viernes, 12 de febrero de 2021

NOVENA A SAN POMPILIO PIRROTI


NOVENA A SAN POMPILIO MARÍA PIRROTI DE SAN NICOLÁS

SACERDOTE DE LAS ESCUELAS PÍAS

 

Compuesto por el P. Calixto Soto de la Virgen de los Dolores, sacerdote de las mismas Escuelas Pías.

 

Con aprobación de la Autoridad Eclesiástica

Madrid, 1890

 

Por la señal…

Acto de contrición…

 

ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS

Omnipotente y Sempiterno Dios, postrado ante vuestra soberana Majestad, adoro vuestro Santo Nombre, y deseo y quiero santifiquen con alabanzas de mi lengua, con los afectos de mi corazón y con todas las buenas obras de mi vida, como le santificó con las admirables virtudes de su vida vuestro siervo y mi glorioso protector San Pompilio María. Por eso Vos le habéis honrado en vida con admirables dones sobrenaturales, hecho participante de la gloria de vuestros Santos en el cielo y de los cultos públicos de la Iglesia. ¡Bendita sea, oh Dios, vuestra bondad con vuestros servidores! Presentándole a nuestra veneración, queréis que imitemos sus heroicas virtudes para santificaros y santificarnos, y esto es lo que nos proponemos en esta novena con vuestra ayuda, nos ofrecéis en el un gran protector para con vuestra Majestad, que nos consiga vuestras gracias y bendiciones, y el remedio de nuestras necesidades espirituales y temporales. Confiado en vuestra infinita bondad y su poderosa protección, os presento las mías y las de todos mis prójimos, y os pido las gracias y virtudes que necesitamos para serviros en esta vida y gozaros en la eterna. Amén.

 

 

ORACIÓN A SAN POMPILIO

(Para todos los días)

¡Oh bienaventurado Padre y Protector mío Pompilio María, siervo bueno y fiel, amado de Dios y de los hombres! Gózome de que tu memoria sea para bendición de la tierra y para gloria del Cielo. Todos tus devotos celebramos con la Santa Iglesia tu exaltación a los honores públicos, y esperamos de tu gran caridad y gran valimiento con Dios, gracias y favores tales que te hagan cada día más acreedor a nuestro amor, agradecimiento y veneración, y a los cultos de todos los fieles. Manifiesta pues, ¡Oh abogado mío! tu gran caridad para conmigo y para con todos tus devotos, alcanzándonos del Señor, fortaleza para imitar tus virtudes, remedio a las necesidades que te presentamos, y la gracia especial de esta novena, si ha de ser para gloria de Dios y bien de mi alma. Amén.

(Se hace la petición y se rezan tres Padres nuestros, Aves Marías y Glorias)

 

 

