
insufribles, si quieres hacerte firme y mantenerte en los pies, están expuestos
a los mismos desgarros que aquellas, si buscas alivio recostando tu sagrada
cabeza, se clavan con más fuerza en ella las espinas de la cruel corona. ¡Oh
bárbaro martirio! Pero, ¡Oh ingrata correspondencia mía! Mientras Tú, Señor, me
enseñas por tus abatimientos a ser humilde, yo cada vez más orgulloso y
altanero, mientras en esa Cruz, no encuentras donde reclinar siquiera la
cabeza, yo descanso y duermo tranquilo en el lecho de mis muchos pecados. ¿Qué
será de mi Señor, si a vista de este bello ejemplar no trato de conformarme en
adelante con él? Desde este momento, estoy enteramente resuelto a crucificarme
contigo en esa Cruz. No me niegues Señor, esta gracia, por tu Sangre preciosa,
y hazme participante en todos tiempos del fruto admirable de tu Pasión
Sacrosanta. Amén.
Aquí se pide la gracia, luego se reza la
oración de las cinco llagas, y después lo siguiente:
ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA
Dolorosísima
Virgen María, que apenas fue colocado en lo alto del Monte Calvario tu querido
Hijo y Mi Señor Jesucristo, te pusiste al pie de la santa Cruz para observar
más de cerca sus tormentos y sus angustias: te suplico, Señora y Madre mía, por
la grandeza de este dolor, que mi alma more siempre al pie de la Cruz de mi
Dios, para que, llorando mis pecados, los borre con las lágrimas de verdadera
penitencia. Amén.
Se continua como en el día primero.
DÍA SÉPTIMO
CONSIDERACIÓN
Considera
que después de colocar la Cruz en el Monte Calvario, crucificaron a sus dos
lados, para mayor confusión suya, a dos hombres facineroso que por sus delitos
y excesos habían sido condenados a muerte. Pondera bien cuanto sería su dolor u
tormento al verse, no solo comparado con los malos, el, que era la misma
inocencia, sino malogrado el precioso fruto de su sangre, por el que estaba a
su mano izquierda, cuya alma veía perecer miserablemente.
AFECTO
¡Oh
mi buen Jesús, que para que se cumplieran los oráculos santos, era preciso que
en vuestra crucifixión fueseis comparado y reputado con los inicuos! ¡Cuánto
siento Señor, esta nueva afrenta y dolor! Pero, ¿Quién podrá tampoco concebir
el indecible aumento que tuvo al ver la eterna desgracia que aquel infeliz que,
crucificado a vuestra mano izquierda, no quiso aprovecharse del inestimable
precio de su redención? ¿Qué será de mi Señor, en la hora de mi muerte, si
dilato hasta aquel momento mi conversión? No, mi Jesús: yo conozco que, si
vuestra misericordia no faltó al buen ladrón en aquella hora, no debo atenerme
a ella para continuar en mis pecados y diferir mi penitencia. Este instante en
me dirijo a Vos, es el que me preparéis para el más seguro arrepentimiento. No
quiero malograrlo, Dios mío, sino que antes, pesándome de haberlo dilatado
hasta aquí, digo penetrado del mayor dolor, que me pesa de haberos ofendido y
no haberos amado, que imploro con todo mi corazón, vuestra misericordia y
perdón. No me lo neguéis Señor, pues os confieso como verdadero Hijo de Dios,
mi único Redentor y Salvador. Dadme vuestra gracia para que, con ella,
confesando mis pecados, reciba el perdón de ellos y logre mi alma acompañaros
en el Paraíso. Amén.
Aquí se pide la gracia, luego se reza la
oración de las cinco llagas, y después lo siguiente:
ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA
Angustiadísima
Madre de Dios, que, viendo a tu Divino Hijo crucificado entre dos ladrones,
sentiste incomparablemente la pérdida y condenación de aquel que estaba a su
mano izquierda: te ruego Señora, por tan grande dolor, que mi alma no se vea el
día tremendo del Juicio, confundida con los precitos al lado izquierdo del Juez
Soberano, sino separada a su mano derecha, junto con las ovejas que han de
componer el precioso rebaño por toda la eternidad. Amén.
