NOVENA
A SAN JUAN GABRIEL PERBOYRE
COMO
PERFECTO MODELO DE LOS ADORADORES DEL SEÑOR SACRAMENTADO
Compuesto
por F.C.B. sacerdote de la Congregación de la Misión de San Vicente de Paúl
Imprenta
y encuadernación Santiago
Barcelona, 1893.
ACTO
DE CONTRICIÓN
Santísima,
Amabilísima y Misericordiosísima Trinidad, postrado humildemente ante vuestra
adorable presencia, me reconozco indigno de levantar hasta Vos mis humildes
súplicas, pero alentado por vuestra infinita bondad, Os pido el perdón de mis
culpas y la gracia del verdadero arrepentimiento para no cometerlas más, por
los méritos infinitos de la Sangre, Pasión y Muerte de mi Señor Jesucristo, por
los dolores y lágrimas de María Santísima, y por los méritos e intercesión de
todos vuestros santos, especialmente del bienaventurado coro de los mártires. A
mí me pesa de haberos ofendido por ser Vos quien sois, Dios infinito, bondad
suma, misericordia inagotable, me pesa, porque he pecado contra Vos delante del
cielo y de la tierra, propongo firmemente, no volver a ofenderos jamás,
enmendar mi vida y procurar seguir el ejemplo y las virtudes de los
bienaventurados, que después de peregrinar por el mundo os bendeciré en el
cielo, es especial de vuestro glorioso mártir San Juan Gabriel Perboyre, por
cuya santidad y triunfo, os rindo infinitas gracias, y por cuya intercesión os
pido me concedáis benignamente lo que en esta novena solicito, si ha de ser
para mayor honra y gloria vuestra y bien de mi pobre alma. Amén.
ORACIÓN
PARA TODOS LOS DÍAS
Gloriosísimo
Padre mío San Juan Gabriel Perboyre, dichosísimo mártir de Cristo, que en
nuestros días has tenido el honor de derramar tu sangre y dar tu vida por el
nombre de Jesús. Cuánto me regocijo de que el Señor te haya elegido para dar
testimonio de su doctrina delante de los grandes de la tierra, para fecundar
con tu sangre la naciente Iglesia en las apartadas regiones de la China, para
confundir la impiedad del siglo, desmentir los errores de la incredulidad,
llenar de gozo a los hijos de la Cruz, y de terror a Lucifer y sus secuaces.
Tú, bienaventurado Juan Gabriel, eres como una preciosa flor, llena de
fragancia y de lozanía, brotada en los jardines de la Iglesia Católica en medio
de la tempestad que la agita, tú eres como una hermosa palmera, que simboliza
una nueva victoria en el mismo campo donde nuestros enemigos se empeñan en
proclamar su triunfo, tu eres como un recuerdo de las promesas del Señor que
afirma nuestra fé y alienta nuestra esperanza. Ea pues, glorioso Mártir, se
nuestro abogado ante el trono de Dios, alcánzanos la gracia de imitar tus
virtudes y seguir tus ejemplos, de amar a Jesús como tu lo amaste, y a María
Santísima, nuestra amable madre, ruega por todos tus hermanos y devotos y se
nuestro constante intercesor en el Cielo, para que cesen las calamidades
públicas y privadas que nos afligen. Amén.
DÍA
PRIMERO
Fé
de San Juan Gabriel
CONSIDERACIÓN
No
era la fé de nuestro glorioso mártir, la fé fría y casi apagada que en los
modernos tiempos dicen tener algunos que se precian de católicos, esa fé pronunciada
apenas con los labios y sumamente enemiga de las obras; no, Juan Gabriel poseía
una fé viva, ardiente, eficaz, cual convenía al que por la confesión de ella
iba a sufrir cruelísimos martirios. Refiriéndose a él, dice un piadoso
eclesiástico: “he tenido la ocasión de ver muchísimas personas animadas de una
fé viva y práctica, pero nunca eh encontrado una en que fuese más ardiente, más
sincera, más sólida y más viva.” En efecto, su fé nunca recibió un menor
eclipse, ni en medio de las contrariedades de su vida, ni en los obstáculos que
parecieran oponerse a su vocación, ni cuando el mar alborotado parecía hacerle
naufragar, ni durante la prueba de desamparo a que Dios lo sujetó, ni en la
prisión, en los suplicios, ni en el patíbulo. Creía en la bondad de Dios y
confiadamente se dejaba conducir por su mano, creía en la verdad de la doctrina
de Jesucristo, y el constante anhelo de su vida fue derramar su sangre por
ella. La fé le hacía ver en sus superiores, y en especial en el Sumo Pontífice,
los representantes del mismo Dios, en el hombre redimido, el templo del
Espíritu Santo, en la Sagrada Escritura, sus Divinos Oráculos, por lo que la
