NOVENA
A SAN POMPILIO MARÍA PIRROTI DE SAN NICOLÁS
SACERDOTE
DE LAS ESCUELAS PÍAS
Compuesto
por el P. Calixto Soto de la Virgen de los Dolores, sacerdote de las mismas
Escuelas Pías.
Con
aprobación de la Autoridad Eclesiástica
Madrid,
1890
Por
la señal…
Acto
de contrición…
ORACIÓN
PARA TODOS LOS DÍAS
Omnipotente
y Sempiterno Dios, postrado ante vuestra soberana Majestad, adoro vuestro Santo
Nombre, y deseo y quiero santifiquen con alabanzas de mi lengua, con los
afectos de mi corazón y con todas las buenas obras de mi vida, como le
santificó con las admirables virtudes de su vida vuestro siervo y mi glorioso
protector San Pompilio María. Por eso Vos le habéis honrado en vida con
admirables dones sobrenaturales, hecho participante de la gloria de vuestros
Santos en el cielo y de los cultos públicos de la Iglesia. ¡Bendita sea, oh
Dios, vuestra bondad con vuestros servidores! Presentándole a nuestra
veneración, queréis que imitemos sus heroicas virtudes para santificaros y
santificarnos, y esto es lo que nos proponemos en esta novena con vuestra
ayuda, nos ofrecéis en el un gran protector para con vuestra Majestad, que nos
consiga vuestras gracias y bendiciones, y el remedio de nuestras necesidades
espirituales y temporales. Confiado en vuestra infinita bondad y su poderosa
protección, os presento las mías y las de todos mis prójimos, y os pido las
gracias y virtudes que necesitamos para serviros en esta vida y gozaros en la
eterna. Amén.
ORACIÓN
A SAN POMPILIO
(Para
todos los días)
¡Oh bienaventurado Padre y Protector mío Pompilio María, siervo bueno y fiel, amado de Dios y de los hombres! Gózome de que tu memoria sea para bendición de la tierra y para gloria del Cielo. Todos tus devotos celebramos con la Santa Iglesia tu exaltación a los honores públicos, y esperamos de tu gran caridad y gran valimiento con Dios, gracias y favores tales que te hagan cada día más acreedor a nuestro amor, agradecimiento y veneración, y a los cultos de todos los fieles. Manifiesta pues, ¡Oh abogado mío! tu gran caridad para conmigo y para con todos tus devotos, alcanzándonos del Señor, fortaleza para imitar tus virtudes, remedio a las necesidades que te presentamos, y la gracia especial de esta novena, si ha de ser para gloria de Dios y bien de mi alma. Amén.
(Se
hace la petición y se rezan tres Padres nuestros, Aves Marías y Glorias)
DÍA
PRIMERO
ORACIÓN
Oh
amantísimo Padre y Protector mío Pompilio María, a ti con propiedad convienen
las palabras del Espíritu Santo: “Bienaventurado el varón que se halló sin
mancha, ¿Quién es este y le alabaremos?” a ti te alabamos, y primero a Dios,
porque desde tus primeros pasos de la vida te previno con tanta abundancia de
gracias, que dejaste ver más como hijo del nuevo Adán Jesucristo, que, del
antiguo, de quien heredabas con el pecado original su corrompida naturaleza. Eran
tan bella tus inclinaciones a la piedad, al culto divino, a la oración, al
retiro, a las obras de misericordia, que todos admiraban en ti el poder de la
gracia divina, que sabe hacer de hombres, ángeles en la inocencia, de vasos de
corrupción, vasos de santificación y honor, inquebrantables a todos los golpes
de sus enemigos. Fueron creciendo estas bellas disposiciones a la santidad,
conforme se iban desarrollando en tu entendimiento el conocimiento de Dios, tu
Creador, Redentor y Santificador, el conocimiento de sus obras y preceptos. El
primero te mandaba amarle con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus
fuerzas, y con todo tu corazón, con todas tus fuerzas y con toda tu alma amaste
a Dios, y todo lo que a Él te llevaba, sin que amor contrario poseyese ni por
un instante tu corazón. Amabas, porque a Dios te llevaban y con él te unían en
la oración, la frecuencia de los sacramentos, el sacrificio de la misa, los
otros ejercicios de culto, la devoción a tu hermosa Madre la Virgen María, el
estudio, la obediencia a los padres y maestros, tales fueron las santas
ocupaciones de tu niñez, ¡Dichosa niñez, siempre resplandeciente con rayos de
santidad! Pero hay de mí, comparo los recuerdos de mi niñez con la tuya, y la
hallo llena de imperfecciones e inclinaciones torcidas que han ido creciendo
con la edad, sin el consuelo de haberlas corregido. Tú que vez mi necesidad,
con la gracia de esta novena, alcánzame del Señor, por la penitencia, la
inocencia perdida por el pecado, y una gran fortaleza para corregir mis
torcidas inclinaciones, y a todos los niños cristianos la conservación de la
gracia bautismal, y mucha docilidad para seguir las buenas enseñanzas de padres
y maestros, y sobre todo, las inspiraciones de Dios. Amén.
