domingo, 20 de diciembre de 2020

PRIMITIVA NOVENA DE AGUINALDOS

 




PRIMITIVA NOVENA PARA EL AGUINALDO

Por el Padre Fernando de Jesús Larrea OFM

Bogotá, Colombia

1843

 

Advertencia

Es conveniente, que los fieles esperen la venida del Señor, confesando y comulgando en esta Novena, teniendo todos los días a lo menos una hora de oración, y haciendo algunas mortificaciones, para que dispuestas las almas con devotos ejercicios, logren del Cielo benignas influencias.

 

El Ilmo. Sr. Obispo de Popayán, Dr. Salvador Jimenes, concedió cuarenta días de indulgencia a cada una de las oraciones de esta Novena.

 

Hecha la señal de la Cruz y el Acto de Contricción harás al Eterno Padre la siguiente súplica:

 

Benignísimo Dios de infinita caridad, que tanto amasteis a los hombres, que les disteis en vuestro Unigénito la mejor prenda de vuestro amor, para que hecho hombre en las entrañas de una Virgen, naciese en un pesebre para nuestra salud y remedio, yo en nombre de todos los mortales os doy infinitas gracias por tan soberano beneficio; y en retorno os ofrezco la pobreza, humildad y demás virtudes de vuestro hijo humanado; suplicándoos por sus divinos méritos, por la incomodidad con que nació, y por las tiernas lágrimas que derramó en el pesebre, que dispongáis nuestros corazones con humildad profunda, con amor encendido, con total desprecio de todo lo terreno, para que mi Jesús recién nacido, tenga en ellos su cuna, y more eternamente. Amén.

Salúdese tres veces a la Trinidad Beatísima con el verso de Gloria Patri.

 

 

PRIMER DÍA

CONSIDERACIÓN

Considera, que, estando el hombre por la culpa privado para siempre de la Gloria, y reducido a un estado infeliz y miserable, tuvo por bien el misericordioso Señor de hacer con el hombre un beneficio nunca oído, cual fué hacerse hombre, nacer, padecer y morir por su salud y remedio; vestir nuestra naturaleza por liberarnos de la culpa. Si un Serafín se hiciese hormiga, por favorecer a una hormiguita despreciable, quedáramos atónitos, viendo que una naturaleza tan alta se abatía por cosa tan vil, y que tan poco le importaba. Mucho más nos debemos maravillar de que todo un Dios se hiciese hombre por nosotros, que somos infinitamente menos, respecto de su Majestad que una hormiga respecto del más elevado Serafín. Lo que admira es, que pudiendo perdonar al hombre de pura gracia, no quiso, sino unirse con su naturaleza con vínculo indisoluble, cual es la unión hipostática. ¿Quién jamás pensara, que el hombre, y Dios quienes la naturaleza y la culpa habían puesto distancia infinita, habían de juntarse en una sola persona? Todo lo venció el amor: este sacó del seno del Eterno Padre a su Hijo, y lo unió con la criatura para nunca apartarse de ella.

 

ORACIÓN

¡Oh Señor! ¿Qué es el hombre que así lo engrandeces, y pones en él tu corazón? ¿Quién es ese gusanillo vil, a quien comunicas tu misma Divinidad? Si el hombre fuera la vida de tu vida, y dependiera de él tu Divino ser, no pudieras por él haber hecho mayores finezas, ni le hubieras amado con más excesivo amor. Haced, Señor y Dios mío, que yo corresponda a tan grande beneficio, no amando otra cosa fuera de vos. Tú te hiciste hombre mortal y pasible, para que los que viven solo viven para vos. Tú me compraste a fuerza de beneficios, para que reconociéndome siempre esclavo vuestro, solo me emplee en servirte. Amén.

 

 

ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA PARA TODOS LOS DÍAS

Soberana María, que por vuestras grandes virtudes principalmente por tu humildad, mereciste que todo un Dios se hiciese hombre en tu sagrado vientre; infinitas gracias doy al mismo Señor, porque te escogió por madre y para tan alta dignidad te adornó con infinitos dones de naturaleza y gracia; suplícote, Señora, nos alcancéis ardientes deseos de ver al hermoso niño, y heroicas virtudes para recibirlo en nuestras almas, por aquellos actos de amor con que diste a luz el fruto de tu vientre, y por la dulce ternura que sintió tu alma, al tenerlo en tus brazos, aplicarlo a tus pechos, besarle su divino rostro, y adorarlo como a vuestro Dios y vuestro Hijo. Amen.

