sábado, 13 de febrero de 2021

NOVENA A MARÍA SANTÍSIMA PIDIENDO LA SALUD


PIADOSA NOVENA

PARA PEDIR LA SALUD DE UN ENFERMO POR INTERCESIÓN DE LA VIRGEN SANTÍSIMA

 

Compuesto por D. Félix Sardá y Salvany

Con Licencia Eclesiástica

Barcelona, 1890

 

INSTRUCCIONES PARA PRACTICAR CON FRUTO ESTA NOVENA

1º. – Ante todo, y teniendo en cuenta que ninguna obra es acepta a Dios y meritoria de su gracia si se hace en estado de culpa mortal, procure el enfermo examinar su conciencia y reconciliarse con el Señor recibiendo los santos sacramentos de la Confesión y Comunión. Si es posible, recíbalos también cada uno de los que con él se hayan propuesto practicar para el logro de su salud este piadoso ejercicio.

 

2º. – Practíquense los actos delante de una imagen de la Reina de los cielos, con luz y algún otro modesto adorno, y con la intención de dirigir la súplica a María en su propio santuario o ermita.

 

3º.Reúnanse varios, si es posible, para practicar esta novena, sabiendo que es más acepta a Dios la oración que le dirigen muchos unidos por el lazo de una misma fe y de una misma intención.

 

4º.Durante los días de ella haga en nombre del enfermo una visita al propio Santuario cualquiera de las personas allegadas a aquel, rezando allí una parte del santo Rosario y ofreciendo una pequeña limosna al culto de la Madre de- Dios.

 

5º. – El mismo enfermo prometa (con los debidos requisitos) un especial obsequio a María si le concede la gracia que solicita, como oír una Misa en su altar, ofrecer una vela, mandar un exvoto, costear una alhaja, o de cualquier otra manera manifestar hacia su divina Madre la gratitud de su corazón.

 

6º.Durante los días de la novena absténgase con mayor cuidado de faltas, aun veniales, sea más sufrido en su dolencia, más humilde con los prójimos, más atento a la oración; acompañando el ejercicio de ella con los otros rezos o prácticas piadosas que le permita su estado.

 

 

Por la señal de la santa Cruz, etc.

 

ACTO DE CONTRICIÓN

Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Padre, Criador, Salvador y Redentor de mi alma: por ser Vos quien sois y por lo mucho que os debo, y porque podéis castigarme con eternas penas, os pido perdón ahora de todas mis culpas, me arrepiento íntimamente de ellas y propongo en. vuestra presencia de no ofenderos ya más. Ayudadme, Señor, con vuestra divina gracia, y por la intercesión poderosa de vuestra divina Madre y mía María, concededme lo que en esta novena os pido, para gloria vuestra y suya y salvación de mi pobre alma. Amén.

 

ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS

Oh soberana Señora, Reina y Madre de misericordia, Fuente dulcísima de toda salud, escuchad los gemidos de este pobre pecador que á Vos acude, para que se la alcancéis del cuerpo y del alma en la presente necesidad. Ved, Señora, que no en vano os ha dado el cielo a nosotros por especial Patrona. Madre sois de salud, porque de Vos la ha recibido el mundo por medio de vuestro unigénito Hijo Jesucristo. Madre sois de salud, porque la alcanzáis con vuestro valimiento a las almas y a los cuerpos, como tantas veces se ha visto y referido de Vos. Mostrad, Señora, hoy en este dolorido siervo vuestro la eficacia de tan excelente título; sed para él, como para tantos otros habéis sido, verdadera Madre de toda salud. Y alcanzadle la dicha de que restablecido muy presto de sus dolencias y purificado con ellas de todo pecado, pueda con singular alegría subir a daros gracias en vuestro devoto Santuario. Amén.