leía de rodillas y con la cabeza descubierta. Postrado ante el Santísimo
Sacramento, parecía por su profunda reverencia uno de aquellos ángeles que en
el cielo están prosternados en presencia del Trono del Eterno. ¡Oh que
diferente es nuestra fé de la de Juan Gabriel! Proclamamos nuestra fé y sin
embargo la menor contrariedad nos turba, como si Dios no interviniese en todo
con su adorable Providencia. Nos resistimos a contribuir, no con nuestra
sangre, ni con sacrificio alguno, pero ni aun con ligera mortificación al
triunfo de nuestra santa causa, que es la de nuestro Divino Maestro, e
indiferentes miramos el progreso del error, e irreverentes entramos a los
templos y profanamos su santidad, y disipados nos acercamos a la Sagrada Mesa
como si ignoráramos que allí reside en cuerpo, alma y divinidad el Dios de las
eternidades. ¿esto es tener fé? ¡Oh Señor! enviadme la luz de esa celestial
antorcha para disipe las sombras de mi entendimiento y los errores de mi
corazón. Quiero creer en Vos con la firmeza de vuestro mártir Juan Gabriel, y,
si es posible, dar mi vida, como el, en conformación de esta fé. Haced que todo
el mundo crea en Vos y en vuestra Divina Doctrina. Dispénsese ya los errores,
vean nuestros ojos el día que, triunfante nuestra Santa Madre Iglesia, sean
confundidos sus enemigos, haced que la luz de la fé ilumine aquellas regiones
bárbaras donde se ha derramado la sangre de nuestros mártires. ¡Oh Jesús, Dios
nuestro! Permitid que en medio de esta desecha borrasca, digamos como los
apóstoles: “sálvanos Señor, que perecemos.” Levantaos Dios misericordioso, y
aplacad la tempestad, pero no nos reprendáis por la falta de fé. Bienaventurado
Juan Gabriel, pide por nosotros la fé viva y práctica, alcánzanos con tus
ruegos el aumento de esta virtud celestial que hemos recibido en el Bautismo.
PRECES
-Bienaventurado
Juan Gabriel Perboyre R/: Ruega por nosotros.
-Ilustre
Mártir de Cristo.
-Viva
Imagen del Crucificado.
-Fiel
discípulo de Jesús.
-Celoso
apóstol de la religión verdadera.
-Dechado
de virtudes.
-Modelo
de misioneros.
-Honor
y prez de la Congregación de la Misión.
-Propagador
de la Celestial doctrina del Verbo Encarnado.
-Hijo
amado de María Santísima.
-Fragua
de caridad.
-Rayo
de luz consoladora entre las nieblas del siglo presente.
-Gloria
de tu patria.
-Astro
brillante de tu Orden.
-Motivo
de gozo para la Iglesia Universal.
-Víctima
de amor de Dios.
-Cuando
nos aflija la tribulación.
-Cuando
vacile nuestra fé.
-Cuando
los sobrecoja el temor.
-Cuando
se enfríe nuestro fervor.
-En
los días de persecución.
-Cuando
nos asalten los enemigos de nuestra salvación.
-Para
que amemos a Dios con toda nuestra alma.
-Para
que veamos el triunfo de la Iglesia Católica.
-Para
que alcancemos el remedio de nuestras necesidades temporales y espirituales.
-Para
que se conviertan las naciones bárbaras.
-Para
que los misioneros católicos recojan copiosos frutos de bendición.
-Para
que se aumente el número de los justos.
-Para
que obtengamos una buena muerte.
OREMOS:
Os suplicamos, Omnipotente Dios, nos concedáis, que, pues celebramos la
festividad de vuestro mártir, el bienaventurado Juan Gabriel, se aumente y
crezca en nosotros por su intercesión el amor de vuestro nombre. Por Jesucristo
nuestro Señor. Amén.
Se
rezan tres Padres nuestros, Aves Marías y Glorias a Jesús Sacramentado, dándole
las gracias por la fortaleza que concedió al Bienaventurado Mártir Juan
Gabriel, en medio de los tormentos y pidiéndole nos sea eficaz su intercesión.
ORACIÓN
PARA TODOS LOS DÍAS
Dichoso
mártir San Juan Gabriel, esforzado atleta de nuestro Salvador Jesús, que
victorioso en los suplicios, has merecido ser coronado en la soberana corte del
Rey Inmortal y remunerador, nave feliz, que cargada de buenas obras y
merecimientos, después de mil peligros y tormentos, lograste arribar al puerto
de la gloria, humilde peregrino, que marchando por la tierra, desconocido del
mundo, pobre y despreciado de los que el cielo llama grandes, encontraste al
fin de la jornada la patria prometida a los mansos y humildes de corazón, desde
esa mansión de paz y felicidad en que habitas, desde ese trono de luz que
ocupas entre los bienaventurados, vuelve los ojos hacia nosotros y mira las
angustias que nos cargan y las calamidades que por todos lados nos rodean.
