PRIMITIVA NOVENA PARA EL AGUINALDO
Por el Padre Fernando de Jesús Larrea OFM
Bogotá, Colombia
1843
Advertencia
Es
conveniente, que los fieles esperen la venida del Señor, confesando y
comulgando en esta Novena, teniendo todos los días a lo menos una hora de
oración, y haciendo algunas mortificaciones, para que dispuestas las almas con
devotos ejercicios, logren del Cielo benignas influencias.
El
Ilmo. Sr. Obispo de Popayán, Dr. Salvador Jimenes, concedió cuarenta días de indulgencia
a cada una de las oraciones de esta Novena.
Hecha
la señal de la Cruz y el Acto de Contricción harás al Eterno Padre la siguiente
súplica:
Benignísimo
Dios de infinita caridad, que tanto amasteis a los hombres, que les disteis en
vuestro Unigénito la mejor prenda de vuestro amor, para que hecho hombre en las
entrañas de una Virgen, naciese en un pesebre para nuestra salud y remedio, yo
en nombre de todos los mortales os doy infinitas gracias por tan soberano
beneficio; y en retorno os ofrezco la pobreza, humildad y demás virtudes de
vuestro hijo humanado; suplicándoos por sus divinos méritos, por la incomodidad
con que nació, y por las tiernas lágrimas que derramó en el pesebre, que
dispongáis nuestros corazones con humildad profunda, con amor encendido, con
total desprecio de todo lo terreno, para que mi Jesús recién nacido, tenga en
ellos su cuna, y more eternamente. Amén.
Salúdese
tres veces a la Trinidad Beatísima con el verso de Gloria Patri.
PRIMER
DÍA
CONSIDERACIÓN
Considera,
que, estando el hombre por la culpa privado para siempre de la Gloria, y
reducido a un estado infeliz y miserable, tuvo por bien el misericordioso Señor
de hacer con el hombre un beneficio nunca oído, cual fué hacerse hombre, nacer,
padecer y morir por su salud y remedio; vestir nuestra naturaleza por
liberarnos de la culpa. Si un Serafín se hiciese hormiga, por favorecer a una
hormiguita despreciable, quedáramos atónitos, viendo que una naturaleza tan
alta se abatía por cosa tan vil, y que tan poco le importaba. Mucho más nos
debemos maravillar de que todo un Dios se hiciese hombre por nosotros, que
somos infinitamente menos, respecto de su Majestad que una hormiga respecto del
más elevado Serafín. Lo que admira es, que pudiendo perdonar al hombre de pura
gracia, no quiso, sino unirse con su naturaleza con vínculo indisoluble, cual
es la unión hipostática. ¿Quién jamás pensara, que el hombre, y Dios quienes la
naturaleza y la culpa habían puesto distancia infinita, habían de juntarse en
una sola persona? Todo lo venció el amor: este sacó del seno del Eterno Padre a
su Hijo, y lo unió con la criatura para nunca apartarse de ella.
ORACIÓN
¡Oh
Señor! ¿Qué es el hombre que así lo engrandeces, y pones en él tu corazón?
¿Quién es ese gusanillo vil, a quien comunicas tu misma Divinidad? Si el hombre
fuera la vida de tu vida, y dependiera de él tu Divino ser, no pudieras por él
haber hecho mayores finezas, ni le hubieras amado con más excesivo amor. Haced,
Señor y Dios mío, que yo corresponda a tan grande beneficio, no amando otra
cosa fuera de vos. Tú te hiciste hombre mortal y pasible, para que los que
viven solo viven para vos. Tú me compraste a fuerza de beneficios, para que
reconociéndome siempre esclavo vuestro, solo me emplee en servirte. Amén.
ORACIÓN
A NUESTRA SEÑORA PARA TODOS LOS DÍAS
Soberana
María, que por vuestras grandes virtudes principalmente por tu humildad,
mereciste que todo un Dios se hiciese hombre en tu sagrado vientre; infinitas
gracias doy al mismo Señor, porque te escogió por madre y para tan alta
dignidad te adornó con infinitos dones de naturaleza y gracia; suplícote,
Señora, nos alcancéis ardientes deseos de ver al hermoso niño, y heroicas
virtudes para recibirlo en nuestras almas, por aquellos actos de amor con que
diste a luz el fruto de tu vientre, y por la dulce ternura que sintió tu alma,
al tenerlo en tus brazos, aplicarlo a tus pechos, besarle su divino rostro, y adorarlo
como a vuestro Dios y vuestro Hijo. Amen.