 

DÍA PRIMERO

CONSIDERACIÓN

Considera bien, devoto de María, que la primera condición para alcanzar un favor por mediación de esta Señora, es que tal favor se pida en estado de gracia de Dios. Es decir, que en cuanto sea posible has de tener fundada seguridad moral de que no se halla tu alma en estado de pecado grave. Porque ¿cómo te atreverías a presentarte al trono de María para que te recomendase á su Hijo, hallándote por culpas mortales enemistado con Éste? ¿Qué temeridad no fuera acercarse a una persona cualquiera en demanda de un favor, al mismo tiempo que con fiero ultraje se la está agraviando? No esperes, pues, en modo alguno ser escuchado si antes por un verdadero arrepentimiento de tus culpas y por una sincera confesión de ellas no te has reconciliado con su divina Majestad. Por mucho que ame Dios a su Madre santísima, el odio que tiene al pecado es tan grande que bastara éste para frustrar del todo aquella soberana intercesión. Limpia, pues, tu alma; sacude tus inmundicias; lávate en el baño saludable que para eso ha instituido la misericordia de nuestro buen Dios. Examina tu vida, repasa tu cuenta, declárala sinceramente al confesor, ponle luego a tu arrepentimiento el sello de una fervorosa Comunión, y has hecho con esto lo más importante para merecer buen despacho a tus súplicas. Por muchas que hayan sido tus debilidades y miserias, por afeada que haya estado tu vida con toda clase de iniquidades, Dios verá en tí el buen hijo pródigo que vuelve reconciliado a sus brazos, y te otorgará el perdón.

 

ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS

Reina de cielos y tierra, abogada y Patrona nuestra, que desde esta vuestra pintoresca ermita veíais como madre cariñosa sobre nosotros vuestros hijos, y atendéis solícita a nuestras necesidades; dignaos, Señora, escuchar las súplicas que os acaba de dirigir éste que es de todos ellos el más pecador, y por tanto el más necesitado de vuestra amorosa consolación. No miréis, Señora, a sus culpas, que estas harían tal vez apartaseis de él vuestro bondadoso rostro: mirad, sí, lo aflictivo de su estado y moveos á piedad. La salud del cuerpo os pide y también la del alma para mejor en adelante serviros y honraros, y para ser de hoy más nuevo testigo y pregonero de vuestro poder y misericordia. Valedle, oh Madre, pues tan buena sois; valedle, oh Reina, pues tanto podéis. Pedid por esta su necesidad al celestial Dueño, y seréis escuchada. Salus inftrmornm, ora pro nobis: Salud de los enfermos, rogad por nosotros. Amen.

Salve Regina...

 

 

DÍA SEGUNDO

CONSIDERACIÓN

La segunda condición que ha de acompañar tu súplica y recomendarla ante el trono de María y merecer la recomiende Ella ante el trono de Dios, es que sea hecha con recto y cristiano fin. No es súplica grata al Salvador y a su divina Madre la que no se dirige a fines muy adecuados a su divina gloria y a tu salvación. El fin de la cosa más que la cosa misma es lo que la hace digna y merecedora de ser concedida. Pides la salud, devoto de María, pero atiende bien cuál debe ser el fin último de esta tu petición. Debes pedir la salud, no para gozarte más y más con las cosas terrenas, ni para lograr aumentos de riqueza, ni para acariciar sueños de ambición, ni para satisfacer locas vanidades. Tu fin principal debe ser que te aproveche para mayor servicio de Dios y más fácil logro de tu salvación eterna, por medio del más exacto cumplimiento de tus respectivos deberes. ¿Qué caso podría hacer Dios de una súplica que se le dirigiese con miras bajas y rastreras indignas de su soberana atención? Eleva, pues, á muy noble fin el objeto de tu demanda. Dios, el alma, la eternidad; he aquí los sublimes pensamientos que en todas sus súplicas debe tener presentes el buen cristiano. Que sea para mayor gloria de Dios, que sea para mayor provecho del alma, que sea para más seguro logro de la feliz eternidad. A eso debe enderezarse todo lo que el hombre habla, piensa u obra sobre la tierra; pues para eso solo ha sido criado en ella y para nada más. Medita bien este punto, y en conformidad a él dirige tu súplica a la Reina de la Salud.