DÍA
SEGUNDO
ORACIÓN
¡Oh
glorioso Padre y Protector mío Pompilio María! El Espíritu Santo te quería todo
para sí, y por eso te llamaba el retiro de la oración para hablarte al corazón.
En esta divina escuela aprendiste que Dios, y solo Dios, debe ser el centro de
todas nuestras aspiraciones en la vida presente, como lo ha de ser de nuestro
último fin y felicidad en la eterna. Los momentáneos placeres que el mundo te
ofrecía, sus bienes caducos, las ocupaciones terrenas, las miraste siempre como
indignas de un alma que solo debe aspirar a la posesión de Dios, en quien solo
se halla contento y felicidad. Llegaste a la edad de tomar estado, miraste este
negocio como decisivo de tu futura suerte, y con fervoroso espíritu te
dedicaste a buscar en la oración la inspiración divina, a consultar a los
confesores y directores espirituales, puestos por Dios para gobernar las almas,
su voz unánime te llevaba al estado religioso como más a propósito para satisfacer
tus deseos de santificación, y tomaste la resolución irrevocable de abrazarlo. Encuentras
oposición en tus queridos padres y parientes que tenían todas sus delicias en
tu compañía, pero el Espíritu Santo te recuerda aquella sentencia de
Jesucristo: “El que ama a su padre o madre, más que a mí, no es digno de mí
(Mat. 10, 37)” y te resolviste a dejarlos y a romper con todo el mundo, y te
retiraste a dejarlos y a romper con el mundo, y te retiraste a la religión de
las Escuelas Pías que te ofrecía campo vasto a tu santificación. ¡Oh caritativo
Padre mío! compadécete de tantos jóvenes de ambos sexos que, llevados de una
ciega pasión, se arrojan a tomar estado contra la voluntad de Dios. Obtén del
Señor para tus devotos, la gracia de no errar en negocio tan interesante a su
salvación, y no errarán si a tu ejemplo, en el secreto de la oración y en el
silencio de las pasiones, oyen y siguen la inspiración divina. Y a los que ya
han elegido estado, consígueles la gracia de que cumplan con fidelidad todas
sus obligaciones, sean preferidos en tu amor e intercesión todos tus hermanos
de profesión. Amén.
DÍA
TERCERO
ORACIÓN
¡Oh
bendito protector mío Pompilio María! Tus ardientes deseos al elegir el estado
religioso, eran los de santificarte más y más por la guarda de sus votos y
reglas, y contribuir a la salvación de tus prójimos. La obligación de enseñanza
de niños que profesa la religión de las Escuelas Pías, sin perjuicio de los
otros ministerios sacerdotales, te agradó mucho por que te ofrecía un campo
fecundo de medios a tus aspiraciones, y la elegiste como preferencia. Con tu
espíritu profético comprendiste cuantas almas podías santificar por la diaria
enseñanza de la piedad y de las letras, cuantas conservar en la inocencia
bautismal y santo temor de Dios, liberándolas de la funesta caída del pecado.