Nueve
Ave Marías en memoria de los nueve meses que la Divina Reyna tuvo al Hijo de
Dios en su purísimo Vientre.
ORACIÓN
A SEÑOR SAN JOSÉ
¡Oh
Santísimo José Esposo de María, y Padre putativo de Jesús! Infinitas gracias doy
a Dios, porque os escogió para tan altos ministerios, y os adornó de todos los
dones proporcionados a tan excelente grandeza; por el inexplicable gozo que
tuviste al ver nacido al Niño Dios, y por las encendidas lágrimas que vertieron
tus ojos al verle nacido en un establo; te suplico me alcances de este Señor
fervorosas ansias de verlo y recibirlo. Amén.
Un
Padre nuestro y Ave María al Sr. San José.
AFECTOS
Y ASPIRACIONES POR LA VENIDA DEL NIÑO DIOS
Dulce
Jesús mío,
Mi
Niño adorado.
R/:
Ven a nuestras almas,
Ven,
no tardes tanto.
Del
seno del Padre
Bajaste
á humanaros,
Deja
ya el materno
Para
que te veamos.
De
montes y valles
Ven
¡Oh deseado!
Rompe
ya los Cielos,
Brota
flor del campo.
Raíz
de Jesé,
Adonaí
Sagrado,
Sapiensa
del Padre,
Y
de su luz rayo.
Llave
de David,
Legislador
Sabio,
Guía
de tu Pueblo,
Y
Rey Soberano.
¡O
Manuel Divino!
Mi
amante, y mi amado,
Ven
al mundo ya,
Apresura
el paso.
Veante
mis ojos,
Oiga
ya tu llanto,
Bese
ya tus pies,
Bese
ya tus manos.
Ven,
Hermoso Niño,
Ven,
Dios humanado,
Que
todas las gentes,
Te
están esperando.
Ven
que ya con ansia
Te
están deseando
Todos
los hombres
Para
su reparo.
Ven,
que ya los Santos
En
Limbo encerrados,
Con
Joaquín y Ana,
Por
ti están clamando.
Ven,
que ya María
Previene
sus brazos,
En
que pueda al mundo
Visible
mostraros.
Ven,
que ya José
En
tierra postrado,
Amante
te espera,
Con
anhelo sacro.
Ven,
Salvador nuestro
Por
quien suspiramos.
Ven
a nuestras almas,
Ven,
no tardes tanto.
ORACIÓN
Excita,
Señor, tu gran poder; ven, y socórrenos con tan eficaces auxilios de tu gracia,
que, aunque lo impidan nuestras culpas, acelere tu piedad nuestro remedio. Amén.
Hoy
en reverencia de las camisitas del Niño, harás cien actos de amor de Dios, y
besarás treinta y tres veces el suelo.
DÍA
SEGUNDO
Considera, que no hizo Dios con sus Ángeles, lo que hizo con nosotros: quiso encarnar por redimirnos, dejando en ·su miseria a los Ángeles que pecaron. ¡Oh que envidia tendrán de estos los Demonios! No se puede alcanzar, por qué hizo con nosotros esta misericordia que negó a los Ángeles. Considera también, que pudiendo haber venido al Inundo con la majestad y grandeza que pedía su persona, sin pasar por tantos trabajos y penalidades; pues cualquiera acción de Cristo era bastante para redimir mil mundos; con ser así, para que nuestra redención fuese más copiosa, quiso padecer trabajos desmedidos: con lo cual se hermanó la justicia con la misericordia, en esta obra de la redención, pues en ella quedó perdonado el pecador, y castigado su delito; por tener misericordia con el culpado, quiso el Eterno Padre guardar justicia con el inocente, siendo que padeciese, y muriese su mismo Hijo. En esta misma obra se juntaron maravillosamente las paces entre Dios y los hombres; porque se pagaron superabundantemente nuestras deudas con la preciosa sangre del Redentor: quien quiso ser Dios y Hombre a un mismo tiempo, para satisfacer cumplidamente como Dios, y cargarse de nuestras deudas como Hombre; aprovechándose del título de Hombre para deber, y del de Dios para pagar. Demas de esto, con hacerse Hombre el mismo Dios, curó nuestra soberbia con su humildad, nuestra avaricia con su pobreza, nuestra ira, con su paciencia, nuestra ingratitud y de amor con su amor y finezas. No se pudo hallar en la Sabiduría Divina, y en su infinita caridad traza más excelente, para favorecer al hombre.