 

 

DÍA TERCERO

CONSIDERACIÓN

«Aborrece Dios a los soberbios, dice la Escritura, y da su gracia a los humildes» Esto debes tener muy presente siempre que te diriges a Dios, pero muy singularmente cuando vas a pedirle un beneficio. Sea la humildad la que principalmente le haga agradable y acepta tu oración. Considera quién es Dios y quién eres tú, y eso bastará para que te sientas al momento confuso y humillado. Eres menos que un criado en presencia de un gran señor, menos que un mendigo a la puerta de un magnate. Gusanillo vil de la tierra, no mereces por tí propio una mirada siquiera del Rey celestial. Y a tu bajeza nativa se añade la fealdad de tus pecados, con los cuales te has acabado de hacer indigno de la divina Bondad. Pide, pues, pero no con vana presunción, no con arranques de orgullo; pide sin contar para nada con tus merecimientos propios, que ningunos tienes, sino sólo con la bondad y misericordia de tu Dios. Dile con sencillez y humildad de corazón: «Nada soy, Señor, nada valgo y nada puedo; más vuestra bondad y el valimiento de vuestra dulcísima Madre lo pueden todo por mí. Señor, mirad a vuestro siervo; Padre, escuchad a vuestro hijo; poderoso Rey de los cielos, dad esta limosna de vuestra real mano a ese mendigo infeliz» Concededlas, Señor, por los ruegos de vuestra Madre y para más enaltecer su gloria y su poder. En su obsequio redundará esta gracia que otorgaréis a este indigno devoto suyo, y en vuestro honor serán las alabanzas que tributaremos a Ella en acción de gracias, ahora y por toda la eternidad.

 

DÍA CUARTO

CONSIDERACIÓN

La humildad en el pedir no ha de ser desconfianza de ser escuchado, antes bien nuestra propia bajeza ha de servirnos de estímulo para confiar más en la bondad de Nuestro Señor y en la protección de su Madre benditísima. ¿En qué confía el pobre mendigo sino en el mismo aspecto de su exterior sucio, miserable y destrozado? ¿Qué mayores títulos alega para ser escuchado que los de su misma miseria é infelicidad? Así a nosotros no ha de sernos obstáculo para confiar, la suma miseria nuestra; antes bien el reconocimiento de ella ha de movernos más y más a esperar la divina benevolencia. Porque ¿de quién se ha de apiadar Nuestro Señor con mayor razón que de los muy miserables? Como no nos vea en actual estado de culpa mortal, ¿cómo no ha de compadecernos el que tiene a gran gloria llamarse Padre de los pobres y consuelo de los afligidos? Y, sobre todo, ¿qué mayor motivo de confianza podemos tener que el apoyo de la Madre de Dios? Los del mundo tienen seguridad para sus pretensiones cuando cuentan con poderosos empeños: nosotros tenemos en favor nuestro el eficaz amparo y recomendación de la Madre misma de nuestro Rey. Ea, pues, Señora; ea, Madre y abogada nuestra; tomad en vuestras augustas manos ese memorial, que recibiéndolo de ellas no lo dejará desairado el celestial Dueño. Madre suya sois, hablad como Madre y seréis atendida. Hijo vuestro es El, y no negará a vuestra intercesión lo que podría muy bien negar a nuestros flacos merecimientos. Confiado dejamos, oh Señora, nuestro asunto en manos de Vos: el corazón nos dice que la gracia será concedida.