 

Nueve Ave Marías en memoria de los nueve meses que la Divina Reyna tuvo al Hijo de Dios en su purísimo Vientre.

 

 

ORACIÓN A SEÑOR SAN JOSÉ

¡Oh Santísimo José Esposo de María, y Padre putativo de Jesús! Infinitas gracias doy a Dios, porque os escogió para tan altos ministerios, y os adornó de todos los dones proporcionados a tan excelente grandeza; por el inexplicable gozo que tuviste al ver nacido al Niño Dios, y por las encendidas lágrimas que vertieron tus ojos al verle nacido en un establo; te suplico me alcances de este Señor fervorosas ansias de verlo y recibirlo. Amén.

Un Padre nuestro y Ave María al Sr. San José.

 

 

AFECTOS Y ASPIRACIONES POR LA VENIDA DEL NIÑO DIOS

 

Dulce Jesús mío,

Mi Niño adorado.

 

R/: Ven a nuestras almas,

Ven, no tardes tanto.

 

Del seno del Padre

Bajaste á humanaros,

Deja ya el materno

Para que te veamos.

 

De montes y valles

Ven ¡Oh deseado!

Rompe ya los Cielos,

Brota flor del campo.

 

Raíz de Jesé,

Adonaí Sagrado,

Sapiensa del Padre,

Y de su luz rayo.

 

Llave de David,

Legislador Sabio,

Guía de tu Pueblo,

Y Rey Soberano.

 

¡O Manuel Divino!

Mi amante, y mi amado,

Ven al mundo ya,

Apresura el paso.

 

Veante mis ojos,

Oiga ya tu llanto,

Bese ya tus pies,

Bese ya tus manos.

 

Ven, Hermoso Niño,

Ven, Dios humanado,

Que todas las gentes,

Te están esperando.

 

Ven que ya con ansia

Te están deseando

Todos los hombres

Para su reparo.

 

Ven, que ya los Santos

En Limbo encerrados,

Con Joaquín y Ana,

Por ti están clamando.

 

Ven, que ya María

Previene sus brazos,

En que pueda al mundo

Visible mostraros.

 

Ven, que ya José

En tierra postrado,

Amante te espera,

Con anhelo sacro.

 

Ven, Salvador nuestro

Por quien suspiramos.

Ven a nuestras almas,

Ven, no tardes tanto.

 

ORACIÓN

Excita, Señor, tu gran poder; ven, y socórrenos con tan eficaces auxilios de tu gracia, que, aunque lo impidan nuestras culpas, acelere tu piedad nuestro remedio. Amén.

 

Hoy en reverencia de las camisitas del Niño, harás cien actos de amor de Dios, y besarás treinta y tres veces el suelo.

 

 

DÍA SEGUNDO

Considera, que no hizo Dios con sus Ángeles, lo que hizo con nosotros: quiso encarnar por redimirnos, dejando en ·su miseria a los Ángeles que pecaron. ¡Oh que envidia tendrán de estos los Demonios! No se puede alcanzar, por qué hizo con nosotros esta misericordia que negó a los Ángeles. Considera también, que pudiendo haber venido al Inundo con la majestad y grandeza que pedía su persona, sin pasar por tantos trabajos y penalidades; pues cualquiera acción de Cristo era bastante para redimir mil mundos; con ser así, para que nuestra redención fuese más copiosa, quiso padecer trabajos desmedidos: con lo cual se hermanó la justicia con la misericordia, en esta obra de la redención, pues en ella quedó perdonado el pecador, y castigado su delito; por tener misericordia con el culpado, quiso el Eterno Padre guardar justicia con el inocente, siendo que padeciese, y muriese su mismo Hijo. En esta misma obra se juntaron maravillosamente las paces entre Dios y los hombres; porque se pagaron superabundantemente nuestras deudas con la preciosa sangre del Redentor: quien quiso ser Dios y Hombre a un mismo tiempo, para satisfacer cumplidamente como Dios, y cargarse de nuestras deudas como Hombre; aprovechándose del título de Hombre para deber, y del de Dios para pagar. Demas de esto, con hacerse Hombre el mismo Dios, curó nuestra soberbia con su humildad, nuestra avaricia con su pobreza, nuestra ira, con su paciencia, nuestra ingratitud y de amor con su amor y finezas. No se pudo hallar en la Sabiduría Divina, y en su infinita caridad traza más excelente, para favorecer al hombre.