ORACIÓN
¡Oh
Divino Señor! tanto amaste a los hombres, que no contento con hacerte hombre,
quisiste padecer por ellos trabajo, fatigas y dolores: a costa de penalidades nos
redimiste, con tanto daño propio, como provecho nuestro. Para vos tomasteis el
padecer, porque nos amasteis más que a tu propia vida. No permitas, Dueño mío,
que yo corresponda ingrato a tus piedades ni que en mí se malogren tus finezas.
Dadme una generosa resolución, para nunca ofenderte, y hacer cosas grandes por
tu amor. Amén.
Hoy
en reverencia de los pañales rezarás tres estaciones mayores por las ánimas del
Purgatorio.
DÍA
TERCERO
Considera, como luego que el Divino Verbo se hizo Hombre en las purísimas entrañas de María, cuando apenas su cuerpecito no era mayor que el de una Abeja, el Alma Santísima de Cristo deificada y adornada con toda ciencia y gracia, y de todo lo necesario para las operaciones de sus potencias; se humilló profundamente; y con esta humillación admitió el ser pasible, y se ofreció en sacrificio por Redentor del linaje humano: y desde entonces ningún entendimiento criado puede comprender las tribulaciones interiores; que comenzó a padecer su Alma Santísima. Fué tan grande su penar en todo el tiempo que estuvo en el vientre el María, que todo lo padecido y lo que se padecerá hasta el fin del mundo, es muy corto, comparado con ese padecer. Luego que esa Santísima Alma se unió al cuerpo, conoció, que los hombres con la culpa menospreciaban a la Majestad Suprema. Añadiósele la viva representación de todo lo que su Humanidad había de padecer en el discurso de su vida, y al ver que su amor y finezas no habían de ser correspondidas, y que habían de ser innumerables los que se habían de condenar, fué excesivo su dolor. A más de esto, los tormentos de los condenados, las penas de las almas del Purgatorio, las persecuciones de la Iglesia, los tormentos de los Mártires, los dolores de su querida Madre, los trabajos de los hombres, eran cuchillos, que herían su tierno y amante corazón, porque todo lo tenía presente con suma claridad. Era a veces tan desmedida su angustia, que le hacía sudar sangre en el vientre virginal. En medio de estas penas interiores, nunca cesó de pedir por los hombres; tal vez el Niño Dios en aquella sagrada caverna, se ponía de rodillas, y en forma de Cruz, para orar por los pecadores a su Eterno Padre sin que hubiese instante que dejase de pedir por ellos.
ORACIÓN
Amante
Jesús mío: infinito es tu amor, tu misericordia sin medida; pues apenas tomaste
nuestra naturaleza, comenzaste a padecer horribles penas por los hombres. Si
nuestro corazón no es de piedra, no será dable, que, al toque de tales finezas,
no se halle rendido de amoroso dolor, y agradecimiento. Cuando así había de ser,
he olvidado tus beneficios, y correspondido con culpas a tus piedades: a tus pies
me acojo arrepentido, y te ruego perdones mis pecados, y me des gracia para
siempre emplearme en, tu servicio. Amén.
Hoy
guardarás silencio.