¡Oh que bien tan grande! Te regocijabas de que, por tan santa, aunque penosa
misión, podías dar a la Iglesia celosos sacerdotes, al Estado, buenos padres de
familia que le santificasen, y al cielo innumerables pobladores ¡Que
perspectiva tan agradable! ¡Que frutos de salvación tan copiosos te prometías!
Te animaba a tan piadosa misión, aquella tierna y conmovedora escena del Santo
Evangelio, en que Jesucristo, el Divino Maestro, con grande efusión de su alma,
abrazaba y bendecía a los niños que se le acercaban, reprendiendo a los
Apóstoles porque se lo estorbaban, viendo en su inocencia los futuros
pobladores del cielo, y asegurándonos que quien recibiere un párvulo en su
nombre, a Él recibía, y el que hiciere y enseñare, sería grande en el reino de
los cielos, ¡magnífica promesa! Que se conforma con esta obra del Espíritu
Santo: “los que enseñan a muchos para que vivan justamente, brillarán como
estrellas en perpetuas eternidades” ¡dichosos mil veces los que tal y tan santa
ocupación abrazan y cumplen fielmente! Dichoso tú, Padre y Protector mío
Pompilio, que la has abrazado y cumplido con ardiente celo, y por eso eres
ahora grande en el reino de los cielos, y brillas y brillarás como estrella muy
resplandeciente. Alcanza a todos los maestros y padres de familia, verdadero
celo por la salvación de los niños, infundiendo en sus tiernas almas el santo
amor y temor de Dios, que, conservándolos en la inocencia, los hagan dichosos
ciudadanos del cielo. Amén.
DÍA
CUARTO
ORACIÓN
Oh
admirable Padre y Protector mío Pompilio María, gloria a Dios porque te escogió
en su Iglesia para modelo de jóvenes estudiosos primero, y después, de maestros
y sacerdotes. Vestiste el santo hábito del gran Padre San José de Calasanz, y
en tu profesión con los otros votos, hiciste el de enseñar a los niños por amor
de Jesús. Con tu perspicaz entendimiento, comprendiste que Dios, que te llamaba
tan temprano a trabajar en la viña de tu glorioso Padre Calasanz, te llamaba
también a enriquecer tu alma de aquellos conocimientos y virtudes que después
habías de comunicar a tus oyentes. También comprendiste con superior luz, que
cuanto fuese mayor el caudal de ciencia y virtud que recogieses, tanto mayores
serían después los frutos de salvación que te prometías. Anhelando porque estos
fuesen abundantísimos, te consagraste a los diversos estudios de tu carrera
sacerdotal con tanto empeño y constancia, que solo los interrumpías por los
ejercicios religiosos, y estos por el estudio. El mismo estudio que a otros
resfría en el espíritu religioso, en ti contribuía a tu mayor santificación,
porque te elevaba a contemplar a Dios, que es la fuente de todas las ciencias.
En esta contemplación y escuela aprendiste verdades y conocimientos muy
superiores a los de todos los libros y maestros. Lleno de esta divina ciencia y
de tantos conocimientos literarios, filosóficos y teológicos, y ardiendo, por
otra parte, en celo por tu aprovechamiento y salvación de las almas, ¿Qué
extraño pudieses pasar toda tu vida en un continuo ejercicio de obras de
caridad, hablando a los niños, a los rústicos, a los sabios en el lenguaje y
con la moción más acomodada a su inteligencia y necesidad? ¿Qué extraño
recogieses frutos de salvación tan admirables? ¡Oh protector mío! si los jóvenes
estudiantes durante sus estudios siguiesen tu ejemplo! ¡Que abundante caudal de
ciencia atesorarían! ¡Cuántos méritos de vida eterna adquirirían ofreciendo a
Dios su trabajo! ¡cuántos pecados de ocio y desperdicio de tiempo evitarían! ¡y
que óptimos frutos sacarían después de sus profesiones! Pide a Dios que les
abra los ojos del alma para que vean sus intereses espirituales y temporales, e
imiten tu ejemplo, y que todos aprovechemos bien el tiempo de que depende una
buena o mala eternidad. Amén.