 

ORACIÓN

¡Oh Divino Señor! tanto amaste a los hombres, que no contento con hacerte hombre, quisiste padecer por ellos trabajo, fatigas y dolores: a costa de penalidades nos redimiste, con tanto daño propio, como provecho nuestro. Para vos tomasteis el padecer, porque nos amasteis más que a tu propia vida. No permitas, Dueño mío, que yo corresponda ingrato a tus piedades ni que en mí se malogren tus finezas. Dadme una generosa resolución, para nunca ofenderte, y hacer cosas grandes por tu amor. Amén.

 

Hoy en reverencia de los pañales rezarás tres estaciones mayores por las ánimas del Purgatorio.

 

 

 

 

DÍA TERCERO

Considera, como luego que el Divino Verbo se hizo Hombre en las purísimas entrañas de María, cuando apenas su cuerpecito no era mayor que el de una Abeja, el Alma Santísima de Cristo deificada y adornada con toda ciencia y gracia, y de todo lo necesario para las operaciones de sus potencias; se humilló profundamente; y con esta humillación admitió el ser pasible, y se ofreció en sacrificio por Redentor del linaje humano: y desde entonces ningún entendimiento criado puede comprender las tribulaciones interiores; que comenzó a padecer su Alma Santísima. Fué tan grande su penar en todo el tiempo que estuvo en el vientre el María, que todo lo padecido y lo que se padecerá hasta el fin del mundo, es muy corto, comparado con ese padecer. Luego que esa Santísima Alma se unió al cuerpo, conoció, que los hombres con la culpa menospreciaban a la Majestad Suprema. Añadiósele la viva representación de todo lo que su Humanidad había de padecer en el discurso de su vida, y al ver que su amor y finezas no habían de ser correspondidas, y que habían de ser innumerables los que se habían de condenar, fué excesivo su dolor. A más de esto, los tormentos de los condenados, las penas de las almas del Purgatorio, las persecuciones de la Iglesia, los tormentos de los Mártires, los dolores de su querida Madre, los trabajos de los hombres, eran cuchillos, que herían su tierno y amante corazón, porque todo lo tenía presente con suma claridad. Era a veces tan desmedida su angustia, que le hacía sudar sangre en el vientre virginal. En medio de estas penas interiores, nunca cesó de pedir por los hombres; tal vez el Niño Dios en aquella sagrada caverna, se ponía de rodillas, y en forma de Cruz, para orar por los pecadores a su Eterno Padre sin que hubiese instante que dejase de pedir por ellos.

 

ORACIÓN

Amante Jesús mío: infinito es tu amor, tu misericordia sin medida; pues apenas tomaste nuestra naturaleza, comenzaste a padecer horribles penas por los hombres. Si nuestro corazón no es de piedra, no será dable, que, al toque de tales finezas, no se halle rendido de amoroso dolor, y agradecimiento. Cuando así había de ser, he olvidado tus beneficios, y correspondido con culpas a tus piedades: a tus pies me acojo arrepentido, y te ruego perdones mis pecados, y me des gracia para siempre emplearme en, tu servicio. Amén.

 

Hoy guardarás silencio.