Grandes son los peligros que corremos, desprovistos de virtudes y rodeados de
tantos peligros enemigos de nuestra salvación, apenas tenemos fuerzas para
oponerles débil resistencia, la iglesia católica es víctima de la más
desencadenada persecución, el Santo Padre sufre por los perseguidos, los vicios
todo lo inundan, el error todo lo oscurece, las almas se pierden en pasmoso
número, las inundaciones, los terremotos, las enfermedades, los incendios
asolan al mundo. A ti pues recurrimos, en demanda de tu intercesión, para que
Dios, se apiade de nosotros, para que haga brillar su poder y su misericordia,
cambiando esta tempestuosa noche en sereno día de paz. ¿Qué podrá negarte el
Señor a ti que diste tu vida por él? Tu has sido elevado a la corte del Monarca
Celestial, como José a la de Egipto, para hacer valer tu mediación en favor de
tus hermanos. Pide a Jesús y a María la conversión de los pecadores, la
libertad de la Iglesia y la salvación de nuestras almas. Pide por tu patria y
en especial por la Congregación de la Misión de San Vicente de Paúl, por todas
las ramas de esta gloriosa familia de caridad, por la juventud católica, por
los misioneros de todas las órdenes religiosas, y para todos nosotros,
alcánzanos gracias especiales para defender nuestra Santa Religión, y si nos
fuese posible para dar la vida en testimonio de nuestra fé, sobre todo en la
hora de nuestra muerte auxílianos con tu poderosa mediación, para que seamos
heridos de verdadero arrepentimiento. Amén.
DÍA
SEGUNDO
Esperanza
de San Juan Gabriel
CONSIDERACIÓN
Esta
virtud consoladora fue practicada en grado superior por nuestro glorioso
misionero. Fijos los ojos en Dios como en su norte, camino seguro por los
escabrosos senderos del mundo. En el bullicio social, en el silencio del retiro,
en las dulzuras del divino amor, en la sequedad y tribulación, en la pena y en
la tentación, nunca perdió de vista la sabiduría, el poder y la misericordia de
Dios que todo lo ordena y lo dispone para nuestro bien. Niño aun dejó la casa
de sus padres y el seno de su familia para consagrarse al servicio del Señor,
fiando en sus manos su porvenir, joven abandonó su patria, y se internó en las
desconocidas regiones de la China, sin contar con otro apoyo que el de la
Divina Providencia, vilmente calumniado ante los jueces, solo Dios esperaba su
vindicación. Aunque su profunda humildad le hacia creerse el mayor de los
pecadores, tenía firme esperanza de salvarse por los infinitos méritos de
Nuestro Señor Jesucristo, “Si nuestros pecados nos hacen indignos, decía, de
ser escuchados por Dios, la Santidad de Jesucristo y el fervor con que ruega
por nosotros, hacen olvidar a su Padre nuestra indignidad…” de aquí la
inalterable serenidad de su espíritu en medio de las más grandes borrascas
interiores, y de las mayores vicisitudes de la vida. Un año de continuos
suplicios, cuyo fin no se podía vislumbrar, no le ocasiona el menor desaliento,
sabe que Dios así lo permite y descansa tranquilo en sus brazos, arrullado por
las más dulces esperanzas, conducido al pie del patíbulo, todavía ora y espera.
Ha llegado al final de su peregrinación, la muerte va a abrirles las puertas,
tras las cuales, con más firmeza que nunca, esperar encontrar, dulce y benigno,
a su Salvador. Se prolonga su cruel agonía, y entre indecibles angustias,
espera en Dios y muere con la sonrisa en los labios. ¿esperamos nosotros con
tan segura confianza en Dios? Pues como nos turbamos ante las contrariedades,
como desmayamos a cada paso, como la queja se exhala a todas horas de nuestros
labios, como hacemos a nuestro Salvador recriminaciones ofensivas a su adorable
Providencia. En el discurso de nuestra vida esperamos en nuestros esfuerzos, en
nuestra habilidad, en los amigos, en todo, menos en Dios, por eso el desengaño
nos hiere constantemente y la vida se nos hace odiosa, y negra melancolía nos
conduce con harta frecuencia a la desesperación. ¿Qué otro origen tiene esos
horribles crímenes, esos suicidios que casi diariamente hacen estremecer de
horro a la sociedad? No son hombres ateos o protestantes, son católicos,
mujeres y niños que atentan contra su vida. ¡Ah! Es que la religión, entre los
mismos que la profesan, va reduciéndose a vana formula, que la esperanza divina
va alejándose del corazón. Celestial esperanza que embelleces hasta el postrer
suspiro del verdadero cristiano ¿para que nos empeñamos en arrojarte de nuestra
alma? Haz, Dios mío, que aumente más y más en mi esta preciosa virtud, haz que
yo y todos los hombres nos arrojemos a los brazos de tu Providencia con entera
confianza, cualquiera que sea la tribulación que nos aflija, la enfermedad que
nos postre, la tentación que nos combata, los peligros que nos rodeen, haz que
en ti descansemos como los pequeños niños e ignorantes en el regazo de su
madre, y sobre todo a la hora de morir, tu Cruz, tu Pasión, tu Sangre, tu
Muerte, vengan a fortificar más en mi en
esta preciosa virtud, los dulces nombres de Jesús y de María sean entonces dos
enlazadas estrellas de mi esperanza, y pueda decirte con entera piedad: “En ti,
Oh Señor, eh puesto toda mi esperanza, no sea confundido eternamente” San Juan
Gabriel, alcánzanos del Señor esta virtud consoladora.