DÍA
CUARTO
Considera,
como acercándose a la Divina Madre su feliz parto, crecieron mucho los afectos
amorosos, esperando a su Hijo y Dios verdadero, para recibirlo en sus brazos,
criarles a sus pechos, y recibirle como Madre. Hablando algunas veces con su
Hijo le decía: Amor mío, dulcísimo Redentor Criador del Universo
¿cuándo gozarán mis ojos de la luz de vuestro Divino Trono? ¿Cuándo
se consagrarán mis brazos en Altar de la Hostia que agrada a nuestro
Eterno Padre? ¿Cuándo, besando como Sierva donde hollaren vuestras
plantas, llegaré como Madre al ósculo deseado de mi Alma, para que, participe
en vuestro Divino aliento de nuestro mismo espíritu? ¿Cuándo Señor mío,
os mostrasteis a los mortales después de tantos siglos que has estado
oculto y escondido? ¿Cuándo los hijos de Adán, cautivos por sus culpas,
conocerán a su Redentor, hallarán a su Maestro, a su Hermano y Padre
verdadero? ¡Oh vida mía, luz de mi Alma, virtud mía, querido mío, por quien
vivo muriendo! Hijo de mis entrañas, ¿cómo hará oficio de Madre, la que no lo
sabe hacer sabe de esclava? ¿Como os trataré dignamente, que soy un gusanillo
vil, y pobre? ¿Corno os serviré, siendo Vos la Santidad infinita, y yo polvo y
ceniza? ¿Y que haré yo, Bien mío, si de mis entrañas sales al mundo a padecer
afrentas y trabajos, y a morir por el hombre, si no muero con Vos, y os
acompaño al sacrificio? Quite mi vida la causa y motivo, que ha de quitar la
vuestra, y si no es posible revocar el decreto del Eterno Padre, para que sea
la redención copiosa, y que quede satisfecha vuestra caridad, recibid mis
afectos, y tenga yo parte en los trabajos de vuestra vida. En
estos afectos amorosos, y en prevenir los pañales, se entretenía la Divina
Reina esperando ver nacido al Reparador de los mortales.
ORACIÓN
Soberano
y hermoso Niño, bata ya de encierro, sal a prisa del claustro virginal, para
que te vea el mundo y goce de tu dulcísima presencia, y no atiendas a la
tibieza con que os ruego, que aceleres tu venida, escucha las tiernas ansias mira
los ardientes deseos y clamores de tu amante Madre, ven Reparador nuestro, ven,
dueño de nuestras almas, ven alegría de los Cielos, alumbra a los que
habitamos en las tinieblas de la muerte. Ven, no tardes, pero sea tu venida
para encender en nuestros corazones tanto fuego de amor, que nos queme y abrase
hasta morir de amor. Amén.
Hoy
rezarás el Rosario de ciento cincuenta Ave Marías.
DÍA
QUINTO
Considera,
como en la jornada que José, y María hicieren de Nazareth a Bethlem, donde la
Eterna Sabiduría tenía dispuesto naciere el Niño Dios; padecieron los divinos
caminantes notables incomodidades y trabajos, porque por causa del imperial
edicto, era grande el concurso en las posadas; y la Virgen María, y su Esposo
por su pobreza y cortedad, eran menos admitidos que los ricos. Oían nuestros
santos peregrinos palabras ásperas en las posadas, donde llegaban fatigados, y
en algunas los despedían como á gente inútil y despreciable, y muchas veces
admitian á la gran Señora en el rincón de un portal; y en otras, aun este
alivio no encontraba, y se retiraban ella y su esposo a otros lugares menos
decentes en la estimación del mundo.
Llegaban con grandes fríos de las nieves y lluvias, y si había en ellos
algunos animales, se retiraban estos del sitio, respetando a su Reyna: teniendo
los brutos más comedimiento y cortesía que los hombres. Mucha admiración causa
ver a la Divina Princesa, con el tesoro de la Divinidad, arrojada de la
soberbia humana, y ciega ignorancia; y por otra parte en los lugares más
despreciables amada y estimada de la Trinidad Beatísima, regalada de sus
caricias, y servida de los coros celestiales. No obstante que la asistían
ejércitos de Ángeles, permitió el Señor a las inclemencias del tiempo e
incomodidades del camino que fatigasen a nuestra Reyna; pero el cuidadoso José
atendía mucho a abrigarla, y el Príncipe San Miguel que no la desamparó un
punto en este viaje, la servía muchas veces reclinándola en sus brazos, para
que descansase y tu· viese algún alivio, y cuando era voluntad del Señor, la
defendía de los recios temporales.