 

 

 

DÍA CUARTO

Considera, como acercándose a la Divina Madre su feliz parto, crecieron mucho los afectos amorosos, esperando a su Hijo y Dios verdadero, para recibirlo en sus brazos, criarles a sus pechos, y recibirle como Madre. Hablando algunas veces con su Hijo le decía: Amor mío, dulcísimo Redentor Criador del Universo ¿cuándo gozarán mis ojos de la luz de vuestro Divino Trono? ¿Cuándo se consagrarán mis brazos en Altar de la Hostia que agrada a nuestro Eterno Padre? ¿Cuándo, besando como Sierva donde hollaren vuestras plantas, llegaré como Madre al ósculo deseado de mi Alma, para que, participe en vuestro Divino aliento de nuestro mismo espíritu? ¿Cuándo Señor mío, os mostrasteis a los mortales después de tantos siglos que has estado oculto y escondido? ¿Cuándo los hijos de Adán, cautivos por sus culpas, conocerán a su Redentor, hallarán a su Maestro, a su Hermano y Padre verdadero? ¡Oh vida mía, luz de mi Alma, virtud mía, querido mío, por quien vivo muriendo! Hijo de mis entrañas, ¿cómo hará oficio de Madre, la que no lo sabe hacer sabe de esclava? ¿Como os trataré dignamente, que soy un gusanillo vil, y pobre? ¿Corno os serviré, siendo Vos la Santidad infinita, y yo polvo y ceniza? ¿Y que haré yo, Bien mío, si de mis entrañas sales al mundo a padecer afrentas y trabajos, y a morir por el hombre, si no muero con Vos, y os acompaño al sacrificio? Quite mi vida la causa y motivo, que ha de quitar la vuestra, y si no es posible revocar el decreto del Eterno Padre, para que sea la redención copiosa, y que quede satisfecha vuestra caridad, recibid mis afectos, y tenga yo parte en los trabajos de vuestra vida. En estos afectos amorosos, y en prevenir los pañales, se entretenía la Divina Reina esperando ver nacido al Reparador de los mortales.

 

ORACIÓN

Soberano y hermoso Niño, bata ya de encierro, sal a prisa del claustro virginal, para que te vea el mundo y goce de tu dulcísima presencia, y no atiendas a la tibieza con que os ruego, que aceleres tu venida, escucha las tiernas ansias mira los ardientes deseos y clamores de tu amante Madre, ven Reparador nuestro, ven, dueño de nuestras almas, ven alegría de los Cielos, alumbra a los que habitamos en las tinieblas de la muerte. Ven, no tardes, pero sea tu venida para encender en nuestros corazones tanto fuego de amor, que nos queme y abrase hasta morir de amor. Amén.

 

Hoy rezarás el Rosario de ciento cincuenta Ave Marías.

 

 

 

 

DÍA QUINTO

Considera, como en la jornada que José, y María hicieren de Nazareth a Bethlem, donde la Eterna Sabiduría tenía dispuesto naciere el Niño Dios; padecieron los divinos caminantes notables incomodidades y trabajos, porque por causa del imperial edicto, era grande el concurso en las posadas; y la Virgen María, y su Esposo por su pobreza y cortedad, eran menos admitidos que los ricos. Oían nuestros santos peregrinos palabras ásperas en las posadas, donde llegaban fatigados, y en algunas los despedían como á gente inútil y despreciable, y muchas veces admitian á la gran Señora en el rincón de un portal; y en otras, aun este alivio no encontraba, y se retiraban ella y su esposo a otros lugares menos decentes en la estimación del mundo.  Llegaban con grandes fríos de las nieves y lluvias, y si había en ellos algunos animales, se retiraban estos del sitio, respetando a su Reyna: teniendo los brutos más comedimiento y cortesía que los hombres. Mucha admiración causa ver a la Divina Princesa, con el tesoro de la Divinidad, arrojada de la soberbia humana, y ciega ignorancia; y por otra parte en los lugares más despreciables amada y estimada de la Trinidad Beatísima, regalada de sus caricias, y servida de los coros celestiales. No obstante que la asistían ejércitos de Ángeles, permitió el Señor a las inclemencias del tiempo e incomodidades del camino que fatigasen a nuestra Reyna; pero el cuidadoso José atendía mucho a abrigarla, y el Príncipe San Miguel que no la desamparó un punto en este viaje, la servía muchas veces reclinándola en sus brazos, para que descansase y tu· viese algún alivio, y cuando era voluntad del Señor, la defendía de los recios temporales.

