PIADOSA
NOVENA
PARA
PEDIR LA SALUD DE UN ENFERMO POR INTERCESIÓN DE LA VIRGEN SANTÍSIMA
Compuesto
por D. Félix Sardá y Salvany
Con
Licencia Eclesiástica
Barcelona,
1890
INSTRUCCIONES
PARA PRACTICAR CON FRUTO ESTA NOVENA
1º.
– Ante todo, y teniendo en cuenta que ninguna obra es acepta a Dios y meritoria
de su gracia si se hace en estado de culpa mortal, procure el enfermo examinar
su conciencia y reconciliarse con el Señor recibiendo los santos sacramentos de
la Confesión y Comunión. Si es posible, recíbalos también cada uno de los que
con él se hayan propuesto practicar para el logro de su salud este piadoso
ejercicio.
2º.
– Practíquense los actos delante de una imagen de la Reina de los cielos, con
luz y algún otro modesto adorno, y con la intención de dirigir la súplica a
María en su propio santuario o ermita.
3º.
– Reúnanse varios, si es posible, para practicar esta novena, sabiendo que
es más acepta a Dios la oración que le dirigen muchos unidos por el lazo de una
misma fe y de una misma intención.
4º.
– Durante los días de ella haga en nombre del enfermo una visita al propio
Santuario cualquiera de las personas allegadas a aquel, rezando allí una parte
del santo Rosario y ofreciendo una pequeña limosna al culto de la Madre de- Dios.
5º.
– El mismo enfermo prometa (con los debidos requisitos) un especial obsequio a
María si le concede la gracia que solicita, como oír una Misa en su altar, ofrecer
una vela, mandar un exvoto, costear una alhaja, o de cualquier otra manera
manifestar hacia su divina Madre la gratitud de su corazón.
6º.
– Durante los días de la novena absténgase con mayor cuidado de faltas, aun
veniales, sea más sufrido en su dolencia, más humilde con los prójimos, más
atento a la oración; acompañando el ejercicio de ella con los otros rezos o
prácticas piadosas que le permita su estado.
Por
la señal de la santa Cruz, etc.
ACTO
DE CONTRICIÓN
Señor
mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Padre, Criador, Salvador y Redentor de
mi alma: por ser Vos quien sois y por lo mucho que os debo, y porque podéis
castigarme con eternas penas, os pido perdón ahora de todas mis culpas, me
arrepiento íntimamente de ellas y propongo en. vuestra presencia de no
ofenderos ya más. Ayudadme, Señor, con vuestra divina gracia, y por la
intercesión poderosa de vuestra divina Madre y mía María, concededme lo que en esta
novena os pido, para gloria vuestra y suya y salvación de mi pobre alma. Amén.
ORACIÓN
PARA TODOS LOS DÍAS
Oh
soberana Señora, Reina y Madre de misericordia, Fuente dulcísima de toda salud,
escuchad los gemidos de este pobre pecador que á Vos acude, para que se la
alcancéis del cuerpo y del alma en la presente necesidad. Ved, Señora, que no
en vano os ha dado el cielo a nosotros por especial Patrona. Madre sois de
salud, porque de Vos la ha recibido el mundo por medio de vuestro unigénito
Hijo Jesucristo. Madre sois de salud, porque la alcanzáis con vuestro
valimiento a las almas y a los cuerpos, como tantas veces se ha visto y
referido de Vos. Mostrad, Señora, hoy en este dolorido siervo vuestro la
eficacia de tan excelente título; sed para él, como para tantos otros habéis
sido, verdadera Madre de toda salud. Y alcanzadle la dicha de que restablecido muy
presto de sus dolencias y purificado con ellas de todo pecado, pueda con
singular alegría subir a daros gracias en vuestro devoto Santuario. Amén.
DÍA
PRIMERO
CONSIDERACIÓN
Considera
bien, devoto de María, que la primera condición para alcanzar un favor por
mediación de esta Señora, es que tal favor se pida en estado de gracia de Dios.