Se continua como en el día primero.
DÍA OCTAVO
CONSIDERACIÓN
Considera
en este día ¡Oh cristiano! Que, aunque pudiera haberse dado por satisfecha la
crueldad y el furor de los judíos, por haber crucificado a Jesús, no cesan
todavía de atormentarle con insultos y desprecios vergonzosos, pues mofándose
de su divinidad, le piden que se salve a si mismo y que, si es el Hijo de Dios,
descienda de la Cruz y se libre de los tormentos.
AFECTOS
¡Oh
dulcísimo Jesús, Redentor de mi alma! ¿Cuántas veces, con malicia mas refinada
que la de aquel pueblo, he vomitado contra Vos iguales, y acaso peores
insultos, tentando vuestra sabia Providencia y vuestra infinita misericordia?
Mis pecados, Dios mío, si, mis muchos pecados, han sido para Vos, desprecios
mas señalados y sensibles que los de los verdugos al pie de la Cruz. ¿Qué remedio
me queda para reparar en algún modo las ofensas que con tanto descaro he
multiplicado? No otro, Señor, sino el postrarme a vuestra presencia, no como
judío, sino como cristiano, no como enemigo, sino como discípulo, no para
insultaros, Jesús mío, diciéndoos: “Si sois Hijo de Dios, descended de la Cruz”
sino que, para suplicaros, porque sois Hijo de Dios y moriste en la Cruz, que
tengáis lastima y compasión de mí… de mi Señor, que soy el mayor entre los
pecadores… de mi Señor, que, como el más ingrato de todos ellos, merezco menos
el perdón. ¡Oh, y cuanto siento Dios mío, no poder manifestaros la iniquidad de
mis procedimientos! Vos lo conocéis mejor que yo, pero apartad, os ruego, esos
divinos ojos de mis muchos pecados, no veáis sino mis lágrimas, y no escuchéis
sino los suspiros de mi corazón, de este corazón que, si tanto tiempo ah
conspirado contra Vos, ahora llega contrito a implorar vuestra misericordia.
Usadla mi buen Jesús, con este ingrato, para que, haciendo seria penitencia en
adelante, logre en el último término de la vida, rendir el espíritu en vuestras
manos, para amaros y bendeciros por toda la eternidad. Amén.
Aquí se pide la gracia, luego se reza la
oración de las cinco llagas, y después lo siguiente:
ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA
Purísima
Virgen María: ¡Cuánto siento Señora, el sumo dolor que os causaron los insultos
e infames dicterios con que los judíos se burlaban de vuestro Hijo Santísimo
pendiente de la Cruz! Por tan inexplicable pena, os ruego Señora, me alcancéis
de la soberana Majestad, la gracia de reparar en algún modo estos agravios,
empleándome solo en bendecir y engrandecer su pasión dolorosa y en publicar por
donde quiera sus alabanzas, como que solo a Él pertenece el honor y la gloria
por los siglos de los siglos. Amén.
Se continua como en el día primero.
DÍA NOVENO
CONSIDERACIÓN
Considera
alma, cuanto sufrió el Hijo de Dios en aquellas tres horas que estuvo pendiente
de la Cruz, abrumado de males y dolores, sumergido en un diluvio de sangre y de
lágrimas, arrojando gritos lastimosos desde el abismo de su dolor hacia el
Cielo, tenido como una víctima que se degüella y que ya no le resta un momento
de vida, que se obscurecen sus ojos, que se pone pálido el rostro, que el pecho
se levanta, que su cuerpo todo se cubre de un sudor mortal, y que dando una voz
lastimosa, inclinó su cabeza y expiró.