 

ORACIÓN

¡Oh Divina Señora! Quien os hiciera en este viaje grata compañía, siquiera para barrer y asear aquellos inmundos lugares donde os albergabais: porque no os daba mejor posada la grosería de los hombres, quienes tardos y duros de corazón, y engañados en sus juicios, levantan a los soberbios, y abaten a los humildes; arrojan a los pobres y aplauden a los ricos. Admitid Señora, el deseo de este humilde esclavo vuestro, y concededme benigna, el que yo acierte a serviros todo el tiempo de mi vida. Amén.

 

Hoy, en reverencia de esa penosa jornada rezarás el Viacrucis.

 

 

 

DÍA SEXTO

Considera, como al quinto día después de su jornada, llegaron José y María a la ciudad de Bethlem, y buscando posada, discurrieron muchas casas, no solo por los mesones, sino también por las casas de los deudos y conocidos, y de ninguno fueron admitidos, y de muchos despedidos con desgracia y con desprecios. Seguía la inocentísima Señora a su Esposo, quien, entre el tumulto de la gente, llamaba de casa en casa y de puerta en puerta; y aunque no ignoraba la Divina Reyna que los corazones y casas de los hombres estas han cerradas para ellos, con todo eso, por obedecer a José, quiso pasar por ese pudor, y vergüenza, que, para su recato y honestidad, fué mayor pena que faltarles la posada. En más de cincuenta casas buscaron hospicio, y de todas fueron arrojados y despedidos, admirándose los Espíritus soberanos de la paciencia y mansedumbre de la Virgen Madre, y de la insensible dureza de los hombres, esto que pasó en Bethlem, sucede cada día con el alma ingrata: continuamente está el Señor a las puertas de la voluntad, dando amorosos golpes. Haz de cuenta, que en lo rigoroso del invierno y en lo opaco de la noche, está su Majestad en pie, porfiando en llamar y dar golpes, y que con gran ternura dice al alma: Ábreme, hermana y esposa mía, dadme albergue en tu corazón, atiende a que mi cabeza está llena de rocío, y mis cabellos mojados con las gotas de la noche. El rocío es nuestra ingratitud y las gotas de la noche nuestros desvíos: nada de esto es estorbo para que ese amante dueño deje de llamar y pedir al corazón. A tan amorosas finezas no se enternece el alma, no se ablanda; más dura que el pedernal, despide al Señor, y le da con las puertas en la cara: no hay posada para vos, (responde el alma desconocida) porque este corazón que me pides lo tengo entregado a otro dueño; téngolo ocupado con mis afectos desordenados: busca posada en otra parte; porque en mí no la has de hallar.

 

ORACIÓN

¡Oh Dulcísimo Jesús de mi alma! muchas veces me has llamado y pedido el corazón; más yo sin atender a tu grandeza, siempre te he despedido, y negado el corazón, que por tantos títulos es tuyo: mi mayor maldad estuvo en que te desprecié a ti, que eres fuente de la vida, por dar mi corazón al Demonio, y por dejarme llevar de mis brutales apetitos: ya Señor reconozco mi pecado: a tus pies pido misericordia. Ven, sin atender a la terca grosería, con que te he despedido muchas veces. Ya te doy el corazón, ven a él como a casa propia, lávalo con tu sangre, y purifícalo con el Fuego de tu amor, para que desde este día sea digna morada vuestra. Amén.

 

Hoy harás cincuenta actos de contrición, y le ofrecerás al Señor tu corazón otras tantas veces.

 

 

 

 