Es decir, que en cuanto sea posible has de tener fundada seguridad moral de que
no se halla tu alma en estado de pecado grave. Porque ¿cómo te atreverías a presentarte
al trono de María para que te recomendase á su Hijo, hallándote por culpas
mortales enemistado con Éste? ¿Qué temeridad no fuera acercarse a una persona
cualquiera en demanda de un favor, al mismo tiempo que con fiero ultraje se la
está agraviando? No esperes, pues, en modo alguno ser escuchado si antes por un
verdadero arrepentimiento de tus culpas y por una sincera confesión de ellas no
te has reconciliado con su divina Majestad. Por mucho que ame Dios a su Madre
santísima, el odio que tiene al pecado es tan grande que bastara éste para
frustrar del todo aquella soberana intercesión. Limpia, pues, tu alma; sacude
tus inmundicias; lávate en el baño saludable que para eso ha instituido la
misericordia de nuestro buen Dios. Examina tu vida, repasa tu cuenta, declárala
sinceramente al confesor, ponle luego a tu arrepentimiento el sello de una
fervorosa Comunión, y has hecho con esto lo más importante para merecer buen
despacho a tus súplicas. Por muchas que hayan sido tus debilidades y miserias, por
afeada que haya estado tu vida con toda clase de iniquidades, Dios verá en tí
el buen hijo pródigo que vuelve reconciliado a sus brazos, y te otorgará el
perdón.
ORACIÓN
FINAL PARA TODOS LOS DÍAS
Reina
de cielos y tierra, abogada y Patrona nuestra, que desde esta vuestra
pintoresca ermita veíais como madre cariñosa sobre nosotros vuestros hijos, y
atendéis solícita a nuestras necesidades; dignaos, Señora, escuchar las
súplicas que os acaba de dirigir éste que es de todos ellos el más pecador, y
por tanto el más necesitado de vuestra amorosa consolación. No miréis, Señora, a
sus culpas, que estas harían tal vez apartaseis de él vuestro bondadoso rostro:
mirad, sí, lo aflictivo de su estado y moveos á piedad. La salud del cuerpo os
pide y también la del alma para mejor en adelante serviros y honraros, y para
ser de hoy más nuevo testigo y pregonero de vuestro poder y misericordia.
Valedle, oh Madre, pues tan buena sois; valedle, oh Reina, pues tanto podéis.
Pedid por esta su necesidad al celestial Dueño, y seréis escuchada. Salus
inftrmornm, ora pro nobis: Salud de los enfermos, rogad por nosotros. Amen.
Salve
Regina...
DÍA
SEGUNDO
CONSIDERACIÓN
La
segunda condición que ha de acompañar tu súplica y recomendarla ante el trono
de María y merecer la recomiende Ella ante el trono de Dios, es que sea hecha
con recto y cristiano fin. No es súplica grata al Salvador y a su divina Madre
la que no se dirige a fines muy adecuados a su divina gloria y a tu salvación.
El fin de la cosa más que la cosa misma es lo que la hace digna y merecedora de
ser concedida. Pides la salud, devoto de María, pero atiende bien cuál debe ser
el fin último de esta tu petición. Debes pedir la salud, no para gozarte más y
más con las cosas terrenas, ni para lograr aumentos de riqueza, ni para
acariciar sueños de ambición, ni para satisfacer locas vanidades. Tu fin
principal debe ser que te aproveche para mayor servicio de Dios y más fácil
logro de tu salvación eterna, por medio del más exacto cumplimiento de tus
respectivos deberes. ¿Qué caso podría hacer Dios de una súplica que se le
dirigiese con miras bajas y rastreras indignas de su soberana atención? Eleva,
pues, á muy noble fin el objeto de tu demanda. Dios, el alma, la eternidad; he
aquí los sublimes pensamientos que en todas sus súplicas debe tener presentes el
buen cristiano. Que sea para mayor gloria de Dios, que sea para mayor provecho
del alma, que sea para más seguro logro de la feliz eternidad. A eso debe
enderezarse todo lo que el hombre habla, piensa u obra sobre la tierra; pues
para eso solo ha sido criado en ella y para nada más. Medita bien este punto, y
en conformidad a él dirige tu súplica a la Reina de la Salud.