DÍA PRIMERO

ORACIÓN

Oh amantísimo Padre y Protector mío Pompilio María, a ti con propiedad convienen las palabras del Espíritu Santo: “Bienaventurado el varón que se halló sin mancha, ¿Quién es este y le alabaremos?” a ti te alabamos, y primero a Dios, porque desde tus primeros pasos de la vida te previno con tanta abundancia de gracias, que dejaste ver más como hijo del nuevo Adán Jesucristo, que, del antiguo, de quien heredabas con el pecado original su corrompida naturaleza. Eran tan bella tus inclinaciones a la piedad, al culto divino, a la oración, al retiro, a las obras de misericordia, que todos admiraban en ti el poder de la gracia divina, que sabe hacer de hombres, ángeles en la inocencia, de vasos de corrupción, vasos de santificación y honor, inquebrantables a todos los golpes de sus enemigos. Fueron creciendo estas bellas disposiciones a la santidad, conforme se iban desarrollando en tu entendimiento el conocimiento de Dios, tu Creador, Redentor y Santificador, el conocimiento de sus obras y preceptos. El primero te mandaba amarle con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas, y con todo tu corazón, con todas tus fuerzas y con toda tu alma amaste a Dios, y todo lo que a Él te llevaba, sin que amor contrario poseyese ni por un instante tu corazón. Amabas, porque a Dios te llevaban y con él te unían en la oración, la frecuencia de los sacramentos, el sacrificio de la misa, los otros ejercicios de culto, la devoción a tu hermosa Madre la Virgen María, el estudio, la obediencia a los padres y maestros, tales fueron las santas ocupaciones de tu niñez, ¡Dichosa niñez, siempre resplandeciente con rayos de santidad! Pero hay de mí, comparo los recuerdos de mi niñez con la tuya, y la hallo llena de imperfecciones e inclinaciones torcidas que han ido creciendo con la edad, sin el consuelo de haberlas corregido. Tú que vez mi necesidad, con la gracia de esta novena, alcánzame del Señor, por la penitencia, la inocencia perdida por el pecado, y una gran fortaleza para corregir mis torcidas inclinaciones, y a todos los niños cristianos la conservación de la gracia bautismal, y mucha docilidad para seguir las buenas enseñanzas de padres y maestros, y sobre todo, las inspiraciones de Dios. Amén.

 


DÍA SEGUNDO

ORACIÓN

¡Oh glorioso Padre y Protector mío Pompilio María! El Espíritu Santo te quería todo para sí, y por eso te llamaba el retiro de la oración para hablarte al corazón. En esta divina escuela aprendiste que Dios, y solo Dios, debe ser el centro de todas nuestras aspiraciones en la vida presente, como lo ha de ser de nuestro último fin y felicidad en la eterna. Los momentáneos placeres que el mundo te ofrecía, sus bienes caducos, las ocupaciones terrenas, las miraste siempre como indignas de un alma que solo debe aspirar a la posesión de Dios, en quien solo se halla contento y felicidad. Llegaste a la edad de tomar estado, miraste este negocio como decisivo de tu futura suerte, y con fervoroso espíritu te dedicaste a buscar en la oración la inspiración divina, a consultar a los confesores y directores espirituales, puestos por Dios para gobernar las almas, su voz unánime te llevaba al estado religioso como más a propósito para satisfacer tus deseos de santificación, y tomaste la resolución irrevocable de abrazarlo. Encuentras oposición en tus queridos padres y parientes que tenían todas sus delicias en tu compañía, pero el Espíritu Santo te recuerda aquella sentencia de Jesucristo: “El que ama a su padre o madre, más que a mí, no es digno de mí (Mat. 10, 37)” y te resolviste a dejarlos y a romper con todo el mundo, y te retiraste a dejarlos y a romper con el mundo, y te retiraste a la religión de las Escuelas Pías que te ofrecía campo vasto a tu santificación. ¡Oh caritativo Padre mío! compadécete de tantos jóvenes de ambos sexos que, llevados de una ciega pasión, se arrojan a tomar estado contra la voluntad de Dios. Obtén del Señor para tus devotos, la gracia de no errar en negocio tan interesante a su salvación, y no errarán si a tu ejemplo, en el secreto de la oración y en el silencio de las pasiones, oyen y siguen la inspiración divina. Y a los que ya han elegido estado, consígueles la gracia de que cumplan con fidelidad todas sus obligaciones, sean preferidos en tu amor e intercesión todos tus hermanos de profesión. Amén.