DÍA
TERCERO
El
Amor de Dios de San Juan Gabriel
CONSIDERACIÓN
Grande
fue el amor a Dios que inflamó el corazón del bienaventurado Mártir desde la
infancia. Este amor fue el que lo convirtió en pequeño apóstol de su aldea,
cuando no teniendo más que ocho años de edad, se rodeaba de los niños y
labradores para hablarles de Dios y de sus preceptos. El amo a Dios le obligó a
encerrarse en los colegios y en el claustro para aprender, enseñar y amar con
entera libertad. Dios premiaba la fidelidad de su siervo, haciéndole gastar los
raudales de su dulzura, y entonces el bienaventurado, no pudiendo contener en
su corazón gozo tan inexplicable, amor tan intenso, solía interrumpir sus
labores y se paseaba agitado o bien, entonaba místicos himnos para exhalar de
alguna manera el celestial transporte que le oprimía- su conversación, según
dicen respetables testigos, estaba impregnada de unción y alegría, y oyéndole
uno se sentía impulsado a amar a Dios. Este amor fue el que le lanzó a la China
en busca de almas que salvar, y de sufrimientos y de martirio para ofrecerse
como víctima al que amaba más que a su vida. Sujeto a la dura prueba del
aparente abandono espiritual, se le vio languidecer, enfermar y casi morir,
hasta que el Divino Salvador se dignó aparecerle y poner fin a la prueba,
devolviendo a aquella alma afligida la paz y la dicha que no le faltaron ya ni
en medio de los crueles suplicios ni en presencia de la misma muerte. ¡Oh! ¡Si
nosotros amáramos a Dios como Juan Gabriel! ¡Si le amaramos siquiera como
tenemos obligación de hacerlo todos los cristianos! ¡Ah! ¡Cuán lejos estamos de
cumplir este precepto divino! Ni el deber, ni la gratitud nos mueven a amar a
nuestro Creador y Salvador, el que nos sostiene la vida y nos colma de
beneficios. Todos decidimos que le amamos y no cesamos de ofenderle, y no
queremos devolver su gloria cuando en nuestra presencia se ultraja, y ¡Cosa
inaudita! Hasta nos causa enojo, cansancio y fastidio el que una persona
piadosa nos hable de Dios y de lo que a el pertenece, con alguna frecuencia…
¡Oh locura la nuestra, oh insensatez! Solo el mundo pérfido tiene para nosotros
encantos y atractivos, solo las criaturas miserables, que, como nosotros, se
arrastran por la tierra, tienen poder para encadenar nuestra voluntad y afecto,
por todo el tiempo de nuestra vida. Por eso el mundo esta anegado en un diluvio
de vicios y crímenes, porque el corazón, formado para amar a Dios y
voluntariamente apartado de él, no encuentra satisfacción en las criaturas a
que se entrega, y en su aburrimiento inventa locuras y extravíos criminales.
¡Oh Señor y Dios mío! ¿hasta cuándo mi corazón endurecido estará apartado de
Vos? ¿Cuándo será aquel día que con toda verdad puede decir: te amo con todas
las fuerzas de mi alma? ¿De qué sirve que mis labios lo repitan siempre, cuando
mi corazón está lejos de Vos? Abrasa mi alma con una centella del Divino Amor,
no quiero la vida si he de vivir sin amarte. Por tu infinita misericordia dame
tu gracia y tu amor a la hora de mi muerte. San Juan Gabriel, intercede para
que alcancemos la gracia de amar a Dios.