DÍA
TERCERO
CONSIDERACIÓN
«Aborrece
Dios a los soberbios, dice la Escritura, y da su gracia a los humildes» Esto
debes tener muy presente siempre que te diriges a Dios, pero muy singularmente cuando
vas a pedirle un beneficio. Sea la humildad la que principalmente le haga
agradable y acepta tu oración. Considera quién es Dios y quién eres tú, y eso
bastará para que te sientas al momento confuso y humillado. Eres menos que un
criado en presencia de un gran señor, menos que un mendigo a la puerta de un
magnate. Gusanillo vil de la tierra, no mereces por tí propio una mirada
siquiera del Rey celestial. Y a tu bajeza nativa se añade la fealdad de tus
pecados, con los cuales te has acabado de hacer indigno de la divina Bondad. Pide,
pues, pero no con vana presunción, no con arranques de orgullo; pide sin contar
para nada con tus merecimientos propios, que ningunos tienes, sino sólo con la
bondad y misericordia de tu Dios. Dile con sencillez y humildad de corazón:
«Nada soy, Señor, nada valgo y nada puedo; más vuestra bondad y el valimiento de
vuestra dulcísima Madre lo pueden todo por mí. Señor, mirad a vuestro siervo;
Padre, escuchad a vuestro hijo; poderoso Rey de los cielos, dad esta limosna de
vuestra real mano a ese mendigo infeliz» Concededlas, Señor, por los ruegos de
vuestra Madre y para más enaltecer su gloria y su poder. En su obsequio
redundará esta gracia que otorgaréis a este indigno devoto suyo, y en vuestro
honor serán las alabanzas que tributaremos a Ella en acción de gracias, ahora y
por toda la eternidad.
DÍA
CUARTO
CONSIDERACIÓN
La
humildad en el pedir no ha de ser desconfianza de ser escuchado, antes bien
nuestra propia bajeza ha de servirnos de estímulo para confiar más en la bondad
de Nuestro Señor y en la protección de su Madre benditísima. ¿En qué confía el
pobre mendigo sino en el mismo aspecto de su exterior sucio, miserable y
destrozado? ¿Qué mayores títulos alega para ser escuchado que los de su misma miseria
é infelicidad? Así a nosotros no ha de sernos obstáculo para confiar, la suma
miseria nuestra; antes bien el reconocimiento de ella ha de movernos más y más a
esperar la divina benevolencia. Porque ¿de quién se ha de apiadar Nuestro Señor
con mayor razón que de los muy miserables? Como no nos vea en actual estado de
culpa mortal, ¿cómo no ha de compadecernos el que tiene a gran gloria llamarse
Padre de los pobres y consuelo de los afligidos? Y, sobre todo, ¿qué mayor
motivo de confianza podemos tener que el apoyo de la Madre de Dios? Los del
mundo tienen seguridad para sus pretensiones cuando cuentan con poderosos
empeños: nosotros tenemos en favor nuestro el eficaz amparo y recomendación de
la Madre misma de nuestro Rey. Ea, pues, Señora; ea, Madre y abogada nuestra;
tomad en vuestras augustas manos ese memorial, que recibiéndolo de ellas no lo
dejará desairado el celestial Dueño. Madre suya sois, hablad como Madre y
seréis atendida. Hijo vuestro es El, y no negará a vuestra intercesión lo que podría
muy bien negar a nuestros flacos merecimientos. Confiado dejamos, oh Señora,
nuestro asunto en manos de Vos: el corazón nos dice que la gracia será
concedida.