 

 

DÍA TERCERO

ORACIÓN

¡Oh bendito protector mío Pompilio María! Tus ardientes deseos al elegir el estado religioso, eran los de santificarte más y más por la guarda de sus votos y reglas, y contribuir a la salvación de tus prójimos. La obligación de enseñanza de niños que profesa la religión de las Escuelas Pías, sin perjuicio de los otros ministerios sacerdotales, te agradó mucho por que te ofrecía un campo fecundo de medios a tus aspiraciones, y la elegiste como preferencia. Con tu espíritu profético comprendiste cuantas almas podías santificar por la diaria enseñanza de la piedad y de las letras, cuantas conservar en la inocencia bautismal y santo temor de Dios, liberándolas de la funesta caída del pecado. ¡Oh que bien tan grande! Te regocijabas de que, por tan santa, aunque penosa misión, podías dar a la Iglesia celosos sacerdotes, al Estado, buenos padres de familia que le santificasen, y al cielo innumerables pobladores ¡Que perspectiva tan agradable! ¡Que frutos de salvación tan copiosos te prometías! Te animaba a tan piadosa misión, aquella tierna y conmovedora escena del Santo Evangelio, en que Jesucristo, el Divino Maestro, con grande efusión de su alma, abrazaba y bendecía a los niños que se le acercaban, reprendiendo a los Apóstoles porque se lo estorbaban, viendo en su inocencia los futuros pobladores del cielo, y asegurándonos que quien recibiere un párvulo en su nombre, a Él recibía, y el que hiciere y enseñare, sería grande en el reino de los cielos, ¡magnífica promesa! Que se conforma con esta obra del Espíritu Santo: “los que enseñan a muchos para que vivan justamente, brillarán como estrellas en perpetuas eternidades” ¡dichosos mil veces los que tal y tan santa ocupación abrazan y cumplen fielmente! Dichoso tú, Padre y Protector mío Pompilio, que la has abrazado y cumplido con ardiente celo, y por eso eres ahora grande en el reino de los cielos, y brillas y brillarás como estrella muy resplandeciente. Alcanza a todos los maestros y padres de familia, verdadero celo por la salvación de los niños, infundiendo en sus tiernas almas el santo amor y temor de Dios, que, conservándolos en la inocencia, los hagan dichosos ciudadanos del cielo. Amén.

 

 

DÍA CUARTO

ORACIÓN

Oh admirable Padre y Protector mío Pompilio María, gloria a Dios porque te escogió en su Iglesia para modelo de jóvenes estudiosos primero, y después, de maestros y sacerdotes. Vestiste el santo hábito del gran Padre San José de Calasanz, y en tu profesión con los otros votos, hiciste el de enseñar a los niños por amor de Jesús. Con tu perspicaz entendimiento, comprendiste que Dios, que te llamaba tan temprano a trabajar en la viña de tu glorioso Padre Calasanz, te llamaba también a enriquecer tu alma de aquellos conocimientos y virtudes que después habías de comunicar a tus oyentes. También comprendiste con superior luz, que cuanto fuese mayor el caudal de ciencia y virtud que recogieses, tanto mayores serían después los frutos de salvación que te prometías. Anhelando porque estos fuesen abundantísimos, te consagraste a los diversos estudios de tu carrera sacerdotal con tanto empeño y constancia, que solo los interrumpías por los ejercicios religiosos, y estos por el estudio. El mismo estudio que a otros resfría en el espíritu religioso, en ti contribuía a tu mayor santificación, porque te elevaba a contemplar a Dios, que es la fuente de todas las ciencias. En esta contemplación y escuela aprendiste verdades y conocimientos muy superiores a los de todos los libros y maestros. Lleno de esta divina ciencia y de tantos conocimientos literarios, filosóficos y teológicos, y ardiendo, por otra parte, en celo por tu aprovechamiento y salvación de las almas, ¿Qué extraño pudieses pasar toda tu vida en un continuo ejercicio de obras de caridad, hablando a los niños, a los rústicos, a los sabios en el lenguaje y con la moción más acomodada a su inteligencia y necesidad? ¿Qué extraño recogieses frutos de salvación tan admirables? ¡Oh protector mío! si los jóvenes estudiantes durante sus estudios siguiesen tu ejemplo! ¡Que abundante caudal de ciencia atesorarían! ¡Cuántos méritos de vida eterna adquirirían ofreciendo a Dios su trabajo! ¡cuántos pecados de ocio y desperdicio de tiempo evitarían! ¡y que óptimos frutos sacarían después de sus profesiones! Pide a Dios que les abra los ojos del alma para que vean sus intereses espirituales y temporales, e imiten tu ejemplo, y que todos aprovechemos bien el tiempo de que depende una buena o mala eternidad. Amén.

