CONSIDERACION XVII.
Cumplidos los cuarenta días, a cuyo término por la ley de Moisés debían las madres purificarse, y ofrecerse el hijo al Señor por los propios padres, salieron José y María del mismo establo de Belén con el Niño Dios a presentarle en el Templo, que distaba como unas tres leguas castellanas. La presentación de Jesús se ejecutó ofreciendo al Señor juntamente las víctimas ordenadas por la ley, las cuales consistían para los pobres, como lo eran José y María, en dos tórtolas o dos pichones. Llevó la Virgen María al Niño Dios en sus brazos hasta aquel paraje del vestíbulo que estaba destinado para la consagración de los primogénitos, y allí Ella y José ofrecieron a Jesús a su Eterno Padre á vista de los ministros del altar; y después fue esta joya, que era la más preciosa que había en el mundo, redimida con cinco ciclos en este día, esto es, con dos onzas y media de plata acuñada. Al entrar en el templo José y María con el Niño, llegó a saludarles el santo anciano Simeón, antiguo habitador de Jerusalén, hombre justo y temeroso de Dios, de quien recibió promesa de que no moriría antes de ver al Consolador de la nación. Inspirado de lo alto el profeta tomó respetuosamente al Niño en sus brazos, y, bendiciendo a Dios en voz alta, prorrumpió en estas sublimes expresiones: «Ya, Señor, sacad en paz a vuestro siervo de esta vida, pues mis ojos han visto vuestra salud; al que es la luz de las naciones y la gloria de Israel vuestro pueblo.» Simeón, al entregar el divino Infante que tenía en sus brazos, dió á sus padres la enhorabuena; pero, volviéndose a María, «sabed, le dijo, que este Salvador que habéis dado al mundo está puesto como objeto de la ruina y resurrección de muchos, y en su pasión atravesará vuestro maternal corazón aguda espada de dolor.» Estas palabras amargaron a estos dos virginales Esposos, que solo se consolaban con la esperanza de la resurrección o redención de los muchos, conforme al vaticinio. Cumplidas todas las ceremonias de la ley, salió el santo Patriarca de Jerusalén, a fin de volverse a su casa de Nazaret acompañado de Jesús y María, y, estando en Belén de paso, repentinamente se halló con una orden del cielo que le mandaba por medio de un ángel huir a Egipto antes de llegar a su amada casa de Nazaret.
ORACION
Oh
atribulado Patriarca, hondamente afligido con el vaticinio del santo profeta
Simeón; yo te ruego por aquella caridad que te hizo alegrarte oyendo el anuncio
de la redención de los hombres, que me alcances gracia para que, haciendo con digna
penitencia de mis culpas, logre frutos abundantísimos de santificación de mi
alma. Amén.
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