DÍA
QUINTO
ORACIÓN
Oh
San Pompilio María, celoso operario del Padre de familia y perfecto modelo de
maestros, con gran gozo de mi alma te veo dar principio a tu santo ministerio
de la enseñanza de niños, que, si pasa por obscuro a los de los hombres,
Jesucristo le hace grande, porque hace grandes en el reino de los cielos a los
que enseñan a otros para la justicia. Por grande la tenías tú, y por eso la
elegiste, y con los niños y entre los niños hallabas tus delicias, y en
repartirles el pan de la inteligencia y piedad con el celo de quien hace las
veces del Divino Maestro pasaste gran parte de tu vida. Te alentaba al trabajo
y redoblada tu solicitud la promesa evangélica de que quien a un niño recibe y
enseña en nombre de Jesús, al mismo Jesús recibe. Tu solicitud por conservar y
aumentar en ellos la gracia bautismal y revestirlos de las virtudes de
Jesucristo, solo era comparable con la que tenía San Pablo para formar en sus
discípulos de Gálata a Jesucristo (Gal. 4) ¡Oh verdadero hijo del gran maestro
José de Calasanz, gózate en esa copiosa mies de almas inocentes que recogiste
para el cielo y ahora hacen tu corona de gloria! Pero tu celo apostólico no se
limitaba a los estrechos límites de una escuela, buscaba auditorios numerosos y
los hallaste en los pueblos y ciudades de Italia, ansiosos de oír tu palabra,
que, como espada de doble filo, penetraba la división del alma, moviendo los
corazones a penitencia y encendiéndolos en el fuego del amor de Dios. A tu
poderosa palabra, a tus admirables ejemplos, a tu asombrosa penitencia, a tus
milagros, no había pecador por obstinado que no se rindiese, pues a los
resplandores que a veces salían de tu rostro, conocían que el Espíritu Santo
hablaba por tu boca. Las almas que por tu predicación y por el ministerio de la
confesión, santificaste y llevaste al cielo, fueron innumerables, y por eso te
gozas ahora en tus fatigas apostólicas que tal peso de tu gloria te reporta.
Haz, siervo bendito de Dios, que tu celo apostólico se comunique a todos tus
hermanos y a todos los sacerdotes, para que, como luz del mundo y sal de la
tierra, lleven la luz de la verdad y de sus obligaciones a los entendimientos
de los fieles y con sal de la gracia de los sacramentos, su celo y fervor y
buen ejemplo le hagan fácil y agradable su cumplimiento. Amén.
DÍA
SEXTO
ORACIÓN
¡Oh
admirable siervo de Dios Pompilio María! Me gozo en considerarte muy encumbrado
en el cielo, porque más que muchos otros justos has descollado en la tierra por
tus heróicas virtudes, las que con regocijo ensalza la Iglesia y recomienda a
sus hijos para imitación. El fundamento de todas las virtudes, como lo es en
todos los justos, fue la fe viva de que vive el justo. Esta luz divina tomaste
por guía de toda tu vida, no solo para agradecer este don que se niega a
infinitas gentes, sino también para ajustar a ella todos los actos de tu vida,
persuadido de que la fe sin obras es muerta. La primera verdad que la fe te dio
a conocer fue la de tu Dios Criador, Redentor y Remunerador, que por tan
inestimable don no te pedía más que el que le amases con todo tu corazón, con
toda tu alma y con todas tus fuerzas; y con todo tu corazón, con toda tu alma,
y con todas tus fuerzas le comenzaste a amar desde el principio de la vida
hasta su término, aumentándose cada día esta hoguera de amor, hasta unirte con
ese amor infinito de Dios que ahora gozas. Amando a Dios en tanto grado, no