DÍA
QUINTO
CONSIDERACIÓN
La
tibieza y flojedad de espíritu son las que más entorpecen el vuelo de la
oración a los pies del Padre de las misericordias. El tibio causa asco a
nuestro Dios y le provoca á náuseas, como muy claramente lo dice El en las
sagradas Escrituras. Es, pues, requisito indispensable de la buena oración el que
sea encendida y fervorosa. Así como no se clava la flecha o no se entra la bala
en el blanco, sino despedida por brazo vigoroso y por arma bien templada, así
no penetra el Corazón de Dios la súplica, si no sale de un corazón lleno de
fervorosos afectos de entrañable amor y devoción. Examina ahora tú, oh
cristiano, cuáles sean tu devoción y fervor cuando pides algo a Dios, y tal vez
no extrañarás después no haber sido favorablemente escuchado. Tienes distraída
el alma con mundanos pensamientos, turbada la imaginación con locuras y
devaneos, pegada la voluntad á vanas y rastreras aficiones. De esa fragua
apagada donde no arde una chispa de amor a Dios, ¿cómo ha de salir candente y
enrojecida la espada de la oración para luchar con El hasta recabar el
beneficio que necesitas? Aviva antes tu fuego, sopla en él por medio de santas
y pías consideraciones, atiza su llama por el recuerdo de los beneficios
recibidos, y cuando te sientas enardecido y fervoroso serás entonces digno de
que te escuche y atienda con benigno rostro Nuestro Señor. Pídele a su Madre
santísima, que de su corazón amante le comunique al tuyo frio y desmayado algo
de su ardor celestial.
DÍA
SEXTO
CONSIDERACIÓN
Espíritu
de fe significa aquí la interior firmísima convicción de que todo nuestro ser
depende de Dios; de que recibimos de Él la salud y la enfermedad, la vida y la
muerte; y de que sólo Él puede dar a nuestros males eficaz y oportuno remedio,
si tal fuere su santa voluntad. Oraba con firme espíritu de fe aquel pobre
leproso que nos cuenta el Evangelio, el cual aguardando que pasase Cristo nuestro
Señor, no cesaba de clamarle: «Señor, si queréis podéis curarme.» Con igual
espíritu rogaba aquel buen Centurión que pedía la salud para su criado, y decía
tan sólo: «Señor, hablad únicamente una palabra, y mi criado quedará sano» Este
espíritu de fe debemos avivarlo en nuestro corazón, recordando el sumo poder de
Dios, sin cuyo mandato ni un cabello puede caer de nuestra cabeza. Por su
voluntad nacimos, por su voluntad vivimos y por su voluntad moriremos luego, o
se alejará de nosotros la muerte hasta un plazo más lejano. Por su voluntad
dañan o aprovechan las criaturas todas, los elementos todos están a sus órdenes
para servir de ejecutores a sus soberanos designios sobre nosotros. La medicina
cura o no cura, según la eficacia que El en aquel momento le da sobre nuestro
organismo. El médico mismo acierta o no acierta en la prescripción, según las luces
que a su inteligencia Él comunica. El hombre es como un pajarillo colgado por
un hilo de las manos de Dios. Con este espíritu, pues, debe dirigir sus
súplicas la criatura a su supremo Criador y Conservador. «Señor, debe decirle, obrad
en mí según los elevados designios de vuestra amorosa sabiduría. Vuestro soy y
de Vos vengo; concededme esta gracia por intercesión de vuestra bendita Madre, pues
en todo dependo de vuestra soberana voluntad»
DÍA
SÉPTIMO
CONSIDERACIÓN
«Conviene
orar, dice el Señor, y no desfallecer;» y en otro lugar dice san Jaime apóstol:
«Mucho puede la oración del justo continua.» Palabras todas que nos indican una
de las principales cualidades que debe tener la oración para conseguir su
efecto, esto es, la perseverancia. Nuestro Señor ha querido retratarse en el
Evangelio bajo la figura o parábola de un hombre a quien un vecino suyo va de
noche a pedir merced, y que, no obstante, se le hace sordo por la primera y
segunda vez, dejándole que llame con repetidas aldabadas a su puerta, y
abriéndosela al fin movido de su importunidad. Santamente cansados é importunos
nos quiere también a la suya Dios nuestro Señor, que no es Él como los señores de
la tierra, que se enojan por tales porfías é importunidades. Y si aun de éstos
dice el refrán que «pobre porfiado, saca mendrugo,» ¿cuánto más no podremos
decirlo nosotros, pobres pordioseros de Dios nuestro Señor? No desmayemos,
pues; no cesemos en nuestra demanda por más que no se nos abra la primera vez
la puerta de las divinas misericordias. «Llamad a la puerta, dice el Señor, y se
os abrirá; pedid, y os será otorgado» Aquella pobre mujer cananea que pedía la
salud para su hija, se vio las primeras veces, no sólo desatendida, sí que en
apariencia despreciada y reprochada. Mas al fin, perseverando firme en
suplicar, mereció oír del Salvador el elogio de su firmeza con aquella
exclamación: «¡Oh mujer! ¡grande es tu fe!» y le fué otorgada la gracia que pedía.