AFECTO
¡Ay!
¡Ay, mi buen Jesús, crucificado y muerto por mi amor! Ya queda, Señor,
satisfecha la justicia del Eterno Padre, ya se han roto las cadenas del
cautiverio de Satanás, y cancelado la escritura del dominio que por el pecado
del primer hombre tenía adquirido sobre sus descendientes, ya se han abierto
las puertas del Cielo y se nos ha restituido la preciosa herencia que habíamos
perdido. Esta muerte, vergonzosa e infame para Vos, ha sido para nosotros el
precio de nuestra redención y la prenda de nuestra felicidad eterna. Pero
después nos habéis redimido, Señor, a tanta costa ¿Qué hemos adelantado para
nuestro provecho y conveniencia? ¡Ay Señor! abusar del inestimable beneficio,
hollar con el más descarado atrevimiento y la impiedad más cruel, la sangre
preciosa que con tal liberal profesión agotasteis para nuestra santificación,
empuñar repetidas veces en nuestras manos sacrílegas los martillos y los
clavos, prepararos de nuevo una cruz más dolorosa, crucificándoos en ella,
renovándoos la muerte y pasión, tantas veces cuantas multiplicamos nuestros
delitos y abominaciones. ¡Cuánto me acobardará Señor, el estrecho lance de mi
muerte vuestra imagen crucificado, cuando, a la vista de los tormentos de mi
Dios, reconozca la indiferencia con que, en el discurso de mi vida, me conduje
respecto de tan copiosa redención! ¿Qué podré responder cuando mudamente me
arguyáis que, pudiendo haberme salvado el cumplimiento de vuestros soberanos
preceptos, me he perdido y condenado por haber seguido la ley de mis pasiones y
miserables encantos del mundo? ¡Ay Señor, que la consideración sola de esta
terrible desgracia me llena del mas espantoso terror! ¿Qué recurso me queda
después de tantos pecados como agravan mi conciencia y me han puesto a las
puertas del abismo? El más seguro, Jesús mío, es vuestra misericordia y
vuestros infinitos merecimientos. Mi corazón, penetrado del más intenso dolor,
clama y grita: ¡Misericordia! Yo no dudo alcanzarla, Señor, mirando que si en
vuestra muerte inclinasteis la cabeza, fue por mostrarnos que nos concederías
cuanto pidiésemos, y que a nuestras peticiones siempre dirás si, que vuestros
brazos siempre quedan abiertos para recibirnos y abrazarnos, vuestros pies,
enclavados, para esperarnos, vuestro corazón, traspasado, para mostrarnos
vuestro amor, todas vuestras llagas, abiertas, para que tengamos nido y refugio
donde escondernos y puertas francas por donde entrar. Recibidme pues, Señor, en
ellas, estrechadme en vuestros amorosos brazos, hablad y decid: Ya estáis
perdonado, para que mi alma, libre de las angustias que tanto la oprimen,
respire y viva detestando siempre los días inútiles de la pasada vida, y
cuidando en delante de amaros y serviros en la Tierra, para poder después
poseeros en el Cielo. Amén.
Aquí
se pide la gracia, luego se reza la oración de las cinco llagas, y después lo
siguiente:
ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA
Angustiadísima
Madre de Dios, que, al oír la espantosa voz de vuestro crucificado Hijo,
alzasteis los ojos y le visteis con la cabeza caída, los ojos cerrados,
cárdenos los labios y cubierto con la amarillez de la muerte, reconociéndole
difunto. Por este dolor, Señora, que afligió vuestro purísimo corazón, os
suplico me alcancéis la gracia de acabar mi vida con las mismas palabras que ÉL
acabó la suya, encomendando mi espíritu en vuestras manos, para que,
recibiéndole en ellas, le esconda entre sus llagas y le ampare como verdadero
Padre, para que me aproveche del mérito de su Pasión y Muerte. Amén.
Se
continua como en el día primero.
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