 

 

DÍA QUINTO

CONSIDERACIÓN

La tibieza y flojedad de espíritu son las que más entorpecen el vuelo de la oración a los pies del Padre de las misericordias. El tibio causa asco a nuestro Dios y le provoca á náuseas, como muy claramente lo dice El en las sagradas Escrituras. Es, pues, requisito indispensable de la buena oración el que sea encendida y fervorosa. Así como no se clava la flecha o no se entra la bala en el blanco, sino despedida por brazo vigoroso y por arma bien templada, así no penetra el Corazón de Dios la súplica, si no sale de un corazón lleno de fervorosos afectos de entrañable amor y devoción. Examina ahora tú, oh cristiano, cuáles sean tu devoción y fervor cuando pides algo a Dios, y tal vez no extrañarás después no haber sido favorablemente escuchado. Tienes distraída el alma con mundanos pensamientos, turbada la imaginación con locuras y devaneos, pegada la voluntad á vanas y rastreras aficiones. De esa fragua apagada donde no arde una chispa de amor a Dios, ¿cómo ha de salir candente y enrojecida la espada de la oración para luchar con El hasta recabar el beneficio que necesitas? Aviva antes tu fuego, sopla en él por medio de santas y pías consideraciones, atiza su llama por el recuerdo de los beneficios recibidos, y cuando te sientas enardecido y fervoroso serás entonces digno de que te escuche y atienda con benigno rostro Nuestro Señor. Pídele a su Madre santísima, que de su corazón amante le comunique al tuyo frio y desmayado algo de su ardor celestial.

 

 

DÍA SEXTO

CONSIDERACIÓN

Espíritu de fe significa aquí la interior firmísima convicción de que todo nuestro ser depende de Dios; de que recibimos de Él la salud y la enfermedad, la vida y la muerte; y de que sólo Él puede dar a nuestros males eficaz y oportuno remedio, si tal fuere su santa voluntad. Oraba con firme espíritu de fe aquel pobre leproso que nos cuenta el Evangelio, el cual aguardando que pasase Cristo nuestro Señor, no cesaba de clamarle: «Señor, si queréis podéis curarme.» Con igual espíritu rogaba aquel buen Centurión que pedía la salud para su criado, y decía tan sólo: «Señor, hablad únicamente una palabra, y mi criado quedará sano» Este espíritu de fe debemos avivarlo en nuestro corazón, recordando el sumo poder de Dios, sin cuyo mandato ni un cabello puede caer de nuestra cabeza. Por su voluntad nacimos, por su voluntad vivimos y por su voluntad moriremos luego, o se alejará de nosotros la muerte hasta un plazo más lejano. Por su voluntad dañan o aprovechan las criaturas todas, los elementos todos están a sus órdenes para servir de ejecutores a sus soberanos designios sobre nosotros. La medicina cura o no cura, según la eficacia que El en aquel momento le da sobre nuestro organismo. El médico mismo acierta o no acierta en la prescripción, según las luces que a su inteligencia Él comunica. El hombre es como un pajarillo colgado por un hilo de las manos de Dios. Con este espíritu, pues, debe dirigir sus súplicas la criatura a su supremo Criador y Conservador. «Señor, debe decirle, obrad en mí según los elevados designios de vuestra amorosa sabiduría. Vuestro soy y de Vos vengo; concededme esta gracia por intercesión de vuestra bendita Madre, pues en todo dependo de vuestra soberana voluntad»

 

 

DÍA SÉPTIMO

CONSIDERACIÓN

«Conviene orar, dice el Señor, y no desfallecer;» y en otro lugar dice san Jaime apóstol: «Mucho puede la oración del justo continua.» Palabras todas que nos indican una de las principales cualidades que debe tener la oración para conseguir su efecto, esto es, la perseverancia. Nuestro Señor ha querido retratarse en el Evangelio bajo la figura o parábola de un hombre a quien un vecino suyo va de noche a pedir merced, y que, no obstante, se le hace sordo por la primera y segunda vez, dejándole que llame con repetidas aldabadas a su puerta, y abriéndosela al fin movido de su importunidad. Santamente cansados é importunos nos quiere también a la suya Dios nuestro Señor, que no es Él como los señores de la tierra, que se enojan por tales porfías é importunidades. Y si aun de éstos dice el refrán que «pobre porfiado, saca mendrugo,» ¿cuánto más no podremos decirlo nosotros, pobres pordioseros de Dios nuestro Señor? No desmayemos, pues; no cesemos en nuestra demanda por más que no se nos abra la primera vez la puerta de las divinas misericordias. «Llamad a la puerta, dice el Señor, y se os abrirá; pedid, y os será otorgado» Aquella pobre mujer cananea que pedía la salud para su hija, se vio las primeras veces, no sólo desatendida, sí que en apariencia despreciada y reprochada. Mas al fin, perseverando firme en suplicar, mereció oír del Salvador el elogio de su firmeza con aquella exclamación: «¡Oh mujer! ¡grande es tu fe!» y le fué otorgada la gracia que pedía.