podías menos de amar a los hombres, hijo de Dios y redimidos con su
preciosísima sangre, y los amabas en un grado heróico, deseando dar la vida por
todos y cada uno de ellos, si esto fuese necesario para su bien espiritual o
temporal. De aquí ese celo ardiente, esos inmensos trabajos que te tomaste por
su salvación, no viviendo para ti, sino para tus prójimos por amor de Dios. Tu fe
te presentaba continuamente a Jesús y a su bendita Madre por modelos de tu
vida, y todo el empeño de tu vida fue imitarlos. Ellos fueron los más pobres,
los más puros, los más obedientes, los más humildes, los más mansos, los más
mortificados de los hombres, y por su amor e imitación llevaste estas y todas sus
demás virtudes hasta el heroísmo. ¡Oh poder de la divina gracia, hasta que
punto de santidad levantas a los que previenes con tus dulzuras y te buscan
confiados en las promesas divinas! Todos los cristianos estamos obligados a
obrar según la fé, pero cuan lejos estoy ¡Oh Padre y Protector mío, de imitar
la tuya en las obras y adquisición de las virtudes! Compadécete de mi tibieza,
y alcánzame del Señor, aumente mi fé que le pedían sus Apóstoles, ella me haga
tener siempre presente a Dios para hacer su santísima voluntad, presente sus
eternos premios para buscarlos con ardor, presentes sus castigos para temerlos,
y aborrecer todo pecado. Señor, grabad estas tres consideraciones en mi alma y
seré santo. Amén.
DÍA
SÉPTIMO
ORACIÓN
¡Oh
varón admirable y mi amantísimo abogado Pompilio María! Fuiste perfecto imitador
del Varón de Dolores, Jesucristo, y por eso no podías menos de seguir sus pasos
por el camino de la Cruz, que conduce a la cumbre de la santidad y de la
gloria. Oyes al divino Maestro que te dice: “Niégate a ti mismo” y tú, su fiel
seguidor, te niegas a ti mismo en todo, sin hacer en toda tu vida ninguna concesión
a tu propia voluntad, a tu genio, a tu propio juicio, a ninguna torcida
inclinación de la carne y amor propio, volviéndote en todo por conquistar el
reino de los cielos. Oye a San Pablo que dice: “Castigo mi cuerpo y le reduzco
a servidumbre por no hacerme réprobo” y tu sigues su ejemplo, crucificas tu
cuerpo y le reduces a servidumbre con sangrientas disciplinas, agudos cilicios,
rigurosos ayunos y otras tantas y tan espantosas penitencias, que te hubieran
acabado la vida, si no hubieran sido inspiradas por el espíritu de Dios. Tenías
presente aquellas palabras del profeta: “mis ojos robaron mi alma” y para que no
tuvieras que llorar tal desgracia, cerraste los tuyos y todos tu sentidos y
potencias con tan fuertes candados del temor de Dios, que nunca les diste ni la
más pequeña libertad. ¡Oh Santo temor de Dios, que prodigios obras en los
hombres, revestidos de carne flaca! ¡Oh piadoso abogado, que confusión para mi
tu ejemplo! Tu, inocente, haces terribles penitencias, yo, culpable, las
aborrezco ¿Qué será de mí? Ya me lo dice el Divino Maestro Jesús: si no
hicieres penitencia, todos juntamente pereceréis. Hay, pues, que resignarse a
castigar la carne rebelde y hacerse violencia para arrebatar el cielo: el
auxilio divino todo lo hace fácil. Alcánzame del Señor con este auxilio, la
fortaleza que para resistir a mis malas inclinaciones necesito, bien persuadido
de que, si por cortos días no quiero vivir sacrificado con Cristo, viviré
eternamente atormentado con el demonio, no lo permitáis mi Dios. Amén.