DÍA
CUARTO
La
Caridad para con el prójimo de San Juan Gabriel
CONSIDERACIÓN
Siempre
se mostró San Juan Gabriel, verdadero discípulo de Nuestro Señor Jesucristo y
digno hijo de San Vicente de Paúl, por su caridad con el prójimo. En todos los
hombres veía a sus hermanos y como a tales los amaba. Los buenos le llenaban de
amor mezclado de veneración, los malos, de inmenso dolor, los pobres, de eterna
compasión, los niños, de especial ternura. A ejemplo de su Divino Maestro,
nadie recurrió a el que saliera desconsolado. Siempre tenía consejos para los
unos, remedio para los otros, oración para todos. Además de aquellos con
quienes ejercía la caridad en conformidad con las reglas de su Instituto, tenía
cierto número de pobres particulares a quienes socorría. Si se veía obligado a reprender,
lo hacía con singular dulzura. Uno de sus alumnos era incorregible, no obstante,
las continuas amonestaciones que se le hacían, un día San Juan Gabriel, le dijo
con acento penoso, “que tristes momentos m haces pasar, amigo mío, a los pies
de Jesús Crucificado.” Al momento el alumno pide perdón y cambió de conducta. Según
dice un eclesiástico, el bienaventurado Juan Gabriel, en su trato con el
prójimo no solo era dulce sino dulzura misma. Cuando oía murmurar se llenaba de
profunda tristeza, y al punto trataba de cambiar la conversación. Basta el
siguiente rasgo para entrever hasta donde llegaba el heróico de su caridad para
con el prójimo. Uno de los mayores tormentos que sus enemigos le impusieron,
fue el hacerle dormir durante ocho meses con un pie prendido en un cepo de
madera, por cuyo motivo se le agangrenó la mitad del pie y se le secó un dedo,
compadecidos sus mismos carceleros de tan atroz sufrimiento, obtuvieron de las
autoridades permiso para eximirlo de este cruel martirio, pero como en la misma
prisión habían insignes criminales, que sufrían igual tortura, San Juan
Gabriel, considerando el dolor que tenían aquellos infelices viendo que estos,
continuarían sufriendo mientras el descansaba, rogó, suplicó y consiguió de sus
pasmados carceleros, que continuasen poniendo su destrozado pie en el cepo. A ejemplo
del Divino Maestro, cuando después de los interrogatorios, acompañados de bárbaros
suplicios, casi sin vida, lo devolvían a su prisión, oraba pidiendo a Dios
perdón para sus verdugos. ¿amamos nosotros así el prójimo? ¿nos miraos unos a
otros como hijos de un mismo padre y de una misma madre, dulce y amabilísima? ¡Ah!
Que a menudo no parecemos hermanos, sino acérrimos enemigos, guerra implacable
y cruel nos hacemos a cada hora. Aunque la apariencia encubra mucho, en
realidad los vínculos fraternales están rotos. Las familias divididas por
secretas rencillas e intereses mezquinos, la sociedad hirviendo en reconcentrados
odios, los pueblos ardiendo de guerras civiles, las naciones prontas a
despedazarse unas a otras, parece que la caridad huyendo de la tierra se
hubiese regresado al cielo. Los pleitos se multiplican y ya no causan escándalo,
la crítica, la murmuración, la mordacidad han concluido con la amistad
verdadera, se da la muerte mortal y material con una serenidad que estremece,
el egoísmo todo lo domina, se explota la necesidad del pobre sin remordimiento,
y se aplasta sin misericordia. ¿Dónde está Dios mío, la caridad que nos
enseñaste a practicar? ¿no nos dijiste: “amaos los unos a los otros como yo os
he amado”? ¿no nos enseñaste a derramar
el bien por todas partes, a perdonar las ofensas, a rogar por los que nos
persiguen y calumnian, a sacrificarnos por los que nos aborrecen? Dios de amor,
de paz y de dulzura, haz que brote de nuestro corazón la perfumada rosa de la
caridad, para que la paz se albergue en el seno de nuestras familias, de la
sociedad y de las naciones católicas, y sobre todo en nuestras almas, haz que
la caridad endulce los sufrimientos de la vida, y que los pobres sean
socorridos en tu nombre y por tu amor. Jesús que eres el sol de la caridad,
inflama al mundo de los incendios de tu amante corazón. San Juan Gabriel, alcánzanos
la gracia de amar al prójimo como a nosotros mismos.
DÍA
QUINTO
La
Humildad de San Juan Gabriel
CONSIDERACIÓN
Humildísimo
fue este dichoso siervo de Dios, por eso su corazón preparado, como un terreno
feraz, produjo con el riego de la divina gracia, el fruto preciado de la
santidad. Considerabase el último de los cristianos, el mayor de los pecadores
y el más inútil miembro de la Congregación de San Vicente de Paúl. “Yo no soy
misionero, escribía desde China, sino figurilla de misionero.” Jamás hablaba de
si mismo ni de sus altos empleos, y gozábase en ser humillado. Si se notaba que
algunas personas estaban prevenidas contra él, aunque sin motivo, iba a
pedirles perdón en caso de haberles ofendido involuntariamente. Antes de
participar para las misiones, reunió al noviciado, que estaba a su cargo, y de
rodillas pidió perdón por los descuidos que había tenido y los malos ejemplos
que había dado. Sencillez, candor y humildad, eran los distintivos de su
carácter, así imitaba al divino modelo, que siempre tenía ante los ojos de su
alma, así procuraba cumplir con el precepto del Divino Corazón que había dicho:
Aprended de mi soy manso y humilde. La soberbia fue causa de la ruina de los ángeles
y de los hombres, el origen de los demás pecados. Nunca la soberanía humana ha
llegado a punto más alto que en nuestra fatal época. El hombre soberbio y orgulloso
alza el estandarte de la soberbia en nombre de su razón extraviada. Como al principio
del mundo pretende erigirse en Dios ¿Cuál es el origen del trastorno de la sociedad
moderna? El orgullo, la soberbia. Nuestro corazón reboza de mal entendida altivez.