ORACIÓN
¡Oh
Divina Señora! Quien os hiciera en este viaje grata compañía, siquiera para
barrer y asear aquellos inmundos lugares donde os albergabais: porque no os
daba mejor posada la grosería de los hombres, quienes tardos y duros de corazón,
y engañados en sus juicios, levantan a los soberbios, y abaten a los humildes;
arrojan a los pobres y aplauden a los ricos. Admitid Señora, el deseo de este
humilde esclavo vuestro, y concededme benigna, el que yo acierte a serviros
todo el tiempo de mi vida. Amén.
Hoy,
en reverencia de esa penosa jornada rezarás el Viacrucis.
DÍA
SEXTO
Considera, como al quinto día después de su jornada, llegaron José y María a la ciudad de Bethlem, y buscando posada, discurrieron muchas casas, no solo por los mesones, sino también por las casas de los deudos y conocidos, y de ninguno fueron admitidos, y de muchos despedidos con desgracia y con desprecios. Seguía la inocentísima Señora a su Esposo, quien, entre el tumulto de la gente, llamaba de casa en casa y de puerta en puerta; y aunque no ignoraba la Divina Reyna que los corazones y casas de los hombres estas han cerradas para ellos, con todo eso, por obedecer a José, quiso pasar por ese pudor, y vergüenza, que, para su recato y honestidad, fué mayor pena que faltarles la posada. En más de cincuenta casas buscaron hospicio, y de todas fueron arrojados y despedidos, admirándose los Espíritus soberanos de la paciencia y mansedumbre de la Virgen Madre, y de la insensible dureza de los hombres, esto que pasó en Bethlem, sucede cada día con el alma ingrata: continuamente está el Señor a las puertas de la voluntad, dando amorosos golpes. Haz de cuenta, que en lo rigoroso del invierno y en lo opaco de la noche, está su Majestad en pie, porfiando en llamar y dar golpes, y que con gran ternura dice al alma: Ábreme, hermana y esposa mía, dadme albergue en tu corazón, atiende a que mi cabeza está llena de rocío, y mis cabellos mojados con las gotas de la noche. El rocío es nuestra ingratitud y las gotas de la noche nuestros desvíos: nada de esto es estorbo para que ese amante dueño deje de llamar y pedir al corazón. A tan amorosas finezas no se enternece el alma, no se ablanda; más dura que el pedernal, despide al Señor, y le da con las puertas en la cara: no hay posada para vos, (responde el alma desconocida) porque este corazón que me pides lo tengo entregado a otro dueño; téngolo ocupado con mis afectos desordenados: busca posada en otra parte; porque en mí no la has de hallar.
ORACIÓN
¡Oh Dulcísimo Jesús de mi alma! muchas veces me has llamado y pedido el corazón; más yo sin atender a tu grandeza, siempre te he despedido, y negado el corazón, que por tantos títulos es tuyo: mi mayor maldad estuvo en que te desprecié a ti, que eres fuente de la vida, por dar mi corazón al Demonio, y por dejarme llevar de mis brutales apetitos: ya Señor reconozco mi pecado: a tus pies pido misericordia. Ven, sin atender a la terca grosería, con que te he despedido muchas veces. Ya te doy el corazón, ven a él como a casa propia, lávalo con tu sangre, y purifícalo con el Fuego de tu amor, para que desde este día sea digna morada vuestra. Amén.
Hoy
harás cincuenta actos de contrición, y le ofrecerás al Señor tu corazón otras
tantas veces.