DÍA
OCTAVO
ORACIÓN
¡Amabilísimo
Salvador mío! ¡Magnífico remunerador de vuestros siervos que de todo corazón os
sirven y glorifican! Nuestro grande abogado y Protector Pompilio María os amó
con todas sus potencias y sentidos, y por eso le coronaste de honor y de
gloria, viviendo aun en la tierra, haciéndole participante de los dones
gloriosos de los bienaventurados. Dotado de la caridad, se le vió con
frecuencia ya en la predicación y santo sacrificio de la misa, ya en la oración
y admirables éxtasis, despedir su rostro resplandecientes rayos de gloria. Dotado
del de agilidad, se trasladaba instantáneamente de un lugar a otro, dejándose
ver al mismo tiempo en ambas partes, dotado del de sutileza, entraba y salía de
las habitaciones, como Vos en el Cenáculo, sin abrir puertas ni ventanas, cuando
todo esto convenía para vuestra gloria y bien de sus prójimos. Concediéndole el
poder de hacer milagros, se puede decir que pusisteis en sus manos las llaves
de la salud y enfermedad, de la vida y de la muerte, de la abundancia y de la
escasez, sujetasteis a su voluntad los elementos, los terremotos y hasta los
mismos demonios, para que no hiciesen mal a vuestras criaturas. Le diste el conocimiento
de las conciencias de los hombres para encaminarlas al bien, y del admirable don
de profecía solo se valió para anunciar lo que convenía hacer o evitar para vuestra
gloria. A esos favores se juntaban el trato íntimo que Vos, vuestra Santísima
Madre, los Ángeles y los Santos tenías con el como si fuera ya morador de los
palacios celestiales. Gózate ¡Oh Padre mío Pompilio! En esos dones que te
merecieron tu fidelidad a la gracia, alcánzame esta fidelidad, y participaré en
el cielo de esos dones de que gozan todos los bienaventurados. Amén.
DÍA
NOVENO
ORACIÓN
¡Oh glorioso abogado mío Pompilio María! El Espíritu Santo tiene por preciosa en su presencia la muerte de sus Santos. ¡Oh! y la tuya lo fue en eminente grado por los milagros y maravillas que la acompañaron, Dios sea por ello glorificado. Toda tu vida fue una aspiración continua por la posesión de Dios cara a cara con Él es, no es enigma, y como espejo por la fé y esperanza. Incesantemente repetías con el real profeta: “Ay de mí, cuanto se prolonga mi destierro” y con el Apóstol: “Deseo verme libre de estos lazos mortales por unirme eternamente con Cristo.” Alégrate Padre mío, que tu hermosa Madre viene el cielo a anunciarte tu próxima partida para gozarte de sus brazos. ¡Oh anuncio de inmenso gozo para tu alma! Todos los días de tu vida habías trabajado como si cada uno fuese el último, pero desde este día corriste con rápido vuelo a los amorosos brazos de tu Padre Celestia, por el ejercicio de todas las virtudes para presentarte en su presencia más rico de merecimientos, y poder decir con el Apóstol: “He peleado buena batalla, he acabado mi carrera, he cumplido con fidelidad de mi ministerio, me espera la corona de justicia.” Viste acercarse la fiebre precursora de la muerte, pero no por eso interrumpiste tus diarios ejercicios, ni tu ministerio sacerdotal para que, como buen soldado de Cristo, la muerte le cogiese en el campo de batalla. Así es, que, en el mismo ejercicio del confesionario, falto de fuerzas, caíste sin consentimiento. Conducido a tu pobre aposento, recibiste los últimos sacramentos de la Iglesia, y echado en el suelo (como San Francisco) entregaste tu dichosa alma en manos de tu Criador a impulso de ese fuego de Amor Divino que te devoraba, y fue como el carro de fuego del Profeta Elías, que te arrebató al cielo a ese eminente trono de gloria que posees. Gózome infinito en tu gloria, pero lloros por tu pérdida, me veo obligado a exclamar con el Profeta Eliseo: ¡Padre mío! ¡Padre mío! ¡carro de Israel y su conductor! Dame tu noble espíritu, que no lo merezco, sino parte de el ara imitar tus virtudes y merecer contigo alabar a Dios por los siglos de los siglos. Amén.
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