Mientras más nos degradamos, cuanto más enlodados nos encontramos, tanto mayor insensato
orgullo. Somos insectos repugnantes y nos creemos dioses de los demás, todo lo
infecciona nuestro aliento emponzoñado, y pretendemos el homenaje, el respeto
profundo de los mismos a quienes dañamos, y si no lo conseguimos, nos
enfurecemos como la víbora pisoteada. Así los hijos se revelan contra los
padres, los discípulos contra los maestros, los impíos contra la Iglesia, los
hombres contra Dios. ¡Oh ceguedad, oh locura la nuestra! Tu, Señor, siendo Dios
Omnipotente, tan abatido desde tu nacimiento hasta tu muerte, y nosotros, polvo
y ceniza, tan orgullosos desde la infancia hasta el sepulcro. Tu tan dulce,
manso y humilde de corazón, y nosotros tan soberbios, presuntuosos y henchidos
de vanidad. En vano buscamos tu amistad si antes no nos humillamos en tu
presencia, por que tú eres el Dios de los humildes, y solo con ellos tienes tus
delicias. Los pequeños y humildes rodearon tu cuna, pequeños y humildes fueron
las piedras sobre que levantaste tu Iglesia, a los pequeños y humildes
revelaste los tesoros de tu Corazón, y Tú, según el sublime cántico de María; desposeíste
a los poderosos y elevaste a los humildes. Concédenos pues, esta virtud, base y
fundamento de todas las virtudes, haznos mansos y humildes de corazón como Tú.
San Juan Gabriel, ruega a Dios para que seamos humildes.
DÍA
SEXTO
La
Pureza y Mortificación de San Juan Gabriel
CONSIDERACIÓN
Desde
sus más tiernos años resplandeció el bienaventurado mártir por su angelical
pureza, que podía ser comparada a la del ilustre San Luis Gonzaga. Su modestia
era el asombro y la edificación de cuantos lo conocían, y en su semblante y en
sus palabras se reflejaba el candor y la pureza de su alma, como en los arroyos
cristalinos se refleja el azul del cielo. Bien sabía San Juan Gabriel, que tan
fragante lirio solo crece seguro entre las espinas de la mortificación, y muy
pronto se entregó a la más austera penitencia. Su alimento era tan
insignificante, que parecía imposible que pudiese vivir con él, y aun este lo
amargaba con unos polvos que llevaba siempre consigo. El cilicio y la disciplina
circundaban su cuerpo, y en medio de las fatigas de la misión, llevaba una
cadena de hierro atada a la cintura. Su cama era una tarima sobre el duro suelo,
la oración la mantenía en continua vigilia. Tenía tal dominio sobre si mismo
que nunca, por cansado que estuviese, se apoyaba siquiera en el respaldo de la
silla en que tomaba asiento. Así mientras se atenuaba su cuerpo, su espíritu se
fortalecía y preparaba para el martirio. ¡Que distancia hay Señor, de la pureza
del alma de tu siervo Juan Gabriel, a la de nosotros pecadores, envueltos en la
abominación y pecado! Manchados por sin numero de vicios, nos arrastramos por
el fango en vez de remontarnos a ti en alas de la mortificación de los sentidos.
El mundo está lleno de escándalo y de iniquidades, la juventud se pervierte
desde la cuna, parece que un diluvio de fango cubriera toda la tierra. Dios
tres veces Santo, apiádate de nosotros, purifica nuestra alma y nuestro
corazón, nuestros sentidos y potencias, nuestra conciencia y nuestra atención. Todo
lo puedes tú, sálvanos `pues en el arca sagrada de tu Corazón, y haz que, haciendo
penitencia de nuestros pecados y mortificando de alguna manera nuestros
sentidos, veamos brotar en nuestra alma, una flor blanca y perfumada, que
atraiga complacida tu santísima mirada. Bienaventurado Juan Gabriel, intercede
por nosotros para que consigamos las dos excelsas virtudes de la pureza y de la
mortificación.