 

 

DÍA QUINTO

ORACIÓN

Oh San Pompilio María, celoso operario del Padre de familia y perfecto modelo de maestros, con gran gozo de mi alma te veo dar principio a tu santo ministerio de la enseñanza de niños, que, si pasa por obscuro a los de los hombres, Jesucristo le hace grande, porque hace grandes en el reino de los cielos a los que enseñan a otros para la justicia. Por grande la tenías tú, y por eso la elegiste, y con los niños y entre los niños hallabas tus delicias, y en repartirles el pan de la inteligencia y piedad con el celo de quien hace las veces del Divino Maestro pasaste gran parte de tu vida. Te alentaba al trabajo y redoblada tu solicitud la promesa evangélica de que quien a un niño recibe y enseña en nombre de Jesús, al mismo Jesús recibe. Tu solicitud por conservar y aumentar en ellos la gracia bautismal y revestirlos de las virtudes de Jesucristo, solo era comparable con la que tenía San Pablo para formar en sus discípulos de Gálata a Jesucristo (Gal. 4) ¡Oh verdadero hijo del gran maestro José de Calasanz, gózate en esa copiosa mies de almas inocentes que recogiste para el cielo y ahora hacen tu corona de gloria! Pero tu celo apostólico no se limitaba a los estrechos límites de una escuela, buscaba auditorios numerosos y los hallaste en los pueblos y ciudades de Italia, ansiosos de oír tu palabra, que, como espada de doble filo, penetraba la división del alma, moviendo los corazones a penitencia y encendiéndolos en el fuego del amor de Dios. A tu poderosa palabra, a tus admirables ejemplos, a tu asombrosa penitencia, a tus milagros, no había pecador por obstinado que no se rindiese, pues a los resplandores que a veces salían de tu rostro, conocían que el Espíritu Santo hablaba por tu boca. Las almas que por tu predicación y por el ministerio de la confesión, santificaste y llevaste al cielo, fueron innumerables, y por eso te gozas ahora en tus fatigas apostólicas que tal peso de tu gloria te reporta. Haz, siervo bendito de Dios, que tu celo apostólico se comunique a todos tus hermanos y a todos los sacerdotes, para que, como luz del mundo y sal de la tierra, lleven la luz de la verdad y de sus obligaciones a los entendimientos de los fieles y con sal de la gracia de los sacramentos, su celo y fervor y buen ejemplo le hagan fácil y agradable su cumplimiento. Amén.

 

 