DÍA
SÉPTIMO
Considera,
como no hallando José, y María hospicio en la piedad de los hombres, se
retiraron a una cueva, o pesebre, que estaba fuera de los muros de la ciudad,
y que solo servía de albergue á brutos animales; era la cueva tan despreciable,
que por estar la ciudad de Bethlem tan llena de forasteros, que faltaban posadas;
nadie se dignó de ocuparla y bajar a ella. Este es el palacio que tenía prevenido
el Rey del Cielo, para hospedar en el mundo a su Hijo humanado: entrada la
noche llegaron a él José y María, y con el resplandor de los diez mil Ángeles
que los acompañaban, lo reconocieron solo y pobre, conforme a la pobreza que
venía a honrar su Majestad, y al verle, derramaron tiernas lágrimas. Hincados
de rodillas dieron gracias por aquel beneficio; y reconociendo, que aquella
cueva había de ser trono Real, y propiciatorio Sagrado, la limpiaron, y asearon
en brevísimo tiempo con ayuda de los Ángeles, dejándola llena de celestial
fragancia: en ella se recogió María Santísima, a tener su oración: y puesta de
rodillas, los ojos levantados al Cielo, las manos juntas al pecho, con el
afecto inflamado, con el semblante gravísimo, lleno de Majestad, resplandor y
hermosura, dio al mundo la Eminentísima Señora, día Domingo a la media noche, a
nuestro SALVADOR JESÚS, DIOS Y HOMBRE VERDADERO, causando el parto en su alma,
y cuerpo efectos tan divinos, que exceden a todo pensamiento criado. Cojéele
luego María en sus brazos, y al mirarse Hijo y Madre, quedó la Divina Señora
tan llena de alegría, y también de amor su corazón, que no se puede decir ni
comprender.
ORACIÓN
¡Oh Dulce Jesús! La soberana dignación con que escogiste para nacer en un portal inmundo, pobre y despreciado me anima a rogaros con humilde rendimiento, que nazcas en mi alma por gracia; que, si hasta aquí ha sido alberge de mis brutales pasiones, y se halla llena de inmundicias, creo, que no la despreciareis como no despreciasteis ese rústico pesebre; y para que yo pueda lograr tanta dicha, ruego a María Santísima, y al Señor San José, limpien mi alma y la adornen con sus virtudes, a fin de que pueda ser digna morada de su Majestad. Amén.
Hoy
darás una limosna a un pobre y visitarás un
enfermo.
DÍA
OCTAVO
Considera, como teniendo María Santísima al Señor en sus divinos brazos; después de haberle dado rendidas gracias porque la escogió por Madre, se convirtió a los mortales y hablando con ellos dijo: Venid pobres sin temor, que en mis brazos tengo hecho Cordero manso al que se llama León: al poderoso flaco, al invencible Tendido. Venid por la salud y vida, que para todos le tengo se os dará de valde, y lo comunicaré sin envidia. No queráis ser tardos ni pesados de corazón, ¡Oh hijos de los hombres! Dicho esto, le pidió licencia para recibir aquel deseado ósculo de todas las criaturas, con lo cual la felicísima Madre aplicó sus labios a las caricias tiernas y amorosas del Niño Dios, que las esperaba como Hijo verdadero, y sin dejarle de los brazos sirvió de Sagrario, donde todos los Ángeles adoraron a su Criador hecho hombre y entonaron en su alabanza: Gloria a Dios en las alturas, y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. Allí también el dichoso José le adoró, con profundísima humildad y lágrimas, y le besó los pies con indecible júbilo de su alma y cuando le pareció tiempo a la Divina Madre lo envolvió en pañales y reclinó en un pesebre sobre una piedra, a que aplicó unas humildes pajas, y este fué el primer lecho, que tuvo el Dios Hombre en la tierra, después de los brazos de su Madre, y la primera cátedra en que el divino Maestro enseñó el desprecio del mundo, pobreza y humildad. El que vino a padecer por amor de los hombres, dio licencia a las inclemencias del tiempo para que mortificasen a su humanidad Santísima. Sintiólas como pasible, por su complexión tierna y delicada., las sintió tanto que le obligaron como Niño a dar algunos sollozos y a derramar de sus ojos copiosas lágrimas; no tanto por el hielo y frio que padecía cuanto al conocer que los hombres habían de corresponder mal a sus amorosas finezas.