DÍA
SÉPTIMO
De
la Pobreza y Obediencia de San Juan Gabriel
CONSIDERACIÓN
El
desprendimiento de todas las cosas de la tierra y aspiración a las celestiales,
hacía que San Juan Gabriel, hiciese gran estima de la pobreza, tan recomendada en
el Evangelio. No poseía nada que pudiese tener valor material. Su cuarto
desmantelado, apenas tenía los muebles indispensables y cuatro imágenes
piadosas en lienzo con toscos cuadros unas, y otras sin ellos. Vestía la más
vieja sotana del ropero de la comunidad, elegida por él, de suerte que parecía
el último y más desgraciado de todos los de la casa, y solo la obediencia podía
hacer que los días festivos vistiesen otra mejor. La obediencia es otra virtud
tan necesaria al buen religioso, brillaba en esa alma privilegiada con singular
brillo. Cifraba su mayor gloria en obedecer. La voz de sus superiores era para
el de la del mismo Dios, y ya le confiriesen difíciles cargos, ya se los
quitasen, ya le enviasen de una ciudad a otra, de una a otra misión, el bienaventurado
no hacía otra cosa que obedecer con prontitud y alegría. Nosotros no procedemos
así ciertamente. Nada nos desvela tanto como el deseo de las riquezas. Quieren muchos
atesorar inmensamente, porque piensan que en la riqueza estriba la felicidad. Hoy
una gran parte del mundo dobla la rodilla ante el becerro de oro, y a el se le
sacrifican honor, reputación, tranquilidad, salud, patria, religión y vida. Y entre
tanto las riquezas que se poseen, o que con tanto trabajo se adquieren, lejos
de encerrar un átomo de felicidad, solo sirven para aumentar los sin sabores y
la amargura hasta en el lecho de muerte. ¡Oh santa pobreza de Belén y del
Calvario, como supiéramos apreciar tu valor inmenso! ¡Oh Señor! haz que no
deseemos poseer más riquezas que las de tu Corazón, danos un perfecto
desprendimiento de todas las cosas de la tierra, asócianos a la pobreza que
escogiste para nacer, vivir y morir, para que seamos bienaventurados por la
pobreza de espíritu y danos una sumisión perfecta a tus adorables disposiciones,
y a la voz de nuestra Madre la Santa Iglesia, y de todos nuestros superiores, imitándote
con la obediencia, a t que obedeciste hasta la muerte. San Juan Gabriel, ruega al
Señor para que nos conceda estas dos virtudes.
DÍA
OCTAVO
La
Devoción a Nuestro Señor Jesucristo de San Juan Gabriel
CONSIDERACIÓN
La
devoción de San Juan Gabriel a nuestro Divino Redentor fue sólida, grande y
llena de compasiva ternura. Tómalo por modelo de su vida y regla de todos sus
actos, y la meditación continua de sus beneficios y excesos de amor, le tenían
como transportado y fuera de sí. Celebraba todos los misterios de la Redención
con sin igual amor, y sobre todo al celebrar el Santo Sacrificio, sentía en su
alma incomprensibles transportes. Un día, el joven que le ayudaba en misa, vio que,
en el momento de la consagración, el bienaventurado Juan Gabriel, arrobado en éxtasis,
quedó suspendido en el aire. Postrado ante el Santísimo Sacramento, parecía un
Ángel del Cielo, costándole penosísimo trabajo desprenderse de aquel lugar. Ante
la Cuna del Dios niño permanecía en muda y estática adoración, y, fijos los ojos
en el Crucifijo, sentía derretirse de ternura su corazón. Encendíase en deseos
de sufrir por quien tanto sufrió por salvarnos, y anhelaba derramar toda su sangre
para manifestarle su amor. ¡Oh, si nuestra devoción se pareciese a la de San
Juan Gabriel! ¡Ah, cuantos creen tener una verdadera devoción! Y en realidad su
devoción no pasa de una mera fórmula, de manifestaciones exteriores. ¿Qué fruto
sacamos de la practica de tantas devociones? ¿mejora nuestra vida? ¿se purifica
nuestra alma, amamos más a Dios, cultivamos o adquirimos las virtudes? Triste es
confesarlo, permanecemos estacionarios, siempre pecadores, siempre vacos de
toda virtud. Divino Salvador nuestro, enciende en nuestros corazones una sólida
devoción, un constante fervor. Haz que procuremos imitarte, copiar tu hermosa
imagen en nuestro corazón, hacer todo lo que te sea agradable, seguir tus
ejemplos, y llevar tu Cruz. Jesús sed todo nuestro amor, toda nuestra
aspiración, todo nuestro descanso y nuestro gozo. Bienaventurado Juan Gabriel,
ruega a tu Divino Maestro, para que logremos una sólida devoción.