DÍA SEXTO

ORACIÓN

¡Oh admirable siervo de Dios Pompilio María! Me gozo en considerarte muy encumbrado en el cielo, porque más que muchos otros justos has descollado en la tierra por tus heróicas virtudes, las que con regocijo ensalza la Iglesia y recomienda a sus hijos para imitación. El fundamento de todas las virtudes, como lo es en todos los justos, fue la fe viva de que vive el justo. Esta luz divina tomaste por guía de toda tu vida, no solo para agradecer este don que se niega a infinitas gentes, sino también para ajustar a ella todos los actos de tu vida, persuadido de que la fe sin obras es muerta. La primera verdad que la fe te dio a conocer fue la de tu Dios Criador, Redentor y Remunerador, que por tan inestimable don no te pedía más que el que le amases con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas; y con todo tu corazón, con toda tu alma, y con todas tus fuerzas le comenzaste a amar desde el principio de la vida hasta su término, aumentándose cada día esta hoguera de amor, hasta unirte con ese amor infinito de Dios que ahora gozas. Amando a Dios en tanto grado, no podías menos de amar a los hombres, hijo de Dios y redimidos con su preciosísima sangre, y los amabas en un grado heróico, deseando dar la vida por todos y cada uno de ellos, si esto fuese necesario para su bien espiritual o temporal. De aquí ese celo ardiente, esos inmensos trabajos que te tomaste por su salvación, no viviendo para ti, sino para tus prójimos por amor de Dios. Tu fe te presentaba continuamente a Jesús y a su bendita Madre por modelos de tu vida, y todo el empeño de tu vida fue imitarlos. Ellos fueron los más pobres, los más puros, los más obedientes, los más humildes, los más mansos, los más mortificados de los hombres, y por su amor e imitación llevaste estas y todas sus demás virtudes hasta el heroísmo. ¡Oh poder de la divina gracia, hasta que punto de santidad levantas a los que previenes con tus dulzuras y te buscan confiados en las promesas divinas! Todos los cristianos estamos obligados a obrar según la fé, pero cuan lejos estoy ¡Oh Padre y Protector mío, de imitar la tuya en las obras y adquisición de las virtudes! Compadécete de mi tibieza, y alcánzame del Señor, aumente mi fé que le pedían sus Apóstoles, ella me haga tener siempre presente a Dios para hacer su santísima voluntad, presente sus eternos premios para buscarlos con ardor, presentes sus castigos para temerlos, y aborrecer todo pecado. Señor, grabad estas tres consideraciones en mi alma y seré santo. Amén.

 

 

DÍA SÉPTIMO

ORACIÓN

¡Oh varón admirable y mi amantísimo abogado Pompilio María! Fuiste perfecto imitador del Varón de Dolores, Jesucristo, y por eso no podías menos de seguir sus pasos por el camino de la Cruz, que conduce a la cumbre de la santidad y de la gloria. Oyes al divino Maestro que te dice: “Niégate a ti mismo” y tú, su fiel seguidor, te niegas a ti mismo en todo, sin hacer en toda tu vida ninguna concesión a tu propia voluntad, a tu genio, a tu propio juicio, a ninguna torcida inclinación de la carne y amor propio, volviéndote en todo por conquistar el reino de los cielos. Oye a San Pablo que dice: “Castigo mi cuerpo y le reduzco a servidumbre por no hacerme réprobo” y tu sigues su ejemplo, crucificas tu cuerpo y le reduces a servidumbre con sangrientas disciplinas, agudos cilicios, rigurosos ayunos y otras tantas y tan espantosas penitencias, que te hubieran acabado la vida, si no hubieran sido inspiradas por el espíritu de Dios. Tenías presente aquellas palabras del profeta: “mis ojos robaron mi alma” y para que no tuvieras que llorar tal desgracia, cerraste los tuyos y todos tu sentidos y potencias con tan fuertes candados del temor de Dios, que nunca les diste ni la más pequeña libertad. ¡Oh Santo temor de Dios, que prodigios obras en los hombres, revestidos de carne flaca! ¡Oh piadoso abogado, que confusión para mi tu ejemplo! Tu, inocente, haces terribles penitencias, yo, culpable, las aborrezco ¿Qué será de mí? Ya me lo dice el Divino Maestro Jesús: si no hicieres penitencia, todos juntamente pereceréis. Hay, pues, que resignarse a castigar la carne rebelde y hacerse violencia para arrebatar el cielo: el auxilio divino todo lo hace fácil. Alcánzame del Señor con este auxilio, la fortaleza que para resistir a mis malas inclinaciones necesito, bien persuadido de que, si por cortos días no quiero vivir sacrificado con Cristo, viviré eternamente atormentado con el demonio, no lo permitáis mi Dios. Amén.