DÍA
OCTAVO
CONSIDERACIÓN
La
paciencia en sufrir los males que Dios permite sobre nosotros, es de gran
eficacia para mover sus entrañas de Padre a concedernos el alivio y remedio que
le pedimos. Así como al revés, la impaciencia y poca conformidad del corazón en
la prueba a que nos somete, pueden acarrearnos el castigo de que se haga sordo a
nuestras peticiones. Suframos, pues, con paciencia y resignación nuestros males
e incomodidades, para que Dios en vista de nuestra docilidad y rendimiento se
apresure a descargarnos del peso de esta cruz. ¿Quién sabe si tal enfermedad o
desgracia la ha permitido su sabia Providencia precisamente para poner a prueba
nuestra resignación? Al pacientísimo varón de Hus, al santo Job, le acaecieron toda
suerte de contratiempos, y al fin una horrible y asquerosa enfermedad, sólo
para que en él viese el mundo un modelo de la más heroica paciencia, y para que
conociese eh mismo diablo en él uno de los más heroicos servidores de Dios. Y
sin duda por esto fué recompensado con la completa curación y con el logro otra
vez de todos sus bienes. A Tobías le fué enviada la ceguera por esta misma
causa, según dice expresamente la sagrada Escritura, y en premio de su
resignación le fué después milagrosamente curada. Llevemos, pues, en paciencia
el azote con que hoy nos aflige la justicia de Dios. La mano que parece dura en
herir como de juez, será tal vez mañana blanda como de madre para cicatrizar la
herida. Hagamos, pues, méritos con nuestra paciencia para alcanzar el remedio
que reclama nuestra necesidad.
DÍA
NOVENO
CONSIDERACIÓN
He aquí la última condición de una súplica verdaderamente cristiana. De tal suerte debe ésta hacerse, que por ella pongamos todo nuestro querer en manos del Señor, protestando que de cualquier modo que El resuelva, estamos nosotros conformes a su divina voluntad. Modelo de toda nuestra oración debe ser aquella tan resignadísima de nuestro buen Jesús en el huerto de Getsemaní: «Padre, si queréis, haced que pase de mí este cáliz de amargura, y si no, hágase vuestra voluntad y no la mía» O simplemente añadiremos a todos nuestros ruegos aquella breve condición: «Concededme eso, Dios mío, si me conviene. Amen» En efecto. ¿Quién sino Dios puede saber lo que es más conveniente a cualquiera de sus hijos? Triste cosa es la enfermedad, y muy preciosa es la salud; sin embargo, ¿a cuántos habrá conducido Dios a la salvación por los caminos de aquella más bien que por los de ésta? Pidamos, pues, pero respetando y aceptando ya anticipadamente el fallo divino que el Señor quiera dar a nuestra petición. Señor, dadme la salud si me conviene; pero seguid teniéndome en la enfermedad, si ésta fuere más conducente a mi eterna salvación. La salud del alma es lo principal; si la enfermedad del cuerpo ha de ser medicina o preservativo talvez para mi alma, bendita y bienvenida sea la enfermedad. De todos modos, cúmplanse, Señor, en mí, vuestros eternos designios: ¿qué puede hacer mejor que acatarlos y bendecirlos esta vuestra humilde criatura? La enfermedad, los dolores, la muerte, saludable cosa serán si me acercan a Vos. Obrad, Señor, en mí no según los antojos de mi carne, que no sabe tal vez lo que os pide, sino según los admirables consejos de vuestra sabiduría sobre este pobre pecador.
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