DÍA
NOVENO
La
Fortaleza de San Juan Gabriel en los tormentos
CONSIDERACIÓN
A
las virtudes y la fidelidad de San Juan Gabriel, reservaba Dios una corona,
esta era la del Martirio. ¿Quién no se estremece si considera los horribles
suplicios a que fue condenado? ¿Quién no se asombra de que hubiera podido arrostrarlos,
no uno ni tres días sino un año entero? Después de haber sido Apóstol en la
China, paró a ser Mártir. Fue hecho prisionero y conducido entre los bárbaros
mandarines que, por lo general, terminaban los interrogatorios imponiéndole atroces
castigos. Y le hacían azotar hasta hacer correr su sangre, ya le colgaban en
alto de los dedos pulgares o de los cabellos, ya hacían que dos hombres se
balanceasen en un palo atravesado sobre sus piernas mientras permanecía
arrodillado sobre cadenas y fragmentos de vidrio, unas veces le alzaban por
medio de maquinarias al aire y le hacían caer para dañar sus huesos, otras le
hacían sentar en bajísimos asientos a los cuales quedaba atado, y hacían pasar
por bajo sus plantas, maderas o tiestos, otras le magullaban la cara haciéndosela
apalear con varas de bambú, muchas veces le devolvían casi muerto. Allí, la compañía
y frases de los criminales, los insectos y el cepo continuaban su no
interrumpido martirio. Pero nada tan horrible para el como el presenciar las
profanaciones de la imagen del Salvador, esto era lo único que le arrancaba
gritos de dolor y lágrimas. Más, en medio de esta tortura del alma y del
cuerpo, manteníase firme y sereno, y su admirable fortaleza no desmaya un solo
instante. Algunas veces, en medio del tormento, absuelve a los cristianos que
le acompañan en el suplicio y les exhorta y los anima con la palabra, el ejemplo,
ora, y Dios le envía nuevas fuerzas, hasta que, colgado en una horca en forma
de Cruz, entregó su hermosa alma en brazos de su Creador. Al punto brilló en el
cielo una Cruz resplandeciente, y en torno de la frente del mártir resplandeció
una aureola de luz. Bendito seas Señor, que así premiaste las virtudes de tu siervo,
bendito seas Salvador mío, que tanta fortaleza le comunicaste a fin de que se
llenase de méritos, que aumentaron más su gloria. Míranos a nosotros, débiles,
como hojas que el viento del mundo y de las tentaciones arrastra a unos y otro
lado, compadécete de nuestra flaqueza y fortalécenos con tu gracia para que podamos
resistir a los combates de nuestros enemigos, empeñados a que adjuremos de tu
Santa Ley y de tu Divina Doctrina. ¡Oh Salvador nuestro! No nos abandones un
solo momento, porque segura sería nuestra perdición. Protégenos, guárdanos en
tu Corazón adorable, que es el refugio de los miserables, y la fortaleza de los
débiles, solo allí amparados podremos cantar un día victoria, en compañía de
todos los santos. Concede también fortaleza a todos los misioneros católicos, y
especialmente a los de la Congregación de San Vicente de Paúl, para que todos
lleguen a ser dignos hermanos, por las virtudes de San Juan Gabriel. Da fortaleza
al Romano Pontífice y a todos sus ministros en la tribulación que padece la
Iglesia, e interpóngase a nuestro favor el bienaventurado Juan Gabriel
Perboyre. Gloriosísimo Mártir Juan Gabriel, te damos la enhorabuena de tu
felicidad, e imploramos tu protección. Ruega por nosotros y alcánzanos la
virtud de la fortaleza y la perseverancia final. Amén.
HIMNO
Triunfo,
amor, honor y gloria,
Al
ya feliz Juan Gabriel,
Y
al celebrar hoy su memoria,
Hagámonos
bien dignos de él,
Por
Dios en un país extranjero
Dulce
cosa es el sufrir,
Como
este Santo Misionero
¡Oh!
cuan hermoso es el morir.
¡Oh
Santo Mártir! Del amor de fuego
Encender
quieres en la China infiel,
Más
de tu celo y ferviente ruego
No
se conmueve el Dios de Israel.
Pero
vencido por tu fiel constancia
El
cielo escucha al fin tu clamor,
Tu,
generoso abandonas la Francia
Por
predicar la fé del Redentor.
Vedle
alegre, contento y propicio,
A
manos llenas, sembrar la verdad
Sus
divisas: Trabajo y Sacrificio
Jesús,
mi corona en la eternidad.
El
averno furioso se conmueve,
Como
a Jesús, a Gabriel se vendió
Como
Jesús, hasta las heces bebe,
El
cáliz cruento que Jesús bebió.
Pero
escuchad su postrimera plegaria
Eco
sublime de la de Jesús,
“Padre,
perdona su acción temeraria,
Dadles
el cielo, Mansión de la Luz”
Santo
querido, a través de los espacios,
Otros
soldados irán como tú,
Alcánzales
el que sigan tus pasos,
Si
es necesario, morir por Jesús.
ORACIÓN: Oh Divino Jesús, que hiciste objeto de admiración a San Juan Gabriel, en medio de los pueblos de la China, por la inocencia de su vida, sus trabajos apostólicos y la gloriosa participación de vuestra Cruz, dignaos concedernos que la conformidad de sus enseñanzas y prácticas de la fé, de la caridad y de la paciencia, merezcamos ser asociados al esplendor de su gloria. A Ti, que vives y reinas, por los siglos de los siglos. Amén.
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