 

 

DÍA OCTAVO

ORACIÓN

¡Amabilísimo Salvador mío! ¡Magnífico remunerador de vuestros siervos que de todo corazón os sirven y glorifican! Nuestro grande abogado y Protector Pompilio María os amó con todas sus potencias y sentidos, y por eso le coronaste de honor y de gloria, viviendo aun en la tierra, haciéndole participante de los dones gloriosos de los bienaventurados. Dotado de la caridad, se le vió con frecuencia ya en la predicación y santo sacrificio de la misa, ya en la oración y admirables éxtasis, despedir su rostro resplandecientes rayos de gloria. Dotado del de agilidad, se trasladaba instantáneamente de un lugar a otro, dejándose ver al mismo tiempo en ambas partes, dotado del de sutileza, entraba y salía de las habitaciones, como Vos en el Cenáculo, sin abrir puertas ni ventanas, cuando todo esto convenía para vuestra gloria y bien de sus prójimos. Concediéndole el poder de hacer milagros, se puede decir que pusisteis en sus manos las llaves de la salud y enfermedad, de la vida y de la muerte, de la abundancia y de la escasez, sujetasteis a su voluntad los elementos, los terremotos y hasta los mismos demonios, para que no hiciesen mal a vuestras criaturas. Le diste el conocimiento de las conciencias de los hombres para encaminarlas al bien, y del admirable don de profecía solo se valió para anunciar lo que convenía hacer o evitar para vuestra gloria. A esos favores se juntaban el trato íntimo que Vos, vuestra Santísima Madre, los Ángeles y los Santos tenías con el como si fuera ya morador de los palacios celestiales. Gózate ¡Oh Padre mío Pompilio! En esos dones que te merecieron tu fidelidad a la gracia, alcánzame esta fidelidad, y participaré en el cielo de esos dones de que gozan todos los bienaventurados. Amén.

 

 

DÍA NOVENO

ORACIÓN

¡Oh glorioso abogado mío Pompilio María! El Espíritu Santo tiene por preciosa en su presencia la muerte de sus Santos. ¡Oh! y la tuya lo fue en eminente grado por los milagros y maravillas que la acompañaron, Dios sea por ello glorificado. Toda tu vida fue una aspiración continua por la posesión de Dios cara a cara con Él es, no es enigma, y como espejo por la fé y esperanza. Incesantemente repetías con el real profeta: “Ay de mí, cuanto se prolonga mi destierro” y con el Apóstol: “Deseo verme libre de estos lazos mortales por unirme eternamente con Cristo.” Alégrate Padre mío, que tu hermosa Madre viene el cielo a anunciarte tu próxima partida para gozarte de sus brazos. ¡Oh anuncio de inmenso gozo para tu alma! Todos los días de tu vida habías trabajado como si cada uno fuese el último, pero desde este día corriste con rápido vuelo a los amorosos brazos de tu Padre Celestia, por el ejercicio de todas las virtudes para presentarte en su presencia más rico de merecimientos, y poder decir con el Apóstol: “He peleado buena batalla, he acabado mi carrera, he cumplido con fidelidad de mi ministerio, me espera la corona de justicia.” Viste acercarse la fiebre precursora de la muerte, pero no por eso interrumpiste tus diarios ejercicios, ni tu ministerio sacerdotal para que, como buen soldado de Cristo, la muerte le cogiese en el campo de batalla. Así es, que, en el mismo ejercicio del confesionario, falto de fuerzas, caíste sin consentimiento. Conducido a tu pobre aposento, recibiste los últimos sacramentos de la Iglesia, y echado en el suelo (como San Francisco) entregaste tu dichosa alma en manos de tu Criador a impulso de ese fuego de Amor Divino que te devoraba, y fue como el carro de fuego del Profeta Elías, que te arrebató al cielo a ese eminente trono de gloria que posees. Gózome infinito en tu gloria, pero lloros por tu pérdida, me veo obligado a exclamar con el Profeta Eliseo: ¡Padre mío! ¡Padre mío! ¡carro de Israel y su conductor! Dame tu noble espíritu, que no lo merezco, sino parte de el ara imitar tus virtudes y merecer contigo alabar a Dios por los siglos de los siglos. Amén.

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