 

 

DÍA OCTAVO

CONSIDERACIÓN

La paciencia en sufrir los males que Dios permite sobre nosotros, es de gran eficacia para mover sus entrañas de Padre a concedernos el alivio y remedio que le pedimos. Así como al revés, la impaciencia y poca conformidad del corazón en la prueba a que nos somete, pueden acarrearnos el castigo de que se haga sordo a nuestras peticiones. Suframos, pues, con paciencia y resignación nuestros males e incomodidades, para que Dios en vista de nuestra docilidad y rendimiento se apresure a descargarnos del peso de esta cruz. ¿Quién sabe si tal enfermedad o desgracia la ha permitido su sabia Providencia precisamente para poner a prueba nuestra resignación? Al pacientísimo varón de Hus, al santo Job, le acaecieron toda suerte de contratiempos, y al fin una horrible y asquerosa enfermedad, sólo para que en él viese el mundo un modelo de la más heroica paciencia, y para que conociese eh mismo diablo en él uno de los más heroicos servidores de Dios. Y sin duda por esto fué recompensado con la completa curación y con el logro otra vez de todos sus bienes. A Tobías le fué enviada la ceguera por esta misma causa, según dice expresamente la sagrada Escritura, y en premio de su resignación le fué después milagrosamente curada. Llevemos, pues, en paciencia el azote con que hoy nos aflige la justicia de Dios. La mano que parece dura en herir como de juez, será tal vez mañana blanda como de madre para cicatrizar la herida. Hagamos, pues, méritos con nuestra paciencia para alcanzar el remedio que reclama nuestra necesidad.

 

 

DÍA NOVENO

CONSIDERACIÓN

He aquí la última condición de una súplica verdaderamente cristiana. De tal suerte debe ésta hacerse, que por ella pongamos todo nuestro querer en manos del Señor, protestando que de cualquier modo que El resuelva, estamos nosotros conformes a su divina voluntad. Modelo de toda nuestra oración debe ser aquella tan resignadísima de nuestro buen Jesús en el huerto de Getsemaní: «Padre, si queréis, haced que pase de mí este cáliz de amargura, y si no, hágase vuestra voluntad y no la mía» O simplemente añadiremos a todos nuestros ruegos aquella breve condición: «Concededme eso, Dios mío, si me conviene. Amen» En efecto. ¿Quién sino Dios puede saber lo que es más conveniente a cualquiera de sus hijos? Triste cosa es la enfermedad, y muy preciosa es la salud; sin embargo, ¿a cuántos habrá conducido Dios a la salvación por los caminos de aquella más bien que por los de ésta? Pidamos, pues, pero respetando y aceptando ya anticipadamente el fallo divino que el Señor quiera dar a nuestra petición. Señor, dadme la salud si me conviene; pero seguid teniéndome en la enfermedad, si ésta fuere más conducente a mi eterna salvación. La salud del alma es lo principal; si la enfermedad del cuerpo ha de ser medicina o preservativo talvez para mi alma, bendita y bienvenida sea la enfermedad. De todos modos, cúmplanse, Señor, en mí, vuestros eternos designios: ¿qué puede hacer mejor que acatarlos y bendecirlos esta vuestra humilde criatura? La enfermedad, los dolores, la muerte, saludable cosa serán si me acercan a Vos. Obrad, Señor, en mí no según los antojos de mi carne, que no sabe tal vez lo que os pide, sino según los admirables consejos de vuestra sabiduría sobre este pobre pecador.

 

 


 

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