ORACIÓN
¡Oh
Niño amado! Esas lágrimas que viertes por nuestro rescate, son perlas de infinito
valor; valen más que todo el Mundo; valen más que todo el Cielo. Llorad Niño
hermoso, que en esas lágrimas consiste nuestro remedio: por otra parte, es
lástima que lloréis, porque tan divino tesoro lo han de despreciar los hombres:
dejad esa dura piedra en que estáis reclinado, y venid a mi corazón, que os
servirá de cuna; pero no Señor, que mejor estáis en esa piedra, que no os ha
ofendido: es tanto el hielo de mi corazón, que os causará más frio. Si quieres
venir a él, lávalo primero con el agua de tu llanto, y caliéntalo con el fuego
de tu amor; pues solo de este modo podrás tener algún alivio. Hacedlo así dueño
mío, querido mío, por José, y por María, dad a mis ojos una fuente de lágrimas,
con que de día y de noche llore las muchas culpas conque mi alma te ha ofendido.
Amén.
Hoy
en reverencia de la piedra en que estuvo reclinado el Señor, dormirás en cama
dura, y en memoria de sus tiernas lágrimas, tomarás una disciplina.
DÍA
NOVENO
Considera,
como estando el tierno infante reclinado sobre una piedra temblando a los rigores
del hielo, con suma pobreza y desabrigo, vino luego por Voluntad Divina, de aquellos
campos un buey y entrando en la cueva, se juntó· con el jumentillo que la misma
Reyna de los Ángeles había llevado, y ella les mandó que adorasen con la
reverencia que podían, y reconociesen a su Criador. Obedecieron los humildes animales,
y se postraron ante el Divino Niño, y con su aliento le calentaron y sirvieron con
el aliento que le negaron los hombres. Sobre lo cual es de ponderar, que, estando
un buey y un jumento postrados ante el Niño Soberano, sirviéndole y obsequiándole
en el modo que les era posible; los hombres, peores que los brutos, no solo no
le calentamos con el vaho de nuestro amor, antes sí, le causamos más tormento con
el hielo de nuestras culpas. Nuestra ingratitud á vista del humilde reconocimiento
de esos animales, hirió tan de lleno el corazón del Divino Niño, que le obligó a
prorrumpir en estas sentidas quejas: El buey conoció a su poseedor, y el jumento
el pesebre de su dueño; pero Israel (esto es el hombre) no me reconoció.
Fué decir: el buey y el jumento conocen el beneficio y lo agradecen,
y solo el hombre, más bruto que los brutos, me corresponde ingrato y ofende
desconocido. Empeñado se halla en despreciarme, cuando estoy empeñado en
favorecerle. Bajé por el de los cielos, y por el me obligué a padecer trabajos,
desprecios, afrentas y tribulaciones por enseñarle las sendas de la vida, y
abrirle el camino de la Gloria. He sido con el hombre pródigo de finezas, y le
amé mas que a mi vida, y cuando aun los irracionales reconocen el bien que se
le hace, solo el hombre no conoce el beneficio. ¡Que asombro! No
solo el buey y el jumento, son testigos de la ingratitud del hombre, pues al nacer
el Salvador, el sol apresuró su carrera, las estrellas dieron mayor resplandor,
las aves con dulce melodía festejaron su venida, y todos los elementos y las
criaturas insensibles, celebraron el Nacimiento del Niño Dios; solo el hombre no
conoce su dueño, y le corresponde con ofensas y desvíos. Los cielos y la tierra
se deben espantar de la ingratitud del hombre.
ORACIÓN
¡Oh
Dios humanado por amor del hombre! Yo soy ese ingrato y desconocido, de quien justamente
te quejas, pues toda mi vida no la he empleado en otra cosa sino en ofender a ti
que tanto me has querido, y en despreciarte después que te hiciste Hombre por
mi amor, y derramaste en mí el raudal de tus grandes misericordias. Haced, Jesús
mío, que este conocimiento que Vos mismo me dais, me haga aprender de los
brutos y demás criaturas un perpetuo agradecimiento, y dadme licencia para que,
juntándome con el buey y el jumento, me arroje a tus sagrados pies a pedirte el
perdón de mis pecados, te adore rendido, bese tus plantas, y no me aparte de
ellas hasta que consiga el perdón que deseo. Amén.
Hoy
en memoria del humilde obsequio que recibió el
Niño Dios, del buey y del jumento, le adorarás siete veces postrado en tierra,
harás muchos actos de amor de Dios, y si pudieres ayunarás á pan y agua.
NOTA
Todo
lo que se encarga hacer en esta Novena no es obligatoria; y así cada uno hará lo
que pueda según su devoción.
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