DÍA SÉPTIMO

Considera, como no hallando José, y María hospicio en la piedad de los hombres, se retiraron a una cueva, o pesebre, que estaba fuera de los muros de la ciudad, y que solo servía de albergue á brutos animales; era la cueva tan despreciable, que por estar la ciudad de Bethlem tan llena de forasteros, que faltaban posadas; nadie se dignó de ocuparla y bajar a ella. Este es el palacio que tenía prevenido el Rey del Cielo, para hospedar en el mundo a su Hijo humanado: entrada la noche llegaron a él José y María, y con el resplandor de los diez mil Ángeles que los acompañaban, lo reconocieron solo y pobre, conforme a la pobreza que venía a honrar su Majestad, y al verle, derramaron tiernas lágrimas. Hincados de rodillas dieron gracias por aquel beneficio; y reconociendo, que aquella cueva había de ser trono Real, y propiciatorio Sagrado, la limpiaron, y asearon en brevísimo tiempo con ayuda de los Ángeles, dejándola llena de celestial fragancia: en ella se recogió María Santísima, a tener su oración: y puesta de rodillas, los ojos levantados al Cielo, las manos juntas al pecho, con el afecto inflamado, con el semblante gravísimo, lleno de Majestad, resplandor y hermosura, dio al mundo la Eminentísima Señora, día Domingo a la media noche, a nuestro SALVADOR JESÚS, DIOS Y HOMBRE VERDADERO, causando el parto en su alma, y cuerpo efectos tan divinos, que exceden a todo pensamiento criado. Cojéele luego María en sus brazos, y al mirarse Hijo y Madre, quedó la Divina Señora tan llena de alegría, y también de amor su corazón, que no se puede decir ni comprender.

 

ORACIÓN

¡Oh Dulce Jesús! La soberana dignación con que escogiste para nacer en un portal inmundo, pobre y despreciado me anima a rogaros con humilde rendimiento, que nazcas en mi alma por gracia; que, si hasta aquí ha sido alberge de mis brutales pasiones, y se halla llena de inmundicias, creo, que no la despreciareis como no despreciasteis ese rústico pesebre; y para que yo pueda lograr tanta dicha, ruego a María Santísima, y al Señor San José, limpien mi alma y la adornen con sus virtudes, a fin de que pueda ser digna morada de su Majestad. Amén.

 

Hoy darás una limosna a un pobre y visitarás un enfermo.

 

 

 

 

DÍA OCTAVO

Considera, como teniendo María Santísima al Señor en sus divinos brazos; después de haberle dado rendidas gracias porque la escogió por Madre, se convirtió a los mortales y hablando con ellos dijo: Venid pobres sin temor, que en mis brazos tengo hecho Cordero manso al que se llama León: al poderoso flaco, al invencible Tendido. Venid por la salud y vida, que para todos le tengo se os dará de valde, y lo comunicaré sin envidia. No queráis ser tardos ni pesados de corazón, ¡Oh hijos de los hombres! Dicho esto, le pidió licencia para recibir aquel deseado ósculo de todas las criaturas, con lo cual la felicísima Madre aplicó sus labios a las caricias tiernas y amorosas del Niño Dios, que las esperaba como Hijo verdadero, y sin dejarle de los brazos sirvió de Sagrario, donde todos los Ángeles adoraron a su Criador hecho hombre y entonaron en su alabanza: Gloria a Dios en las alturas, y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. Allí también el dichoso José le adoró, con profundísima humildad y lágrimas, y le besó los pies con indecible júbilo de su alma y cuando le pareció tiempo a la Divina Madre lo envolvió en pañales y reclinó en un pesebre sobre una piedra, a que aplicó unas humildes pajas, y este fué el primer lecho, que tuvo el Dios Hombre en la tierra, después de los brazos de su Madre, y la primera cátedra en que el divino Maestro enseñó el desprecio del mundo, pobreza y humildad. El que vino a padecer por amor de los hombres, dio licencia a las inclemencias del tiempo para que mortificasen a su humanidad Santísima. Sintiólas como pasible, por su complexión tierna y delicada., las sintió tanto que le obligaron como Niño a dar algunos sollozos y a derramar de sus ojos copiosas lágrimas; no tanto por el hielo y frio que padecía cuanto al conocer que los hombres habían de corresponder mal a sus amorosas finezas.

 

ORACIÓN

¡Oh Niño amado! Esas lágrimas que viertes por nuestro rescate, son perlas de infinito valor; valen más que todo el Mundo; valen más que todo el Cielo. Llorad Niño hermoso, que en esas lágrimas consiste nuestro remedio: por otra parte, es lástima que lloréis, porque tan divino tesoro lo han de despreciar los hombres: dejad esa dura piedra en que estáis reclinado, y venid a mi corazón, que os servirá de cuna; pero no Señor, que mejor estáis en esa piedra, que no os ha ofendido: es tanto el hielo de mi corazón, que os causará más frio. Si quieres venir a él, lávalo primero con el agua de tu llanto, y caliéntalo con el fuego de tu amor; pues solo de este modo podrás tener algún alivio. Hacedlo así dueño mío, querido mío, por José, y por María, dad a mis ojos una fuente de lágrimas, con que de día y de noche llore las muchas culpas conque mi alma te ha ofendido. Amén.

 

Hoy en reverencia de la piedra en que estuvo reclinado el Señor, dormirás en cama dura, y en memoria de sus tiernas lágrimas, tomarás una disciplina.

 

 

 

 

DÍA NOVENO

Considera, como estando el tierno infante reclinado sobre una piedra temblando a los rigores del hielo, con suma pobreza y desabrigo, vino luego por Voluntad Divina, de aquellos campos un buey y entrando en la cueva, se juntó· con el jumentillo que la misma Reyna de los Ángeles había llevado, y ella les mandó que adorasen con la reverencia que podían, y reconociesen a su Criador. Obedecieron los humildes animales, y se postraron ante el Divino Niño, y con su aliento le calentaron y sirvieron con el aliento que le negaron los hombres. Sobre lo cual es de ponderar, que, estando un buey y un jumento postrados ante el Niño Soberano, sirviéndole y obsequiándole en el modo que les era posible; los hombres, peores que los brutos, no solo no le calentamos con el vaho de nuestro amor, antes sí, le causamos más tormento con el hielo de nuestras culpas. Nuestra ingratitud á vista del humilde reconocimiento de esos animales, hirió tan de lleno el corazón del Divino Niño, que le obligó a prorrumpir en estas sentidas quejas: El buey conoció a su poseedor, y el jumento el pesebre de su dueño; pero Israel (esto es el hombre) no me reconoció. Fué decir: el buey y el jumento conocen el beneficio y lo agradecen, y solo el hombre, más bruto que los brutos, me corresponde ingrato y ofende desconocido. Empeñado se halla en despreciarme, cuando estoy empeñado en favorecerle. Bajé por el de los cielos, y por el me obligué a padecer trabajos, desprecios, afrentas y tribulaciones por enseñarle las sendas de la vida, y abrirle el camino de la Gloria. He sido con el hombre pródigo de finezas, y le amé mas que a mi vida, y cuando aun los irracionales reconocen el bien que se le hace, solo el hombre no conoce el beneficio. ¡Que asombro! No solo el buey y el jumento, son testigos de la ingratitud del hombre, pues al nacer el Salvador, el sol apresuró su carrera, las estrellas dieron mayor resplandor, las aves con dulce melodía festejaron su venida, y todos los elementos y las criaturas insensibles, celebraron el Nacimiento del Niño Dios; solo el hombre no conoce su dueño, y le corresponde con ofensas y desvíos. Los cielos y la tierra se deben espantar de la ingratitud del hombre.

 

ORACIÓN

¡Oh Dios humanado por amor del hombre! Yo soy ese ingrato y desconocido, de quien justamente te quejas, pues toda mi vida no la he empleado en otra cosa sino en ofender a ti que tanto me has querido, y en despreciarte después que te hiciste Hombre por mi amor, y derramaste en mí el raudal de tus grandes misericordias. Haced, Jesús mío, que este conocimiento que Vos mismo me dais, me haga aprender de los brutos y demás criaturas un perpetuo agradecimiento, y dadme licencia para que, juntándome con el buey y el jumento, me arroje a tus sagrados pies a pedirte el perdón de mis pecados, te adore rendido, bese tus plantas, y no me aparte de ellas hasta que consiga el perdón que deseo. Amén.

 

Hoy en memoria del humilde obsequio que recibió el Niño Dios, del buey y del jumento, le adorarás siete veces postrado en tierra, harás muchos actos de amor de Dios, y si pudieres ayunarás á pan y agua.

 

 

NOTA

Todo lo que se encarga hacer en esta Novena no es obligatoria; y así cada uno hará lo que pueda según su devoción.

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